—El musical de los cincuenta describía un mundo de inocentes esperanzas y deseos ingenuos. —Le murmuró algo al comp y apareció Julie Andrews, sentada en una colina alpina con una guitarra y un grupito de niños. Una extraña elección para su tesis de «tiempos más simples», ya que la película había sido realizada en 1965, el año de la gran concentración de tropas en Vietnam. Por no mencionar que se desarrollaba en 1939, el año de los nazis.
—Era una época más brillante y menos complicada —dijo—, una época donde los finales felices todavía resultaban creíbles.
La escena saltó a Vanessa Redgrave y Franco Nero, rodeados por soldados con antorchas y espadas. Camelot.
—Ese mundo idílico desapareció, y con él el musical de Hollywood.
Esperé hasta que la clase se marchó y él se tomó su ración de copo y le pregunté si sabía dónde estaba Alis, aunque sabía que no servía de nada, no la habría ayudado, y lo último que Alis habría necesitado era a otra persona diciéndole que el musical estaba muerto.
No la recordaba, ni siquiera después de que lo untara con chooch, y se negó a darme la lista de estudiantes de su clase. Siempre podía recurrir a Heada, pero no quería que se pusiera compasiva y pensara que me había vuelto loco. Charles Boyer en Luz de gas.
Volví a mi habitación y quité la bebida de Billy Bigelow y medio argumento de Carrusel, y luego me acosté.
Una hora más tarde el comp me despertó de un profundo sueño, armando tanto jaleo como el reactor de El síndrome de China, y me levanté tambaleándome. Me quedé parpadeando ante él unos buenos cinco minutos antes de darme cuenta de que era la alarma, y que Siete novias debía de estar fuera de litigio, y tardé otro minuto en pensar qué orden dar.
No era Siete novias. Era Fred Astaire, y la decisión del jurado aparecía en la pantalla: «Derecho de propiedad intelectual negado, derecho a forma artística irreproducible negado, derecho de propiedad colaboradora negado.» Lo cual significaba que los herederos de Fred Astaire y RKO-Warner habían perdido, y que ILMGM, donde Fred había pasado tantos años encubriendo a compañeras que no sabían bailar, había ganado.
— Melodías de Broadway 1940 —dije, y contemplé el Beguine tal como lo recordaba, estrellas y suelo pulido y Eleanor de blanco, siempre junto a Fred.
Nunca la había visto sobrio. Había pensado que el silencio, el embeleso, la cualidad de belleza inmóvil y centrada se debía al efecto del klieg, pero no era así. Bailaban con facilidad, sin esforzarse, por un suelo oscuro y pulido. Sus manos no llegaban a tocarse, y permanecían tan serenos, tan silenciosos como aquella noche en que vi a Alis observándolos. Lo verdadero.
Nunca había existido aquel mundo ingenuo e inofensivo. En 1940, Hitler bombardeaba Londres y ya metía a los judíos en vagones de ganado. Los ejecos de los estudios se unían contra la guerra y hacían tratos, el Mayer real dirigía el estudio, y las starlets se dejaban ñaquear en un sofá de casting por una aparición de cinco segundos. Fred y Eleanor hacían cincuenta tomas, cien, en un estudio caluroso y sin aire, y se iban a casa a poner en remojo sus pies maltrechos.
Nunca había existido este mundo de suelos estrellados y cabellos a contraluz y pasos sencillos y fáciles, y el público de 1940 que lo veía lo sabía. Y ése era su atractivo, no que reflejara «tiempos más brillantes y felices», sino que era imposible. Eso era lo que querían y lo que nunca podrían tener.
La pantalla emitió otro aviso legal, la apelación de ILMGM ya estaba en marcha, y yo no había visto el final de la rutina, no la había grabado en cinta ni había hecho siquiera un backup.
No importaba. Era Eleanor, no Alis, y no importaba lo que pensara Heada, no importaba lo lógico que fuera, no era yo quien lo hacía. Porque de ser así, con litigio o sin litigio, ahí era donde la habría puesto: bailando con Fred, inclinándose para dirigirle aquella sonrisa embelesada.
MONTAJE: Primerísimo plano de la pantalla del comp. Los títulos de crédito se funden unos en otros: Al sur del Pacífico, La feria de la vida, Armonías de juventud, Locuras de verano.
Al final me quedé sin sitio donde buscar. Volví a Hollywood Boulevard, pero nadie la recordaba, y ninguno de los lugares tenían Digimattes excepto Ha Nacido Una Estrella, y estaba cerrado durante la noche, con una verja de hierro ante la puerta. Las otras clases de Alis trataban sobre el enlace de fibra-op, y su compañera de habitación, muy colocada, tenía la impresión de que Alis había regresado a casa.
—Empaquetó todas sus cosas —dijo—. Lo cogió todo, vestidos, pelucas y eso, y se marchó.
—¿Cuánto tiempo hace?
—No lo sé. La semana pasada, creo. Antes de Navidad.
Hablé con la compañera de habitación cinco semanas después de haber visto a Alis en Siete novias. A la sexta semana, me quedé sin musicales. No había tantos, y los había visto todos, excepto los que andaban en litigio a causa de Fred. Y Ray Bolger, a quien Viamont quiso registar el día después de que yo fuera a Burbank.
El asunto de Russ Tamblyn se zanjó, y la alarma me despertó en mitad de la noche para decirme que alguien había ganado el derecho para violarlo y saquearlo en la pantalla grande, y grabé la escena de la construcción del granero y luego vi West Side Story, por si acaso. Alis no estaba allí.
Vi de nuevo el número de «Un día en Nueva York» y estudié Nubes pintadas de sol, convencido de que allí había algo importante que se me había pasado por alto. Era un remake de Vampiresas 1933, pero no era eso lo que me llamaba la atención. Puse todos los números en orden en las pantallas, del más fácil al más difícil, como si eso me pudiera proporcionar una pista de lo que ella iba a hacer a continuación, pero no sirvió de nada. Siete novias para siete hermanos era lo más difícil que había hecho, y eso había sido seis semanas atrás.
Ordené las películas por fecha, estudio y bailarines; y comparé los datos. Luego me senté y contemplé los nulos resultados durante un rato. Y las pantallas.
Llamaron a la puerta. Mayer. Apagué las pantallas y traté de pensar en una no musical que recuperar, pero no se me ocurría ninguna.
— Historias de Filadelfia —dije por fin—. Fotograma 115-010. —Y grité—: Adelante.
Era Heada.
—He venido a decirte que Mayer va a estallar si no le envías ninguna película —dijo, mirando la pantalla. Era la escena de la boda. Todo el mundo, Jimmy Stewart, Cary Grant, estaban reunidos alrededor de Katharine Hepburn, que llevaba un sombrero enorme y tenía una resaca de caballo.
»Se comenta que Arthurton va a traer a un tipo nuevo, supuestamente para dirigir Montaje —dijo Heada—, pero en realidad será su ayudante, y en ese caso Mayer está en la calle.
Bien, pensé, al menos eso pondrá fin a la masacre. Pero si despedían a Mayer, yo perdería mi acceso, y nunca encontraría a Alis.
—Estaba trabajando en eso ahora mismo —aseguré, y me lancé a dar una elaborada explicación de por qué seguía todavía con Historias de Filadelfia.
—Mayer me ofreció un trabajo —soltó Heada.
—Ya veo: ahora que te ha contratado como cuerpo presente tienes interés en que no lo despidan, y has venido a meterme prisa, ¿no?
—No —dijo ella—. De cuerpo presente no. Ayudante de localización. Me marcho para Nueva York esta tarde.
Era lo último que podía esperar. La miré y vi que llevaba un traje chaqueta. Heada como ejeco de estudio.
—¿Te marchas? —pregunté, aturdido.
—Esta misma tarde. He venido a darte mi número de acceso. —Sacó un papel—. Es asterisco nueve dos punto ocho tres tres —dijo, y me lo tendió.
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