— No puedo imaginármelo — admitió Burton —. Dímelo tú, te escucharé, pues hablas como si supieras de lo que estás hablando.
Podía imaginárselo, puesto que había oído la misma historia en otros lugares, pero deseaba saber si la historia de Collop concordaba con las otras.
Era la misma, incluyendo los nombres de los lázaros muertos. La historia era que aquellos hombres y mujeres habían sido identificados por personas que los habían conocido muy bien en la Tierra. Eran todos gente justa y de rectas costumbres en la Tierra. La teoría era que habían alcanzado el estado de pureza que hacia que ya no fuera necesario que debieran continuar en el «purgatorio» del planeta del Río. Sus almas habían ido a… algún lugar; y habían dejado tras de sí el exceso de equipaje que representaban sus cuerpos físicos.
Pronto, al menos eso era lo que decían los componentes de la nueva religión, más personas alcanzarían ese estado, y sus cuerpos quedarían atrás. Finalmente, pasado el tiempo suficiente, el planeta del Río quedaría despoblado. Todos habrían eliminado su maldad y sus odios, y estarían repletos de amor. Incluso los más depravados, aquellos que parecían estar absolutamente perdidos, serían capaces de abandonar sus cuerpos físicos. Lo único que se necesitaba para alcanzar este estado ideal era amor.
Burton suspiró, se rió en voz alta y dijo:
— Plus ma change, plus c'est la méme chose. Otro cuento de hadas para darles esperanzas a los hombres. Las viejas creencias han sido desacreditadas, aunque algunos rehúsan aceptar incluso esto; por tanto, hay que inventar nuevas creencias.
— Tiene sentido — le replicó Collop —. ¿Tienes una mejor explicación del porqué estamos aquí?
— Quizá. También yo puedo inventarme cuentos de hadas.
De hecho, Burton tenía una explicación. Sin embargo, no se la podía dar a Collop. Spruce le había hablado a Burton un poco acerca de la identidad, historia y propósitos de su grupo, los Éticos, y mucho de lo que había dicho estaba de acuerdo con las creencias de Collop.
Spruce se había matado antes de explicar acerca de la «psiquis». Probablemente, la «psiquis» tenía que ser parte de la organización total de la resurrección. De otra forma, cuando el cuerpo hubiera alcanzado la «salvación» y ya no viviese, no habría nada para continuar manteniendo la parte esencial de un hombre. Dado que la vida post-terrestre podía ser explicada en términos físicos, esa «psiquis» debía ser una entidad física, y que no debía ser dejada a un lado con la connotación de que era algo sobrenatural, como se había hecho en la Tierra.
Había muchas cosas que Burton no sabia. Pero había podido dar una ojeada al interior del planeta del Río, cosa que no había podido hacer ningún otro hombre.
Con los datos que tenía, planeaba hacer palanca para conseguir más, abrir un poco la tapa, y arrastrarse al interior del sancta sanctorurn. Para hacerlo, llegaría hasta la Torre Oscura. Y la única forma de llegar allí rápidamente era tomar el Express de los Suicidios. Primero, debía ser descubierto por un Ético. Luego, tenía que dominar a ese Ético, incapacitarlo para suicidarse, y, de alguna manera, sacarle más información.
Mientras tanto, continuaba representando el papel de Abdul ibn Harun, médico egipcio del Siglo XIX, ahora un ciudadano de Bargawhwdzys. Como tal, decidió unirse a la congregación de la Segunda Oportunidad. Anunció a Collop su desencanto con Mahoma y sus enseñanzas, y así se transformó en el primer converso logrado por Collop en aquella zona.
— Entonces debes jurar no tomar las armas contra ningún hombre, ni defenderte en forma física, mi querido amigo — le dijo Collop.
Burton, ultrajado, dijo que no permitiría a ningún hombre que le atacase sin darle su merecido.
— Lo que dices es lo acostumbrado — comentó con suavidad Collop —. Lo que te propongo es contrario al hábito, si, pero un hombre tiene que dejar de ser lo que ha sido, hacerse mejor… si tiene la fuerza de voluntad y el deseo para ello.
Burton lanzó un violento «no», y se marchó. Collop agitó tristemente la cabeza, pero continuó mostrándose tan amistoso como siempre. Provisto de un cierto sentido del humor, se dirigía a veces a Burton como su «converso de cinco minutos», no refiriéndose al tiempo que le había costado llevar a Burton a su rebaño, sino el tiempo que había permanecido en él.
Por aquel entonces, Collop consiguió su segundo converso: Goering. El alemán no había dedicado más que malas caras y pullas a Collop; luego comenzó a masticar de nuevo goma de los sueños, y comenzaron las pesadillas.
Durante dos noches mantuvo a Collop y Burton despiertos con sus gruñidos, su agitación, y sus gritos. A la mañana del tercer día, le preguntó a Collop si lo aceptaría en su congregación. Sin embargo, tenía que hacer una confesión: Collop debía comprender qué tipo de persona había sido, tanto en la Tierra como en aquel planeta.
Collop escuchó la mezcla de autocrítica y autobombo. Luego, dijo:
— Amigo, no me importa lo que hayas sido: solo lo que eres, y lo que serás. Te he escuchado únicamente porque la confesión es buena para el alma. Puedo ver que estás muy turbado, que has pasado penas y desesperación por lo que has hecho, y sin embargo que aún sientes un cierto placer por lo que fuiste, una gran figura entre los hombres. No comprendo mucho de lo que me dices, pues no sé mucho sobre tu era. Ni tampoco importa. Solo deben preocuparnos el hoy y el mañana; cada día se ocupará de sí mismo.
A Burton le parecía que no era que a Collop no le importase lo que Goering había sido, sino que no creía su historia de gloria e infamia terrestres. Había tantos falsarios, que los héroes o villanos genuinos habían sufrido una depreciación. Por ejemplo, Burton se había encontrado con tres profetas, dos Abraham, cuatro reyes Ricardo Corazón de León, seis Atila, una docena de Judas (solo uno de los cuales sabía hablar arameo), un George Washington, dos Lord Byron, tres Jesse James, un gran número de Napoleón, un general Custer (que hablaba con mucho acento de Yorkshire), un Finn MacCool (que no conocía el antiguo irlandés), un Tchaka (que hablaba un dialecto zulú incorrecto), y un cierto número de otros que podrían haber sido o no lo que pretendían ser.
Hubiera sido lo que hubiese sido un hombre en la Tierra, tenía que volver a reestablecerse aquí. Esto no era fácil, puesto que las condiciones habían sido alteradas radicalmente. Los grandes y los importantes de la Tierra eran constantemente humillados en sus pretensiones, y les era negada la posibilidad de probar sus identidades.
Para Collop, esta humillación era una bendición. Primero la humillación, luego la humildad, hubiera dicho. Y luego, naturalmente, vendría la humanidad.
Goering había sido atrapado por el Gran Proyecto, como lo llamaba Burton, debido a que era parte de su naturaleza el abusar de todo, especialmente de las drogas. Aún sabiendo que la goma de los sueños estaba desenterrando las cosas oscuras de su abismo personal, y desparramándolas a la luz, aún seguía masticando tanto como podía conseguir. Durante un periodo, temporalmente sano otra vez por la nueva resurrección, había sido capaz de luchar contra la tentación de la droga. Pero algunas semanas tras su llegada a aquella zona había sucumbido, y ahora la noche era rasgada por sus alaridos de:
— ¡Hermann Goering, te odio!
— Si continúa así — le dijo Burton a Collop —, enloquecerá. O se suicidará de nuevo, u obligará a alguien a que lo mate para poder escapar de si mismo. Pero el suicidio será en vano, y volverá a empezar de nuevo. Dime ahora, en verdad: ¿no es esto el infierno?
— El purgatorio más bien — le replicó Collop —. El purgatorio es un infierno con esperanza.
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