Connie Willis - Tránsito

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Ocho premios Hugo, seis premios Nebula, y el John W. Campbell Memorial en unos diez años avalan la excepcional habilidad narrativa de la autora de
y
. Se trata de una de las mejores y más inteligentes voces de la narrativa modena, que esta vez nos sorprende e intriga con una emotiva y racional exploración del mundo de las ECM (Experiencias Cercanas a la Muerte) en una novela de implacable suspense.
Según diversos testigos, en una ECM parece haber varios elementos nucleares: experiencia extracorporal, sonido, un túnel de altas paredes, una luz al final del túnel, parientes fallecidos y un ángel de luz con resplandecientes túnicas blancas, una sensación de paz y amor, una revisión de la vida, una revelación del conocimiento universal y la orden de regreso final. ¿Es todo esto algo real, o se trata tan sólo de manifestaciones surgidas de la bioquímica de un cerebro moribundo?
En
, Joanna Lander es un psicóloga que investiga las ECM. Su encuentro con el neurólogo Richard Wright ha de permitirle simular clínicamente ese tipo de experiencias con el uso de drogas psicoactivas. Pero los sujetos del experimento del doctor Wright ven cosas completamente distintas de lo esperado, y Joanna decide someterse al experimento para conocer directamente una ECM. Y las sorpresas empiezan…
Novela finalista del premio Hugo 2002
Novela finalista del premio Nebula 2001
Novela finalista del John W. Campbell Memorial Award 2002

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—Apaguen esa maldita alarma.

Un súbito silencio y la misma voz diciendo:

—Déjenme ver el pulso.

“El infarto de Greg Menotti —pensó Joanna—. Debí de tener la grabadora encendida”, así que pulsó para rebobinar.

—Ella está demasiado lejos —decía Greg, la voz distante y desesperada, y Joanna apartó el dedo del botón y escuchó—. Nunca llegará a tiempo.

Joanna tomó la caja de zapatos con las cintas sin transcribir y rebuscó mientras la cinta seguía en marcha, buscando las fechas. Veinticinco de febrero. Nueve de diciembre.

—Estará aquí dentro de unos minutos —dijo la voz de Vielle desde la cinta.

Luego el cardiólogo preguntó:

—¿Cuál es la PS?

Veintitrés de enero, marzo… allí estaba.

—Ochenta sobre sesenta —dijo la enfermera, y Joanna pulsó para rebobinar, dejó que corriera, pulsó “play”.

—Cincuenta y ocho —dijo Greg, y Joanna detuvo la cinta. La sacó de la grabadora, metió otra, avanzó hasta la mitad.

—Fue precioso —dijo Amelia Tanaka. Demasiado lejos. Joanna rebobinó, escuchó, rebobinó de nuevo, pulsó “play”.

—Está recuperándose —dijo la voz de Richard. Joanna se inclinó hacia delante.

—Oh, no —dijo Amelia—, oh, no, oh, no, oh, no.

Joanna la escuchó dos veces, luego sacó la cinta y metió la otra, aunque ya sabía cómo sonaría, por qué la voz de Amelia era tan inquietante. Lo había oído antes. “Demasiado lejos para que ella venga”, había dicho Greg Menotti, y en su voz había el mismo terror, la misma desesperación.

Pulsó para rebobinar y reprodujo la cinta otra vez, pero ya estaba segura. Había oído un tono idéntico dos veces aquel día, la primera vez leyendo la Biblia: “Cuando atravieses las aguas, estaré allí. Cuando camines a través del fuego, no te quemarás.”

Y si hubiera grabado la voz de la señora Woollam, las tres voces habrían sonado exactamente igual. Como la de Maisie, diciendo:

—¿Crees que duele?

12

Vamos, hombre, no podrían darle a un elefante a esta distan…

Últimas palabras del general JOHN SEDGWICK, muerto en la Guerra de Secesión, durante la batalla del juzgado de Spotsylvama.

El señor Wojakowski llegó puntual a la mañana siguiente.

—Es una cosa que te enseñan en la Marina, a ser puntual —le dijo a Richard, y se lanzó a contar una historia de GeeGaw Rawlins, un compañero artillero que siempre llegaba tarde—. Lo mataron en Iwo. Una bala trazadora le atravesó el ojo —terminó de decir alegremente, y entró en el cuartito adjunto para ponerse la bata del hospital.

Richard recuperó los escaneos de la última sesión del señor Wojakowski. Todavía no había tenido oportunidad de mirar su nivel de endorfinas. Había pasado los dos últimos días analizando los escaneos de las dos últimas sesiones de Amelia Tanaka. Como esperaba, el nivel de actividad era significativamente inferior en su sesión más reciente, y estaban implicados menos sitios receptores, aunque había recibido la misma dosis de ditetamina. ¿Desarrollaban los sujetos una resistencia a los efectos de la droga después de exposiciones repetidas?

Dividió la pantalla e hizo un análisis paralelo de las sesiones del señor Wojakowski, buscando una reducción de la actividad de endorfinas en la segunda, pero había aumentado un poco. Las superpuso y miró los receptores.

—Hola —dijo Tish al entrar—. Le eché de menos anoche en la Hora Feliz.

—¿Ha visto a la doctora Lander? —le preguntó Richard, y cuando Tish negó con la cabeza, añadió—: Voy a buscarla.

Joanna salía de su despacho.

—Lo siento —dijo, sin aliento—. Estaba intentando cambiar la cita de la señora Haighton, pero nunca está en casa. No hago más que hablar con su sirvienta. Estoy pensando seriamente en pedirle que venga y entrevistarla a ella. Por cierto, he solicitado nuevos voluntarios, expresándolo con nuevos términos y dando un teléfono de contacto distinto que la señora Bendix y sus colegas no reconocerán.

Entraron en el laboratorio. El señor Wojakowski estaba tendido en la mesa de reconocimiento, viendo cómo Tish preparaba la intravenosa.

—Hola, Doc —dijo, y se volvió hacia Joanna—. Esta vez pretendo averiguar para usted qué es ese sonido, Doc.

—¿Puede hacerlo? —preguntó Joanna, interesada.

—No lo sé —respondió él, y le hizo un guiño—. Nunca se sabe si no lo intentas. Olie Jorgenson solía decirlo. Era el oficial de mantenimiento del Yorktown. Siempre buscaba la manera de quebrantar las reglas. Una vez el capitán…

—Estamos preparados para empezar —dijo Richard—. Tish, ¿puede colocarle al señor Wojakowski los auriculares y el antifaz?

Vio que Joanna le sonreía.

Cegado y con los auriculares filtrando ruido blanco, el señor Wojakowski fue mucho más fácil de manejar. La próxima vez tendría que decirle a Tish que se los pusiera primero.

—¿Preparados? —preguntó Richard. Le dijo a Tish que empezara a administrar el sedante y luego la ditetamina, y volvió a la consola para observar el escáner.

El señor Wojakowski entró en estado de ECM casi de inmediato, y Richard contempló la llamarada anaranjada de la actividad en el lóbulo temporal, el hipocampo y los movimientos aleatorios en el córtex frontal. Se concentró en los receptores de endorfinas. No hubo ninguna disminución. Todos los que habían sido activados en las sesiones anteriores eran naranjas o rojos, y había varios nuevos.

La sesión del señor Wojakowski duró tres minutos.

—Localicé ese ruido para usted, Doc —le dijo a Joanna en cuanto el periodo de control terminó y Tish le quitó los electrodos.

—¿Sí?

—Le dije que lo haría. Me recuerda aquella vez…

—Empiece por el principio —le interrumpió Joanna, ayudándolo a sentarse.

—Muy bien, estoy ahí tendido con los ojos cerrados y, de repente, oigo un sonido, y me paro y escucho con atención. Estoy en el túnel intentando pensar qué me recuerda, y al cabo de un minuto caigo en la cuenta. Suena como aquella vez que alcanzaron mi ala, en la batalla del mar de Coral. ¿Se lo he contado alguna vez? íbamos a por el Shoho y un Zero se plantó detrás de mí…

—¿Y el ruido que oyó en el túnel sonó como el ala de un avión acribillada por las balas? ¿Puede describir el sonido? —preguntó Joanna rápidamente, tratando de detenerlo. Pero ya estaba metido de lleno en su historia.

—Mi copiloto y mi artillero murieron en el ataque, y mi ala izquierda quedó hecha puré. Intento volver al Yorktown, pero ando corto de combustible y, cuando por fin lo diviso, hay Zeros por todas partes, y el Viejo Yorky tiene fuego en la popa. Bueno, demonios, no tengo suficiente combustible para llegar, mucho menos para enfrentarme a un puñado de Zeros, y estoy intentando pensar cómo voy a aterrizar cuando ¡blam! —Dio felizmente una palmada con sus manos moteadas por la edad—. El Yorktown recibe uno en el centro, y yo dejo de preocuparme de cómo voy a aterrizar porque dentro de un par de minutos no va a haber portaaviones al que llegar. Sale humo por todo el centro, y empieza a bandear, así que me voy lo más lejos que puedo y hundo el avión en el agua, y cuando llego a la costa de Malaluka al día siguiente, los nativos me dicen que han oído decir a los japos que se hundió durante la noche.

—Creí que había dicho usted que el Yorktown se hundió en Midway —dijo Joanna.

—Y así fue. No se había hundido. Regresó como pudo a Pearl para ser reparado, pero yo no lo sabía. Fue una hazaña, se lo aseguro. Llegó arrastrándose, chorreando combustible como un tamiz, y lo pusieron en dique seco y…

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