George Martin - Los viajes de Tuf

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Haviland Tuf es un ser curioso: un mercader independiente de gran tamaño, obeso, calvo y con la piel blanca como el hueso. Es vegetariano, bebe montones de cerveza, come demasiado y le encantan los gatos. Y además es completa y absolutamente honesto. Tuf logra poseer una enorme nave espacial, el Arca, la única superviviente del antiguo Cuerpo de Ingeniería Ecológica de la Vieja Tierra. Al Arca es un artilugio desaparecido hace más de mil años, pero que revive gracias a Tuf y a sus gatos. A lo largo de los siete relatos que forman este libro, Tuf consigue la nave, la repara y resuelve un sinfín de problemas espaciales con la ayuda de la ingeniería ecológica, una profesión que él recupera y a la que añade la impronta de su personalidad, astucia e ironía.

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Haviland Tuf pestañeó.

—Tengo el vago recuerdo de haberle encontrado en el tren que lleva a la superficie de S’uthlam, hace unos diez años —dijo.

—Ratch Norren —dijo el hombre. No soy lo que podría llamarse un diplomático de carrera, pero los Coordinadores creyeron mejor enviar alguien ya conocido por usted y que conociera también a los sutis.

—Norren, ese término es ofensivo —dijo Tolly Mune secamente.

—Igual que ustedes —replicó Ratch Norren.

—Y peligrosos —murmuró el enviado del Triuno Azur, desde el centro de su neblina holográfica.

—Aquí los únicos malditos agresores son ustedes… —empezó a decir Tolly Mune.

—Agresión defensiva —retumbó el ciborg de Roggandor.

—Recordamos la última guerra —dijo el jazboíta—, y esta vez nos negamos a esperar hasta que sus malditos expansionistas estallen de nuevo, para intentar colonizar nuestros mundos.

—No tenemos ese tipo de planes —dijo Tolly Mune.

—Usted no los tiene, hilandera —dijo Ratch Norren—, pero míreme con fijeza a los ópticos y dígame que sus expansionistas no mojan la cama, cada noche, soñando con reproducirse por todo Vandeen.

—Y Skrymir.

—Roggandor no quiere que le toque parte alguna de sus basuras humanas.

—Nunca conseguirán apoderarse del Triuno Azur.

—¿Quién infiernos querría el Triuno Azur para nada? —replicó secamente Tolly Mune. Blackjack ronroneó aprobatoriamente.

—Este primer vistazo a los mecanismos internos de la alta diplomacia interestelar ha sido muy ilustrativo —anunció Haviland Tuf—. Sin embargo, tengo la impresión de que nos aguardan asuntos más apremiantes. Si los enviados tuvieran la bondad de subir a mi vehículo, podríamos dirigirnos sin más dilación al lugar donde conferenciaremos.

Todavía murmurando entre dientes, los embajadores aliados hicieron tal y como les había pedido Tuf Una vez lleno el vehículo, cruzó nuevamente la cubierta de aterrizaje serpenteando por entre la miríada de naves abandonadas. Una escotilla redonda, y tan oscura como la boca de un túnel o como las fauces de una bestia insaciable, se abrió ante ellos para engullirles. Una vez la hubieron cruzado, el vehículo se detuvo y la escotilla se cerró detrás de ellos, sumergiendo al grupo en la más absoluta oscuridad. Tuf no hizo caso alguno de los susurros de queja. A su alrededor se oyó un chirrido metálico y el suelo empezó a bajar, Cuando hubieron bajado dos niveles se abrió otra puerta. Tuf conectó los faros del vehículo y dirigió éste hacia un pasillo negro como la pez.

Atravesaron un laberinto de corredores sumidos en una gélida penumbra, pasaron ante una incontable sucesión de puertas cerradas y Finalmente acabaron siguiendo una tenue cinta de color índigo que parpadeaba ante ellos, como un fantasma empotrado en el suelo cubierto de polvo. La única iluminación era la que daban los faros del vehículo y el débil brillo del panel de instrumentos que Tuf tenía delante. Al principio los enviados hablaron entre ellos, pero las negras profundidades del Arca eran tan opresivas como claustrofóbicas y, uno a uno, los miembros de la delegación fueron quedándose callados. Blackjack empezó a clavar rítmicamente las garras en los pantalones de Tolly Mune.

Tras haber rodado un largo rato a través del polvo, la oscuridad y el silencio, el vehículo se encontró ante un inmenso par de puertas que se abrieron con un silbido amenazador y se cerraron con un pesado golpe detrás suyo. En el interior, la atmósfera era más bien cálida y estaba cargada de humedad. Haviland Tuf desconectó el motor y apagó las luces. Una tiniebla impenetrable les envolvió.

—¿Dónde estamos? —inquirió Tolly Mune. Su voz rebotó en un techo lejano aunque el eco pareció curiosamente ahogado. Aunque negra como un pozo, era obvio que la estancia tenía unas dimensiones muy grandes. Blackjack lanzó un bufido de inquietud, husmeó el aire y luego emitió un sordo maullido de preocupación.

Tolly Mune oyó pisadas y, entonces, una luz no muy potente se encendió a dos metros de distancia. Era Tuf, inclinado sobre una consola de instrumentos mientras observaba un monitor. Oprimió una tecla de un tablero luminoso y se volvió hacía ellos. Un asiento flotante emergió, con un leve zumbido, de la cálida oscuridad. Tuf subió a él, como un rey ascendiendo a su trono, y manipuló el control que había en uno de los brazos. El asiento empezó a relucir con una débil fosforescencia violeta.

—Tengan la amabilidad de seguirme —dijo Tuf El asiento flotante giró en redondo y empezó a moverse.

—¡Infiernos y maldición! —murmuró Tolly Mune. Abandonó a toda prisa el vehículo, con Blackjack en brazos, y partió en pos del ya lejano trono de Tuf Los embajadores aliados la siguieron en masa, gimiendo y quejándose amargamente a cada paso que daban. Detrás de ella resonaban las fuertes pisadas del ciborg. El asiento de Tuf se había convertido en un puntito luminoso perdido en el mar de tinieblas que les rodeaba. Tolly Mune echó a correr y tropezó con algo.

El repentino maullido la hizo retroceder tropezando con el pecho acorazado del ciborg. Confundida, Tolly Mune se arrodilló, extendiendo una mano e intentando sostener a Blackjack con su otro brazo. Sus dedos rozaron un pelaje suave. El gato se frotó entusiásticamente contra sus dedos, ronroneando de placer. Apenas si podía verle, pero le pareció que era pequeño, casi un cachorro. El gato rodó sobre si mismo, para permitirle que le rascara la barriga, y el jazboíta estuvo a punto de caer, al tropezar con ella. De pronto, Blackjack saltó al suelo y empezó a husmear al recién llegado, que le devolvió el cumplido durante unos instantes para girar luego en redondo y desaparecer de un salto en las tinieblas. Blackjack vaciló durante unos segundos y luego, con un potente maullido, partió en su busca.

—¡Maldito seas! —gritó Tolly Mune. Jack, maldición, no alejes tu condenado culo de mí! —su voz levantó una tempestad de ecos, pero el gato no volví¿›. El resto del grupo estaba cada vez más lejos. Tolly Mune lanzó una ristra de blasfemias y apretó el paso para alcanzarles.

Ante ella apareció una isla de luz y cuando llegó allí, se encontró a los demás instalados en una hilera de asientos junto a una larga mesa metálica. Haviland Tuf, en su trono flotante, se hallaba al otro lado de la mesa, con el rostro inmutable y las manos cruzadas sobre el estómago.

Dax iba y venía por encima de sus hombros, ronroneando.

Tolly Mune se detuvo unos instantes para contemplarle fijamente y lanzó una maldición.

—¡Váyase al infierno! —le dijo a Tuf y luego giró en redondo ¡Blackjack! —chilló con toda la potencia de que eran capaces sus pulmones. Los ecos parecían extrañamente ahogados, como si la atmósfera del lugar fuera más espesa de lo norma ¡Jack! —no obtuvo respuesta alguna.

—Espero que no hayamos recorrido toda esta distancia sólo para contemplar cómo la Primera Consejera de S’uthlam practica llamando a su animal —dijo el enviado de Skrymir.

—No, ciertamente —dijo Tuf—. Primera Consejera Mune, si tiene la amabilidad de ocupar su asiento, empezaremos de inmediato.

Ella frunció el ceño y se dejó caer en el único asiento que aún estaba sin ocupar.

—¿Dónde diablos está Blackjack?

—No me arriesgaría a emitir ninguna teoría al respecto —dijo Tuf con voz átona. Después de todo, es su gato.

—Salió corriendo, detrás de uno de los suyos —le replicó secamente Tolly Mune.

—Ya veo —dijo Tuf—. Muy interesante. Lo cierto es que, en estos momentos, una de mis hembras acaba de entrar en celo y puede que ello explique sus acciones. No tengo la menor duda de que se encuentra perfectamente a salvo, Primera Consejera.

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