Juan Aguilera - Rihla

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En el año 890 de la Jégira, Lisán al-Aysar, erudito árabe del reino de Granada, convencido de la existencia de un mundo más allá del océano, se embarca en una gran expedición. En esta rilha le acompañarán aventureros árabes, corsarios turcos, caballeros sarracenos, un hechicero mameluco y un piloto vizcaíno, renegado y borracho. Descubrirán una tierra lujuriosamente fértil y deberán enfrentarse a sus extraños pobladores: hombres-jaguar, guerras floridas y sacrificios humanos. El viaje llevará a Lisán a alcanzar una nueva sabiduría, conocer la magia, recuperar el motor y vivir una gran aventura. Una original novela que nos sumerge en una emocionante y exótica aventura y nos invita a reflexionar sobre las culturas ajenas y la propia, del pasado y del presente.

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– ¿Podéis leerlo? -preguntó.

– Aún no. Cada generación de Uija-taos ha transcrito, a lo largo de su vida, un fragmento del Libro. Pensamos que cuando esté terminado, dentro de muchas generaciones, recibiremos las claves para descifrarlo.

– Pero… ¿tenéis alguna idea de lo que significa?

– Es la escritura de los dioses -dijo ella-. El poder para crear vida, tal y como Nun-Yal-He hace.

Fueron interrumpidos por la llegada de varios sacerdotes que saludaron con respeto al andalusí.

– El Uija-tao nos ha enviado para que te enseñemos la cuenta de los años, meses y días, las fiestas y ceremonias, las fechas fatales, y el remedio para los males -dijo uno de ellos, inclinándose ceremoniosamente.

14

Las palmadas casi continuas con que las mujeres amasaban las tortillas de maíz eran el habitual sonido de fondo de Uucil Abnal al amanecer.

Y, como cada día, Lisán se encontró con Piri Muhyi en el Templo de los Escribas.

Durante los últimos meses, el aprendizaje había marcado sus jornadas, con tanta exactitud como el sonido de las palmadas o las fases de la luna, estableciendo el paso de un estado de conocimiento a otro, de una forma de ver el mundo a otra de entenderlo. Pero si Lisán había llegado a pensar que el Uija-tao lo había considerado especial, pronto comprendió su error. Los cinco náufragos habían recibido un trato semejante y a todos se les había ofrecido la oportunidad de aprender de los sacerdotes. Pero únicamente él y Piri acudían diariamente al Templo, pues el joven turco estaba fascinado con los mapas y las cartas que había encontrado en sus anaqueles.

– No entiendo el significado de gran parte de esto -le confesó a Lisán, mientras los sacerdotes continuaban con su trabajo sin prestar atención al recién llegado-. Los conocimientos que posee esta gente sobre las cosas del cielo y de los astros van mucho más allá de lo que nuestros filósofos hayan podido soñar jamás. Fíjate en esos ventanucos, por ejemplo. Se asoman directamente al mediodía y al poniente, y la visual de las diagonales que van de una ventana a otra, marcan con precisión la posición de un suceso astronómico en el horizonte… ¡Todo el edificio es una máquina para observar los cielos! ¿No te parece asombroso?

Lisán sonrió ante el entusiasmo de su joven amigo. Para él, el conocimiento de las cosas era siempre una experiencia emocionante, y demasiadas veces despreciaba su posible sentido práctico. Pero no era el caso de Piri. El turco se acercó a uno de los silenciosos sacerdotes y le pidió el códice en el que éste trabajaba. Con cuidado, lo desplegó ante Lisán, quien observó los símbolos y anotaciones que llenaban la larga tira de papel.

– Fíjate, aquí está todo -dijo Piri-. Cientos de años de observaciones celestes minuciosamente anotadas y registradas. Una carta de navegación de los itzá. Observa qué cosa tan maravillosa; aquí están señaladas las poblaciones de la costa, y aquí los pasos en la barrera de arrecife. Nosotros estamos aquí, este punto es Uucil Abnal.

Asombrado por la perfección de aquel mapa, Lisán siguió el trazado de la costa con su dedo.

– Pero…

– Efectivamente, amigo mío -rió Piri-. No estamos en una isla, sino en un continente inmenso. Y mira esto… al otro lado del océano están nuestras tierras, nuestro mar y nuestras costas… ¿Las reconoces?

– Sí. Aunque nunca había visto un mapa tan detallado.

– Observa esta otra tierra ignota… -Piri pasó las páginas plegadas como un biombo del códice-. Un inmenso continente al sur, cubierto por completo de hielo.

– Es asombroso.

– ¿Puedes imaginar el valor de estas cartas para un navegante? En la práctica, esto representa tener el mundo en tus manos. No hay nada que no pudiera hacer un buen piloto con mapas como éstos, ni lugares que no pudiera alcanzar.

– Estás muy emocionado, amigo mío -dijo Lisán-, pero debo recordarte que somos prisioneros de estas tierras y que sin una nave adecuada de nada nos valen todas esas cartas.

Piri lo miró fijamente y dijo:

– No tengo intención de quedarme aquí para siempre. Estos hombres son expertos navegantes, conocen esta costa como la palma de su mano…

– ¿No pretenderás que crucemos el mar Océano a bordo de uno de esos troncos ahuecados?

– Escucha, esto es más importante que tu vida o que la mía. ¿Es que no lo ves?

– No entiendo a qué te refieres.

Piri golpeó el primer códice con el dorso de la mano.

– Esto, faquih. Tú debes comprenderlo mejor que nadie. Esto va a cambiar las artes de navegar. Nuestras naves recorrerán el mundo entero, conquistándolo e incorporando tierras sin fin a la Verdadera Fe. Ninguna nación de infieles podrá oponérsenos. El dominio del mar será nuestro para siempre…

– Pero… ¿cómo esperas regresar a nuestro mundo? ¿Has pensado en eso?

– Construiremos un barco. Un barco de verdad. Estas gentes saben trabajar la madera, hagamos que ensamblen una nave de tablas, algo menor que un jabeque si quieres, pero lo bastante grande para que nos transporte con seguridad a través del mar.

– ¿Tú conoces los procedimientos? Yo no. No sabría por dónde empezar. No soy carpintero y necesitaríamos uno bastante bueno, con el gálibo necesario para construir un batel o una chalupa.

Piri miró con asombro al andalusí. Se había acostumbrado a consultarle cada vez que se tropezaba con algo que no comprendía, y había llegado a creer que no existían límites para su ciencia. Pero, en aquel momento, Lisán advirtió la decepción en el rostro del turco y recordó el día que se habían reencontrado, poco después de su experiencia en el cenote. Dragut y Piri le pidieron que les contara cómo habían muerto el resto de los náufragos de la Taqwa. Pero, mientras les relataba el sacrificio, Lisán se sintió sobrecogido por aquel terrorífico recuerdo, se derrumbó y empezó a llorar ante los dos asombrados turcos, que no supieron cómo reaccionar. Desde su punto de vista, el hecho de que un hombre hiciera semejante demostración era incomprensible y les resultaba turbador. Pero los andalusíes no parecían sentir ningún pudor en mostrar sus sentimientos.

Los turcos habían aceptado el naufragio, y su experiencia en el cenote, como un descenso al infierno del que habían conseguido salir milagrosamente con vida. El mundo era diferente de lo que siempre habían supuesto y ellos no tenían palabras para definir lo que habían visto, ni emociones para sentir aquel abismo que se había abierto con su pasado. Eran conscientes de que, para la tierra de la que procedían, cuantos habían tenido la desdicha de viajar a bordo de la Taqwa estaban muertos y olvidados.

A Lisán le hubiera gustado saber lo que opinaba Baba de todo esto, pero él era cada día más difícil de ver. Solía permanecer encerrado en su choza durante semanas, visitado sólo por las mujeres que le llevaban la comida. Seguramente era mejor así, pues los turcos siempre parecían nerviosos en su presencia. Era evidente que ahora lo odiaban y que sólo su condición de huéspedes de los itzá había impedido que la venganza se consumara.

– Él no es mejor que los que asesinaron y devoraron a nuestros hermanos -le dijo Piri al andalusí en una ocasión.

Lisán no había oído hablar nunca del voivoda Kazikli y de sus innumerables crímenes, pero el joven corsario se ocupó de explicárselos minuciosamente.

– ¿De verdad que deseas regresar? -preguntó Lisán sin apartar su vista de aquellos asombrosos mapas-. En ocasiones, cuando recuerdo nuestro mundo me parece aún más extraño que todo lo que nos rodea ahora.

Aquel Otro Mundo los estaba transformando poco a poco. A todos menos a Jabbar, que seguía viviendo en ese mismo día de la batalla de Negroponto.

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