Hal Clement - Misión de gravedad

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Misión de gravedad: краткое содержание, описание и аннотация

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El planeta Mesklin es grande y muy denso. La gravedad en su superficie varía enormemente desde 3 g en el ecuador hasta 700 g en los polos. Los océanos son de metano líquido y la nieve es amoniaco congelado. En estas condiciones de pesadilla viven los mesklinitas, quienes han desarrollado una cultura y una sociedad perfectamente acorde con las condiciones de su entorno. Barlemann, un osado marinero mesklinita, acepta emprender un viaje imposible para salvar una costosa sonda terrestre averiada en el polo del planeta. Para los mesklinitas el viaje constituye una maravillosa oportunidad de descubrir la ciencia y avanzar en el camino del conocimiento, fuerza motríz que les guía a través de numerosas aventuras.

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Era angosta; en el punto más estrecho, setecientos kilómetros al norte del ecuador, media apenas mil doscientos kilómetros de costa a costa, y esa distancia se reducía considerablemente si las mediciones se efectuaban desde los puntos utilizables más altos de los ríos principales. Quizá quinientos kilómetros, parte de ellos sobre una cordillera, eran todo lo que se interponía entre el Bree y una ruta bastante transitable hasta el distante objetivo del terrícola. ¡Quinientos kilómetros! Apenas un paso según las pautas de Mesklin.

Por desgracia, era mucho más que un paso para un marino mesklinita. El Bree aún estaba en el otro océano; Lackland, después de contemplar en silencio el mosaico que le rodeaba, se lo comentó a su pequeño compañero. No esperaba respuesta, o a lo sumo un desganado asentimiento, pues esos datos eran irrefutables. Pero el nativo lo desconcertó.

— Es posible, si tienes más de ese metal sobre el que te trajimos, y la carne necesaria para el camino de regreso — comentó Barlennan.

6 — EL TRINEO

Durante un largo momento, Lackland miró fijamente al marino a través de la ventana, cavilando sobre las intenciones de la criaturilla; luego adoptó una actitud tan cauta como la gravedad le permitía.

— ¿Quieres decir que estarías dispuesto a remolcar el Bree por tierra en un trineo, como hiciste conmigo?

— No exactamente. La nave es demasiado pesada, y tendríamos el mismo problema de tracción que tuvimos antes. Lo que tenía en mente era que tú lo remolcaras con otro tanque.

— Entiendo, entiendo. Sería posible, por supuesto, siempre y cuando no nos topáramos con un terreno por donde el tanque no pudiera pasar. Pero ¿tú y tus tripulantes estáis dispuestos a realizar ese viaje? ¿El esfuerzo y la distancia quedarían compensados por lo poco que podemos ofreceros a cambio?

Barlennan extendió las pinzas en una sonrisa.

— Sería mucho mejor de lo que planearnos originalmente. Algunas mercancías viajan desde las costas del océano oriental hasta nuestro país mediante las largas rutas de las caravanas terrestres; cuando llegan a los puertos de nuestro mar, su precio se ha incrementado considerablemente, y un mercader honesto no puede obtener ganancias.

En cambio, si les salgo al encuentro, sin duda valdrán la pena para mi. Desde luego, tendrás que prometerme que nos traerás de vuelta a través del istmo.

— Me parece muy razonable, Barl. Estoy seguro de que mi gente aceptará. Pero ¿qué hay del viaje por tierra? Dices que no conoces esos parajes. ¿Tus tripulantes no tendrán miedo de internarse en una comarca desconocida, con altos cerros y, tal vez, con animales más grandes de los que hay en vuestro lado del mundo?

— Ya hemos afrontado otros peligros — declaró el mesklinita —. Yo he podido habituarme a lugares altos, incluido tu tanque. En cuanto a los animales, el Bree está armado con fuego, y ninguno de los que viven en un medio terrestre puede ser tan grande como ciertas especies que pueblan los océanos.

— Es verdad, Barl. Muy bien. No intentaba desalentarte, sino estar seguro de que habías meditado sobre el asunto antes de embarcarte en el proyecto. Después no habrá modo de echarse atrás.

— Entiendo, pero no temas, Charles. Ahora debo regresar a la nave. Se está nublando de nuevo. Informaré a la tripulación de lo que haremos. Y si llegan a sentir temor, les recordaré que las ganancias de la expedición se repartirán de acuerdo con el rango.

Ninguno de mis tripulantes antepondría el miedo a la riqueza.

Cuando Rosten conoció el nuevo plan, observó con sorna que Lackland sabía concebir ideas que le permitieran utilizar un tanque.

— Sin embargo, creo que funcionará — admitió a regañadientes —. ¿Qué trineo construirás para la nave de tu amigo? ¿Qué tamaño dijiste que tenía?

— El Bree tiene unos diez metros de largo por cinco de ancho. Calculo que la altura es de catorce o quince centímetros. Está formado por muchas balsas de un metro de largo y medio de ancho, atadas con cuerdas para permitir que se desplacen con cierta libertad. Y, dadas las circunstancias, entiendo por qué.

— Hum. También yo. Si las olas azotaran los dos extremos de una nave de esa longitud, mientras el centro se encuentra suspendido en el vacío, cerca del polo, se haría pedazos en poco tiempo; así que es mejor construirla en pedazos directamente. ¿Cómo la impulsan?

— Velas. Veinte o treinta de las balsas están provistas de mástiles. Sospecho que en algunas de ellas debe de haber orzas, probablemente retráctiles para poder encallar la nave, pero nunca se lo pregunté a Barlennan. No sé lo avanzado que está el arte de la navegación en este mundo, pero, por el modo despreocupado en que había de cruzar largos tramos de mar abierto, supongo que saben afrontar una ventolera.

— Parece razonable. Bien, construiremos algo de metal liviano aquí en la luna, y te lo enviaremos cuando esté acabado.

— Será mejor que no lo traigáis hasta que termine el invierno. Si lo dejáis tierra adentro, quedará tapado por la nieve; y si lo dejáis en la costa y el nivel del mar sube como espera Barlennan, alguien tendrá que bucear para recuperarlo.

— Pero ¿por qué tarda tanto? Ya ha pasado más de la mitad del invierno, y se han producido muchísimas precipitaciones en las zonas del hemisferio sur que podemos ver.

— ¿Por qué me haces esas preguntas? Creía que había meteorólogos en el personal, a menos que hayan perdido el juicio tratando de estudiar este planeta. Ya tengo bastantes preocupaciones. ¿Cuándo recibiré otro tanque?

— Cuando puedas usarlo; es decir, cuando termine el invierno. Y, si lo estropeas, será inútil que pidas otro, porque el más cercano está en la Tierra.

Cuando Barlennan recibió la síntesis de esta conversación en su siguiente visita, cientos de días después, quedó muy satisfecho. Sus tripulantes estaban entusiasmados con el proyecto, sin duda les atraían las posibles ganancias, como él había sugerido, pero además contaban con una buena dosis de ese amor a la aventura que hasta ahora les había llevado a adentrarse tanto por territorios desconocidos.

— Iremos en cuanto terminen las tormentas — le dijo a Lackand— habrá mucha nieve en el terreno y eso nos facilitará el avance cuando crucemos tierras alejadas de las arenas de la playa.

— No creo que suponga una gran diferencia para el tanque — replicó Lackland.

— Pero para nosotros sí — señaló Barlennan —. Admito que no sería peligroso caerse de la cubierta, pero resultaría molesto en medio de una comida. ¿Has decidido cuál será la mejor ruta por tierra?

— Estuve pensando en ello. — El hombre sacó el mapa fruto de sus esfuerzos —. La ruta más corta, la que descubrimos juntos, tiene la desventaja de requerir que te remolque por una cordillera. Sería posible, pero no quiero pensar en el efecto que surtirá en tus tripulantes. No sé qué altura tendrán esas montañas, pero cualquier altitud es excesiva en este mundo. Elaboré esta ruta que indico con la línea roja. Sigue el curso del río que desemboca en la bahía grande, a este lado del cabo, durante mil quinientos kilómetros…, sin contar los pequeños recodos, que quizá no debamos seguir. Luego va a campo a través durante seiscientos kilómetros y llega a las fuentes de otro río. Tal vez podáis navegar, o quizás yo os remolque…, lo que sea más rápido o más cómodo para vosotros.

Lo peor es que durante un buen trecho se circula unos quinientos kilómetros al sur del ecuador… Deberé soportar otra media gravedad o más, pero puedo aguantarlo.

Una vez que acordaron la ruta, Lackland no tenía mucho más que hacer mientras Mesklin seguía por su órbita hacia el siguiente equinoccio. No faltaba mucho, desde luego, como el solsticio de invierno del hemisferio sur se producía casi exactamente cuando este mundo gigantesco estaba cerca de su sol, el movimiento orbital durante otoño e invierno era muy rápido, cada una de estas estaciones tenía una duración de un par de meses terrícolas. La primavera y el verano duraban unos ochocientos treinta días terrícolas, o sea veintiséis meses, habría tiempo de sobra para el viaje.

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