Sólo el Canciller, en medio del grupo, parecía completamente sereno. Estaba tranquilamente recostado en su silla de terciopelo, con las largas piernas cruzadas en fácil elegancia. Su perfecta confianza parecía decir: "Estoy seguro de la respuesta y he tomado precauciones extraordinarias".
Para Eldridge la situación se iba tornando insoportable.
– ¡Contesta, maldito! -gritó, sacando la pistola.
Haze-Gaunt le detuvo con un gesto irritado.
– Si es Muir tiene también armadura de Ladrón. Deje ese juguete y siéntese.
Y agregó, volviéndose hacia el Cerebro:
– El mero hecho de que te demores es bastante expresivo, pero ¿qué piensas ganar con eso? ¿unos instantes de vida?
Torció los labios en una sutilísima burla y concluyó:
– ¿O acaso el hombre mejor informado del sistema solar no conoce su propia identidad?
El tarsioide de Haze-Gaunt, temblorosamente aferrado al hombro de su amo, lanzó unos débiles quejidos en dirección al Cerebro, que no había cambiado de posición. Tenía los brazos apoyados en los soportes de la silla, como siempre; Keiriss creyó verle la calma de siempre. Pero Haze-Gaunt gozaba de un modo casi sensual su victoria sobre el hombre que más odiaba, con el cual había luchado durante casi una generación; para él había algo más en ese hombre.
– Ante nosotros, señores -observó, ceñudo-, a pesar de toda su aura de sabiduría, tenemos un animal asustado.
– Sí, estoy asustado -dijo el Cerebro con voz clara y fuerte-. Mientras nosotros jugamos a las escondidas con la identidad, la civilización Toynbee Veintiuno se tambalea bajo un golpe mortal. Si no se hubiera prohibido cualquier interrupción a esta conferencia, ustedes, señores ministros, sabrían que la Federación Oriental declaró la guerra a América Imperial hace ochenta segundos.
"¡Qué magnífica fantochada!", pensó Keiris, en desesperada admiración.
– Señores -dijo Haze-Gaunt, mirando a su alrededor-, confío en que todos ustedes aprecien esta última sutileza del Cerebro. El enigma de su identidad se pierde súbitamente en la excitación despertada por gigantescas, pero ficticias conjeturas. Creo que ahora podemos volver a mi pregunta.
– Pregunten a Phelps qué le ha dicho su receptor oculto- indicó fríamente el esclavo.
Phelps pareció sentirse incómodo. Al cabo murmuró:
– El Cerebro está en lo cierto, sea quien sea. Tengo un audífono que también incluye un aparato de radio. Lo que ha dicho es verdad: la Federación Oriental nos ha declarado la guerra.
. Se hizo un extraño silencio. Finalmente Haze-Gaunt expresó:
– Obviamente eso lo cambia todo. El Cerebro será puesto bajo arresto para un interrogatorio más profundo. Mientras tanto es una pérdida de tiempo que el consejo permanezca aquí. Todos ustedes tienen órdenes fijas para esta contingencia. Ha llegado el momento de llevarlas a cabo. Nos mantendremos unidos.
Se levantó. Keiris, al relajarse, puso toda su voluntad en no perder el sentido. Los ministros salieron apresuradamente; sus pasos, sus nerviosos murmullos, se perdieron por el peristilo. Las grandes puertas de bronce de los ascensores se cerraron con estruendo, Haze-Gaunt se volvió bruscamente y tomó asiento. Sus ojos duros volvieron a fijarse en la cara desfigurada, pero serena, que seguía en el interior de la cúpula. Keiris aceleró el ritmo de su respiración: aquello no había terminado, sino que recién comenzaba.
El Cerebro parecía perdido en su meditación, indiferente por completo a la probabilidad de su muerte inminente. Haze-Gaunt extrajo una especie de pistola de un bolsillo, diciendo con suavidad:
– Esto es una pistola de dardos envenenados. Ese proyectil puede penetrar fácilmente en tu coraza plástica; bastará con que te haga un leve rasguño. Quiero que me hables de ti; tienes mucho que decirme. Puedes empezar ahora mismo.
Los dedos del Cerebro tamborilearon indecisos en el brazo de la silla. Cuando al fin levantó la vista no fue hacia su verdugo, sino hacia Keiris. A ella le habló.
– Cuando su esposo desapareció, hace diez años, le indicó que se mantendría en contacto con usted por mi intermedio. Por entonces yo era un mísero número de feria. Sólo en años recientes he tenido acceso a la vasta información que me ha conducido a esta situación de importancia.
– ¿Puedo interrumpir? -murmuró Haze-Gaunt- El Cerebro Microfílmico original, aquel pobre hombre de la feria, se parecía notablemente a ti. Pero ocurre que murió hace diez años en el incendio de un circo. Oh, admito que esas quemaduras tuyas son auténticas. En realidad te desfiguraste deliberadamente las facciones. Y ahora que he corregido el informe, te ruego que continúes.
Keiris observó, horrorizada, llena de fascinación, que el Cerebro se humedecía los labios resecos para proseguir:
– Esto significa que mi disfraz ha fracasado. Pero hasta ahora, según creo, nadie sospechó mi verdadera identidad. Lo extraño es que no me hayan descubierto hace tiempo. Pero continuemos. Por intermedio de Keiris proporcioné informaciones vitales a la Sociedad de Esclavos, de la cual esperaba que acabara por derribar esta administración corrupta para salvar a nuestra civilización. Pero sus gallardos esfuerzos no han servido de nada. Una minoría, por brillante que sea, no basta para reformar una sociedad desintegrada en una sola década.
– ¿Admites, entonces, que te hemos derrotado, y también a tu tan mentada Sociedad? -preguntó fríamente Haze-Gaunt.
El Cerebro le clavó los ojos.
– Hace media hora di a entender que Alar había alcanzado una semidivinidad. El hecho de que ustedes me hayan derrotado o no, así como a mi "mentada Sociedad", depende de la identidad que corresponda a esa inteligencia que hemos estado llamando Alar.
– No te escondas detrás del palabrerío -le espetó Haze-Gaunt.
– Tal vez me entienda usted si lo expreso de otra manera. En el Dromo Central de los Laboratorios Espaciales está la T -22, recién terminada, lista para partir en su viaje de inauguración. Hace cinco años, como todo el mundo sabe, una nave espacial al rojo-blanco se estrelló en el río Ohío. La policía fluvial descubrió entonces algunas cosas llamativas: las partes metálicas de la nave eran de composición idéntica a las aleaciones que Gaines y yo habíamos preparado para la T -22.
"¿Acaso se trataba de una raza vecina que trataba de llegar a nuestro sol? Esperamos a que aparecieran nuevas pruebas; surgieron al día siguiente, cuando apareció un hombre vagabundo por la ribera, aturdido, casi desnudo, con un libro encuadernado en cuero. Ese libro tenía impresas en oro las palabras "T-22, Bitácora". En la cabina del piloto de la T -22 hay uno exactamente igual.
– Tu historia es muy interesante -dijo Haze-Gaunt-, pero tendrás que abreviarla. Quiero información, auténtica información, no un cuento de hadas.
Levantó la pistola, mientras el tarsioide huía entre chillidos, bajando por su espalda.
– Ese hombre era Alar, el Ladrón -dijo el Cerebro-. ¿Quiere usted que prosiga o prefiere matarme ahora mismo?
Haze-Gaunt vaciló; finalmente bajó el arma y ordenó: -Prosigue.
– Mantuvimos a Alar bajo observación en los alojamientos de dos Ladrones, que ya han muerto. No dejábamos de contemplar la posibilidad de que fuera un espía enviado por usted. Gradualmente fui comprendiendo cuál era su verdadera identidad, a medida que descartaba las explicaciones imposibles.
"Analicemos los hechos. Hace cinco años aterrizó aquí una nave ideática a la T -22. Empero ésta partirá en su vuelo inaugural dentro de quince minutos. Dejando a un lado cualquier otro hecho y todas las teorías involucradas en esto, la verdad es que esa nave comenzará a avanzar hacia atrás en el tiempo en cuanto despegue y así seguirá su marcha hasta que se estrelle… ¿o debería decir "se estrelló"? cinco años atrás.
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