—No lo pongo en duda —dijo Tuf—. Me doy cuenta de que no parece incomodado por la gravedad.
—A Blackjack no le molesta. En los últimos tiempos me necesitan abajo con mucha más frecuencia que antes y Jack siempre me acompaña. A todas partes.
Dax bufó nuevamente y emitió un sordo y amenazador gruñido. Hizo un amago de lanzarse sobre Blackjack y luego retrocedió bruscamente, bufando despectivo.
—Será mejor que le controle, Tuf —dijo Tolly Mune.
—Los felinos a veces demuestran una compulsión biológica hacia el combate para establecer de tal modo sus órdenes de importancia —dijo Tuf—, y ello es particularmente acentuado en los machos. Dax, indudablemente ayudado por sus grandes capacidades psiónicas, dejó establecida hace tiempo su indiscutible supremacía sobre Caos y los demás gatos. No me cabe duda de que ahora siente su posición amenazada, pero no creo que debamos preocuparnos seriamente por ello, Primera Consejera Mune.
—Dax sí debería preocuparse —dijo ella al acercarse un poco más el gato negro a Blackjack que, instalado en su regazo, contemplaba a su rival con un aburrimiento infinito.
—No acabo de entenderla —dijo Tuf.
—Blackjack también posee esas capacidades psiónicas —replicó Tolly Mune—. Y unas cuantas… bueno, unas cuantas ventajas más. Por ejemplo, unas garras de aleación especial tan afiladas como unas malditas navajas y ocultas en fundas especiales situadas en sus garras. También posee una red de plastiacero antialérgico, implantada bajo la piel, que le hace terriblemente resistente a las heridas, y sus reflejos han sido genéticamente acelerados para hacerle dos veces más rápido y diestro que un gato normal. Su umbral de resistencia al dolor es muy elevado. No me gustaría ser descortés, pero si se enfada Blackjack, convertirá a Dax en pequeñas bolas de pelo y sangre.
Haviland Tuf pestañeó y empujó la palanca de dirección hacia Tolly Mune.
Quizá será mejor que conduzca usted —extendió la mano, cogió a su irritado gato por la piel de¡cuello y lo depositó, bufando y gruñendo, sobre su regazo, encargándose a partir de entonces de que no hiciera el menor movimiento—. Vaya en esa dirección —dijo extendiendo un largo y pálido dedo.
—Al parecer —dijo Haviland Tuf, formando un puente con los dedos y medio hundido en un gigantesco sillón—, las circunstancias han cambiado un tanto desde mi última visita a S’uthlam.
Tolly Mune le había examinado con gran atención. Su estómago era aún más prominente que antes y su largo rostro seguía tan desnudo de expresión como al principio, pero sin Dax en su regazo, Haviland Tuf parecía casi desnudo. Tuf había encerrado al gran gato negro en una cubierta inferior para mantenerle lejos de Blackjack. Dado que la vieja sembradora tenía treinta kilómetros de largo y que en dicha cubierta había también algunos de los demás gatos de Tuf, era difícil que a Dax le faltaran el espacio o la compañía pero, de todos modos, debía encontrarse perplejo y algo inquieto. El gatazo psiónico había sido el constante e inseparable compañero de Tuf durante años y cuando era sólo un cachorro había ido a todas partes en sus grandes bolsillos. Tolly Mune sentía cierta tristeza por todo ello.
Pero no demasiada. Dax había sido la carta maestra de Tuf y ella había logrado quitársela. Sonrió y pasó los dedos por entre el espeso pelaje gris plateado de Blackjack, desencadenando con ello otra ensordecedora explosión de ronroneos.
—Cuanto más cambian las cosas, más iguales siguen —dijo en respuesta al comentario de Tuf.
—Ése es uno de los muchos refranes venerables que se derrumban sometidos a un examen lógico —dijo Tuf—, dado que enfrentados a él se revelan como obviamente contradictorios por sí mismos. Si las cosas han cambiado realmente sobre S’uthlam, es obvio que no pueden haber seguido igual. En cuanto a mí, viniendo como vengo de una gran distancia, son los cambios lo que me resulta más notable. Empezando por esta guerra y por su ascenso al cargo que ahora ocupa, que me parece una promoción tan considerable como difícil de prever.
—Y además es un trabajo condenadamente horrible —dijo Tolly Mune torciendo el gesto—. Si pudiera, volvería en seguida al cargo de Maestre de Puerto.
—No estamos discutiendo ahora las satisfacciones que le proporciona su cargo —dijo Tuf, y añadió. También debo recalcar que mi bienvenida a S’uthlam fue mucho menos cordial que la recibida en ocasión de mi visita anterior, lo cual me apena, y más teniendo en cuenta que por dos veces me he interpuesto entre S’uthlam y el hambre, la peste, el canibalismo, el derrumbe de su sociedad y otros acontecimientos tan desagradables como molestos. Lo que es más, incluso las razas más toscas y salvajes suelen observar cierta etiqueta rudimentaria hacia alguien que les traiga once millones de unidades, suma que recordará, es el resto de mi deuda para con el Puerto de S’uthlam. Por lo tanto, tenía abundantes razones para esperar una bienvenida de naturaleza muy diferente.
—Se equivocaba —dijo ella.
—Ciertamente —replicó Tuf. Y ahora, habiéndome enterado de que ocupa usted el primer cargo político de S’uthlam, en lugar de una más bien indigna posición en una granja penal, me siento francamente más asombrado que nunca en cuanto a las razones por las que la Flota Defensiva Planetaria creyó necesario acogerme con amenazas tan feroces como pomposas, por no mencionar las agrias advertencias y las exclamaciones de hostilidad.
Tolly Mune le rascó la oreja a Blackjack.
—Fueron órdenes mías, Tuf.
Tuf cruzó las manos sobre, el estómago.
—Aguardo su explicación.
—Cuanto más cambian las cosas… —empezó a decir ella.
Tuf la interrumpió.
—Habiendo sido ya agredido con tal frase hecha, creo que ahora empiezo a encontrarme en condiciones de apreciar la pequeña ironía que encierra, por lo cual no es necesario que me la repita una y otra vez, Primera Consejera Mune.
Si quiere ir a la esencia del asunto le quedaría muy hondamente agradecido.
Ella suspiró.
—Ya conoce nuestra situación.
—Ciertamente, la conozco en líneas generales —admitió Tuf—. S’uthlam sufre un exceso de humanidad y una escasez de alimentos. Por dos veces he realizado formidables hazañas de ingeniería ecológica a fin de permitir que S’uthlam pudiera alejar el lúgubre espectro del hambre. Los detalles de su crisis alimenticia varían de año en año, pero confío en que la esencia de la situación siga siendo la que he descrito.
—Los últimos cálculos son los peores de todos los realizados hasta hoy.
—Ya veo —dijo Tuf. Creo recordar que a S’uthlam le faltaban unos ciento nueve años para encontrarse con el hambre a escala planetaria y con el colapso de la sociedad, suponiendo que mis sugerencias y recomendaciones fueran puestas en práctica.
Tolly Mune se crispó.
—Lo intentaron, ¡maldita sea!, lo intentaron. Las bestias de carne, las vainas, los ororos, el chal de Neptuno todo está en su sitio, pero el cambio obtenido fue sólo parcial. Había demasiada gente poderosa que no estaba dispuesta a renunciar a sus alimentos de lujo y, por lo tanto, sigue habiendo grandes extensiones de tierra cultivable, dedicada a mantener rebaños de animales, plantaciones enteras con neohierba, omnigrano y nanotrigo… ese tipo de cosas. Mientras tanto, la curva de la población ha seguido subiendo más aprisa que nunca y la maldita Iglesia de la Vida en Evolución predica la santidad de la vida y el papel dorado que tiene la reproducción en la evolución de la humanidad hacia la trascendencia y la divinidad.
—¿Cuáles son los cálculos actuales? —le preguntó con cierta sequedad Tuf.
—Doce años —dijo Tolly Mune.
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