Posiblemente podía ocurrir un tal caso, aunque las probabilidades fueran una en veinte millones. Pero que sucediera en dos ocasiones, una inmediatamente después de la otra, era un milagro.
Burton no creía en los milagros. Nada sucedía que no pudiese ser explicado por los principios físicos… si uno conocía todos los datos.
El no los conocía, así que, por el momento, no se preocuparía por la «coincidencia». Era más urgente resolver otro problema: ¿qué es lo que iba a hacer acerca de Goering?
El hombre lo conocía, y podía identificarlo a cualquier Ético que lo estuviera buscando.
Burton miró rápidamente a su alrededor, y vio un cierto número de hombres y mujeres que se les aproximaban en forma aparentemente amistosa. Había tiempo para cruzar algunas palabras con el alemán.
— Goering, puedo matarte o matarme. Pero no quiero hacer ninguna de las dos cosas… al menos por el momento. Ya sabes por qué eres peligroso para mi. No debería correr riesgos contigo, hiena traicionera. Pero hay algo diferente en ti, algo que no puedo definir, pero que…
Goering, que era notorio por su resistencia, parecía estar saliendo ya del shock. Sonrió torvamente y dijo:
— Te tengo entre la espada y la pared, ¿no?
Pero viendo la mueca de Burton, alzó rápidamente una mano y dijo:
— No obstante, juro que no revelaré a nadie tu identidad, ni haré nada para dañarte. Quizá no seamos amigos, pero al menos nos conocemos el uno al otro, y estamos en una tierra de extraños. Es bueno el tener un rostro familiar al lado. Lo sé, pues he sufrido mucho tiempo la soledad, la desolación del espíritu. Creí que me volvería loco. Esta es en parte la razón por la que me dediqué a la goma de los sueños. Créeme, no te traicionaré.
Burton no le creía. Sin embargo, pensaba que podía fiarse de él por un tiempo. Goering desearía tener un aliado potencial al menos hasta que hubiera estudiado a la gente de aquel área y supiera lo que podía o no podía hacer. Además, quizá Goering hubiera cambiado para bien.
No, se dijo Burton a sí mismo. No. Ya estás de nuevo en eso. Por muy cínico que seas verbalmente, siempre has sido demasiado dado a perdonar. Demasiado dispuesto a olvidarte de las injurias que te han sido hechas, y a dar otra oportunidad a quien te injurió. No vuelvas a comportarte como un estúpido, Burton.
Tres días más tarde, seguía incierto acerca de Goering.
Burton había tomado la identidad de Abdul ibn Harun, un ciudadano del Cairo, Egipto, en el Siglo XIX. Tenía diversas razones para adoptar ese disfraz. Uno era que hablaba un árabe excelente, conocía el dialecto cairota de aquel período, y tenía una excusa para cubrirse la cabeza con una toalla enrollada en forma de turbante. Esperaba que esto le ayudase a ocultar su apariencia. Goering no dijo a nadie una palabra con que contradecir su enmascaramiento. Burton estaba bastante seguro de esto, porque él y Goering pasaban juntos la mayor parte del tiempo. Estaban habitando la misma choza hasta que se ajustasen a las costumbres locales y pasasen por su período de pruebas, parte del cual consistía en un intensivo entrenamiento militar. Burton había sido uno de los más grandes espadachines del Siglo XIX, y también conocía todos los trucos de la lucha con armas o con las manos desnudas. Tras una demostración de su habilidad en una serie de pruebas, fue acogido como recluta. De hecho, le prometieron que lo harían instructor en cuanto aprendiese bien el idioma.
Goering consiguió casi con la misma rapidez el respeto de los habitantes locales. Cualquiera que fueran sus otras faltas, no le faltaba valor. Era fuerte y experto con las armas, jovial y encantador cuando deseaba serlo, y no iba muy por detrás de Burton en lograr el dominio del idioma. Era rápido en ganar y usar la autoridad, tal como correspondía al ex Reichsmarschal de la Alemania de Hitler.
Aquella sección de la orilla oeste estaba poblada principalmente por gentes que hablaban un idioma totalmente desconocido incluso para Burton, un excelente lingüista, tanto en la Tierra como en el planeta del Río. Cuando hubo aprendido lo bastante como para hacer preguntas, dedujo que debían haber vivido en algún lugar de la Europa Central durante los inicios de la Edad de Bronce. Tenían algunas costumbres curiosas, una de las cuales era la copulación pública. Esto le resultaba bastante interesante a Burton, que era uno de los cofundadores de la Royal Anthropological Society de Londres, en 1863, y que había visto cosas muy extrañas durante sus exploraciones en la Tierra. No participó, pero tampoco se sintió horrorizado.
Una costumbre que adoptó alegremente fue la de las patillas pintadas. A los hombres les dolía que el pelo de sus rostros hubiera sido permanentemente eliminado por los resucitadores, del mismo modo que les habían sido circuncidados los prepucios. No podían hacer nada con respecto a este último ultraje, pero podían corregir el primero hasta cierto punto. Se pintaban los labios superiores y patillas con un líquido oscuro hecho con carbón vegetal muy machacado, goma de pescado, tanino de abeto y otros componentes. Los más decididos usaban el tinte como tatuaje, y sufrían un doloroso y prolongado pinchado con aguzadas agujas de bambú.
Ahora Burton estaba doblemente disfrazado, y sin embargo se había puesto a merced de un hombre que podía traicionarlo a la primera oportunidad. Deseaba atraer a un Ético, pero no deseaba que este Ético estuviera seguro de su identidad.
Burton quería estar seguro de poder escapar a tiempo antes de ser atrapado por la red. Era un juego peligroso, como caminar por una cuerda floja sobre un pozo de lobos hambrientos. Pero deseaba jugarlo. Escaparía solo cuando fuera absolutamente necesario. El resto del tiempo sería la presa persiguiendo al cazador.
Y sin embargo, la visión de la Torre Oscura, o la Fuente, estaba siempre en el horizonte de sus pensamientos. ¿Por qué jugar al gato y al ratón, cuando podía ser capaz de escalar las mismas murallas del castillo en el que suponía tenían su residencia los Éticos? O, si el escalar no era la descripción correcta, introducirse en la Torre, entrar como un ratón lo hace en una casa… o un castillo. Mientras los gatos estaban mirando hacia otro lado, el ratón estaría deslizándose al interior de la Torre, y allí, quizá el ratón se transformase en un tigre.
Ante este pensamiento se echó a reír, recibiendo miradas de curiosidad de sus dos compañeros de choza: Goering y un inglés del Siglo XVII, John Collop. Su risa se debía a la ridícula imagen de sí mismo convertido en tigre. ¿Qué le hacía pensar que él, un hombre solo, podía hacer algo contra los moldeadores de planetas, a los resurrectores de miles de millones de muertos, a los alimentadores y mantenedores de aquellos llamados de nuevo a la vida? Se estrujó las manos, y supo que en su interior, y en el interior del cerebro que las guiaba, podía hallarse la perdición de los Éticos. No sabía qué cosa terrible era la que se ocultaba en su propio interior, pero Ellos le temían. Si lograse averiguar el porqué…
Su risa era de autoridiculización únicamente en parte. Una parte de sí creía realmente que era un tigre entre los hombres.
— Un hombre es como piensa ser — murmuró.
— Tienes una risa muy peculiar, amigo mío — le dijo Goering —. Algo femenino para un hombre tan masculino.
Es como… como una roca lanzada que resbala sobre un lago de hielo. O como la de un chacal.
— Tengo en mí algo de chacal y de hiena — replicó Burton —. Al menos, eso es lo que mantenían mis detractores… y tenían razón. Pero soy algo más que eso.
Se alzó de la cama y comenzó a hacer ejercicios para quitarse el óxido del sueño de los músculos. En unos minutos, iría con los otros a una piedra de cilindros situada junto a la orilla del Río y cargaría su recipiente. Luego, pasaría una hora limpiando el lugar. Después, ejercicios, seguidos por la instrucción en la lanza, la maza, la honda, la espada de obsidiana, el arco y las flechas, el hacha de sílex, y la lucha con pies y manos desnudos. Una hora de descanso para charlar y comer. Luego, una hora en la clase de idioma. Dos horas de trabajo para ayudar a construir las murallas que marcaban los límites de aquel pequeño estado. Media hora de descanso, y después la obligatoria carrera de un par de kilómetros para ir ganando resistencia. Cena de los cilindros, y el atardecer libre excepto para aquellos que tuvieran servicio de guardia u otras tareas.
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