Lo que había visto era una habitación larga y oscura, “como un pasillo”, con una puerta abierta al fondo y gente de pie detrás de la puerta.
—¿Reconociste a la gente? —preguntó Joanna. Hubo una pausa antes de que Amelia sacudiera la cabeza.
—Iban vestidos de blanco —comentó.
—¿Qué sucedió entonces? —preguntó Joanna. Amelia se acurrucó en la manta.
—Simplemente se quedaron allí.
Joanna no pudo sacarle mucho más, excepto que había oído un sonido (que no pudo identificar) mientras entraba en el pasillo, y que justo antes de eso tuvo una momentánea sensación de flotar.
“Decididamente, las endorfinas beta”, pensó Richard. Tenía que echarle un vistazo al análisis de neurotransmisores y de sangre, pero si eran más altos que en las dos sesiones anteriores de Amelia, entonces posiblemente todos los elementos nucleares eran generados por las endorfinas. Y eso significaría que las ECM podrían ser lo que Noyes y Linden pensaban: un mecanismo protector para escudar al cerebro de las emociones traumáticas de la muerte y no un mecanismo de supervivencia después de todo.
Si los niveles de endorfinas se relacionaban de modo consistente, y si el aumento de esos niveles producía más elementos nucleares. Necesitaba más datos para demostrar cualquiera de esas premisas, lo que significaba tratar de nuevo a Amelia en cuanto fuera posible, pero fijar otra sesión con ella resultó casi tan difícil como concertar una cita con la señora Haighton.
—Tengo un examen importante de anatomía la semana que viene —dijo Amelia, sonriendo a modo de disculpa a Richard—. ¿Podríamos dejarlo para la otra?
—Me gustaría citarla antes.
—Muy bien, doctor Wright —dijo Amelia, sonriéndole—, pero quiero que sepa que es usted la única persona por la que lo hago, y si suspendo anatomía, será por su culpa.
Para cuando concertaron la cita, el señor Pearsall había llegado. Después de lo que había ocurrido el día antes, a Richard le preocupaba un poco que el señor Pearsall pudiera alcanzar el estado ECM, pero no sólo lo consiguió, sino que fue directo al grano. Su escáner era el estándar, casi tan perfecto como el de Tanaka, y en la entrevista posterior, comentó cinco elementos nucleares, incluida una experiencia extracorpórea.
—Estaba tendido en la camilla, esperando que usted y el doctor empezaran —le dijo a Joanna—. No veía nada, por supuesto, a causa del antifaz y porque tenía los ojos cerrados, y de repente pude. Estaba sobre la mesa y podía verlo todo, a la enfermera comprobando mi tensión sanguínea, y a usted, acercando una pequeña grabadora a mi boca, y al doctor junto al ordenador. Había pautas de colores en las pantallas, y no paraban de cambiar, de amarillo a naranja y de azul a verde.
—dijo que estaba sobre la mesa —dijo Joanna—. ¿Podría ser más específico?
—Estaba casi junto al techo —respondió Parsall—. Podía ver la parte superior de la ventana y los armarios.
“Pero no lo que Joanna puso en lo alto del armario de las medicinas”, pensó Richard, y todo lo demás que había descrito lo estaba mirando ahora o podría haberlo visto cuando entró en la habitación.
Se sintió de nuevo impresionado por la sabiduría de Joanna. Se estremeció al pensar en lo que habría sucedido si no le hubiera pedido a ella que colaborara en el proyecto. Titulares del Star: “Científico demuestra la existencia de vida después de la muerte”, con un testimonio del señor Mandrake y entrevistas complementarias con el doctor Foxx y la señora Coffey, la psíquica lunar. Y nunca más subvenciones, ni siquiera del Mercy General. Ninguna credibilidad.
Joanna le daba credibilidad al proyecto sólo estando en él. Sentada allí, con su rebeca y sus gafas metálicas, era una isla de cordura y sentido común en un mar lleno de chalados y lunáticos. Nunca abriría el Star y descubriría que ella había decidido que el Otro Lado era real. Y no era sólo sensata, era también inteligente, y una entrevistadora sorprendente. Sin que pareciera hacer gran cosa, extraía mucha más información de la que él habría podido obtener.
—¿Qué sucedió entonces? —le estaba preguntando al señor Pearsall.
—Oí un sonido y luego me vi en un sitio oscuro.
—¿Puede describir el sonido?
—Era una especie de… rumor, como un camión al pasar… o un tableteo.
“O balas alcanzando el ala de un Wildcat”, pensó Richard, preguntándose qué era el sonido para que todos tuvieran tantos problemas para identificarlo. ¿Era un sonido completamente extraño?
—Y cuando llegué al final del túnel, había una verja bloqueando el camino. Quise atravesarla, pero no pude —dijo el señor Pearsall, pero sin ninguna ansiedad en la voz, y cuando Joanna le pidió que describiera la luz, explicó—: Fue más brillante que nada que yo haya visto, y me hizo sentirme en paz, cálido y seguro.
Pero cuando Richard revisó los escaneos, menos de la mitad de los centros de endorfinas beta estaban activos, y se veían o bien en azul o en verde, los niveles de actividad más bajos, y sólo había rastros mínimos de endorfinas beta y NPK. Si embargo, había niveles altos de endorfinas alfa, y de GABA, un inhibidor de las endorfinas.
Recuperó el análisis del escaneo más reciente de Amelia. No había endorfinas beta, ni NPK, y los niveles de endorfinas alfa eran bajos.
Y el nivel de cortisol se salía de la tabla.
Es divertido.
Últimas palabras de DOC HOLLYDAY.
Si Joanna tenía alguna esperanza de que los sujetos de un experimento controlado fueran más fáciles de entrevistar que los pacientes, las dos semanas siguientes la convencieron de lo contrario. No consiguió que el señor Sage hablara ni que el señor Wojakowski se callara, y la señora Troudtheim, a pesar de los intentos de Richard por ajustar su dosis, seguía sin tener una ECM.
—No sé qué ocurre —dijo Richard, disgustado, después del tercer intento—. Creía que el problema podía ser el sedante, ya que se despierta, así que aumenté la dosis la última vez, y esta vez he usado diprital en vez de zalepam, pero nada.
—¿Podría ser la señora Troudtheim una de esas personas que simplemente no tienen ECM? —preguntó Joanna—. El cuarenta por ciento de los pacientes que han tenido una parada cardíaca y luego han sido revividos no recuerdan nada.
—No, no es eso.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque sólo tenemos cinco voluntarios —dijo—. Voy a comprobar los niveles de cortisol. Tal vez la dosis siga siendo demasiado baja.
Pero eso sólo empeoró las cosas. Cuando Joanna entró en el laboratorio para la siguiente sesión de Amelia, él le preguntó bruscamente:
—¿No me dijiste que tus pacientes decían frecuentemente que la ECM no es un sueño?
—Sí. Fue una de las cosas que más me sorprendieron cuando empecé a entrevistarlos. Uno de los grandes argumentos de Mandrake para la realidad de la ECM era que todos sus sujetos decían que era real. Naturalmente, la experiencia subjetiva no es prueba de nada, como he intentado decirle, y supuse que había convencido a sus sujetos para que hicieran el comentario fuera como fuese. Pero cuando empecé las entrevistas, descubrí que no estaba exagerando: casi todos ellos dijeron voluntariamente que su experiencia fue real, “no como un sueño”.
—¿Y has podido conseguir que sean más concretos?
—¿Tienes algo de comer? —preguntó Joanna—. Me he pasado todo el almuerzo intentando localizar a la señora Haighton.
—Claro —dijo Richard, rebuscando en sus bolsillos—. Vamos a ver, zumo V-8, una bolsa de chucherías vanadas, galletas de queso y cacahuete… y una naranja. Escoge.
—Respondiendo a tu pregunta, no —dijo Joanna, rasgando el celofán de las galletas—. Siguen repitiendo que parece real. Puede que sea porque la ECM no tiene incongruencias ni discontinuidades.
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