Siempre recordaré la oscuridad y el frío.
EDITH HAISMAN, superviviente del
Titanic .
—¿Cómo es aquello, Carides?
—Muy oscuro.
—¿Y qué hay del regreso?
—Son todo mentiras.
CALIMACO
En amoroso recuerdo de Erik Felice, el Hombre de Hojalata.
Gracias de todo corazón a mi editora Anne Groell, mi agente Ralph Vicinanza, y a Phyllis Giroux y la doctora Elizabeth A. Bancroft, que me ayudaron con los detalles médicos.
Escribir este libro resultó en sí mismo una experiencia cercana a la muerte, y no habría sobrevivido sin el apoyo de mi hija Cordelia, mis pacientes amigas, el personal del Margie’s Java Joint y la infinita ayuda de mi marido, Courtney, y mi indispensable chica-viernes, Laura Norton.
Silencio, silencio, estoy intentando contactar con Cape Race.
Mensaje del
Titanic , interrumpiendo la advertencia que el
Californian intentaba hacerle sobre la existencia de icebergs.
¡Más luz!
Ultimas palabras de GOETHE
—Oí un ruido —dijo la señora Davenport—, y entonces empecé a atravesar ese túnel.
—¿Puede describirlo? —preguntó Joanna, acercándole un poquito la minigrabadora.
—¿El túnel? —dijo la señora Davenport, contemplando la habitación del hospital, como si buscara inspiración—. Bueno, estaba oscuro…
Joanna esperó. Cualquier pregunta, incluso “¿Cómo de oscuro?”, podría dar pistas cuando se trataba de entrevistar a la gente sobre sus experiencias cercanas a la muerte, y la mayoría de la gente, cuando se enfrentaba al silencio, se disponía a llenarlo, y todo lo que el entrevistador tenía que hacer era esperar. No, sin embargo, la señora Davenport. Contempló su intravenosa durante un rato, y luego miró inquisitivamente a Joanna.
—¿Hay algo más que pueda recordar sobre el túnel? —preguntó Joanna.
—No… —dijo la señora Davenport después de un minuto—. Estaba oscuro.
“Oscuro”, anotó Joanna. Siempre tomaba notas por si se acababa la cinta o algo iba mal con la grabadora, y así podía comparar los modales y la entonación del sujeto entrevistado. “Introvertida —escribió—. Reacia.” Pero a veces los reacios resultaban ser los mejores sujetos si tenías paciencia.
—dijo usted que oyó un ruido. ¿Puede describirlo?
—¿Un ruido? —dijo vagamente la señora Davenport. Si tenías la paciencia de Job, se corrigió Joanna.
—Usted ha dicho —repitió, consultando sus notas—: “Oí un ruido, y entonces empecé a atravesar ese túnel.” ¿Oyó el ruido antes de entrar en el túnel?
—No… —respondió la señora Davenport, frunciendo el ceño—. Sí. No estoy segura. Era una especie de timbre… —Miró a Joanna, vacilante—. ¿O tal vez un zumbido?
Joanna mantuvo una expresión cuidadosamente impasible. Una sonrisa de ánimo o un ceño fruncido podrían dar pistas también.
—Un zumbido, creo —dijo la señora Davenport por fin.
—¿Puede describirlo?
“Debería haber comido algo antes de empezar con esto”, pensó Joanna. Eran las doce y no había tomado nada para desayunar, excepto café y un pastelito. Pero quería contactar con la señora Davenport antes de que lo hiciera Maurice Mandrake, y cuanto más largo fuera el intervalo entre la ECM y la entrevista, más confabulación habría.
—¿Describirlo? —dijo la señora Davenport, irritada—. Un zumbido.
No servía de nada. Iba a tener que hacer preguntas más específicas, dieran pistas o no, o no lograría sacarle nada.
—¿Qué tipo de zumbido era, firme o intermitente?
—¿Intermitente? —La señora Davenport estaba confusa.
—¿Empezaba y se paraba? ¿Cómo alguien llamando a la puerta de un apartamento? ¿O era un sonido continuo como el zumbido de una abeja?
La señora Davenport miró su intravenosa un poco más.
—Una abeja —dijo finalmente.
—El zumbido ¿era fuerte o suave?
—Fuerte —dijo, pero insegura—. Se paró.
“No voy a poder utilizar nada de esto”, pensó Joanna.
—¿Qué sucedió cuando cesó?
—Estaba oscuro —dijo la señora Davenport—, y entonces vi una luz al final del túnel y…
El busca de Joanna empezó a sonar. “Maravilloso —pensó, tratando de apagarlo—. Lo que me hacía falta.” Tendría que haberlo desconectado antes de empezar, a pesar de la regla del hospital Mercy General de mantenerlo conectado a todas horas. Las únicas personas que la llamaban eran Vielle y el señor Mandrake, y eso había estropeado más de una entrevista de ECM.
—¿Tiene usted que irse?
—No. Vio una luz…
—Si tiene que irse…
—No —dijo Joanna firmemente, metiéndose el busca en el bolsillo sin mirarlo—. No es nada. Vio usted una luz. ¿Puede describirla?
—Era dorada —dijo rápidamente la señora Davenport. Demasiado rápidamente. Y parecía relamidamente complacida, como un niño que sabe la respuesta.
—Dorada —dijo Joanna.
—Sí, más brillante que ninguna otra luz que yo haya visto, pero no me lastimaba los ojos. Era cálida y reconfortante, y al mirarla pude ver que era un ser, un Ángel de Luz.
—Un Ángel de Luz —dijo Joanna, con una sensación de pesadumbre.
—Sí, y alrededor del Ángel había conocidos míos que ya han muerto. Mi madre y mi pobre padre y mi tío Alvin. Estuvo en la Marina en la Segunda Guerra Mundial. Lo mataron en Guadalcanal, y el Ángel de Luz dijo…
—Antes de que entrara usted en el túnel —interrumpió Joanna—, ¿tuvo una experiencia extracorporal?
—No —respondió ella, con la misma rapidez—. El señor Mandrake dijo que a veces pasa, pero lo único que vi fue el túnel y la luz. El señor Mandrake. Naturalmente. Tendría que haberlo sabido.
—Me entrevistó anoche —dijo la señora Davenport—. ¿Lo conoce usted?
“Oh, sí”, pensó Joanna.
—Es un autor famoso —dijo la señora Davenport—. Escribió La luz al final del túnel. Fue un best seller, ¿sabe?
—Sí, lo sé.
—Está trabajando en un libro nuevo. Mensajes del Otro Lado. ¿Sabe?, nadie diría que es famoso. Es muy simpático. Tiene una forma maravillosa de hacer preguntas.
“Desde luego que sí”, pensó Joanna. Lo había oído hacerlas: “Cuando atravesó usted el túnel, oyó un zumbido, ¿verdad? ¿Describiría la luz que vio al final del túnel como dorada? Aunque fuera más brillante que nada que hubiera visto antes, no le lastimó los ojos, ¿no? ¿Cuándo se encontró con el Ángel de Luz?” Dar pistas no era ni siquiera la expresión adecuada.
Y sonreía, asintiendo para alentar las respuestas que quería. Fruncía los labios y preguntaba: “¿Está segura de que era un zumbido y no un timbre?” Fruncía el ceño e inquiría preocupado: “¿Y no recuerda haber flotado sobre la mesa de operaciones? ¿Está segura?”
Ellos lo recordaban todo por él, cómo dejaban su cuerpo y entraban en el túnel y se encontraban a Jesús, recordaban la Luz y la Revisión de Vida y los Encuentros con los Seres Queridos Difuntos. Olvidaban convenientemente las visiones y sonidos que no encajaban e inventaban los que sí lo hacían. Y anulaban por completo lo que hubiera sucedido de verdad.
Ya era bastante malo tener por ahí los libros de Moody y Abrazados por la. luz y todos los otros libros sobre experiencias cercanas a la muerte y los especiales de televisión y los artículos en las revistas diciéndole a la gente lo que podía esperar ver sin que alguien del hospital Mercy General le metiera esas ideas en la cabeza.
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