Robert Heinlein - Viernes

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Viernes: краткое содержание, описание и аннотация

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Viernes es su nombre. Es una mujer. Y es un mensajero secreto. Está empleada por un hombre al que únicamente conoce como "Jefe". Operando desde y a través de una Tierra de un futuro próximo, en la cual Norteamérica ha sido balcanizada en docenas de estados independientes, en donde la cultura ha sido extrañamente vulgarizada y el caos es la norma feliz, se enfrenta a una sorprendente misión que la hace ir de un lado para otro bajo unas órdenes aparentemente absurdas. De Nueva Zelanda al Canadá, de uno a otro de los nuevos estados desunidos de América, mantiene ingeniosamente su equilibrio con rápidas y expeditivas soluciones, de una calamidad y embrollo a otro. Desesperada por la identidad y las relaciones humanas, nunca está segura si se halla un paso por delante, o un paso por detrás, del definitivo destino de la raza humana. Porque Viernes es una Persona Artificial… la mayor gloria de la ingeniería genética.
Una de las mejores obras de Heinlein, lo cual es lo mismo que decir una de las mejores de toda la ciencia ficción…

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— Palurdos. Gestapo. Rastreros de alquiler. No hay un caballero deportista en todo este casino. Llevaré todo mi dinero a otro sitio.

— Y lo perdió todo — dijo Rubia.

— Rubia, mi vieja amiga, deberías mostrarme el respeto debido.

— Hubiera podido perderlo todo — admitió Annie —, pero yo velé para que siguiera el consejo del encargado. Con seis de los controladores del casino siguiéndonos los pasos, nos fuimos directamente a la oficina en el casino del Lucky Strike State Bank y lo depositamos todo allí. De otro modo yo no le hubiera dejado marcharse ¿Imagináis llevar consigo medio megadólar desde el Flamingo hasta el Dune en efectivo? No hubiera vivido lo bastante como para cruzar la calle.

— ¡Tonterías! Las Vegas tiene mucho menos crimen que cualquier otra ciudad en Norteamérica. Anna, mi auténtico amor, eres una mujer dominante y maniática. Una fastidiosa. No me casaría contigo ni que cayeras de rodillas ante mí y me suplicaras que lo hiciera. En vez de ello te quitaría los zapatos y te pegaría y te daría de comer tan sólo mendrugos.

— Sí, querido. Ahora puedes ponerte tus propios zapatos porque vas a llevarnos a cenar a las tres, y mendrugos precisamente. Mendrugos de pan con caviar y trufas.

— Y champán. Pero no porque me estés fastidiando con ello. Damas. Viernes, Rubia, mis auténticos amores… ¿me ayudaréis a celebrar mi genio financiero? ¿Con libaciones y faisán en gelée y espléndidas chicas ataviadas con extravagantes sombreros?

— Sí — respondí.

— Sí antes de que cambies de opinión. Anna, ¿has dicho «medio megadólar»?

— Burt. Muéstraselo.

Burt extrajo una nueva libranza, nos dejó verla mientras se frotaba las uñas contra su estómago y adoptaba un aire relamido. 504.000 dólares. Más de medio millón en la única moneda fuerte en Norteamérica. Oh, algo más de treinta y un kilos de oro fino. No, yo tampoco desearía tener que llevar esa suma cruzando la calle… no en lingotes. No sin una carretilla. Pesaba casi la mitad que yo. Un depósito bancario es más conveniente.

Sí. Bebería el champán de Burt.

Lo cual hicimos, en el anfiteatro del Stardust. Burt supo cuánta propina darle al encargado de los camareros para que nos dieran una primera fila (o le dio demasiada, no lo sé), y nos remojamos en champán y tuvimos una cena encantadora y nos centramos en torno a las mesas de juego y en el espectáculo y las chicas eran jóvenes y hermosas y alegres y sanas y olían a recién bañadas, y los chicos llevaban sucintos taparrabos para que nosotras las mujeres pudiéramos mirar, sólo que yo no lo hice, no demasiado, porque no olían bien y tuve la sensación de que estaban más interesados los unos en los otros que en las mujeres. Era asunto suyo, por supuesto, pero en su conjunto prefería a las chicas.

Y en el espectáculo tenían también a un buen mago que sacaba palomas del aire de la forma en que la mayoría de los magos sacan monedas. Me encantan los magos y nunca he comprendido cómo lo hacen y siempre me los quedo mirando con la boca muy abierta.

Este hizo algo que forzosamente tenía que tener algo que ver con el Diablo. En un momento determinado hizo que una de las animadoras reemplazara a su atractiva ayudante. Su ayudante no es que fuera muy vestida pero la animadora llevaba únicamente los zapatos en un extremo y un sombrerito en el otro, y tan sólo una sonrisa en medio.

El mago empezó a sacar palomas de ella.

No podía creer lo que veía. No había mucho sitio para ocultarlas y debían picar una enormidad. Pero lo hizo.

Voy a volver atrás para observarlo desde otro ángulo distinto. Aquello simplemente no podía ser cierto.

Cuando volvimos a Las Dunas, Rubia quería presenciar el espectáculo del salón pero Anna deseaba irse a la cama. De modo que yo acepté quedarme con Rubia. Burt dijo que le reserváramos un asiento puesto que regresaría inmediatamente una vez hubiera dejado a Anna arriba.

Sólo que no volvió. Cuando subimos no me sorprendió descubrir la puerta de la otra habitación cerrada; antes de la cena mi nariz me había avisado de que era poco probable que Burt calmara mis nervios dos noches consecutivas. Al fin y al cabo nuestros asuntos seguían distintos caminos. Y Burt se había portado noblemente conmigo cuando yo lo había necesitado realmente.

Pensé que quizá a Rubia no le hiciera gracia la cosa, pero no dio muestras de ello.

Simplemente nos fuimos a la cama, nos reímos de la imposibilidad de que aquellas palomas hubieran salido de ningún lado, y nos dormimos. Rubia estaba roncando suavemente cuando yo me dormí.

De nuevo fui despertada por Anna, pero esta vez no parecía seria; estaba radiante.

— ¡Buenos días, queridas! Id a hacer vuestras necesidades y cepillaos los dientes; el desayuno estará aquí en un momento. Burt está saliendo del baño, así que no os demoréis.

Mientras tomábamos la segunda taza de café, Burt dijo:

— ¿Y bien, querida?

Anna dijo:

— ¿Debo?

— Adelante, amor.

— De acuerdo. Rubia, Viernes… esperamos que podáis dedicarnos algo de vuestro tiempo esta mañana porque los dos os queremos y deseamos que estéis con nosotros.

Vamos a casarnos esta mañana.

Rubia y yo hicimos una auténtica exhibición de absoluto asombro y gran placer, al tiempo que saltábamos en pie y los abrazábamos y besábamos. En mi caso el placer era sincero; la sorpresa falsa. Con Rubia creo que las cosas eran al revés. Me guardé mis sospechas para mí misma.

Rubia y yo salimos a comprar flores para que fueran llevadas a la Capilla de Esponsales Para Menores Fugados de Sus Casas más tarde… y me sentí aliviada y complacida al descubrir que Rubia parecía estar tan alegre por lo ocurrido como de estar presente en el acontecimiento. Me dijo:

— Creo que eso va a ser bueno para los dos. Nunca creí que los planes de Anna de convertirse en una abuela profesional funcionaran: es una forma de suicidio. — Y añadió —:

Espero que eso no te disguste.

— ¿Eh? — respondí —. ¿A mí? ¿Por qué tendría que hacerlo?

— El durmió contigo la pasada noche; luego durmió con ella. Hoy se casa con ella.

Algunas mujeres se sentirían más bien defraudadas.

— Por los clavos de Cristo, ¿por qué? No estoy enamorada de Burt. Oh, le quiero porque fue uno de los que salvaron mi vida una ajetreada noche. Por eso la otra noche intenté darle las gracias.. y él fue muy pero que muy dulce conmigo también. Cuando yo más lo necesitaba. Pero esa no es razón para que yo espere que Burt me dedique todas sus noches o siquiera una segunda noche.

— Tienes razón, Viernes. Pero no muchas mujeres de tu edad pueden pensar de esta forma.

— Oh, no sé; yo creo que es obvio. ¿Tú no te sientes dolida? Por lo mismo.

— ¿Eh? ¿Qué quieres decir?

— Exactamente lo mismo que tú me has dicho a mí. La otra noche ella durmió contigo; la noche siguiente durmió con él. Eso no parece preocuparte.

— ¿Por qué debería hacerlo?

— No debería hacerlo. Pero los casos son paralelos. — (Rubia, por favor no me tomes por una estúpida, querida. No sólo vi tu rostro, sino que también te olí) —. De hecho, me sorprendiste un poco. No sabía que te inclinaras hacia ese lado. Por supuesto sí sabía que Anna lo hacía… por eso me sorprendió un poco llevándose a Burt a la cama. No era consciente de que le gustaran. Los hombres, quiero decir. Ni siquiera sabía que se hubiera casado alguna vez.

— Oh. Sí, supongo que puede verse de esa forma. Pero me alegra lo que has dicho de Burt: Anna y yo nos queremos mucho, nos hemos querido durante años… y a veces lo expresamos en la cama. Pero no estamos «enamoradas». Anna prácticamente te robó a Burt de entre los brazos, y yo me alegré de ello… pese a que me preocupé un poco por ti.

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