– Verá -dijo Rosen antes de que Decker volviera a interrumpirle-. En una ocasión interrumpí una conversación entre usted y su esposa que, de no haberlo hecho, habría cambiado su vida radicalmente.
Los ojos de Decker habían enrojecido, pero él intentó ocultarlo. Quería gritar: «¡A mi mujer no la metas en esto!», pero sabía que si lo hacía, Rosen se daría cuenta de que había tocado la fibra sensible. Mientras existiera una posibilidad remota de que Rosen no siempre supiera lo que Decker estaba pensando, lo mejor era no reaccionar.
– No sé de qué me hablas -murmuró entre dientes.
– Fue en el hospital de Tel Aviv -dijo Rosen-. Usted y Tom Donafin acababan de llegar a Israel después de huir del Líbano. Cuando me enteré de que el secuestro se había producido en territorio israelí, me indignó que Hezbolá se hubiese atrevido a tomar rehenes dentro de Israel. Insistí en que usted y Tom relataran de inmediato los detalles de su cautiverio a las autoridades, pero todos decían que la cosa podía esperar hasta más tarde, de modo que, furioso, me fui a llamar a la policía por mi cuenta. Cuando regresé con los agentes, usted y su familia y mis padres estaban hablando.
Decker recordaba el episodio, pero en ese momento no se acordaba de qué era lo que estaban discutiendo.
– Creo que sabe que mientras permaneció secuestrado, su familia pasó mucho tiempo con mis padres.
Decker sí que se acordaba de eso. Elizabeth y las niñas habían hablado mucho de Joshua e Ilana antes del Desastre. Al parecer, habían intimado bastante.
– Pues bien, esa noche, después del episodio con la policía en el vestíbulo del hospital, escuché una conversación entre mis padres. Por lo que se ve, con mi llegada interrumpí a su mujer justo en el momento en que le iba a contar que ella y sus hijas habían aceptado a Yeshua como su señor y salvador, convirtiéndose al cristianismo mientras usted estaba en el Líbano. Su intención era decírselo y explicarle el Evangelio.
– No tendrías que haberte molestado tanto, Rosen -se burló Decker-. Si mi esposa -y aquí prefirió no contaminar el nombre de Elizabeth pronunciándolo delante de Scott Rosen- hubiese querido explicarme el Evangelio, tuvo muchas oportunidades de hacerlo después de aquella noche.
– Cierto -replicó Rosen-, no hay duda de que las tuvo. De eso no me hago responsable. Con todo, su esposa no ha sido la única cristiana que ha cometido el error de pensar que tenía tiempo de sobra para encontrar el momento adecuado para compartir su fe con sus seres queridos. Pero entonces llegó el Rapto, y ya no hubo más tiempo.
Decker se quedó mirando a Rosen boquiabierto, revelándole con aquella expresión espontánea que no tenía la más remota idea de a qué se refería.
– Su mujer y sus hijas no murieron -explicó Rosen-. Como tampoco lo hicieron mis padres y los millones de personas más que el mundo cree que fallecieron en lo que ellos llaman el Desastre.
El rostro de Decker era el reflejo mismo de la incredulidad. La afirmación era absurda, y se preguntaba si Rosen no se habría vuelto loco.
– No hubo ningún Desastre -continuó Rosen, con todo su entusiasmo-. Su familia, mis padres y todos los demás, excepto, claro está, las víctimas de los accidentes posteriores, no murieron. Fueron raptados, arrebatados por Yeshua para separarlos de la Tierra y librarlos de los horrores del tiempo que ahora vivimos. Lo que el mundo conoce como el Desastre, señor Hawthorne, fue en realidad el Rapto, tal y como lo describió el apóstol Pablo cuando escribió:
… y los muertos en Cristo resucitarán primero; después nosotros, los que vivimos, los supervivientes, junto con ellos seremos arrebatados en las nubes al encuentro del Señor en el aire; y así, siempre estaremos con el Señor. [16]
Decker, incrédulo, meneó la cabeza varias veces.
– Es increíble la habilidad que tenéis los fanáticos de ignorar los fallos más obvios de vuestra teología -dijo-. Y ¿qué pasa con los cuerpos? Mi mujer y mis hijas no subieron a las nubes para reunirse con Jesús; ¡murieron, igual que lo hicieron tus padres! ¡Y sus cuerpos son prueba de ello!
– Los cuerpos de quienes fueron arrebatados eran corruptibles, los restos decadentes de la familia de nuestro ancestro caído, Adán -expuso Rosen-. Esos cuerpos nunca habrían sido admitidos en el cielo, de modo que se prescindió de ellos, igual que se prescinde de un trapo viejo. Después de ser arrebatados, recibieron un cuerpo nuevo: perfecto, incorruptible y sin tacha. De nuevo, le remito a las palabras del apóstol Pablo:
… la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. Mirad, os digo un misterio: no moriremos todos, pero todos seremos transformados; en un instante, en un abrir y cerrar de ojos […) los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos transformados; pues este cuerpo corruptible tiene que revestirse de incorrupción, y este cuerpo mortal revestirse de inmortalidad. [17]
»La voz griega [18]traducida en el pasaje por el verbo transformar aparece traducida en otro lugar [19]por la palabra cambiar. Cambiar es, sin duda, una traducción más exacta, porque es el término que se emplea cuando se discute la mudanza de ropa, [20]que en realidad consiste en cambiar un manto por otro. En otra escritura, el cambio que se produjo en el Rapto se describe en términos del cambio de una tienda por una casa. [21]La tienda no se convierte en casa. Sus materiales no se emplean para la construcción de la casa. Se desecha a cambio de la casa. En cuanto a los cristianos que murieron antes del Rapto, Pablo dice que los cuerpos de los resucitados no serán los mismos que los que fueron enterrados. [22]De ese modo, como decía, los cuerpos de quienes aparentemente murieron en el Desastre fueron, de hecho, cambiados por otros nuevos, y los antiguos quedaron atrás.
Decker volvió a sacudir la cabeza. Le resultaba asombroso que Rosen pudiera creer lo que postulaba.
– ¿Y qué hay de todos los cristianos que no fueron raptados ? No recuerdo haber oído que el Desastre dejara las iglesias vacías -apuntó sarcásticamente-. ¿Y qué pasa con las iglesias hoy? ¿Qué hay de los fundamentalistas?
– No todo el que dice ser cristiano lo es, señor Hawthorne. Ir a la iglesia no le convierte a uno en cristiano, como tampoco lo convierte a uno en atleta ir a un partido de fútbol. En cuanto a los que usted llama fundamentalistas, se trata de no judíos que aceptaron a Jesús después del Rapto.
– ¿Me estás diciendo que tú y tus aliados fundamentalistas sois los únicos cristianos verdaderos ? -dijo Decker en tono desafiante.
– En su mayoría, sí, así es -contestó Rosen tajantemente.
– Pero ¿qué pasa?, ¿que os reunís para inventaros todas esas patrañas como pasatiempo?
Rosen no contestó, pero Decker no había acabado con él.
– A ver si me puedes explicar esto -le increpó-. Si Dios quería que la gente aceptara a Jesús como su señor y salvador, ¿no te parece algo raro que decidiera raptar a todos los cristianos del mundo y los sustituyera por una panda de fanáticos chiflados, cuyas tácticas han ahuyentado a todo el mundo, salvo a otros fanáticos chiflados?
– Como ya he dicho antes, el Rapto era, en parte, para librar del sufrimiento a los que ya eran cristianos, de la misma forma que Dios libró a Noé ya su familia del diluvio [23]y como libró a Lot y a su familia antes de la destrucción de Sodoma y Gomorra. [24]Pero la razón primera y más importante del Rapto fue retirar del mundo lo que era bueno para que el resto tocara fondo. Dios quería demostrar cuán corrupto podía llegar a ser el mundo sin su influencia.
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