Robert Silverberg - El hombre en el laberinto

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El hombre en el laberinto: краткое содержание, описание и аннотация

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Una raza de arañas de extraordinaria inteligencia, de arañas pensantes, lo había transformado en un nuevo Minotauro. El representaba la única —y la última— esperanza del género humano, y era indispensable encontrarlo. Pero un objetivo semejante suponía internarse en un superlaberinto y realizar un trayecto cuyos riesgos y secretos excedían toda imaginación.
El hombre en el laberinto

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— Sí. ¿Cómo me afecta?

— Boardman piensa que podríamos lograr que los seres radiales nos dejaran en paz si les demostráramos que estamos más cerca de ellos en materia de inteligencia que sus otros esclavos. Si pudiéramos comunicarles que tenemos emociones, necesidades, ambiciones, sueños.

Muller escupió.

— Un judío, ¿no tiene ojos? Un judío, ¿no tiene manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos, pasiones? Si nos pincháis, ¿no sangramos?

— Sí; es eso.

— ¿Y cómo nos comunicaremos con ellos si carecen de un lenguaje verbal?

— ¿No lo comprende?

— No. Yo… Sí ¡Por Dios, sí!

— Existe un hombre, entre todos los miles de millones de hombres, que no necesita de las palabras para comunicarse. Transmite sus sentimientos. Su alma. No sabemos qué frecuencia utiliza, pero quizás ellos lo sepan.

— Sí. Sí.

— Y por eso Boardman quería pedirle que hiciera una cosa más por la humanidad. Que fuera a ver a esos seres. Que ellos pudieran recibir su transmisión. Que les demostrara que no somos animales.

— Pero entonces, ¿por qué me hablaste de volver la tierra, de que me mentiste?

— Un truco. Una trampa. Había que sacarle de laberinto, de cualquier forma. Y cuando estuviese fuera podríamos contarle toda la historia y pedirle ayuda.

— ¿Reconociendo que no había cura?

— Sí.

— ¿Y qué te hace pensar que yo iba a mover un dedo para evitar que los mundos humanos fuesen esclavizados?

— Su ayuda no tendría que ser necesariamente voluntaria — dijo Rawlings.

7

Ahora llegó el torrente de odio, de angustia de temor, de celos, de tormento, de amargura, de burla, de desprecio, de ira, de desesperación, de vehemencia, de agitación, de pena, de dolor, de agonía, de fuego, de furor, Rawlings se apartó como si le hubiesen quemado. Muller navegaba en la desesperación más profunda. Una trampa, una trampa, ¡todo había sido una trampa! Nuevamente lo habían usado. Era una herramienta para Boardman. Muller ardía. Sólo dijo unas pocas palabras en voz alta; el resto llegó desde dentro, derramándose por un dique abierto, sin contener nada: un torrente de furia.

Cuando el espasmo pasó, Muller preguntó, de pie entre dos fachadas que sobresalían:

— ¿Boardman me tiraría a las rodillas de esos seres, aunque yo no quisiera ir?

— Sí. Dijo que esto era demasiado importante para permitirle elegir libremente. Sus deseos son irrelevantes. La mayoría contra el individuo.

Con una calma mortal, Muller dijo:

— Tú formas parte de esta conspiración. ¿Por qué me has dicho todo esto?

— Porque renuncié.

— Sí, claro.

— No. En serio. Sí, formé parte de todo. Sí, hice lo que quería. Mentí en todo lo que le dije. Pero no sabía la última parte…, que no podría elegir. Tuve que venir. No podía permitir que le hicieran eso. Tenía que decirle la verdad.

— Muy considerado de tu parte. Ahora tengo dos opciones, ¿eh, Ned? Puedo dejar que me arrastren fuera de aquí para sacarle las castañas del fuego nuevamente, o puedo matarme dentro de un minuto y dejar que la humanidad se vaya al diablo, ¿no?

— No diga eso — dijo Rawlings irritado.

— ¿Por qué no? Son mis opciones. Tuviste la bondad de revelarme la verdadera situación y ahora puedo reaccionar como me parezca. Me has comunicado mi sentencia de muerte, Ned.

— No.

— ¿Qué otra cosa me queda? ¿Dejar que me usen nuevamente?

— Podría… cooperar — dijo Rawlings. — humedeciéndose los labios —. Sé que parece un disparate. Pero podría demostrarle quién es usted. Olvidar toda esta amargura. Poner la otra mejilla. Recordar que Boardman no es toda la humanidad. Hay millones de personas inocentes…

— Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.

— ¡Sí!

— Cada uno de esos millones huiría da de mí si me acercara.

— ¿Y qué? ¡No pueden evitarlo! ¡Pero son su gente!

— Y yo soy la suya. No pensaran en eso cuando me echaron.

— Eso no es racional.

— No, no lo es. Y no pienso ponerme racional ahora. Suponiendo que el destino de la humanidad pudiese ser modificado si yo me convirtiera en embajador ante esos seres radiales (y no pienso hacerlo), sería un gran placer no cumplir con mi deber. Te agradezco tu advertencia. Ahora que, finalmente, sé qué es lo que sucede aquí, tengo la excusa que he estado buscando todos estos años. Conozco un millar de lugares donde la muerte sería rápida y no muy dolorosa. Y que Charles Boardman hable personalmente con esos tipos Yo…

— Por favor, Dick, no te muevas — dijo Boardman desde un punto situado treinta metros detrás de él.

Capítulo XII

1

Para Boardman, todo aquello era muy desagradable. Pero también era necesario, y no le había sorprendido que los acontecimientos evolucionaran así. En su análisis original había previsto dos posibilidades: o Rawlings conseguía sacar a Muller del laberinto o Rawlings se rebelaba y decía la verdad a Muller. Estaba preparado para las dos.

Ahora, Boardman se había desplazado hasta el centro del laberinto, desde la zona F, Para seguir a Rawlings antes de que el daño fuese irreparable. Podía predecir una de las respuestas posibles de Muller: suicidio. Muller nunca se suicidaría por desesperación, pero podía hacerlo como venganza. Con Boardman estaban Ottavio, Davis, Reynolds y Greenfield. Hosteen, con los demás, vigilaba en las zonas externas. Todos estaban armados.

Muller se volvió. No era fácil mirar la expresión de su rostro.

— Lo siento mucho, Dick — dijo Boardman —. Teníamos que hacerlo.

— No tenéis vergüenza, ¿verdad? — preguntó Muller.

— Cuando la tierra está en juego, no.

— Hace tiempo que sé eso. Pero creí que eras humano, Charles. No llegué a comprender tu esencia.

— Ojalá que no hubiéramos tenido que hacer nada de esto, Dick. Pero tuvimos que hacerlo. Ven con nosotros.

— No.

— No puedes negarte. El chico te dijo cuál es la situación. Ya te debemos más de lo que podremos pagarte nunca, Dick. Aumenta esa deuda un poco más. Por favor.

— No me iré de Lemnos. No me siento obligado hacia la humanidad. No haré tu trabajo.

— Dick.

— A cincuenta metros al noroeste de donde estoy, hay un pozo de llamas. Voy a ir andando hasta allí. En diez segundos no habrá más Richard Muller. Una infortunado calamidad eliminará a otra y la Tierra no estará peor de lo que estaba antes de que yo adquiriera mi habilidad especial. Ya que no apreciasteis esa habilidad anteriormente, no veo ninguna razón para que la utilicéis ahora.

— Si quieres matarte — dijo Boardman —, ¿por qué no esperas unos meses?

— Porque no me interesa haceros un servicio.

— Eso es infantil. Es la última tontería que hubiera imaginado que cometerías.

— También era infantil cuando soñaba con las estrellas — replicó Muller —. Simplemente, soy coherente. Los extragalácticos pueden comerte vivo, Charles. No me importa. ¿No te gustaría ser un esclavo? En algún lugar de tu cerebro estarías gritando, pidiendo que te liberaran, pero los mensajes radiales te dirían qué brazo levantar, qué pierna mover. Me gustaría vivir lo suficiente para ver eso. Pero voy a ir hasta ese pozo de llamas. ¿No vas a desearme un buen viaje? Acércate, deja que toque tu brazo. Toma una buena dosis de mí. La última. Ya no molestaré más.

Muller estaba temblando. Su cara sudaba. Su labio superior se contraía.

— Por lo menos ven a la zona F. conmigo — dijo Boardman —. Nos sentaremos tranquilamente y discutiremos esto bebiendo coñac.-

— ¿Juntos? — Muller rió. — Vomitarías. No podrías soportarlo.

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