Robert Heinlein - Viernes

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Viernes: краткое содержание, описание и аннотация

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Viernes es su nombre. Es una mujer. Y es un mensajero secreto. Está empleada por un hombre al que únicamente conoce como "Jefe". Operando desde y a través de una Tierra de un futuro próximo, en la cual Norteamérica ha sido balcanizada en docenas de estados independientes, en donde la cultura ha sido extrañamente vulgarizada y el caos es la norma feliz, se enfrenta a una sorprendente misión que la hace ir de un lado para otro bajo unas órdenes aparentemente absurdas. De Nueva Zelanda al Canadá, de uno a otro de los nuevos estados desunidos de América, mantiene ingeniosamente su equilibrio con rápidas y expeditivas soluciones, de una calamidad y embrollo a otro. Desesperada por la identidad y las relaciones humanas, nunca está segura si se halla un paso por delante, o un paso por detrás, del definitivo destino de la raza humana. Porque Viernes es una Persona Artificial… la mayor gloria de la ingeniería genética.
Una de las mejores obras de Heinlein, lo cual es lo mismo que decir una de las mejores de toda la ciencia ficción…

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Diez minutos más tarde nos registrábamos en el Las Dunas, con muchas de las mismas comodidades que habíamos tenido en San José, excepto que aquí la habitación era descrita como «suite para orgías». No pude ver por qué. Un espejo en el techo y aspirinas y Alka-Seltzer en el baño no son suficientes para justificar esa designación; mi instructor en mi entrenamiento como prostituta se hubiera reído despectivamente. Sin embargo, supongo que la mayor parte de los tipos y tipas que pasaban por allí no tenían las ventajas de una instrucción avanzada… se me ha dicho que la mayor parte de la gente ni siquiera tiene ningún entrenamiento formal. A menudo me he preguntado quién les enseña. ¿Sus padres? ¿Acaso ese rígido tabú del incesto entre las personas humanas es realmente un tabú sobre hablar de ello pero no sobre hacerlo?

Algún día espero descubrir todas esas cosas, pero nunca he conocido a nadie que pudiera hablarme de ellas. Quizá Janet me lo diga. Algún día…

Quedamos en encontrarnos para cenar, luego Burt y Anna fueron al salón y/o casino mientras Rubia y yo salíamos al Parque Industrial. Burt tenía intención de buscar trabajo también pero expresó su intención de divertirse un poco antes de volver a sentar la cabeza. Anna no dijo nada pero creo que deseaba saborear los placeres de la carne antes de sumergirse en la vida que le corresponde a una abuela. Sólo Rubia estaba tremendamente decidida acerca de ir a buscar trabajo aquel mismo día. Yo pretendía encontrar un trabajo también, sí… pero antes tenía que pensar un poco.

Probablemente — casi seguramente — iba a emigrar fuera de la Tierra. El Jefe pensaba que debía hacerlo, y esta era una razón suficiente. Pero además de eso, el estudio que me había hecho iniciar respecto a los síntomas de decadencia en las culturas había enfocado mi mente en cosas que había conocido desde hacía mucho pero que nunca había analizado. Nunca he sido crítica con las culturas en las que he vivido y por las que he pasado… por favor entiendan que una persona artificial es un extranjero permanente allá donde esté, no importa cuánto tiempo permanezca. Ningún país podría ser el mío, así que, ¿para qué pensar en él?

Pero cuando inicié aquel estudio, vi que este viejo planeta está en un lamentable estado. Nueva Zelanda es un lugar bastante bueno, y también lo es el Canadá Británico, pero incluso esos dos países mostraban signos importantes de decadencia. Pese a que eran los dos mejores del lote.

Pero no apresuremos las cosas. Cambiar de planeta es algo que una persona no puede hacer dos veces… a menos que sea fabulosamente rica, y yo no lo era. Estaba subvencionada para una emigración fuera del planeta… así que debía elegir muy cuidadosamente el planeta correcto porque ningún error podría ser corregido una vez emprendida la marcha.

Además… Bien, ¿dónde estaba Janet?

El Jefe había tenido una dirección de contacto o un código de llamada ¡No yo!

El Jefe había tenido un escucha en el cuartel general de la policía en Winnipeg. ¡No yo!

El Jefe había tenido su propia red de Pinkerton por todo el planeta. ¡No yo!

Podía intentar telefonearles de tanto en tanto. Lo haría. Podía comprobar con la ANZAC y con la Universidad de Manitoba. Lo haría. Podía comprobar ese código de Auckland y también el departamento de biología de la Universidad de Sydney. Lo haría.

Si nada de eso funcionaba, ¿qué otra cosa podía hacer? Podía ir a Sydney e intentar sonsacar con halagos a alguien la dirección de la casa del profesor Farnese o su dirección sabática o cualquier otra cosa. Pero eso no iba a ser barato, y de pronto me vi obligada a admitir que la forma de viajar que había dado por sentada en el pasado iba a ser a partir de ahora difícil y quizá imposible. Un viaje a Nueva Gales del Sur antes de que los semibalísticos empezaran a funcionar era algo terriblemente caro. Podía hacerse, por tubo y por aerodeslizador y por barco y recorriendo tres cuartas partes de la superficie del mundo… pero no era ni fácil ni barato.

Quizá pudiera firmar como prostituta de a bordo en un barco que saliera de San Francisco hacia Abajo. Eso sería fácil y barato… pero consumiría mucho tiempo aunque embarcara en un carguero movido por Shipstones fuera de Watsonville. ¿Un carguero impulsado a vela? Oh, no.

Quizá fuera mejor contratar a un Pinkerton en Sydney. ¿Cuánto me cobraría? ¿Podría pagarlo?

Había necesitado menos de treinta y seis horas desde la muerte del Jefe para meter mi nariz en el hecho de que nunca había aprendido el auténtico valor de un gramo.

Consideren esto: Hasta entonces mi vida había tenido solamente tres tipos de economía:

a) En una misión gastaba todo lo que era necesario.

b) En Christchurch gastaba algo pero no mucho… casi todo regalos para la familia.

c) En la granja, en el otro cuartel general, luego en Pájaro Sands, no gastaba nada de dinero, difícilmente. Comida y cama estaban en mi contrato. No debía ni jugaba. Si Anita no hubiera estado chupándome la sangre, hubiera podido haber acumulado una bonita cantidad.

Había llevado una vida protegida y nunca había aprendido realmente el valor del dinero.

Pero podía hacer simple aritmética sin necesidad de usar una terminal. Había pagado en efectivo mi parte en el Cabaña Hyatt. Utilicé mi tarjeta de crédito para mi viaje al Estado Libre, pero anoté el costo. Anoté el gasto diario en Las Dunas y anoté también todos los demás gastos, ya los pagara con la tarjeta o en efectivo o vinieran incluidos en la factura del hotel.

Pude ver inmediatamente que comida y cama en hoteles de primera clase acabarían muy rápidamente con cada gramo de oro que poseía, aunque no gastara nada, cero, en viajes, vestidos, lujos, amigos, emergencias. L.Q.Q.D. O encontraba rápidamente un trabajo, o me embarcaba en un viaje de ida a un planeta colonial.

Adquirí la horrible sospecha de que el Jefe había estado pagándome mucho más de lo que realmente me merecía. Oh, soy un buen correo, no hay ninguno mejor… ¿pero cuál es la tarifa habitual de los correos?

Podía enrolarme como soldado, y luego (estaba completamente segura) ascender rápidamente a sargento. No me atraía demasiado, pero era lo que más me convenía. La vanidad no es uno de mis defectos; carezco de habilidad para otros trabajos más civilizados… lo sé.

Había algo más empujándome, había algo más tirando de mí. No deseaba ir sola a un planeta extraño Me asustaba. Había perdido a mi familia neozelandesa (si es que alguna vez la había tenido), el Jefe había muerto, y me sentía como el Pollito cuando el cielo empieza a caer, mis auténticos amigos entre mis colegas se habían esparcido por los cuatro vientos — excepto esos tres, y se irían muy pronto —, y había conseguido perder a Georges y a Janet y a Ian.

Incluso con Las Vegas tentándome a mi alrededor, me sentía tan sola como Robinson Crusoe.

Deseaba que Janet e Ian y Georges emigraran fuera conmigo. Entonces no tendría miedo. Entonces podría sonreír durante todo el camino.

Además… la Peste Negra. La Plaga estaba llegando.

Sí, si, yo le habla dicho al Jefe que mi predicción de medianoche era una tontería. Pero él me había dicho que su sección analítica había predicho lo mismo, dentro de cuatro años en vez de tres. (¡Vaya consuelo!).

Me veía obligada a tomar mi propia predicción en serio. Debía advertir a Ian y a Janet y a Georges.

No esperaba asustarlos con ello… no creo que ninguno de los tres sea capaz de asustarse por nada. Pero deseaba decirles:

— Si no emigráis, al menos tomad en serio mi advertencia en el sentido de permanecer alejados de las grandes ciudades. Si es posible vacunaros, hacedlo. Pero tened en cuenta mi advertencia.

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