Dejé una nota a mis compañeras.
Cuando volvimos, un poco tarde, se habían ido, de modo que Burt y yo nos fuimos a la cama, esta vez parándonos a abrir la cama doble plegable. Me desperté cuando Anna y Rubia entraron de puntillas, regresando de cenar. Pero pretendí seguir durmiendo, imaginando que por la mañana podría decirles todo lo que les tenía que decir.
En algún momento a la mañana siguiente me di cuenta de que Anna estaba de pie junto a nosotros y no parecía feliz… y, realmente, aquella fue la primera vez en que se me ocurrió que tal vez Anna se sintiera disgustada viéndome en la cama con un hombre.
Realmente me había dado cuenta ya de qué pie cojeaba desde hacía tiempo; realmente sabía que se sentía inclinada hacia mí. Pero ella misma había sido quien había enfriado las cosas y yo había dejado de pensar en ella como en un asunto pendiente al que debería enfrentarme algún día; ella y Rubia eran simplemente mis compañeras, amigas que confiaban las unas en las otras.
Burt dijo como disculpándose:
— No me frunza el ceño, señorita; simplemente entré para resguardarme de la lluvia.
— No estaba frunciendo el ceño — respondió demasiado secamente —. Tan sólo estaba intentando imaginar cómo rodear la cama hasta la terminal sin despertarles. Deseo encargar el desayuno.
— ¿Para todos? — pregunté.
— Por supuesto. ¿Qué es lo que quieren?
— Algo de todo con patatas fritas a un lado. Anna cariño, ya me conoces: si no está muerto lo mataré y me lo comeré crudo, huesos incluidos.
— Y lo mismo para mí — confirmó Burt.
— Unos vecinos ruidosos. — Rubia estaba de pie en la puerta, bostezando —.
Parlanchines. Volved a la cama. — La miré, y me di cuenta de dos cosas: nunca antes la había contemplado realmente, ni siquiera en la playa. Y segundo, si Anna estaba irritada conmigo por dormir con Burt, no tenía ninguna excusa para sentirse así; Rubia parecía casi indecentemente saciada.
— Significa «isla puerto» — estaba diciendo Rubia —, y realmente tendría que llevar un guión puesto que nadie puede deletrear o siquiera pronunciar el nombre. Así que simplemente llamadme Rubia… como lo hacíamos en el equipo del Jefe, donde siempre preferíamos prescindir de los apellidos. Pero no es un nombre tan difícil como el de la señora Tomosawa… después de pronunciarlo mal por cuarta vez, me dijo que la llamara simplemente Gloria.
Estábamos terminando un enorme desayuno, y mis dos amigas habían hablado con Gloria y el testamento había sido leído y las dos (y Burt también, para mi sorpresa y la de él) eran ahora un poco más ricas y estábamos preparándonos para irnos a Las Vegas, tres de nosotros para buscar otro trabajo, Anna simplemente para estar con nosotros y visitar el lugar hasta que nosotros nos fuéramos, o lo que sucediera.
Luego, Anna se dirigiría a Alabama.
— Quizá termine cansándome de holgazanear. Pero le prometí a mi hija que me retiraría, y este es el momento adecuado. Quiero que mis nietos me conozcan antes de que sean demasiado grandes.
¿Anna una abuela? ¿Ha visto nunca nadie algo así?
Las Vegas es un circo de tres pistas con suplemento.
Me gustó el lugar al principio. Pero después de haber visto todos los espectáculos alcancé un punto en el que las luces y la música y el ruido y la frenética actividad fueron demasiado. Cuatro días son suficientes.
Llegamos a Las Vegas a las diez, después de salir tarde porque todos teníamos cosas que hacer… todo el mundo excepto yo tenía que hacer arreglos para recoger el dinero del testamento del Jefe, y yo debía depositar la libranza de mi liquidación con la MasterCard.
Es decir, empecé a hacerlo. Me detuve bruscamente cuando el señor Chambers dijo:
— ¿Desea usted que nos encarguemos nosotros de pagar por usted el impuesto sobre la renta de esto?
¿Impuesto sobre la renta? ¡Vaya sugerencia obscena! No podía creer en mis oídos.
— ¿De qué se trata, señor Chambers?
— Su impuesto sobre la renta de la Confederación. Si nos encarga el trámite a nosotros (aquí está el formulario), nuestros expertos lo prepararán y nosotros lo pagaremos y lo deduciremos de su cuenta, y usted no tendrá que preocuparse por ello. Cargamos solamente los gastos nominales. De otro modo tendrá que calcularlo usted por sí misma y rellenar todos los formularios y luego hacer los pasos necesarios para pagarlo.
— Usted no me habló para nada de ese impuesto cuando hice mi depósito el día que abrí esta cuenta.
— ¡Pero eso era un premio de la lotería nacional! ¡Era suyo, completamente libre de impuestos… esa es la Vía Democrática! Además, el gobierno ya se cobra su parte en la misma lotería.
— Entiendo. ¿Cuánto se cobra el gobierno exactamente?
— Realmente, señorita Baldwin, esa pregunta debería ser dirigida al gobierno, no a mí.
Si usted simplemente firma al final, yo llenaré el resto.
— Espere un momento. ¿Cuánto son esos «gastos nominales»? ¿Y cuánto es el impuesto?
Me fui sin depositar la libranza, y de nuevo el pobre señor Chambers se sintió vejado conmigo. Aunque los oseznos están lo suficientemente sometidos a inflación como para que tengas que poner un buen montón de ellos para comprar cualquier cosa, no considero un millar de oseznos un «gasto nominal»… es más de un gramo de oro, 37 dólares britocanadienses. Con su 8 % de recargo encima, la MasterCard hace un buen negocio actuando como recaudador para el Servicio de Impuestos Eternos de la Confederación.
No estaba segura de que yo tuviera que pagar ningún impuesto ni siquiera bajo las extrañas leyes de California… la mayor parte de aquel dinero ni siquiera había sido ganado en California, y no veía cómo California podía reclamar parte de mi salario.
Deseaba consultar a un buen picapleitos.
Regresé al Cabaña Hyatt. Rubia y Anna estaban aún fuera pero Burt estaba allí. Le expliqué el asunto, sabiendo que él había estado en logística y contabilidad.
— Es un punto discutible — dijo —. Los contratos de servicio personales con el Presidente fueron firmados todos «libres de impuestos», y en el Imperio el soborno era negociado cada año. Aquí el soborno debió ser pagado a través del señor Esposito… es decir, a través de la señora Wainwright. Puedes preguntarle a ella.
— ¡Y una mierda!
— Exactamente. Ella hubiera debido notificar a Impuestos Eternos y pagar todos los impuestos necesarios… tras la correspondiente negociación, ya me entiendes. Pero puede que ella esté saltándose alegremente todo eso; no lo sé. De todos modos… tú tienes un pasaporte de reserva, ¿no?
— ¡Oh, por supuesto! Siempre.
— Entonces utilízalo. Eso es lo que yo haría. Luego transferiría mi dinero tras saber dónde voy a estar. Mientras tanto, lo dejaría a salvo en la Luna.
— Oh, Burt, estoy casi segura de que Wainwright tiene todos los pasaportes de reserva convenientemente listados. Pareces querer decir que puede que estén esperándonos a la salida.
— ¿Y qué si Wainwright los tiene listados? No va a entregar la lista a los Confederados sin haber arreglado sus cuentas de los impuestos, y dudo que haya tenido tiempo de hacer sus cambalaches. Así que paga únicamente la extorsión habitual y levanta bien la nariz al aire y cruza dignamente la barrera.
Esto lo comprendía. Me había sentido tan indignada por aquel sucio asunto que por un momento había dejado de pensar como un correo.
Cruzamos la frontera hacia el Estado Libre de Las Vegas en Dry Lake; la cápsula se detuvo tan sólo el tiempo preciso para que la Confederación sellara la salida en los pasaportes. Cada uno de nosotros utilizó un pasaporte alternativo con la extorsión estándar doblada dentro… no hubo ningún problema. Y nadie selló la entrada, porque el Estado Libre no se preocupa por esas cosas; cualquier visitante solvente es bienvenido.
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