Isaac Asimov - Los propios dioses

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Esta novela se divide en tres secciones ubicadas en diferentes tiempos y lugares, incluso en dos universos diferentes. Originalmente fue publicada en revistas como tres historias consecutivas.
El título, así como cada una de las partes de la novela fueron tomadas de la frase «Contra la estupidez, los mismos dioses luchan en vano», de la cita original «Mit der Dummheit kämpfen Götter selbst vergebens.» de Friedrich Schiller (1759–1805).
La trama principal es una conspiración de alienígenas que habitan un universo paralelo moribundo, con el propósito de convertir el Sol en una supernova y poder colectar la energía resultante para su propio uso y continuidad de su forma de vida (curiosamente en su novela «El fin de la Eternidad» el sol se convierta en una nova, no en una supernova, cuya energía es utilizada con provecho para los viajes transtemporales).

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Se estrecharon las manos y Neville se marchó.

8

Gottstein dijo:

— Supongo que, por difícil que pueda haber sido su posición, hoy la abandona usted con algo de nostalgia.

Montes se encogió de hombros de manera elocuente.

— Con mucha nostalgia, cuando pienso en la vuelta a nuestra gravedad. La dificultad para respirar, los pies doloridos, el sudor. Estaré constantemente bañado en sudor.

— Algún día me tocará a mi.

— Siga mi consejo: no se quede aquí más de dos meses seguidos. No importa lo que le digan los médicos ni los ejercicios isométricos que le impongan; vuelva a la Tierra cada sesenta días y permanezca allí durante una semana como mínimo. Es preciso no perder el contacto.

— Lo tendré en cuenta… ¡Oh! He visto a mi amigo.

—¿De qué amigo se trata?

— Del hombre que vino en la misma nave que yo. Creía recordarle y al final lo logré. Se llama Denison y es radioquímico. Todo lo que recordaba de él concuerda con la verdad.

—¿Ah, sí?

— Recordaba cierta irracionalidad suya y traté de sonsacársela. Se resistió de modo muy astuto. Sus palabras sonaban racionales, tan racionales que me sentí suspicaz. Ciertos chiflados saben aparentar una especie de racionalidad muy atractiva; un simple mecanismo defensivo.

—¡Oh, Dios mío! — exclamó Montes, claramente desinteresado—. No estoy seguro de comprenderle. Si no le importa voy a sentarme un momento. Entre la preocupación de hacer el equipaje, y el temor a la gravedad de la Tierra, estoy sin aliento… ¿Qué especie de irracionalidad?

— Una vez intentó decirnos que había peligro en el uso de la Bomba de Electrones. Creía que haría explotar el universo.

—¿De veras? ¿Y es cierto?

— Espero que no. En aquella ocasión le hicieron callar con bastante brusquedad. Cuando los científicos trabajan con un problema que escapa a su comprensión, se ponen muy nerviosos. Una vez conocí a un psiquiatra que lo calificaba de fenómeno del «¿Quién sabe?». Si nada de lo que uno hace logra proporcionarle los hechos que busca, se termina por decir: «¿Quién sabe lo que sucederá?», y deja que la imaginación se lo sugiera.

— Sí, pero si los físicos van por ahí diciendo estas cosas, aunque sean unos cuantos…

— No las dicen. Al menos oficialmente. Existe algo llamado responsabilidad científica, y los periódicos no se atreven a publicar tonterías… o lo que ellos consideran tonterías. Pero ahora, el tema ha vuelto a surgir. Un físico llamado Lamont habló con el senador Burt, con ese autóctono mesías del medio ambiente, Chen, y con unos cuantos más. También insiste en la posibilidad de una explosión cósmica. Nadie le cree, pero la historia se está propagando solapadamente y cada nueva versión es más persuasiva.

— Y este hombre que ha venido a la Luna le cree.

Gottstein sonrió.

— Sospecho que sí. Diablos, en plena noche, cuando me cuesta coger el sueño (a propósito, me caigo continuamente de la cama), también yo le creo. Es probable que se proponga experimentar con la teoría aquí.

—¿Y bien?

— Pues le dejaremos. Le insinué que podía contar con nuestra ayuda.

Montes meneó la cabeza.

— Esto es arriesgado. No me gusta dar la sanción ofíciala las ideas de un chiflado.

— Verá, es posible que no esté tan chiflado, pero no es ésa la cuestión. La cuestión es que si logramos retenerle en la Luna, podremos averiguar, a través de él, lo que está ocurriendo aquí. Está ansioso por rehabilitarse y yo insinué que lo conseguiría con nuestra ayuda, a condición de que coopere… No dejaré de tenerle al corriente, de una manera discreta, como entre amigos.

— Gracias y adiós — dijo Montes.

9

Neville se enojó.

— No, no me gusta.

—¿Por qué no? ¿Porque es un terrícola? — Selene se quitó un poco de pelusa del pecho izquierdo y la contempló críticamente—. Esto no es de mi blusa. Te repito que la circulación de aire es abominable.

— Este Denison es un don Nadie. No es parafísico. Dice que es un autodidacta en este ramo de la ciencia, y lo prueba al venir aquí con ideas preconcebidas y dementes.

—¿Por ejemplo?

— Cree que la Bomba de Electrones hará explotar el universo.

—¿Ha dicho esto?

— Sé que lo piensa… ¡Oh! Ya conozco los argumentos. Los he oído bastante a menudo. Pero no va a ocurrir, y eso es todo.

— Tal vez — dijo Selene, enarcando las cejas— se trata sólo de que tú no quieres que ocurra.

— No empieces — replicó Neville.

Hubo una breve pausa. Luego, Selene dijo:

— Bien, ¿qué vas a hacer con él?

— Le daré un empleo. Quizá sea inútil como científico, pero es posible que sirva para algo. Su presencia ya es conocida; el Comisionado ha hablado con él.

— Estoy enterada.

— Me ha contado la romántica historia de que han dado al traste con su carrera y está intentando rehabilitarse.

—¿De verdad?

— De verdad. Estoy seguro de que te entusiasmará. Si se lo preguntas, te lo contará todo. Y esto es útil. Si tenemos a un terrestre romántico trabajando en la Luna en un proyecto descabellado, será algo perfecto para preocupar al Comisionado. Lo usaremos para despistarle, como pantalla. Y quién sabe, incluso podría ser que a través de él logremos tener una idea más exacta de lo que se trama en la Tierra. Conviene que sigas siendo amable con él, Selene.

— Claro que no. Y no subiremos hasta la cumbre. Será tu primera escalada. Intenta acoplar tu paso al mío. Avanzaré despacio.

Los pasos de Selene eran largos, lentos y oscilantes, y él intentó sincronizar los suyos. El terreno era polvoriento, y cada paso de Denison levantaba un polvillo fino que caía en el espacio sin aire. La imitaba paso a paso, pero con gran esfuerzo.

— Muy bien =aprobó Selene, apretando su brazo contra el de él para aguantarle—. Lo haces muy bien para ser un terrícola; no, tendría que decir un inmi…

— Gracias.

— Supongo que es casi lo mismo. Inmi en lugar de inmigrante es tan insultante como terrícola en lugar de terrestre. Diré simplemente que lo haces muy bien para ser un hombre de tu edad.

—¡No! Esto es mucho peor. — Denison jadeaba un poco y se notaba la frente perlada de sudor.

Selene explicó

— Cada vez que vayas a poner el pie en el suelo, da un pequeño empujón con el otro pie. Esto alargará tu paso y lo hará más fácil. No, no…, mírame.

Denison se detuvo con alivio y se fijó en Selene, esbelta y grácil, a pesar de su grotesco traje espacial, que daba saltos bajos y rítmicos. Volvió al lado de él y se arrodilló a sus pies.

— Ahora da un paso lento, Ben, y yo te golpearé el pie cuando quiera que lo levantes.

Lo intentaron varias veces y Denison dijo:

— Esto es peor que correr en la Tierra. Será mejor que descanse.

— Como quieras. Es que tus músculos no están acostumbrados a la coordinación adecuada. Eres tu quien lo hace difícil, no la gravedad. Bueno, siéntate y recupera el aliento. Ya no subiremos mucho más.

Denison preguntó:

—¿Estropearía la carga si me tiendo boca arriba?

— No, claro que no, pero no es una buena idea en la superficie. La temperatura es de 51 grados absolutos, o si lo prefieres, de 65 bajo cero, y cuanto más pequeña sea el área de contacto, mejor. Siéntate.

10

Selene se rió y el sonido retumbó metálicamente en la bocina de Denison. La figura de ella desaparecía dentro del traje espacial. Le dijo:

— Vamos, Ben, no hay razón para tener miedo. Ya eres un veterano, hace un mes que llegaste.

— Veintiocho días — masculló Denison.

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