Charles Harness - Los Hombres paradójicos

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En un lejano futuro una minoría aristocrática, totalitaria y belicista domina los Estados Unidos de América, explotando el trabajo de hombres y mujeres que han preferido vivir como esclavos antes que morir en la pobreza. Las paradojas de Einstein y las concepciones históricas de Toynbee animan este libro singular, un clásico eminente de la ciencia-ficción contemporánea.
La novela Los Hombres Paradójicos puede ser considerada como el clímax del banquete de un billón de años.Entreteje el espacio y el tiempo con altura, amplitud y belleza; zumba dando vueltas por el sistema solar como una avispa enloquecida; es ingeniosa, profunda y trivial, todo a la vez, y ha demostrado tener una inventiva que muchas hordas de presuntos imitadores han tratado de alcanzar en vano.

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"El hombre que se tranformará en Alar por medio de una respuesta geotrópica o por cualquier otro medio, a quien llamaremos X; subirá a la T -22 en pocos minutos con un compañero desconocido; los dos serán transportados en la nave a una velocidad superior a la de la luz; eso requiere que se avance hacia atrás en el tiempo; por lo tanto, cuando X traiga a la T -22 de regreso a la Tierra, aterrizará cinco años previos al momento de la partida. Reaparecerá bajo la forma de Alar, por lo que será irreconocible como X.

Haze-Gaunt dirigió al Cerebro una mirada ceñuda.

– ¿Quieres hacerme creer que alguien partirá esta noche en la T -22, viajará hacia atrás en el tiempo, se estrellará en el río Ohio hace cinco años y llegará a la costa bajo la forma de Alar?

El Cerebro asintió.

– Fantástico -murmuró el canciller-; sin embargo hay en todo eso cierta posibilidad. Supongamos por un momento que te creo. ¿Quién es la persona que subirá a la T -22 para convertirse en Alar?

– No estoy seguro -replicó el Cerebro-. Indudablemente es alguien que está en la zona metropolitana, puesto que la T -22 partirá en diez minutos. Podría ser… usted.

Haze-Gaunt le lanzó una mirada dura y calculadora. Keiris se sentía aturdida. ¿Haze-Gaunt, convertido en Alar? ¿Explicaba eso el hecho de que ella creyera reconocer al Ladrón? Pero su intuición rechazaba esa posibilidad.

– Sin embargo…

– Esa hipótesis se torna realmente fascinante si examinamos tus relaciones con Alar -observó el Canciller-. Hace sólo unas semanas tú mismo, con excesiva modestia, nos advertiste que Alar era el hombre más peligroso para el gobierno Imperial. Escapó varias veces, pero fuiste tú el que nos dijo siempre dónde hallarlo; en todas esas oportunidades estuvimos muy cerca de eliminarlo gracias a la información que tú nos diste. Podríamos deducir, con bueno motivos, que Alar es tu más acerbo enemigo personal, categoría en la que yo podría estar incluido (como Alar, por supuesto), de no ser por un grave obstáculo: no, tengo intenciones de subir a la T -22. Por lo tanto no soy yo tu X, y tus motivos para perseguir a Alar permanecen sin explicación. Te recomiendo que seas explícito.

Y volvió a levantar el arma. El Cerebro repuso:

– Para enseñar a los niños a nadar, el método antiguo aconsejaba arrojarlos al agua.

Haze-Gaunt lo miró agudamente.

– Es decir, ¿deseabas hacer que Alar desarrollara sus facultades, poniéndolo ante la necesidad de descubrirlas o morir? ¡Sorprendente método pedagógico! Pero ¿qué te hizo suponer que poseía esas facultades en estado latente?

– Durante mucho tiempo lo pusimos en duda. Alar parecía un hombre común, con excepción de un detalle: el ritmo de su corazón. El doctor Rayen informó que los latidos se aceleraban hasta alcanzar un promedio de 150 pulsaciones por minuto, cosa nunca vista en los anales de la medicina, en momentos de peligro. Acabé por suponer que si Alar era homo superior esa superioridad estaba en latencia. Era como un niño adoptado por una manada de animales salvajes.

"A menos que se viera obligado a comprender su origen superior estaría condenado a andar en cuatro patas, metafóricamente hablando, por el resto de su vida. Sin embargo, si yo lograba erguirlo sobre los pies, tal vez entonces pudiera señalarnos el camino para salir de esta devastación en la que nos estamos hundiendo en este preciso instante.

"Por eso me vi forzado a actuar hace unas seis semanas, al ver que ustedes iban a fijar la fecha para la Operación Finis ; tal vez era prematuro, pero lancé sobre él una violenta persecución que lo obligó a desarrollar una extraordinaria habilidad fótica: era capaz de proyectar una escena tal como nosotros proyectamos una diapositiva.

"Más tarde, bajo el estímulo del dolor estático, hábilmente administrado por Shey, trabó contacto con el eje cronológico de su cuerpo cuatridimensional. Lamentablemente no podía viajar en el tiempo sin ese estímulo, y no puedo culparlo por no someterse voluntariamente a la experiencia. Sin embargo era una habilidad que debía desarrollar por repetición, tal como nosotros aprendemos a hablar. Estoy seguro de que finalmente volvió a usarla en el momento de morir, allá en el Solario Nueve.

"A continuación encaminé a Alar hacia la luna, donde debía aprender algo sobre sí mismo y sobre el vuelo T-22. Después hice que viajara hasta la estación solar, con Shey y Thurmond pegados a sus talones. Tenía que surgir triunfante de esa situación; en completa conciencia de su superioridad y de la misión que le correspondía. La alternativa era la muerte. No le di otra salida.

Haze-Gaunt se levantó para caminar por el suelo de piedra, mientras su mascota parloteaba asustada, saltándole de un hombro al otro.

– Te creo -dijo al fin-. No me extraña que no pudiéramos matar a Alar. Por otra parte también tu debes admitir la derrota, pues tal parece que tu protegido te ha abandonado, a ti y a tu causa.

– Usted no me ha comprendido -dijo secamente el Cerebro-. Alar ha muerto.

Por un instante cayó sobre la habitación un asombrado silencio, quebrado inmediatamente por dos exclamaciones simultáneas:

– ¡Bien! -estalló Haze-Gaunt…

Mientras tanto la señora Haze-Gaunt había gritado:

– ¡No!

Keiris se hundía lentamente en la silla, terriblemente pálida, con dos profundos círculos oscuros bajo los ojos. El Cerebro había predicho el destino de Alar, pero ella no había logrado aceptarlo como cosa hecha. Ni por un instante se le ocurrió que el esclavo pudiera estar equivocado. No, era verdad. Y aunque esa horrible certidumbre la destrozaba por completo aún no podía captar el hecho desnudo e irrefutable de que él estuviera muerto. Alar no podía haber desaparecido para siempre de su vida. No, no podía haberse marchado, jamás lo haría. Eso debía ser verdad. El Cerebro había dicho… ¿cómo era?: "Alar ha alcanzado una semidivinidad". En ese caso no había conflicto. Alar había muerto y vivía. Aun perdiendo la vida había triunfado. Y aunque ella no lo comprendía del todo, a sus mejillas volvió a asomar un poco de color.

Haze-Gaunt no le prestaba la menor atención. Se había permitido una amplia sonrisa, golpeando el puño cerrado contra la palma de la otra mano. En seguida retomó su sobriedad y azuzó el Cerebro, que lo observaba desde su asiento, imperturbable.

– Eso significa que tu protegido no te ha abandonado – comentó, con cierta irritación-. Ha muerto, eso es todo. La situación no te permite mucha confianza con respecto a tu propio éxito.

Fuera se oyó el ruido de un ascensor al abrirse y cerrarse nuevamente. En seguida fue un ruido de pies que corrían en forma vacilante. Era Eldridge, el ministro de Guerra. Traía el uniforme en desorden, con manchas de transpiración en el cuello y en las sisas. Los ojos inyectados en sangre se destacaban notablemente en el rostro ceniciento.

Haze-Gaunt lo sujetó en el preciso momento en que caía.

– ¡Hable, estúpido! -gritó, sujetándolo por los sobacos para sacudirlo.

Eldridge se limitó a poner los ojos en blanco y a abrir la boca un poco más. El Canciller lo dejó caer y le asestó un puntapié. en el estómago, arrancándole un débil gemido.

– Lo que ese hombre trataba de decir -indicó el Cerebro- es que el radar de la costa ha detectado grandes flotillas de cohetes dirigidos hacia el oeste. Esta zona estará destruída por completo dentro de cinco minutos, hasta una profundidad de varios kilómetros.

En el largo silencio que siguió a esa revelación no se movió un músculo en el rostro del Canciller. Hasta el tarsioide parecía petrificado. Keiris pensó por un momento:

– Parecen gemelos…

XXI EL CICLO ETERNO

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