Las plantas del centro tendrían unos cinco metros de alto y sus zarcillos exploratorios habían rebasado ya hacía tiempo el borde de sus hábitats. Las fibras vegetales se alargaban hacia el suelo y estaban a medio metro de Tuf, entrelazándose y creciendo constantemente. Tres cuartas partes de los muros se habían cubierto con zarcillos de maná y éstos se aferraban precariamente al pulido techo de plastiacero, medio escondiendo los paneles luminosos de tal modo que la luz que llegaba al suelo parecía filtrarse por entre una intrincada madeja de sombras selváticas. Hasta la luz parecía haberse vuelto algo verdosa. Los frutos del maná crecían por todas partes. De los zarcillos del techo colgaban vainas blancas tan grandes como cabezas humanas, abriéndose paso a través de las fibras en continuo progreso. Mientras las contemplaban, una de las vainas cayó al suelo con un sonido suave y viscoso. Ahora comprendía la razón de que en la estancia, el eco sonara tan curiosamente ahogado.
—Estos especímenes en particular —anunció Haviland Tuf con voz impasible—, nacieron hace unos catorce días, de las esporas que usé un poco antes de mi primer encuentro con la estimada Primera Consejera. Sólo hizo falta una espora por hábitat y durante todo ese tiempo no he tenido necesidad de regar, ni de abonar las plantas. De haberlo hecho, no serían tan pequeñas y débiles, como estos pobres ejemplos que ahora tienen delante.
Tolly Mune se puso en pie. Había vivido durante muchos años en gravedad cero, por lo que incorporarse en un ambiente de gravedad normal le suponía un cierto esfuerzo, pero ahora sentía una opresión en el pecho y un extraño mal sabor de boca, que le indicaban muy claramente la necesidad de aprovechar cualquier ventaja psicológica, incluso una tan minúscula y obvia como la de estar en pie mientras que los demás se encontraban sentados. Tuf la había dejado sin aliento con su maná sacado de la manga, la superaban en número y Blackjack se encontraba en algún lugar lejano, en tanto que Dax estaba sentado junto a la oreja de Tuf, ronroneando complacido y contemplándola con sus enormes ojos dorados que eran capaces de poner al descubierto cualquiera de sus malditos trucos.
—Muy impresionante —dijo.
—Me alegra que se lo haya parecido —dijo Tuf acariciando a Dax.
—¿Qué está proponiendo exactamente?
—Ésta es mi proposición: empezaremos inmediatamente la siembra de S’uthlam con maná. La entrega puede realizarse usando las lanzaderas del Arca. Me he tomado la libertad de llenar sus bodegas de carga con cápsulas de aire comprimido, cada una de las cuales contiene esporas de maná. Si se las libera en la atmósfera, siguiendo una pauta predeterminada que ya he calculado, las esporas serán trasladadas por el viento y se distribuirán por todo S’uthlam. El crecimiento empezará de inmediato y los s’uthlameses no deberán realizar ningún esfuerzo subsiguiente, como no sea el de recoger las vainas y comérselas —su rostro impasible se apartó de Tolly Mune para volverse hacia los enviados de los demás planetas. Caballeros —dijo—, sospecho que en el momento actual se están preguntando cuál es la parte que les corresponde jugar en todo esto.
Ratch Norren se pellizcó la mejilla y habló en nombre de todos.
—Correcto —dijo con voz algo inquieta—, y con eso volvemos a lo que he dicho antes. Esta planta dará de comer a todos los sutis, pero eso a nosotros no nos importa en lo más mínimo.
—Habría creído que las consecuencias serían obvias para todos ustedes —dijo Tuf. S’uthlam representa una amenaza a sus planetas, solamente porque su población se encuentra perpetuamente a un paso de acabar con el suministro alimenticio de S’uthlam. Ello convierte su planeta, que por lo demás es pacífico y civilizado, en una sociedad inestable por naturaleza. En tanto que los tecnócratas se han mantenido en el poder y han logrado conservar la ecuación en un equilibrio más o menos aproximado, S’uthlam ha sido un vecino útil y dispuesto a cooperar. Pero ese equilibrio, por mucho virtuosismo que se le aplique, acabará haciéndose pedazos y, con ese fracaso, es inevitable que los expansionistas tomen el poder y los s’uthlameses se conviertan en peligrosos agresores.
—¡Yo no soy una maldita expansionista! —dijo Tolly Mune con voz irritada.
—No pretendía afirmar tal cosa —dijo Tuf—, y pese a sus obvias calificaciones para ello, la actual Primera Consejera tampoco mantiene una actitud totalmente próvida. La guerra está ya muy cerca, por mucho que vaya a ser una guerra defensiva. Cuando pierda el poder y sea reemplazada por un expansionista, el conflicto se convertirá en una guerra de agresión. Con las circunstancias que los s’uthlameses han conseguido crear en su planeta, la guerra es algo tan seguro e ineludible como el hambre. Y no hay ningún líder, por competente y bien intencionado que sea, capaz de evitarla mediante su esfuerzo individual.
—Exactamente —dijo la joven procedente del Mundo de Henry, articulando cuidadosamente la palabra. En sus ojos ardía un brillo de astucia que no encajaba demasiado bien con su cuerpo de adolescente. Y si la guerra es inevitable, entonces bien podemos librarla ahora, resolviendo el problema de una vez y para siempre.
—El Triuno Azur debe mostrar su acuerdo en ello —dijo en un susurro su enviado.
—Cierto —dijo Tuf—, siempre que demos por sentada su premisa inicial de que la guerra es inevitable.
—Acaba de afirmar usted mismo que los expansionistas empezarían la guerra con toda seguridad, Tuf —se quejó Ratch Norren.
Tuf acarició a su enorme gato negro con una pálida manaza.
—Incorrecto, señor mío. Mis afirmaciones en cuanto a lo inevitable de la guerra y el hambre se basaban en el derrumbe final del inestable equilibrio mantenido entre la población de S’uthlam y sus recursos alimenticios. Si esa frágil ecuación pudiera ser reforzada, S’uthlam no representaría ningún tipo de amenaza a los demás planetas del sector. Bajo esas condiciones la guerra sería tanto innecesaria como moralmente reprobable, pienso yo.
—¿Y nos dice que esa sucia hierba de usted, puede conseguir todo eso? —replicó despectivamente la mujer de Jazbo.
—Ciertamente —dijo Tuf.
El embajador de Skrymir meneó la cabeza.
—No. Es un esfuerzo muy valioso, Tuf, y respeto su dedicación al trabajo ecológico, pero no lo creo así. Hablo en nombre de los aliados si le digo que no podemos confiar en otro avance tecnológico. S’uthlam ya ha pasado por unos cuantos florecimientos y revoluciones ecológicas con anterioridad, pero al final nada ha cambiado. Debemos terminar con el problema de una vez para siempre.
—Muy lejos de mí la intención de ponerle trabas a su locura suicida —dijo Tuf, rascando a Dax detrás de una oreja.
—¿Locura suicida? —dijo Ratch Norren—. ¿A qué se refiere?
Tolly Mune, que lo había estado escuchando todo atentamente, se volvió hacia los aliados.
—Eso quiere decir que perderían, Norren —afirmó.
Los enviados emitieron una amplia gama de sonidos que iban desde la risita cortés de la mujer del Mundo de Henry hasta la clara carcajada del jazboíta, pasando por el rugido ensordecedor del ciborg.
—La arrogancia de los s’uthlameses jamás dejará de sorprenderme —dijo el hombre de Skrymir. No deje que la engañe esta situación de tablas temporales, Primera Consejera. Somos seis mundos unidos firmemente e, incluso con su nueva flota, les superamos en número y en poder de fuego. Ya recordará que les derrotamos una vez con anterioridad y volveremos a hacerlo.
—No lo harán —dijo Haviland Tuf.
Los enviados se volvieron como una sola persona hacia él.
—En los últimos días me he tomado la libertad de hacer una pequeña investigación y ciertos hechos han llegado a resultarme obvios. En primer lugar, la última guerra local tuvo lugar hace siglos. S’uthlam sufrió una derrota innegable, pero los aliados aún se están recobrando de su victoria. Sin embargo, S’uthlam, con su mayor base de población y su tecnología más voraz, ha dejado atrás ya hace mucho tiempo los efectos de la contienda. Durante ese lapso de tiempo la ciencia de S’uthlam ha crecido tan rápidamente como el maná, si se me permite utilizar metáfora tan pintoresca, y los mundos de la alianza deben los pequeños avances de que pueden presumir al conocimiento y las técnicas importadas de S’uthlam. Es innegable que las flotas combinadas de los aliados son significativamente más numerosas que la Flota Defensiva Planetaria de S’uthlam, pero la mayor parte de su armada está muy anticuada en comparación a la sofisticada tecnología y armamento que han sido incorporados a las nuevas espacionaves s’uthlamesas. Lo que es más, me parece un error de cálculo muy grosero decir que los aliados superan realmente a S’uthlam en cualquier sentido numérico. Es cierto que son seis mundos contra uno, pero las poblaciones combinadas de Vandeen, el Mundo de Henry, Jazbo, Roggandor, Skrymir y el Triuno Azur no llegan a los cuatro mil millones de personas. Apenas una décima parte de la población existente en S’uthlam.
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