— No puedo acordarme de todo esto.
— Ya verás que sí. Y yo estaré a tu lado para ayudarte. Pero aunque te caigas y yo no pueda alcanzarte, no hagas nada Relájate v sigue rodando o deslizándote. No hay rocas ni nada contra lo que puedas chocar.
Denison tragó saliva y miró hacia delante. La pendiente resplandecía a la luz de la Tierra. Las diminutas rugosidades absorbían más luz, dejando pequeños topos de oscuridad que moteaban la superficie. El semicírculo de la Tierra aparecía frente a ellos, en el cielo negro.
—¿Listo? — preguntó Selene, con su mano enguantada entre los hombros de él.
— Listo — murmuró Denison.
— Pues vamos allá —dijo ella.
Le empujó y Denison empezó a moverse, muy despacio al principio. Se volvió hacia ella, tambaleándose, y Selene dijo:
— No te preocupes. Estoy a tu lado.
Denison notaba el suelo bajo sus pies… y de pronto dejó de notarlo. El deslizador se había puesto en marcha.
Por un momento tuvo la impresión de estar quieta. No había presión de aire contra su cuerpo, ninguna sensación de tener algo bajo sus pies. Pero cuando miró de nueve a Selene, observó que las luces y las sombras de un lado se movían hacia atrás a una velocidad creciente.
— No desvíes la mirada de la Tierra — dijo en su oído la voz de Selene— hasta que ganes más velocidad. Cuanto más de prisa vayas, más estabilidad tendrás. Mantén las rodillas dobladas. Lo estás haciendo muy bien, Ben.
— Para ser un inmi… — jadeó Denison.
—¿Qué sensación tienes?
— Como si volara — contestó. El dibujo de luces y de manchas a ambos lados se difuminaba hacia atrás. Miró brevemente hacia un lado, después hacia el otro, en un intento de cambiar la sensación de retroceso del paisaje por la de su propio vuelo hacia delante. Entonces, en cuanto lo consiguió, tuvo que volver a mirar con fijeza la Tierra para recobrar el sentido del equilibrio—. Supongo que no es una buena comparación para ti. En la Luna no tenéis experiencia de lo que es volar.
— Pero ahora lo sé. Volar debe ser como deslizarse… y esto sí que lo conozco.
Selene se mantenía junto a él con facilidad.
Ahora, Denison ya iba a la velocidad suficiente para experimentar la sensación de movimiento, incluso cuando miraba hacia delante. El paisaje de la Luna se abría ante él y retrocedía vertiginosamente por ambos lados. Preguntó:
—¿A qué velocidad se puede llegar con un deslizador?
— Un buen corredor — repuso Selene— puede alcanzar más de ciento sesenta kilómetros por hora, en pendientes más acentuadas que ésta, se entiende. Es probable que tú llegues a cincuenta y seis kilómetros.
— Tengo la impresión de que corro más que eso.
— Pues es falsa. Ya estamos casi en terreno plano, Ben, y no te has caído. Ahora continúa así; el deslizador se parará y sentirás la fricción. No hagas nada para ayudarla a detenerte, déjate llevar.
Apenas Selene terminó de hablar, Denison empezó a sentir la presión bajo sus botas. De inmediato experimentó una arrolladora sensación de velocidad y apretó con fuerza los puños para evitar levantar los brazos, en un gesto casi reflejo contra la colisión que no podía tener lugar. Sabía que si levantaba los brazos, se caería hacia atrás.
Entornó los ojos y contuvo el aliento hasta que le pareció que sus pulmones iban a explotar. Selene dijo
— Perfecto, Ben, perfecto. Nunca había visto a un inmi deslizarse por primera vez sin una caída, o sea., que, aunque ahora te cayeras, no sería ningún deshonor.
— No tengo intención de caerme — susurró Denison.
Inspiró profundamente y abrió bien los ojos. La Tierra estaba serena como siempre e impasible. Ahora ya iba más despacio…, más despacio…
—¿Me he parado ya, Selene? — preguntó—. No estoy seguro.
— Sí, estás parado. Ahora no te muevas. Tienes que descansar antes de volver a la ciudad. Maldita sea, lo había dejado por aquí cuando hemos pasado antes.
Denison la miró con incredulidad. Había subido con él v bajado con él. Sin embargo. él se sentía medio muerto de cansancio y tensión, mientras que ella daba en el aire enormes saltos de canguro. Parecía estar a unos cien metros cuando exclamó: <���¡Aquí está!», y su voz sonó tan cercana como cuando estaba a su lado.
Volvió al cabo de un momento, con un voluminoso trozo de elástico doblado bajo el brazo.
—¿Recuerdas que al venir me preguntaste qué era y yo te dije que lo usaríamos a la vuelta? — preguntó alegremente.
Lo desdobló v lo extendió sobre la polvorienta superficie de la Luna.
— Se llama Colchón Lunar — explicó—. pero nosotros lo llamamos Colchón a secas. El adjetivo es superfluo rara los que vivimos en este mundo
Insertó un cartucho y apretó un interruptor.
El colchón empezó a llenarse. Denison esperaba oír una especie de silbido, pero, naturalmente, no había aire para transmitir ningún sonido.
— Antes de que vuelvas a tildarnos de despilfarradores — advirtió Selene—, esto también es argón.
Se transformó en un colchón con seis patas bajas.
— Te aguantará —dijo ella—. Tiene poco contacto con el suelo, y el vacío que lo rodea conserva el calor.
— No me digas que está caliente — dijo Denison, asombrado.
— El argón se calienta mientras es inyectado, pero sólo relativamente. Llega hasta los 135 grados absolutos, casi lo bastante caliente para fundir el hielo y lo suficiente para evitar que tu traje aislante pierda calor más de prisa de lo que tu cuerpo tarda en fabricarlo. Vamos, échate.
Denison obedeció y experimentó una sensación de inmensa comodidad.
—¡Magnífico! — exclamó con un largo suspiro.
— Mamá Selene piensa en todo — dijo ella.
Ahora se acercó por detrás de él, deslizándose, con los pies juntos por los talones, como si llevase patines, y entonces los levantó y se dejó caer graciosamente sobre la cadera y el codo, junto a él.
Denison silbó.
—¿Cómo has logrado hacer esto?
—¡Mucha práctica! Y guárdate de probarlo; te romperías el codo. Pero te advierto que si tengo demasiado frío, te obligaré a hacerme sitio en el colchón.
— No hay peligro — observó él— mientras ambos
llevemos estos trajes.
—¡Ah, ya ha hablado mi valiente libertino! ¿Cómo te sientes?
— Creo que muy bien. ¡Vaya experiencia!
—¡Ya lo creo! Has batido el récord de no caerse. ¿Te importa que se lo cuente a los amigos de la ciudad?
— No, siempre me gustan las alabanzas… No pretenderás que vuelva a hacerlo, ¿verdad?
—¿Ahora? Claro que no. Yo tampoco lo haría. Descansaremos un rato, nos aseguraremos de que tu corazón late con normalidad, y entonces regresaremos. Si me acercas los pies, te quitaré los deslizadores. La próxima vez te enseñaré a manejarlos.
— No estoy seguro de que haya una próxima vez.
— Por supuesto que la habrá. ¿No te has diver5do?
— Un poco. Cuando no sentía terror.
— Sentirás menos terror la próxima vez, y aún menos la siguiente, y acabarás por divertirte mucho… Voy a hacer de ti un corredor.
— Ni pensarlo. Soy demasiado viejo,
— En la Luna, no. Sólo pareces viejo.
Denison, tendido sobre el colchón, sentía que iba evadiéndole la paz suprema de la Luna. Ahora estaca de cara a la Tierra. Su firme presencia en el cielo le había dado, más que ninguna otra cosa, la sensación de estabilidad durante su reciente deslizamiento y experimentaba gratitud hacia ella.
Preguntó:
—¿Vienes aquí a menudo, Selene? Me refiero a si vienes sola, o con una o dos personas, y cuando no se celebran carreras.
— Puede decirse que nunca: A menos que haya mucha gente, lo encuentro demasiado solitario. El hecho de estar ahora aquí me sorprende.
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