Philip Farmer - Mundo Río (A vuestros cuerpos dispersos)

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Mundo Río (A vuestros cuerpos dispersos): краткое содержание, описание и аннотация

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«A Vuestros Cuerpos Dispersos», «El Fabuloso Barco Fluvial», «El Oscuro Designio» y «El Laberinto Mágico» constituyen los cuatro volúmenes de una de las series mas famosas de la literatura mundial de ciencia ficción: El Mundo del Río.
El mundo imaginado por Philip José Farmer es un mundo cruzado por un único y caudaloso río que lo atraviesa de parte a parte y cuya fuente es desconocida, y al que van a parar todos los seres muertos sobre la Tierra y, resucitados por una desconocida y extraña entidad con propósitos ignorados, en ese extraño planeta.
La vida puede ser muy apacible allí: la subsistencia está asegurada y la resurrección, tras cualquier tipo de muerte, también esta asegurada. Pero el hombre es un ser social, y las relaciones de esa sociedad artificial no son sencillas precisamente. La vida, aun en un mundo así, puede ser terriblemente difícil…
Philip José Farmer escandalizó a la puritana sociedad norteamericana en 1952 con su novela «Los Amantes», donde relataba, mas allá de todo convencionalismo, los amores de un terrestre con una mujer alienígena, por encima de todos los tabúes sociales y religiosos. Más adelante seguiría escandalizando al público con novelas como «Extrañas Relaciones», «Dare», con casi pornográficas como «Carne» y «La Imagen De La Bestia», y con novelas satíricas escritas al estilo Burroughs en las que enfrentaba a su gran personaje Tarzán con otros personajes literarios de la más diversa índole. Nada de su obra sin embargo ha alcanzado la resonancia universal de su serie del Mundo del Río…

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Goering se llevó a su cabaña a una valquiria, una sueca del Siglo XVIII, alta, de anchas espaldas y enormes senos. Burton se preguntaba si no sería un sustituto de la primera mujer de Goering, la cuñada del explorador sueco conde von Rosen. Goering admitió que no solo se parecía a su Karin, sino que además tenía una voz similar. Parecía ser muy feliz con ella, y ella con él.

Luego, una noche, durante la invariable lluvia de madrugada, Burton fue arrancado de un profundo sueño.

Creyó haber oído un chillido, pero lo único que pudo oír cuando estuvo totalmente despierto fue la explosión de un trueno y el restallido de un relámpago cercano. Cerró los ojos, solo para abrirlos de nuevo con sobresalto. Una mujer había gritado en una cabaña cercana.

Saltó en pie, echó a un lado la puerta de bambú, y sacó la cabeza. La fría lluvia le golpeó el rostro. Todo estaba a oscuras excepto las montañas del oeste, que eran iluminadas por los relámpagos. Luego, un rayo cayó tan cerca que se quedó atontado y sordo. Sin embargo, pudo divisar dos figuras fantasmagóricamente blancas justo fuera de la cabaña de Goering. El alemán tenía sus manos en el cuello de su mujer, que estaba agarrada a una de sus muñecas, tratando de apartarla.

Burton corrió, resbaló en la hierba húmeda, y cayó.

Justo cuando se alzaba, otro relámpago le mostró a la mujer de rodillas, inclinada hacia atrás, y el distorsionado rostro de Goering sobre ella. Al mismo tiempo Collop, enrollando una toalla a su cintura, salió de su cabaña. Burton se puso en pie y, aún en silencio, corrió de nuevo. Pero Goering había desaparecido. Burton se arrodilló junto a Karla, le tomó el pulso, y no pudo notar latido alguno. Otro destello del rayo le mostró el rostro de ella con la boca abierta y los ojos desorbitados.

Se alzó y gritó:

— ¡Goering! ¿Dónde estás?

Algo le golpeó en la parte de atrás del cráneo. Cayó de bruces.

Atontado, consiguió incorporarse sobre sus manos y rodillas, solo para ser derribado de nuevo por otro fuerte golpe. Semiinconsciente, consiguió sin embargo rodar sobre su espalda, y alzó sus piernas y manos para defenderse. El rayo le mostró a Goering de pie sobre él, con una porra en la mano. Su rostro era el de un loco.

La oscuridad siguió al rayo. Algo blanco y poco visible saltó sobre Goering en las sombras. Los dos pálidos cuerpos cayeron en la hierba, junto a Burton, y rodaron una y otra vez. Bufaban como gatos, y otro destello del relámpago mostró que se estaban arañando.

Burton se tambaleó poniéndose en pie y caminó pesadamente hacia ellos, pero fue derribado por el cuerpo de Collop, lanzado por Goering. De nuevo se puso en pie. Collop se alzó de un salto y cargó contra Goering. Se oyó un fuerte crac, y Collop se desplomó. Burton trató de correr hacia Goering. Sus piernas rehusaron obedecer sus órdenes: lo llevaron a la deriva, apartándolo de su punto de ataque. Luego otro estallido de luz y sonido mostró a Goering, como en una fotografía, inmóvil en el acto de dar un golpe con la porra a Burton.

Este notó como su brazo quedaba inerte al recibir el impacto de la porra. Ahora le desobedecían no solo las piernas sino también su brazo izquierdo. A pesar de todo, apretó su mano derecha en un puño y trató de golpear a Goering. Se oyó otro crac; sus costillas parecieron hundirse y clavarse contra su pulmón. Quedó sin aliento, y de nuevo cayó sobre la fría y mojada hierba.

Algo cayó a su lado. A pesar de su dolor, tendió la mano hacia ello. Era la porra. Goering debía haberla dejado caer. Estremeciéndose con cada dolorosa inspiración, se incorporó sobre una rodilla. ¿Dónde estaba el loco? Dos sombras danzaban y se desdibujaban, se unían y se separaban. ¡La cabaña! ¡Estaba bizqueando! Se preguntó si tendría una conmoción cerebral. Luego se olvidó de ello, cuando vio vagamente a Goering a la luz de un lejano relámpago. Más bien eran dos Goering. Uno parecía acompañar al otro. El de la izquierda tenía sus pies en el suelo, el de la derecha pisaba en el aire.

Ambos alzaban sus manos hacia la lluvia, como si tratasen de lavarlas. Y cuando los dos se volvieron y caminaron hacia él, comprendió qué era lo que estaban intentando hacer. Gritaban en alemán, y con una sola voz:

— ¡Límpiame la sangre de las manos! ¡Oh, Dios, lávamelas!

Burton se tambaleó hacia Goering, con la porra en alto. Pensaba dejarlo sin sentido, pero, de pronto, Goering se volvió y echó a correr. Burton lo siguió tan de cerca como pudo, bajando la colina, siguiendo otra, y luego por la llanura. Cesó la lluvia, murieron los relámpagos y los truenos, y al cabo de cinco minutos las nubes, como siempre, hubieron desaparecido. La luz de las estrellas iluminó la blanca piel de Goering.

Como un fantasma revoloteaba ante su perseguidor, aparentemente deseando llegar al Río. Burton iba tras él, aunque se preguntaba por qué lo hacía. Sus piernas habían recuperado casi toda su fuerza, y su visión ya no era doble. Al fin, halló a Goering. Estaba en cuclillas junto al Río, mirando fijamente las olas iluminadas por las estrellas.

— ¿Te encuentras bien ahora? — le preguntó Burton. Goering se sobresaltó. Comenzó a alzarse, luego cambió de idea. Gruñendo, metió su cabeza entre las rodillas.

— Sabía lo que estaba haciendo, pero no sé por qué — dijo con voz átona —. Karla me decía que se marcharía por la mañana, que no podía dormir por el ruido que yo hacía con mis pesadillas. Y yo actuaba en forma extraña. Le supliqué que se quedase; le dije que la amaba mucho, que me moriría si me abandonaba. Ella me dijo que me tenía afecto, mejor dicho, que me lo había tenido, pero que no me amaba. De pronto, me pareció que si quería conservarla tendría que matarla. Salió gritando de la cabaña. Ya conoces el resto.

— Pensaba matarte — dijo Burton —, pero puedo ver que eres tan poco responsable como un loco. No obstante, la gente de aquí no aceptará esta excusa. Ya sabes lo que harán: te colgarán boca abajo por los tobillos, y te dejarán colgado hasta que te mueras.

— ¡No lo comprendo! — sollozó Goering —. ¿Qué es lo que me está pasando? ¡Esas pesadillas! Créeme, Burton, si he pecado, bien lo he pagado. ¡Pero parece que debo seguir pagando! Mis noches son un infierno, y pronto también lo serán mis días. Entonces, sólo habrá una forma en que pueda conseguir la paz: me suicidaré. Pero no me servirá de nada; me despertaré de nuevo… y una vez más será un infierno.

— Manténte alejado de la goma de los sueños — le dijo Burton —. Tendrás que sudar sangre, pero puedes hacerlo. Me has dicho que lograste superar tu adicción a la morfina allá en la Tierra.

Goering se alzó y se enfrentó a Burton.

— ¡Ese es el problema! ¡No he tocado la goma desde que llegué a este lugar!

— ¿Cómo? Pero si juraría…

— Supiste que estaba usando esa cosa por la forma en que estaba actuando. Pues no, no he tomado ni un bocado de goma, pero no parece haber diferencia alguna.

A pesar del desprecio que sentía por Goering, Burton experimentó piedad. Le dijo:

— Has abierto la caja de Pandora que había en ti, y parece que no puedes volver a cerrarla. No sé cómo va a acabar esto, pero no me gustaría estar en tu mente. Y no es que no te lo merezcas.

Goering dijo, en una voz tranquila y determinada:

— Los derrotaré.

— Eso significaría que triunfases sobre ti mismo — dijo Burton. Se volvió para marcharse, pero se detuvo para una última pregunta-: ¿Qué es lo que vas a hacer?

Goering indicó con un gesto el Río.

— Ahogarme. Conseguiré comenzar de nuevo. Quizá esté mejor equipado en el próximo lugar. Y desde luego no quiero que me cuelguen como a un pollo en el escaparate de un carnicero.

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