Hal Clement - Misión de gravedad

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Misión de gravedad: краткое содержание, описание и аннотация

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El planeta Mesklin es grande y muy denso. La gravedad en su superficie varía enormemente desde 3 g en el ecuador hasta 700 g en los polos. Los océanos son de metano líquido y la nieve es amoniaco congelado. En estas condiciones de pesadilla viven los mesklinitas, quienes han desarrollado una cultura y una sociedad perfectamente acorde con las condiciones de su entorno. Barlemann, un osado marinero mesklinita, acepta emprender un viaje imposible para salvar una costosa sonda terrestre averiada en el polo del planeta. Para los mesklinitas el viaje constituye una maravillosa oportunidad de descubrir la ciencia y avanzar en el camino del conocimiento, fuerza motríz que les guía a través de numerosas aventuras.

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El ocio obligado de Lackland no se compartía a bordo del Bree, los preparativos para el viaje terrestre eran abundantes y complejos, pues ningún tripulante sabía exactamente con qué se las verían. Quizá tuvieran que subsistir con la corrida que llevaran; quizá, durante el trayecto, encontraran animales suficientes no sólo para alimentarles, sino para proveerles de material de trueque si las pieles y huesos eran apropiados. El viaje podía ser tan seguro como los marineros creían que eran todos los viajes terrestres, o bien presentar peligros a causa del terreno y las criaturas que lo habitaban. Poco podían hacer respecto a lo primero; eso era responsabilidad del Volador. En cuanto a lo segundo, decidieron aprovisionarse de armas adecuadas. Manufacturaron garrotes aún más grandes de los que Hars o Terblannen podían blandir en las latitudes más altas; hallaron algunas plantas que almacenaban cristales de cloro en el tallo, y las incorporaron a los tubos flamígeros. Desde luego, no disponían de armas con proyectiles. Esa idea no se había desarrollado en comarcas cuyos habitantes nunca habían visto un objeto sólido sin soporte, porque caía demasiado rápido para ser visible. Una bala del calibre 50 disparada horizontalmente en el polo de Mesklin, caía treinta metros en sus primeros cien metros de trayectoria. Desde que conocía a Lackland, Barlennan había llegado a entender un poco el concepto de «arrojar», e incluso le había preguntado al Volador si era posible construir armas basadas en ese principio; pero, de momento, había decidido atenerse a armas más familiares. Lackland, por su parte, había pensado en la posibilidad de que, durante el viaje por el istmo, se encontraran con una raza que hubiera desarrollado arcos y flechas. De hecho, no se limitó a pensar en ello, sino que se lo planteó a Rosten y le pidió que el tanque de remolque estuviera equipado con un cañón de 40 milímetros para balas de termita y explosivas. Después de sus protestas habituales, Rosten había aceptado.

El trineo se terminó con presteza; había gran cantidad de metal laminado disponible, y la estructura era sencilla. Siguiendo el consejo de Lackland, no lo llevaron de inmediato a la superficie de Mesklin, pues las tormentas aún depositaban cúmulos de nieve de metano teñidas de amoníaco. El nivel del mar todavía no se había elevado apreciablemente cerca del ecuador, y los meteorólogos al principio hicieron comentarios mordaces sobre la veracidad de Barlennan y su capacidad lingüística; pero a medida que la luz solar se adentraba en el hemisferio austral con la llegada de la primavera, y se obtenían nuevas fotos que se cotejaban con las del otoño anterior, los desconcertados meteorólogos empezaron a deambular por la estación mascullando para sus adentros. El nivel del mar de las latitudes más altas ya había subido varias decenas de metros, tal como había predicho el nativo, y se elevaba a ojos vista con el transcurso de los días. El fenómeno de niveles del mar muy diversos al mismo tiempo y en el mismo planeta era totalmente desconocido para meteorólogos educados en la Tierra, y los científicos no humanos de la expedición tampoco eran capaces de explicar el asunto. Los meteorólogos continuaban devanándose los sesos cuando el arco diurno del sol se Inclino hacia el sur allende el ecuador, y la primavera comenzó oficialmente en el hemisferio austral de Mesklin.

Las tormentas habían disminuido notablemente en frecuencia e intensidad mucho antes de esa época, en parte porque la superficie tan plana del planeta había reducido rápidamente la radiación del casquete polar del norte después del solsticio invernal, y en parte porque la distancia que separaba Mesklin del sol había aumentado más del cincuenta por ciento durante el mismo período. Cuando consultaron a Barlennan, éste se mostró dispuesto a emprender el viaje con la llegada astronómica de la primavera, sin evidenciar alarma ante las tormentas del equinoccio.

Lackland comunicó la predisposición de los nativos a la estación de la luna interior, y de inmediato se inició la operación de transferencia del tanque y el trineo a la superficie.

Todo estaba preparado desde hacía semanas.

Se requirieron dos viajes del cohete de carga, pese a que el trineo era liviano, y el impulso desarrollado por los cartuchos de hidrógeno-hierro, muy fuerte. Primero bajaron el trineo; con el propósito de permitir que los tripulantes del Bree cargaran la nave mientras el cohete regresaba en busca del tanque; pero como Lackland les pidió que no aterrizaran cerca de la nave, aquel vehículo de torpe aspecto fue abandonado cerca del domo, donde permaneció hasta que llegó el tanque para remolcarlo hasta la costa. El propio Lackland condujo el tanque, aunque los tripulantes del cohete se quedaron remoloneando para satisfacer su curiosidad y, en caso necesario, ayudarle en la maniobra de carga.

No se necesitó ayuda humana. Los mesklinitas, bajo sólo tres gravedades terrícolas, poseían las aptitudes físicas necesarias para alzar la nave y acarrearla; y el tenaz condicionamiento mental que les impedía colocarse debajo de semejante masa no les impidió remolcarla por la playa con cuerdas, una vez que cada tripulante estuvo agarrado con firmeza a un árbol con uno o dos pares de pinzas traseras. El Bree, con las velas recogidas y las orzas retraídas, se deslizó fácilmente por la arena hasta la reluciente plataforma de metal. Las medidas adoptadas por Barlennan para impedir que el hielo pegara la nave a la playa durante el invierno habían dado resultado; además, en las dos últimas semanas, el nivel del mar había subido como sucediera en el sur. El líquido en avance, que ya les había obligado a desplazar la nave doscientos metros tierra adentro, la habría liberado del hielo de haber sido necesario.

Los constructores del trineo, en la distante Toorey, habían incluido argollas y cornamusas suficientes para que los marineros pudieran sujetar el Bree con firmeza. En opinión de Lackland, el cordaje utilizado por los mesklinitas era muy delgado, pero los nativos demostraban plena confianza en él. Una confianza justificada, recapacitó el terrícola; ese cordaje había sostenido la nave en la playa durante tormentas que el no se habría animado a afrontar con su escafandra. Quizá valiera la pena averiguar si el cordaje y la tela que utilizaban los mesklinitas podían soportar temperaturas terrícolas.

Barlennan interrumpió sus cavilaciones para comunicarle que todo estaba preparado en la nave y el trineo. El segundo ya se encontraba amarrado al tanque mediante el cable de remolque; y el tanque estaba abarrotado de comida suficiente para su conductor. El plan era reaprovisionar a Lackland por cohete cuando fuera necesario, haciéndolo aterrizar a bastante distancia para que la máquina voladora no alborotara a los nativos.

Esta operación no se efectuaría a menudo; después del primer accidente, Lackland no tenía intención de abrir el tanque al aire exterior con mayor frecuencia de la necesaria.

— Supongo que estamos preparados para salir, pequeño amigo — le dijo a Barlennan.

No necesitaré dormir durante varias horas, y podernos avanzar un buen trecho en ese tiempo. Ojalá vuestros días tuvieran una duración decente; no me hace gracia conducir por la nieve en la oscuridad. No creo que tus tripulantes pudiesen sacar el tanque de un bache, aunque poseyeran la tracción necesaria.

— Yo también lo dudo, aunque mi capacidad para calcular el peso es muy incierta aquí, en el Borde — replicó el capitán —. De cualquier forma, no creo que el riesgo sea muy grande. La nieve no está muy pegajosa, y no podrá cubrir un bache grande.

— A no ser que el viento la arrastre. Bien, me preocuparé por eso cuando ocurra. ¡Todos a bordo!

Entró en el tanque, cerró la portezuela, expulsó la atmósfera mesklinita y liberó el aire terrícola que habían comprimido en tubos antes de abrir la portezuela. El receptáculo que contenía las algas, cuya función era mantener el aire fresco, centelleó cuando los circuladores empezaron a impulsar las burbujas a través de él. Un pequeño analizador espectrométrico informó que el contenido de hidrógeno era ínfimo; una vez que estuvo seguro de ello, Lackland puso en marcha los motores y se dirigió con el tanque y el trineo hacia el este.

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