Eran las dos y media. Heada había visto a Alis en la hora punta, para la que quedaban todavía cuatro horas. A lo mejor Alis iba al mismo lugar cada día. Si no se estaba mudando a cualquier otro sitio con todo su equipaje. Pero Heada no había dicho equipaje, sino equipo. Y no se trataría de un comp y un monitor, porque Heada los habría reconocido, y de todas formas, eran ligeros.
Heada había dicho «cargando». ¿Qué, entonces? ¿Una máquina del tiempo?
La Marilyn se había levantado, esparciendo cápsulas por todas partes, y se dirigía a la franja amarilla de advertencia de la pared del fondo, que seguía mostrando la cabalgata de estrellas de la ILMGM.
—¡No! —exclamé, y la agarré, a un paso de la pared.
Ella me miró, los ojos completamente dilatados.
—Es mi parada. Tengo que bajar.
—Camino equivocado, Corrigan —dije, dándole la vuelta hacia la parte delantera. El cartel indicaba Beverly Hills, cosa que no parecía muy probable—. ¿Dónde quieres bajarte?
Ella se zafó de mi brazo y volvió hacia la pantalla.
—La salida es por ahí —insistí, señalando al frente.
Ella sacudió la cabeza y señaló a Fred Astaire, que surgía de la niebla.
—Por allí —dijo, y se sentó en el suelo, formando un círculo con la falda blanca.
La pantalla se volvió plateada, la reflejó allí sentada, rebuscando en su palma vacía, y luego se convirtió en niebla dorada. El principio del anuncio de ILMGM.
Miré la pared que no parecía una pared, ni un espejo. Parecía lo que era: una niebla de electrones, un velo sobre el vacío, y durante un momento todo pareció posible.
Durante un momento pensé: Alis no se bajó en Sunset Boulevard. No se bajó tampoco de los deslizadores. Atravesó la pantalla, como Mia Farrow, como Buster Keaton, en dirección al pasado.
Casi pude verla con su falda negra, su chalequito verde y sus guantes, desapareciendo en la niebla dorada y emergiendo en un Hollywood Boulevard lleno de coches y palmeras y salas de ensayo repletas de espejos.
—Todo es posible —rugió la voz.
La Marilyn había vuelto a ponerse en pie y se tambaleaba hacia la pared trasera.
—Por ahí no —advertí y corrí tras ella.
Menos mal que esta vez no se encaminó hacia las pantallas: no la habría alcanzado a tiempo. Para cuando la agarré golpeaba la pared con los dos puños.
—¡Déjame bajar! —gritó—. ¡Ésta es mi parada!
—La salida es por allí —repetí, tratando de hacerla volver, pero debía de haber tomado delirio. Sus brazos eran como de hierro.
—Tengo que bajarme aquí —dijo, golpeando con el canto de las manos—. ¿Dónde está la puerta?
—La puerta está por ahí —respondí, preguntándome si había pasado lo mismo la noche en que Alis me acompañó a casa desde Burbank—. No puedes bajarte por aquí.
—Ella lo hizo.
Miré a la pared trasera y luego otra vez a ella.
—¿Quién lo hizo?
—Ella —dijo—. Atravesó la puerta. Yo la vi.
Y vomitó sobre mis pies.
TÓPICO CINEMATOGRÁFICO N.° 12: La moraleja. Un personaje declara lo que es obvio, y todo el mundo entiende el tema.
VER: El mago de Oz, Campo de sueños, Love Story, ¿Qué tal, Pussycat?
Bajé a la Marilyn en Wilshire y la llevé a rehab. A esas alturas ya había vaciado el estómago, y esperé a asegurarme de que ingresaba.
—¿Estás seguro de que tienes tiempo para hacer esto? —preguntó, menos parecida a Marilyn y más a Jodie Foster en Taxi Driver.
—Estoy seguro.
Había tiempo de sobra, ahora que sabía dónde estaba Alis.
Mientras ella rellenaba el papeleo, accedí a Vincent.
—Tengo una pregunta —dije, sin más preámbulos—. ¿Y si coges un fotograma y lo sustituyes por otro idéntico? ¿Podría pasar eso las cerraduras-ID de fibra-op?
—¿Un fotograma idéntico? ¿De qué serviría eso?
—¿Podría?
—Supongo que sí. ¿Esto es para Mayer?
—Sí. ¿Y si colocaras una nueva imagen que encajara con la original? ¿Las cerraduras-ID detectarían la diferencia?
—¿Encajar?
—Una imagen distinta que sea igual.
—Tú estás colgado —dijo, y cortó.
No importaba. Yo sabía ya por qué las cerraduras-ID no detectaban la diferencia. Haría falta demasiada memoria. Y, como había dicho Vincent, ¿qué sentido tendría cambiar una imagen por otra exactamente igual?
Esperé a que la Marilyn estuviera en una cama con una intravenosa de ridigraña y luego volví a los deslizadores. Después de La Brea estaban desiertos, pero tardé hasta las tres y media en encontrar la puerta de servicio de la sección de desconexión y hasta las cinco en abrirla.
Me preocupaba que Alis la hubiera atrancado, cosa que había hecho, pero no intencionadamente. Uno de los cables de enlace de fibra-op estaba apoyado contra ella, y cuando por fin conseguí abrir la puerta una rendija, sólo tuve que empujar.
Estaba frente a la pared trasera, mirando la pantalla que en esta sección desconectada tendría que haber estado apagada. En el centro, Peter Lawford y June Allyson enseñaban el «Varsity Drag» a un gimnasio lleno de estudiantes ataviados con vestidos de fiesta y esmóquines. June llevaba un vestido rosa y zapatos de tacón color rosa con pompones, y Alis también, y ambas se habían puesto una peluca rizada, rubia e idéntica.
Alis había colocado el Digimatte en lo alto de su maleta, con el compositor y el pixar a su lado, en el suelo, y el cable de fibra-op serpenteaba a lo largo de la línea amarilla de advertencia y alrededor de la puerta hasta el alimentador de los deslizadores. Aparté el cable de la puerta, con cuidado, para no romper la conexión, y abrí la puerta lo suficiente para poder ver, y me quedé allí, medio oculto, y la observé.
—Abajo sobre los talones —instruía Peter Lawford—, arriba sobre los dedos. —Dio un triple paso.
Alis, con un mando a distancia en la mano, avanzó la canción y se detuvo donde empezaba el baile, y lo observó muy concentrada, contando los pasos. Rebobinó hasta el final de la canción. Pulsó un botón y todo se congeló a medio paso.
Caminó rápidamente con aquellos zapatitos de tacón de aspecto estúpido hasta el fondo de los deslizadores, fuera del alcance del encuadre, y pulsó un botón. Peter Lawford cantaba: «…that's how it gets».
Alis dejó el mando en el suelo, la falda se arrugó mientras se arrodillaba, y volvió corriendo a su puesto y se puso en pie, tapando a June Allyson excepto por una mano y un fragmento de la falda rosa, esperando su señal.
Cuando se produjo, Alis se agachó sobre sus talones, se incorporó apoyándose en los dedos de los pies, e inició un charlestón, con June detrás desde este ángulo siguiéndola como una sombra. Me situé de forma que podía verla desde el mismo ángulo que el procesador del Digimatte. June Allyson desapareció y sólo quedó Alis.
Casi esperaba que June Allyson se borrara de la pantalla como había pasado con la princesa Leia en la escena de la turata en Ha Nacido Una Estrella, pero Alis no estaba haciendo vids para la gente de casa, ni siquiera intentaba proyectar su imagen en la pantalla. Sólo se trataba de un ensayo, y había conectado el Digimatte al alimentador de fibra-op a través del procesador porque era la forma en que le habían enseñado a usarlo en el trabajo. Incluso desde mi puesto vi que la luz de grabación no estaba encendida.
Me retiré hasta la puerta entreabierta. Ella era más alta que June Allyson, y el vestido era de un tono más intenso, pero la imagen que el Digimatte suministraba al enlace de fibra-op era la versión corregida, ajustada para color, enfoque e iluminación. Y algunos de aquellos pasos, practicados durante horas y más horas en las secciones desconectadas de los deslizadores, hechos y rehechos y vueltos a hacer, aquella imagen corregida era tan similar a la original que los cerrojos-ID no la captaban, tan parecida que la imagen de Alis había engañado a los guardias y entrado en la fuente de fibra-op. Alis había conseguido lo imposible.
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