Su dedo se crispó sobre el gatillo.
— Ahora — dijo —. Rápido.
— ¡No! — gritó Boardman —. Por el amor de…
— …el hombre — dijo Muller, riendo, y no disparó. Dejó caer el brazo y tiró el arma con gesto de fastidió hacia donde estaba Boardman. Aterrizó a sus pies.
— ¡Espuma! ¡Rápido!
— No te molestes — dijo Muller —. Soy tuyo.
A Rawlings le llevó bastante tiempo entenderlo.
Primero tuvieron que afrontar el problema de salir del laberinto. Aun con Muller dirigiéndolos fue un trabajo abrumador. Tal como habían sospechado acercarse a las trampas desde el lado interno no era lo mismo que sortearlas desde afuera. Cautelosamente, Muller los condujo a través de la zona E; ellos conocían bastante bien la F y, después de desmantelar el campamento, entraron en G. Rawlings seguía esperando que Muller saltara súbitamente y se arrojara en alguna trampa espantosa. Pero Muller parecía tan ansioso por salir del laberinto con vida como cualquiera de ellos. Y, curiosamente, Boardman se había dado cuenta de eso. Aunque vigilaba de cerca a Muller, lo dejó en libertad.
Sintiendo que había caído en desgracia, Rawlings, se mantuvo apartado de los demás durante la silenciosa marcha hacia fuera. Consideraba que había arruinado su carrera. Había puesto en peligro las vidas de sus compañeros y el éxito de la misión. Pero sentía que había valido la pena. Llega un momento en que un hombre debe actuar contra lo que considera incorrecto.
El simple placer moral que experimentaba era contrarrestado por la conciencia de que había actuado ingenua, romántica, tontamente. No podía enfrentarse con Boardman. Más de una vez pensó que debía permitir que uno de las trampas mortales de las zonas exteriores le atrapara. Pero decidió que eso también sería ingenuo, romántico y tonto.
Miró a Muller, que avanzaba a zancadas…, alto, orgulloso, con sus conflictos resueltos y sus dudas cristalizadas. Y se preguntó mil veces por qué Muller había entregado la pistola.
Finalmente Boardman se lo explicó, cuando acamparon para pasar la noche en una precaria plaza, cerca del borde externo de la zona G.
— Mírame — dijo Boardman —. ¿Qué te pasa? ¿Por qué no me miras?
— No juegue conmigo, Charles. Hágalo de una vez.
— Que haga, ¿qué?
— Que me insulte. Quiero oír la sentencia.
— Todo está bien, Ned. Nos ayudaste a obtener lo queríamos. ¿Por qué iba a estar enfadado?
— Pero… la pistola… Yo le di la pistola.
— De nuevo confundes el fin y los medios. Viene con nosotros. Está haciendo lo que queríamos que hiciera. Eso es lo único que cuenta.
Atropelladamente, Rawlings preguntó:
— ¿Y si se hubiera matado…, o nos hubiera matado?
— No hubiera hecho ninguna de las dos cosas.
— Eso lo dice ahora. Pero en aquel momento, cuando tenía la pistola…
— No — dijo Boardman —. Te dije al principio que trabajaríamos sobre la base de su sentido del honor. Tuvimos que volver a despertarlo. Tú lo hiciste. Mira: aquí estoy yo, el brutal representante de una sociedad brutal y amoral, ¿no es así? Yo confirmo las peores ideas de Muller sobre la humanidad… ¿Por qué iba a ayudar a una manada de lobos? Y aquí estás tú, joven e inocente, lleno de sueños y esperanzas. Le recuerdas a la humanidad a la que conoció antes de que el cinismo lo corroyera. Torpemente, tratas de ser moral en un mundo que no muestra trazas de ética ni de sensatez. Demostraste simpatía y amor por un semejante y la capacidad de hacer un gesto dramático por lo que creías correcto, le demostraste a Muller que todavía hay esperanzas para la humanidad, ¿te das cuenta? Me desafías y le das un arma y lo conviertes en el árbitro de la situación. Podía haber hecho lo más obvio y matarnos. Podía haber hecho algo menos obvio y matarse. O podía ponerse a tu altura, superarte, renunciando deliberadamente y demostrando su superioridad moral. Lo hizo. Arrojó el arma. Fue decisivo, Ned. Fuiste el instrumento a través del cual conseguimos su cooperación.
— Todo parece horrible cuando usted lo explica así, Charles. Como si también hubiese planeado eso. Empujándome tanto que tuviera que darle el arma, sabiendo que…
Boardman sonrió.
— ¿Lo hizo? — preguntó Rawlings de golpe —. No. No puede haber calculado todos esos vericuetos. Ahora, cuando todo terminó, está tratando de hacerme creer que lo tenía todo previsto. Pero yo le miré en el momento en que di el arma a Muller. Había temor en su cara, e ira. Usted no estaba seguro de lo que iba a hacer. Pero como todo salió bien ahora dirá que lo tenía planeado. ¡No me engaña, Charles!
— Es delicioso ser tan transparente — dijo alegremente Boardman.
El laberinto no parecía interesado en retenerles. Cuidadosamente, recorrieron el camino de salida, pero encontraron pocos desafíos y ningún peligro serio. Rápidamente se dirigieron hacia la nave.
Dieron a Muller una cabina a proa, alejada del alojamiento de la tripulación. Pareció aceptarlo como una consecuencia de su condición y no se ofendió. Se mantenía apartado, solo, lacónico. A menudo, una sonrisa irónica vagaba por sus labios y la mayor parte del tiempo sus ojos tenían un brillo despectivo. Pero estaba dispuesto a hacer lo que se le ordenaba. Había tenido su momento de supremacía; ahora pertenecía a los demás.
Hosteen y sus hombres hicieron a toda prisa los preparativos para el despegue. Muller permanecía en su cabina. Boardman fue a verle, solo y sin armas. El también podía tener actitudes nobles.
Se miraron por sobre una mesa baja. Muller aguardó, en silencio, sin mostrar la menor emoción en su cara. Después de un rato, Boardman dijo.
— Te estoy muy agradecido, Dick.
— Ahórrate eso.
— No me importa que me desprecies. Hice lo que tenía que hacer. Igual que el chico. Y ahora lo harás tú. Después de todo, no podías olvidar que naciste en la Tierra.
— Ojalá pudiera.
— No digas eso. Es amargura retórica, fácil, barata, Dick. Los dos somos demasiado viejos para hacer retórica. El universo es un lugar peligroso. Hacemos lo que podemos. Lo demás no importa.
Estaba sentado bastante cerca de Muller. La emanación le daba de lleno, pero, deliberadamente, no se movió. Esa onda de desesperación que lo hacía sentir como si tuviera mil años de edad La decadencia del cuerpo, el derrumbe del alma, la muerte térmica de la galaxia…, la llegada del invierno…, vacío…, cenizas.
— Cuando lleguemos a la Tierra — dijo tajante — haré que recibas todas las informaciones pertinentes. Cuando las asimiles sabrás tanto como nosotros sobre los extragalácticos, lo que no es decir gran cosa. Después, harás lo que te parezca. Pero estoy seguro que sabes, Dick, que los corazones de millones de terráqueos rezarán por ti y por tu éxito.
— ¿Quién hace retórica? — preguntó Muller.
— ¿Hay alguien a quien te gustaría ver cuando lleguemos a la Tierra?
— No.
— Puedo avisar con antelación. Hay gente que nunca dejó de quererte, Dick, Estarán esperándote, si yo se lo pido.
Lentamente Muller dijo:
— Veo el esfuerzo en tus ojos, Charles. Mi proximidad te está destrozando, la sientes en las entrañas, en la frente, en el estómago. Tú piel está gris. Tus mejillas se han aflojado. Te quedarías ahí sentado aunque te mueras, porque es tu estilo. Pero es infernal. Si en la Tierra hay alguien que nunca dejó de quererme, lo menos que puedo hacer por esa persona es ahorrarle ese infierno. No quiero ver a nadie. No quiero hablar con nadie.
— Como quieras — dijo Boardman. Gotas de sudor colgaban de sus cejas tupidas y caían sobre sus mejillas. Quizá cambies de idea cuando te acerques a la Tierra.
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