George Martin - Los viajes de Tuf

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Los viajes de Tuf: краткое содержание, описание и аннотация

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Haviland Tuf es un ser curioso: un mercader independiente de gran tamaño, obeso, calvo y con la piel blanca como el hueso. Es vegetariano, bebe montones de cerveza, come demasiado y le encantan los gatos. Y además es completa y absolutamente honesto. Tuf logra poseer una enorme nave espacial, el Arca, la única superviviente del antiguo Cuerpo de Ingeniería Ecológica de la Vieja Tierra. Al Arca es un artilugio desaparecido hace más de mil años, pero que revive gracias a Tuf y a sus gatos. A lo largo de los siete relatos que forman este libro, Tuf consigue la nave, la repara y resuelve un sinfín de problemas espaciales con la ayuda de la ingeniería ecológica, una profesión que él recupera y a la que añade la impronta de su personalidad, astucia e ironía.

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Tolly Mune sintió de pronto un frío increíble.

—Nos está imponiendo la paz —dijo.

—Sólo de forma temporal —dijo Tuf.

—Y nos está imponiendo su solución, queramos o no —dijo ella.

Tuf la miró sin contestarle.

—¿Pero quién demonios se ha creído que es usted? —le gritó, soltando por fin todo el furor que se había ido acumulando dentro de ella.

—Soy Haviland Tuf —le replicó él sin alzar la voz—, y se me ha terminado la paciencia con S’uthlam y con los s’uthlameses, señora mía.

Cuando la conferencia hubo terminado, Tuf condujo a los embajadores nuevamente hasta su lanzadera diplomática, pero Tolly Mune se negó a ir con ellos.

Durante largas horas recorrió sin compañía alguna el Arca, sintiendo cada vez más frío y cansancio, pero negándose a ceder. «¡Blackjack!», gritaba a pleno pulmón desde lo alto de las escaleras mecánicas. «Ven, Blacky, ven», canturreaba en el laberinto de los corredores. «Jack!», gritó al oír un sonido detrás de una esquina, pero era sólo una puerta abriéndose o cerrándose, el zumbido de alguna máquina reparándose o quizás un gato desconocido que se escurría furtivamente. «¡Blaitaaaackjaaaaaack!», gritó en las intersecciones, donde confluían una docena de pasillos, y su voz despertó ecos retumbantes en los muros lejanos, rebotando de unos a otros hasta volver a ella casi agonizantes.

Pero no halló rastro alguno de su gato.

Finalmente, su vagabundeo la hizo ascender varios niveles y se encontró en el oscuro eje central que perforaba de un extremo a otro la inmensa espacionave. Una gigantesca línea recta, de casi treinta kilómetros de largo, cuyo techo se perdía entre las sombras y cuyas paredes estaban medio ocultas por cubas de todos los tamaños posibles. Escogió una dirección al azar y caminó, caminó y caminó llamando en voz alta a Blackjack.

Y a lo lejos le pareció oír un leve maullido.

—¿Blackjack? —gritó ¿Dónde estás?

De nuevo oyó el maullido. Ahí, delante de ella. Apretó el paso y luego, sin poder contenerse, echó a correr.

Haviland Tuf surgió de entre la sombra proyectada por un tanque de plastiacero que tendría unos veinte metros de alto. En sus brazos estaba Blackjack, ronroneando.

Tolly Mune dejó de correr.

—He encontrado a su gato —dijo Tuf.

—Ya lo veo —le contestó ella con cierta frialdad.

Tuf le entregó delicadamente el gigantesco gato gris y, al cambiar de manos, sus dedos rozaron levemente los brazos de Tolly Mune.

—Descubrirá que no le ha pasado nada malo durante sus vagabundeos —afirmó Tuf. Me tomé la libertad de hacerle un examen médico completo, para asegurarme de que no hubiera tenido ningún percance y de ese modo pude llegar a la conclusión de que se encuentra en un estado de salud perfecto. Podrá imaginar mi sorpresa cuando descubrí por casualidad, durante tal examen, que todas las mejoras biónicas de las cuales me había informado, parecían haberse esfumado de modo tan misterioso como inexplicable. No consigo imaginar cómo ha sido posible.

Tolly Mune apretó el gato contra su pecho.

—Mentí —dijo. Es telépata, igual que Dax. Puede que no sea tan bueno como él. Y eso es todo. No podía correr el riesgo de que se peleara con Dax. Quizás hubiera ganado, quizá no. Pero no deseaba verle acobardado e inútil —miró a Tuf, frunciendo el ceño. Así que ha conseguido proporcionarle una buena aventura amorosa. ¿Dónde estaba?

—Abandonó la estancia del maná, mediante una salida secundaria, en busca de su amada y luego descubrió que las puertas habían sido programadas para negarle la entrada. Así pues, se vio obligado a pasar unas cuantas horas recorriendo el Arca y trabando amistad con algunas de las hembras de la especie felina que la pueblan.

—¿Cuántos gatos tiene? —le preguntó ella.

—Menos que usted —dijo Tuf—, aunque ya me lo había imaginado. Después de todo, usted es nativa de S’uthlam.

La presencia de Blackjack en sus brazos le resultaba cálida y reconfortante y de pronto Tolly Mune se dio cuenta de que Dax no estaba presente. Ahora tenía nuevamente la ventaja. Rascó suavemente a Jack detrás de una oreja y gato clavó sus límpidos ojos gris plata en la figura de Tuf.

—No ha logrado engañarme —dijo ella.

Me había parecido altamente improbable conseguid —admitió Tuf.

—El maná… —dijo ella—. Es una trampa, ¿verdad? No ha soltado un montón de patrañas, confiéselo.

—Todo lo que les he dicho sobre el maná es cierto.

Blackjack lanzó un leve maullido.

—La verdad —dijo Tolly Mune—, ¡oh! ¡la condenada verdad! Eso quiere decir que se ha guardado unas cuantas cosas sobre el maná.

—El universo está lleno de conocimientos. En última instancia hay más cosas por conocer que seres humanos en condiciones de conocerlas, algo realmente asombroso teniendo en cuenta que la populosa S’uthlam figura incluida en las filas de la humanidad. Me resultaría francamente difícil decirlo todo respecto a un tema, por limitado que éste fuera.

Tolly Mune emitió un bufido despectivo.

—¿Qué pretende hacer con nosotros, Tuf.

—Voy a resolver sus crisis alimenticia —replicó él con su voz eternamente impasible, plácida y fría como un lago sin fondo y, al igual que éste, llena de secretos ocultos.

—Blackjack está ronroneando —dijo ella—, así que eso es cierto. Pero, Tuf, cómo… ¿cómo?

—El maná es mi instrumento.

—¡Y un dolor de tripas! —replicó ella—. Me importa una maldita verruga lo sabroso y adictivo que pueda ser su fruto o lo rápido que pueda crecer esa condenada cosa, pero ninguna planta va a resolver nuestra crisis de población. Ya lo intentó antes. Ya hemos recorrido todas esas coordenadas con el omnigrano, las vainas, los jinetes de¡viento y las gran—¡as de hongos! Hay algo que no me está contando. Suéltelo, abra la boca de una vez.

Haviland Tuf la estuvo contemplando en silencio durante más de un minuto.

Sus ojos parecían incapaces de apartarse de los suyos y, por un instante, tuvo la sensación de que Tuf estaba mirando en lo más hondo de su ser, como sí también él fuera capaz de leer la mente.

Quizá fuera otra cosa lo que intentaba leer. Finalmente Tuf le respondió.

—Una vez que la planta haya sido sembrada, nunca podrá llegar a ser eliminada por completo, sin importar la diligencia con que lo intenten. Dentro de ciertos parámetros climáticos se extenderá con inexorable rapidez. El maná no será capaz de crecer por doquier, ya que el frío extremado puede matarlo y una temperatura baja constituye un freno efectivo a su desarrollo, pero lo cierto es que se extenderá hasta cubrir las regiones tropical y subtropical de S’uthlam y eso será suficiente.

—¿Suficiente para qué?

—El fruto del maná resulta extremadamente nutritivo. Durante los primeros años tendrá un efecto muy notable en cuanto a la mejora de su situación calórica y, con ello, hará que las condicione! de vida en S’uthlam se mantengan estabilizadas. Luego, habiendo agotado el suelo con su vigoroso avance, las plantas empezarán a morir y se verán obligados a utilizar una rotación de cosechas, durante algunos años, antes de que el suelo sea nuevamente capaz de sostener al maná. Pero, mientras tanto, el maná habrá completado su auténtica labor, Primera Consejera Mune. El polvo que se acumula en la parte inferior de cada hoja es en realidad un microorganismo simbiótico, vital para la polinización del maná, pero que posee al mismo tiempo otras propiedades. Transportado por el viento, por los animales y los seres humanos, se extenderá hasta hallarse presente en toda la superficie de su planeta.

—El polvo —dijo ella. Cuando había tocado la planta del maná lo había sentido en sus dedos.

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