— ¿Quieres decir que están haciendo Cygnus A?
Le vino a la memoria una noche estival de su infancia, en Michigan, cuando sintió miedo de caerse al cielo.
— Pero no sólo nosotros. Se trata de un proyecto… de colaboración entre numerosas galaxias. Nuestra tarea consiste principalmente en el trabajo de ingeniería. Somos muy pocos los que nos dedicamos a las civilizaciones en surgimiento.
En cada pausa, Ellie experimentaba una especie de hormigueo en la cabeza, cerca del lóbulo parietal izquierdo.
— ¿Existen proyectos de cooperación intergalácticos? — preguntó —. ¿Quieres decir que hay infinidad de galaxias, cada una con su Administración Central, y a la vez formadas por cientos de miles de millones de estrellas? ¿Vierten millones de soles en Centauro… perdón, en Cygnus A? Discúlpame, pero la escala me deja anonadada. ¿Para qué lo hacéis? ¿Con qué intención?
— No debes pensar en el universo como en un desierto porque hace miles de millones de años que no lo es. Considéralo más bien… cultivado.
Nuevamente el hormigueo.
— Pero ¿con qué objeto? ¿Qué es lo que se puede cultivar?
— La cuestión básica es sencilla. No te dejes impresionar por la escala; al fin y al cabo, eres astrónoma. El problema radica en que el universo se expande, y no hay en él suficiente materia como para frenar la expansión. Después de un tiempo ya no hay otras galaxias, estrellas, planetas ni nuevas formas de vida… sólo lo mismo de siempre. Todo va a agotarse, y resultará aburrido. Por eso, en Cygnus A estamos poniendo a prueba la tecnología para producir algo novedoso, que podríamos denominar un experimento en remodelación urbana. No es nuestro único ensayo. Puede suceder que, más adelante, decidamos clausurar un sector del universo e impedir que el espacio se quede cada vez más vacío a medida que transcurren los eones. La manera de lograrlo, por supuesto, es aumentando la densidad de la materia local. Es un trabajo como cualquier otro.
Igual que dirigir una ferretería en Wisconsin.
Si Cygnus A se hallaba a seiscientos millones de años luz, los astrónomos de la Tierra — o de cualquier punto de la Vía Láctea, para el caso — lo veían tal como había sido seiscientos millones de años atrás. Sin embargo, sabía que, seiscientos millones de años antes no había en la Tierra ni el menor signo de vida. Ellos eran viejos.
Seiscientos millones de años antes, en una playa como ésa… pero sin cangrejos, gaviotas ni palmeras. Trató de imaginar una planta microscópica arrastrada a la costa, mientras esos seres se ocupaban de experimentar con la galactogénesis y los principios básicos de la ingeniería cósmica.
— ¿Hace seiscientos millones de años que venís arrojando materia en Cygnus A?
— Bueno, lo que captasteis mediante la radioastronomía fue sólo una de nuestras primeras pruebas de factibilidad. Ahora hemos avanzado mucho más.
Y a su debido tiempo, al cabo de millones de años, los radioastrónomos de la Tierra — si aún quedaban — detectarían un adelanto sustancial en la reconstrucción del universo alrededor de Cygnus A. Se preparó para enterarse de ulteriores revelaciones, proponiéndose no dejarse apabullar. Existía una jerarquía de seres en una escala que ella jamás imaginó. Sin embargo, la Tierra tenía su lugar, un puesto clave en dicha jerarquía porque seguramente ellos no se habían tomado semejantes molestias si no era con algún fin.
La negrura se desplazó hasta el cenit y allí fue consumida. Retornaron entonces el Sol y el cielo azul. El paisaje era el mismo: marejada, arena, palmeras, puerta, microcámara, hoja de palmera, y su… padre.
— Esas nubes interestelares y esos anillos que se mueven cerca del núcleo de la Galaxia ¿no se deben a explosiones periódicas que se producen por aquí? ¿No es peligroso situar la Estación en este lugar?
— Episódicas, no periódicas. Las hay de pequeña magnitud, no como las que provocamos en Cygnus A. Y puede controlárselas. Cuando sabemos que se avecina una, nos acurrucamos. Si el riesgo es grande, trasladamos provisoriamente la Estación a otro sitio. Pero todo esto es trabajo de rutina.
— Claro, de rutina. ¿Vosotros lo construisteis todo? Digo los subterráneos. ¿Vosotros y los otros… ingenieros de las demás galaxias?
— No, no. No construimos nada.
— Explícamelo mejor, porque no entiendo.
— Al parecer, ocurrió lo mismo en todas partes. En nuestro caso, surgimos hace mucho tiempo en muchos mundos distintos de la Vía Láctea. Los primeros de nosotros desarrollaron los vuelos interestelares y por azar descubrieron una de las estaciones de tránsito. Desde luego no sabíamos qué era. Nosotros ni siquiera podíamos asegurar que fuese algo artificial, hasta que algunos valientes se atrevieron a deslizarse por allí.
— ¿Quiénes son esos «nosotros»? ¿Te refieres a los antepasados de tu… raza, de tu especie?
— No, no. Somos numerosas especies de muchos mundos. Llegamos a hallar gran cantidad de subterráneos — de diversas edades y estilos de ornamentación —, todos abandonados. Como la mayoría se encontraba en buenas condiciones, lo único que hicimos fue repararlos e introducirles algunas mejoras.
— ¿No había ningún otro artefacto, ciudades muertas, crónicas de la época?
Él negó con la cabeza.
— ¿Ningún planeta industrializado que hubiese sido abandonado?
Él repitió el gesto.
— ¿Quieres decir que hubo una civilización que abarcó toda la galaxia, y que desapareció sin dejar rastros, salvo las estaciones?
— Fue más o menos así. Y lo mismo sucedió en otras galaxias. Hace miles de millones de años se fueron a otra parte, y no tenemos ni idea de a qué sitio.
— Pero, ¿dónde pueden haber ido?
Él meneó la cabeza por tercera vez.
— ¿Entonces vosotros no…?
— Somos meros guardianes. Quizás algún día regresen.
— Bueno, una sola más — imploró Ellie, blandiendo el dedo índice como seguramente habría sido su costumbre a los dos años —. Una última pregunta.
— Está bien — aceptó él, tolerante —. Pero mira que nos quedan pocos minutos.
Ellie echó otro vistazo a la puerta y contuvo un estremecimiento al ver que pasaba a su lado un cangrejo pequeño, casi transparente.
— Quiero que me hables de vuestros mitos, vuestras religiones. ¿Hay algo que os inspire sobrecogimiento, o acaso los creadores de lo sobrenatural no sentís nada frente a ello?
— También vosotros hacéis lo sobrenatural, pero ya sé qué es lo que me preguntas.
Claro que lo sentimos. Comprenderás que me cuesta mucho comunicarte algunas de estas cosas, y por eso prefiero ilustrarte con un ejemplo, que no será del todo exacto, pero al menos te dará…
Hizo una pausa y ella sintió de nuevo el hormigueo, esa vez en el lóbulo occipital izquierdo. Tuvo la sensación de que él le estaba efectuando disparos a sus neuronas.
¿Hubo algo que él no había captado la noche anterior? De ser así, se alegraba puesto que eso quería decir que no eran seres perfectos.
— …cierta idea de qué es lo sobrenatural para nosotros. Se refiere a pi, o sea la relación entre la circunferencia y el diámetro de un círculo. Esto lo conoces, por supuesto, como también sabes que pi es inconmensurable. No hay criatura en el universo, por inteligente que sea, que pueda calcular pi hasta su último dígito porque no existe, sino que las cifras se prolongan hasta el infinito. Los matemáticos humanos realizaron el esfuerzo de calcularlo hasta…
De nuevo el hormigueo.
— …su diez mil millonésimo dígito. Me imagino que no te sorprenderá enterarte de que otros matemáticos han avanzado aún más. Bueno, cuando se llega a diez a la vigésima potencia, ocurre algo. Desaparecen los números fortuitos, y durante un período increíblemente prolongado se obtiene sólo una larga serie de unos y ceros.
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