Juan Aguilera - Rihla

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En el año 890 de la Jégira, Lisán al-Aysar, erudito árabe del reino de Granada, convencido de la existencia de un mundo más allá del océano, se embarca en una gran expedición. En esta rilha le acompañarán aventureros árabes, corsarios turcos, caballeros sarracenos, un hechicero mameluco y un piloto vizcaíno, renegado y borracho. Descubrirán una tierra lujuriosamente fértil y deberán enfrentarse a sus extraños pobladores: hombres-jaguar, guerras floridas y sacrificios humanos. El viaje llevará a Lisán a alcanzar una nueva sabiduría, conocer la magia, recuperar el motor y vivir una gran aventura. Una original novela que nos sumerge en una emocionante y exótica aventura y nos invita a reflexionar sobre las culturas ajenas y la propia, del pasado y del presente.

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Los ÿinn eran los habitantes del Segundo Mundo, eso significaba que siguieron existiendo tras el final de su era y de las que la siguieron. De alguna forma habían aprendido a sobrevivir a la destrucción de un mundo tras otro. Sin duda es lo que pretendían hacer ahora.

Koos Ich caminó entre aquellos hombres que eran como espectros, buscando un lugar donde tumbarse. Pero el espacio era tan valioso en el interior de la cerca como lo había sido para Lisán y sus compañeros sobre la cubierta de la Taqwa. Al permanecer de pie o sentado un cuerpo humano ocupa mucho menos sitio que al estar tumbado.

La luz gris de la luna dotaba de una iluminación fantasmagórica a la escena de todos aquellos desdichados esparcidos por el suelo, encajando los unos con los otros como un gran rompecabezas. Pero la luz era extraña, y más intensa de lo habitual en una noche de luna llena. Alzó la vista hacia el cielo y vio que el cometa había desaparecido. Sus conocimientos astronómicos eran muy elementales, apenas lo suficiente para entender las indicaciones de los sacerdotes sobre la disposición de los cielos frente a una próxima batalla, pero sabía que un cometa no podía desvanecerse de ese modo. Y no lo había hecho. Observó que la luna estaba rodeada por un halo brillante, entrecerró los ojos y descubrió que el cometa estaba detrás de ella. Eso debía de significar algo, sin duda. Quizás algo importante… Pero no era él quien iba a averiguarlo, porque finalmente había hallado su lugar entre la marea de cuerpos y se sentía demasiado cansado como para preocuparse por esas cosas.

El guerrero se acurrucó en el suelo sobre su lado derecho y colocó las manos bajo la cabeza. El lado izquierdo de su rostro mostraba una impresionante cicatriz, cosida apresuradamente por los mexica y cubierta de costras de sangre seca, que iba desde la ceja hasta la comisura de los labios. Milagrosamente, no había perdido el ojo, aunque tenía ese lado tan hinchado que le costaba abrirlo. Sentía frío, pero no podía hacer nada para solucionar eso. Un helor húmedo se derramaba desde aquel cielo despejado sobre la masa de cuerpos agotados y heridos. Cerró los ojos y deseó que la noche y el tiempo que le quedara de vida transcurrieran lo más rápido posible.

Soñó con eras remotas, cuando los mexica libraban cruentas batallas para apoderarse de los pantanosos terrenos del lago Texcoco.

«Los que no tenían nada», así eran conocidos por los habitantes de aquellas tierras por aquel entonces, que no los consideraban mas que salvajes e ignorantes extranjeros llegados del norte. Pero, poco a poco, se fueron labrando una fama de guerreros valerosos e implacables. Este hecho llamó la atención de Achitomel, el poderoso caudillo de Culhuacan, quien los contrató como mercenarios, para combatir en su guerra contra Xochimilco.

La victoria fue total, gracias en gran parte a la fiereza de los guerreros mexica. Achitomel quiso recompensar de alguna forma a aquellos valientes y llamó a su presencia al joven caudillo mexica , que acudió acompañado tan sólo por su sacerdote principal, un hombre alto y esquelético como una imagen del señor de los infiernos. Los dos permanecieron en pie y en silencio, en una de las salas más lujosas del palacio del señor de Culhuacan, mientras éste les hablaba.

– Debemos unir la sangre de nuestras dos tribus -les dijo- para que de esa unión surja la casta más poderosa que haya conocido jamás el mundo.

Entonces ofreció a su propia hija en matrimonio al jefe mexica . En su sueño, Koos Ich pudo ver con claridad a la princesa, de la que se decía que era la muchacha más hermosa de su tiempo. Y reconoció los rasgos de Utz Colel en ella.

El jefe mexica observó a aquella belleza con desprecio, durante un rato interminable, hasta que su sacerdote se inclinó hacia él y le susurró al oído: «Acepta».

Más tarde, el mexica le preguntó por qué lo obligaba a tomar a esa mujer.

– La necesitamos -le dijo el sacerdote-. Será recordada como «la madre de la discordia». Ella nos ha de indicar el camino hacia la tierra donde hemos de establecer nuestra morada definitiva. Porque no es éste el lugar que os tengo prometido y es necesario que abandonemos este campamento, no con paz sino con la sangre y la muerte de muchos. Es la ocasión de que empecéis a levantar nuestras armas, arcos y flechas, rodelas y macanas, y de demostrar al mundo el valor de vuestra estirpe…

El sueño de Koos Ich se interrumpió de repente, cuando una mano se posó sobre su hombro y lo agitó con fuerza.

– ¿Qué…? -musitó aún entre sueños.

– Ponte en pie, guerrero -dijo una voz junto a él.

Koos Ich vio una figura brumosa, turbia y deforme como un espectro. Giró el rostro, volvió a mirar con el ojo derecho y vio a un hombre de rasgos marcados, ojos hundidos y mejillas cubiertas de pelo.

– Ponte en pie y sígueme -repitió la aparición.

Pero ya lo había reconocido; era uno de los dzul , aquel al que algunos de sus compañeros llamaban Kazikli.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó-. Me dijeron que habías huido antes de la batalla.

– Os he estado siguiendo durante todo el camino. Ven ahora conmigo, Koos Ich.

El guerrero volvió a tumbarse.

– Déjame en paz, ahora que ya está todo perdido.

– Ahora es cuando por fin puedes alcanzar la victoria.

– Vete.

Algo pesado golpeó el suelo junto al rostro del guerrero. Koos Ich se incorporó un poco y descubrió que era su macana. Asombrado se volvió hacia Kazikli. Éste le había dado la espalda y se alejaba sorteando los cuerpos dormidos. Miró a su alrededor; nadie se había despertado a pesar de sus voces y el golpe de la maza contra el suelo. Y esto era bastante extraño.

Sujetó el arma con la mano derecha y se puso en pie. Caminó tras el extranjero.

– ¿Eres un brujo? ¿Te envía el Uija-tao?

Kazikli no le contestó hasta que llegaron a las puertas de la empalizada. Éstas estaban abiertas de par en par y los guardias mexica dormían, lo cual contestaba a la pregunta del guerrero.

– ¡Espera! -Koos Ich agarró al brujo dzul por el brazo.

– ¿Qué quieres?

– Debemos liberar a todos los hombres. Sólo así podremos enfrentarnos a los mexica.

– Te equivocas. Ahora hay un ejército bien armado protegiendo Tenochtitlán. Y, además, están los nahual… No habría posibilidad alguna en un enfrentamiento en esas condiciones, como tampoco la tuvisteis durante la batalla.

– ¿Y qué es lo que pretendes entonces?

– Hay un hombre en Tenochtitlán… No, no es un hombre, se trata de una criatura muy poderosa, y únicamente destruyéndola se acabará para siempre el poder de vuestros enemigos.

Dejaron atrás la empalizada y se encaminaron hacia la ciudad. A pesar de lo avanzado de la noche, mucha gente entraba y salía de ella en ese momento. Las calzadas principales estaban atestadas, pero Kazikli condujo al guerrero por un pequeño sendero de tierra aplanada. Caminaron juntos en completo silencio y apenas se cruzaron con unos pocos recogedores de excrementos que limpiaban las letrinas.

Cuando comprobó que nadie podía verlo, Kazikli se acercó a la orilla y saltó a las negras aguas de la laguna. Koos Ich vio cómo el dzul apartaba unos matojos que ocultaban una canoa. Luego se metió dentro y remó para llevarla junto a la calzada.

– Vamos -le dijo.

El guerrero saltó adentro y arrugó inmediatamente la nariz.

– ¡Itzamna! -exclamó-. ¿Ésta es una canoa para transportar excrementos?

Beey. Con ella no llamaremos la atención. Ayúdame a remar hacia la ciudad.

Koos Ich se acomodó frente al dzul y tomó un remo.

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