– Pues adiós -dijo él, dejándola sorprendida a pocos metros del camino.
Los siguió fuera del parque, mientras caminaban hacia Trafalgar Square. Luego los perdió de vista al final de St. Martin's Lane y entonces casi se los encontró de cara en Cecil Court, donde se pararon a mirar el escaparate de una tienda de juguetes. Volvió a seguirlos a una cierta distancia, hasta que llegaron al Museo Británico, y estuvo a punto de perderlos de nuevo en Coptic Street; no podía acercarse más a ellos para no ser descubierto, porque había mucha menos gente en la calle. Al final tuvo que arriesgarse porque estaba obscureciendo, y consiguió ver que doblaban la esquina de Burton Street. Cuando llegó a esa calle, habían desaparecido… pero la puerta de una tienda de fotografía se estaba cerrando.
«Bueno, mejor eso que nada», pensó; y regresó rápidamente a Wapping.
Las escaleras del rey Jaime
El representante de Impresiones Chainey se presentó el lunes, tal como Sally lo había acordado. Frederick, en un discurso bien ensayado, insistió en obtener unos derechos de autor del veinte por ciento, que se incrementarían hasta el veinticinco por ciento después de la venta de diez mil fotografías. El impresor se quedó sorprendido, ya que había ido a la tienda con la intención de realizar un pago único para comprar las fotografías en ese mismo momento, pero Sally, que ya lo había pensado, le dijo a Frederick que no cediera. El impresor aceptó y les encargó las series de sucesos históricos, de crímenes famosos y escenas de Shakespeare. También aceptó que Garland apareciera como el autor de las fotografías, y no Chainey; y el fotógrafo les indicó el precio fijo de venta al público por cada serie. Además, el impresor debía hacerse cargo de los gastos publicitarios.
El impresor se marchó, un poco perplejo, pero el contrato ya se había firmado. Frederick se frotó los ojos, incrédulo, incapaz de asimilar lo que acababa de hacer.
– ¡Lo has hecho muy bien! -le felicitó Sally-. Lo estaba escuchando todo. Te has mostrado firme en todo momento y sabías justo lo que tenías que decir. ¡Y esto sólo es el principio! ¡Estamos en el buen camino!
– Estoy hecho un manojo de nervios -dijo Frederick-. Realmente los negocios no son lo mío. ¿Por qué no te encargas tú, Sally?
– Lo haré, cuando tenga la edad suficiente para que me tomen en serio.
– Yo te tomo en serio. Ella le miró. Estaban solos en la tienda; los demás habían salido.
Él estaba sentado encima del mostrador; ella estaba a menos de un metro, con las manos apoyadas en el soporte de madera, construido por Tembler, destinado a exponer las estereografías.
En ese instante Sally se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Y bajó la mirada al suelo.
– ¿Como una verdadera mujer de negocios? -dijo la chica, intentando mantener clara la voz.
– Te tomo en serio en todo. Sally, yo… Justo en ese momento se abrió la puerta y entró un cliente. Frederick bajó de un salto del mostrador y fue a atenderlo, mientras Sally se dirigió hacia la cocina, con el corazón palpitando aceleradamente. Lo que sentía por Frederick era tan confuso y arrebatador que no podía ser expresado en palabras; no se atrevía ni a pensar en lo que él había estado a punto de decirle… Un minuto más y lo hubiera descubierto.
La puerta de la cocina se abrió de golpe, Sally se volvió y allí estaba Jim.
– ¡Jim! -dijo ella-. ¿Qué haces aquí? ¿No tendrías que estar en el trabajo?
– He venido a recoger mis ganancias -dijo él-. ¿Recuerdas que hice una apuesta con el jefe? Bueno, pues tenía razón. ¡El viejo Selby está muerto!
– ¿Qué?
Frederick entró y se paró en seco.
– ¿Qué haces aquí, granujilla?
– He venido para darte la noticia. Para empezar, me debes media corona. El viejo Selby ha estirado la pata. Lo pescaron en el río el sábado. Ha venido un policía esta mañana… y la empresa está cerrada. Están investigando. Así que… más vale que me des mi dinero.
– ¿Qué sabe la policía? -preguntó Frederick.
– Se fue el viernes para inspeccionar una goleta, en alguna parte de los alrededores de Bow Creek. Subió a un esquife en el embarcadero Brunswick y nunca regresó. Y tampoco el barquero. Ese matón de la señora Holland le acompañó hasta el embarcadero, pero él no llegó a subir al esquife. Hay un testigo que dice que le vio esperándole allí todo el rato. ¿Qué os parece, eh?
– ¡Caray! -exclamó Frederick-. ¿Y crees que fue el hombre del Hotel Warwick?
– Pues claro que fue él. Es lógico.
– ¿Y se lo has contado a la policía?
– ¿Para qué? -dijo Jim con desdén-. ¡Que se espabilen ellos solitos!
– Pero Jim, es un asesinato…
– Selby era un sinvergüenza -dijo Jim-. Envió al padre de Sally a la muerte, ¿recuerdas? Se lo merecía. Esto no es un asesinato, es cuestión de ley natural.
Los dos miraron a Sally. Y la chica sabía que si decía: «Sí, vamos a la policía», los otros dos accederían. Pero algo en su interior le repetía insistentemente que, si lo hacían, nunca sabría toda la verdad.
– No -dijo ella-. Aún no.
– Es peligroso -añadió Frederick.
– Para mí -puntualizó la chica-, no para ti.
– Lo sé. Por eso me preocupo -replicó él, un poco molesto.
– No lo entiendes… y no te lo puedo explicar. Por favor, Frederick, deja que encuentre yo misma la solución a todo esto.
Él se encogió de hombros.
– ¿Qué piensas tú, Jim? -le preguntó el fotógrafo.
– Está loca, pero será mejor que haga lo que quiera…, tal vez tenga razón.
– De acuerdo… ¡Pero Sally, me tienes que prometer que siempre me dirás lo que vas a hacer o dónde estás! Si estás decidida a ponerte en peligro, me gustaría saberlo.
– De acuerdo. Lo prometo.
– Bueno, algo es algo. Jim, ¿qué vas a hacer hoy?
– No sé. Estar por ahí y molestar a la gente, supongo.
– ¿Quieres ver cómo se prepara una cámara fotográfica y se hace una fotografía?
– Sí, ¡vale!
– Pues ahí vamos…
Los dos se dirigieron al estudio y Sally se quedó sola. La chica cogió el periódico para echar una ojeada a las noticias financieras, aunque le llamó la atención un titular; leyó el artículo rápidamente y luego se levantó; estaba pálida y temblaba.
MISTERIOSO ATAQUE A UN CLÉRIGO
DOS HERMANOS DE OXFORD
IMPLICADOS EN UN MISTERIO DE ASESINATO
Una serie extraordinaria de sucesos, que culminaron con el asesinato del hermano de un clérigo de la parroquia local, tuvieron lugar en Oxford el pasado sábado.
El asesinado, Matthew Bedwell, vivía con su hermano gemelo, el reverendo Nicholas Bedwell, sacerdote de St. John, en Summertown.
Todo empezó con una cruel e injustificada agresión al reverendo Bedwell mientras iba a visitar a un anciano feligrés. Justo en el camino que llevaba a su casa, el sacerdote fue atacado con un puñal por un hombre de constitución fuerte.
A pesar de las heridas en los brazos y la cara, el reverendo Bedwell consiguió deshacerse del agresor, que pronto desapareció.
El sacerdote acudió al médico, pero, mientras tanto, alguien había enviado un mensaje a la Parroquia dirigido a su hermano, en el que supuestamente el reverendo le pedía que se encontrasen cerca de Port Meadow, junto al río.
Matthew Bedwell cayó en la trampa y salió de casa a las tres en punto. Nunca volvió a ser visto con vida. Poco después de las siete de la tarde, un barquero encontró su cuerpo en el río. Lo habían degollado.
La víctima de este atroz asesinato era un marinero que había regresado hacía poco de un viaje por las Indias Orientales. Los dos hermanos eran gemelos, totalmente idénticos. Se cree que este hecho podría explicar la agresión al reverendo Bedwell, aunque las circunstancias del crimen aún no han sido aclaradas.
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