George Martin - Los viajes de Tuf

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Haviland Tuf es un ser curioso: un mercader independiente de gran tamaño, obeso, calvo y con la piel blanca como el hueso. Es vegetariano, bebe montones de cerveza, come demasiado y le encantan los gatos. Y además es completa y absolutamente honesto. Tuf logra poseer una enorme nave espacial, el Arca, la única superviviente del antiguo Cuerpo de Ingeniería Ecológica de la Vieja Tierra. Al Arca es un artilugio desaparecido hace más de mil años, pero que revive gracias a Tuf y a sus gatos. A lo largo de los siete relatos que forman este libro, Tuf consigue la nave, la repara y resuelve un sinfín de problemas espaciales con la ayuda de la ingeniería ecológica, una profesión que él recupera y a la que añade la impronta de su personalidad, astucia e ironía.

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—Yo pensaba que haría cuanto pudiera —le señaló con un dedo—. Pero siguiendo sus propios términos, Tuf. Infiernos, nos ha ayudado, sí, pero siempre ha sido a su manera y todas sus soluciones han acabado resultando por desgracia poco duraderas.

—Le advertí repetidamente que todos mis esfuerzos eran sólo meras dilaciones al problema básico —replicó Tuf.

—No hay calorías en las advertencias, Tuf Lo siento pero no tenemos elección. Esta vez no podemos permitirle que ponga un vendaje sobre nuestra hemorragia y que se marche. Cuando volviera para enterarse de qué tal nos iban las cosas no encontraría ningún condenado planeta al que volver. Necesitamos el Arca, Tuf, y la necesitamos de forma permanente. Estamos preparados para utilizarla. Hace diez años dijo que la biotecnología y la ecología no eran campos en los que fuéramos muy expertos y entonces, tenía razón. Pero los tiempos cambian. Somos uno de los mundos más avanzados de toda la civilización humana y durante una década hemos estado consagrando casi todos nuestros esfuerzos educativos a la preparación de ecólogos y bioespecialistas. Mis predecesores nos trajeron teóricos de Avalon, Newholme y de una docena de mundos más. Eran gente muy brillante, algunos auténticos genios. Incluso logramos atraer unos cuantos brujos genéticos de Prometeo —acarició a su gato y sonrió. Fueron de gran ayuda para crear a Blackjack.

—Ciertamente —dijo Tuf.

—Estamos listos para usar el Arca. No importa lo capaz que sea usted, Tuf, sólo es un maldito hombre. Queremos tener su sembradora permanentemente en órbita alrededor de S’uthlam, con una tripulación continua de doscientos científicos y expertos en genética de lo mejorcito que poseemos, de modo que podamos tratar la crisis alimenticia día a día. Esta nave y su biblioteca celular, así como todos los datos que hay perdidos en sus ordenadores, representan nuestra última y mejor esperanza, estoy segura de que se da cuenta de ello. Créame, Tuf, no le di órdenes a Ober para que se apoderara de su nave, sin tomar antes en consideración todas las malditas opciones que se me ocurrieron. Sabía que jamás querrá venderla, ¡maldición! ¿Qué otra elección tengo? No queremos engañarle y yo personalmente habría insistido en que se le pagara un buen precio.

—Todo ello suponiendo que siguiera con vida después del asalto —indicó Tuf. Lo que, en el mejor de los casos, me parece bastante dudoso.

—Ahora está vivo y sigo dispuesta a comprarle esta maldita nave. Podría quedarse a bordo y trabajar con nuestra gente. Estoy preparada para ofrecerle un empleo vitalicio. Fije usted mismo su salario, lo que desee. ¿Quiere quedarse con esos once millones? Son suyos. ¿Quiere que le cambiemos el nombre al condenado planeta en su honor? Dígalo y se hará.

—Se llamara Planeta S’uthlam o Planeta Tuf seguiría estando igual de repleto —contestó Haviland Tuf—. Si me mostrara de acuerdo con esta oferta que me hace, es indudable que tienen ustedes la intención de usar el Arca solamente para incrementar su productividad calórica y de ese modo poder alimentar a su gente.

—Por supuesto —dijo Tolly Mune.

El rostro de Tuf permanecía inmutable y carente de toda expresión.

—Me complace saber que jamás se le ha pasado por la cabeza, ni a usted, ni a ninguno de sus asociados del Consejo, que el Arca podría ser utilizada en su forma original, como instrumento de guerra biológica. Por desgracia yo he perdido tan refrescante inocencia, y me encuentro muy a menudo presa de visiones, tan cínicas como poco caritativas, en las cuales el Arca es usada para desencadenar el caos ecológico sobre Vandeen, Skrytnir, Jazbe, y el resto de planetas de la alianza. Llego incluso a imaginar el genocidio que prepararían en dichos mundos para la colonización en masa. Lo cual, creo recordar, es la política que propugna su siempre belicosa facción expansionista.

—Eso es ir demasiado lejos, ¡maldita sea! —le replicó secamente Tolly Mune, Tuf, la vida es sagrada para los s’uthlameses.

—Ciertamente. Sin embargo, dado que me encuentro irremisiblemente envenenado por el cinismo, no puedo evitar la sospecha de que los s’uthlameses acaben decidiendo que algunas vidas son más sagradas que otras.

—Tuf, usted me conoce —dijo ella con voz gélida y tensa—. Nunca permitiría algo así.

—Y caso de que un plan semejante fuera puesto en marcha, pese a todas sus protestas, no me cabe ni la menor duda de que su carta de dimisión estaría formulada en un lenguaje más bien cortante —dijo Tuf con voz átona—. No me parece suficiente garantía y siento el pálpito sí, el pálpito, de que los aliados pueden llegar a compartir mis sentimientos en cuanto a ese punto concreto del problema.

Tolly Mune acarició a Blackjack bajo la barbilla. El gato empezó a gruñir guturalmente. Lo dos observaban a Tuf.

—Tuf —dijo ella—, hay millones de vidas en juego, puede que miles de millones. Podría enseñarle cosas que le harían erizar el cabello. Es decir, si es que tuviera algún condenado pelo, claro.

—Dado que no lo tengo, se trata de una obvia hipérbole —dijo Tuf.

—Si consiente en ir en una lanzadera hasta la Casa de la Araña, podríamos tomar los ascensores que llevan a la superficie de S’uthlam y…

—Creo que no lo haré. Me parecería un acto de lo más estúpido abandonar el Arca dejándola vacía y sin defensas, en pleno clima de beligerancia y con la desconfianza que se ha apoderado ahora de toda S’uthlam. Lo que es más, aunque pueda tenerme por arbitrario y excesivamente remilgado, con el paso de los años he acabado perdiendo el grado de tolerancia que antaño tuve hacia las multitudes, el vocerío, las miradas groseras, las manos que no deseo tocar, la cerveza aguada y las porciones minúsculas de alimentos sin el menor sabor. Tal y como recuerdo, ésas eran las principales delicias que se podían hallar en S’uthlam.

—Tuf, no deseo amenazarle.

—Pero está a punto de hacerlo.

—Me temo que no se le permitirá salir del sistema. No intente tomarme el pelo como se lo tomó a Ober. Todo eso de la bomba es un condenado invento y los dos lo sabemos.

—Me ha descubierto —dijo Tuf con rostro inexpresivo.

Blackjack le bufó.

Tolly Mune bajó la mirada hacia el gran gato, sobresaltada.

—¿Que no lo es? —dijo horrorizada ¡Oh! ¡Infiernos y maldición!

Tuf estaba manteniendo una silenciosa competición de miradas con el felino de pelo gris plateado. Ninguno de los dos pestañeaba.

—No importa —dijo Tolly Mune. No puede moverse de aquí. Resígnese a ello. Nuestras nuevas naves pueden destruirle y lo harán si intenta huir.

—Ciertamente —dijo Tuf. Y, por mi parte, yo destruiré la biblioteca celular caso de que intenten abordar el Arca. Al parecer hemos llegado a una situación de tablas, pero afortunadamente no es preciso que dure mucho tiempo. Mientras iba viajando de un lado a otro por la estrellada inmensidad del espacio, S’uthlam nunca ha estado demasiado lejos de mis pensamientos y, durante los periodos en los cuales carecía de compromisos profesionales, he mantenido una metódica serie de investigaciones para construir una solución auténtica, justa y permanente de sus dificultades.

Blackjack se dejó caer nuevamente en el regazo de su dueña y empezó a ronronear.

—¿Lo ha conseguido? —dijo Tolly Mune con aire no muy convencido.

—Por dos veces S’uthlam ha venido a mí en busca de una salvación milagrosa de las consecuencias de su propia locura reproductiva y de la rigidez de sus creencias religiosas —dijo Tuf—. Por dos veces se me ha llamado para que multiplicara los panes y los peces. Pero recientemente se me ocurrió, mientras estaba estudiando un libro que contiene casi todos los viejos mitos, de entre los cuales se ha sacado tal anécdota, que se me estaba pidiendo un milagro equivocado. La simple multiplicación es una réplica poco adecuada a una continua progresión geométrica y los panes y los peces, aunque sean muy abundantes y sabrosos, deben resultar en última instancia insuficientes para sus necesidades.

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