»Si, por el contrario, tratase de juzgar la mayor veracidad de una religión sobre otra, sólo podría hacerlo en la medida en que una religión en particular le resultara personalmente más apropiada para su vida.
– ¿De qué otra manera iba a ser si no? -preguntó Decker sardónicamente.
– Cierto, ¿de qué otra manera? -repuso Rosen-. Desde luego que jamás esperaría hallar pruebas que demostrasen que una es verdadera y las demás falsas.
– Dios mío, ya empezamos -gruñó Decker.
– Pero comparar religiones -continuó Rosen- suele consistir en analizar lo que éstas tienen en común, ignorando lo que en verdad las hace diferentes. Es como comparar una bicicleta, un coche, un camión, un tren y un avión. Uno se fijará en el número de ruedas que tiene cada uno, en los diferentes controles de navegación, en el modo de propulsión, en el número de pasajeros que pueden transportar, en la velocidad máxima que alcanzan… Es más, de tanto analizar las similitudes, uno no llega a darse cuenta jamás de que hay algo que diferencia a una sobre todas las demás, y es que el avión vuela.
Decker bostezó intencionadamente para mostrar desinterés, pero Rosen no se dio por aludido.
– Igual ocurre cuando se comparan religiones. Lo comparamos todo entre ellas, pero nunca se llega a plantear la posibilidad de demostrar la veracidad de alguna de ellas. ¡Yo sí que puedo probar que lo que creo es verdad!
– Eso es lo que pasa contigo, Rosen, tu chovinismo te lleva a pensar que sólo tú tienes razón, y que los demás se equivocan. Eres incapaz de admitir la posibilidad de que otro pueda tener parte de razón. Te crees que lo tienes todo, y te gusta que sea así. Si alguien muestra estar en desacuerdo contigo, entonces, por ti, ¡que se vaya al infierno!
– Está bien -repuso Rosen, aparentemente cambiando de táctica-. Dejemos a un lado lo que yo creo. Hablemos del islam. -Tan repentino cambio de tercio dejó a Decker fuera de juego, y no respondió.
– Seguro que le han contado o ha leído alguna vez que en un momento dado, Mahoma, que afirmaba que la verdad le había sido revelada por el arcángel Gabriel, decidió demostrar que él era el enviado de Dios moviendo una montaña con el poder de su fe. Cuenta la leyenda que, después de intentarlo infructuosamente durante tres días, Mahoma se dio por vencido y dijo: «Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la montaña». Pues bien, nadie sabe si fue así o si sólo se trata de una leyenda, pero a lo que voy es que si Mahoma hubiese movido una montaña, y los geólogos hoy en día pudieran confirmar que efectivamente la montaña se había desplazado, o que, por lo menos, así lo parecía, entonces tendríamos pruebas tangibles de que Mahoma era profeta de Dios, tal y como decía ser. Y basándonos en ellas, contemplaríamos la posibilidad de estudiar detenidamente sus enseñanzas.
»O hablemos si no de Joseph Smith, el fundador del mormonismo. En 1827, Smith proclamó que un ángel llamado Moroni le entregó unas tablas de oro en las que aparecía detalladamente inscrita la historia de los antiguos habitantes de las Américas. Según Smith, la historia incluía el completo y auténtico Evangelio de Jesús, quien, aseguraba Smith, viajó a las Américas después de su muerte y resurrección en Jerusalén.
»Lamentablemente para nuestra búsqueda de pruebas, no se ha hallado ningún resto arqueológico que confirme la versión de Smith sobre la historia de las Américas. No ha habido ningún arqueólogo o estudioso no mormón que haya encontrado algo con lo que poder dar algo de credibilidad a las afirmaciones de Smith. En cuanto a las tablas de oro, Smith declaró que después de traducirlas, un ángel se las llevó al cielo, de forma que ni siquiera tenemos evidencia física de que dichas tablas existieran. Once personas dijeron que Smith les había enseñado las tablas, pero se trataba de amigos íntimos o de familiares del propio Smith, y la versión de cada una de ellas no coincidía en muchos de los puntos esenciales.
»Pero, afortunadamente, las tablas de oro no eran el único documento que Joseph Smith declaró haber traducido. En 1835, después de fundar su religión, Smith adquirió unos antiguos papiros egipcios que aseguraba se trataba de los libros perdidos de Abraham y José. Por aquel entonces, no había más de un puñado de personas capaces de descifrar los jeroglíficos egipcios, de modo que, al igual que con las tablas de oro, Smith volvió a confiar en Dios para que le transmitiera la traducción. Casualmente, Smith descubrió un montón de datos interesantes en los papiros, entre ellos, dijo, que se suponía que los negros debían ser siervos y esclavos de los blancos y los asiáticos.
»No obstante, y a diferencia de las tablas de oro, los papiros egipcios no se los llevó ningún ángel al cielo, sino que quedaron expuestos en un museo. Gracias al descubrimiento de la piedra de Rosetta, [26]los egiptólogos pudieron traducir tiempo después los papiros de Smith, y determinaron que aquéllos no eran ni mucho menos los libros de Abraham y José, sino que se trataba nada menos que de copias del Libro de los muertos egipcio y de otro libro titulado Libro de las respiraciones. [27] Aunque menos sensacionalista que la promesa de mover una montaña, la demostración que hizo Smith de su autoridad tuvo tan poco éxito como la de Mahoma.
»Claro está que la mayoría de líderes religiosos no ha mostrado deseo alguno de aventurarse a demostrar quienes dicen ser o a poner a prueba sus enseñanzas. Sus reivindicaciones suelen basarse en las visiones o experiencias de sus fundadores. Siddharta Gautama, el padre del budismo, basó su autoridad en haber alcanzado el nirvana y el bodhi. Nanak, el fundador del sijismo, afirmó haber tenido una experiencia mística en la que había visitado el cielo y hablado con un dios llamado Sat Nam. Lao-tse, padre del taoísmo, y Confucio, padre del confucianismo, se limitaron a declarar que conocían la verdad de resultas de su propia sabiduría adquirida. Miles de grupos New Age de todo el mundo afirman estar en posesión de la verdad por haberles sido revelada por entidades como ángeles, alienígenas, voces interiores, maestros ascendidos con nombres como Ray-O-Light, [28]e incluso por un guerrero de la Atlántida de 35.000 años de antigüedad. [29]El hinduismo y el sintoísmo no tienen fundadores conocidos, lo que hace que ambas religiones se sustenten por completo en los méritos de sus enseñanzas. Por lo tanto, no hay nada en que basar nuestra decisión sobre la verdad de cualquiera de estas religiones, exceptuando lo que el fundador de la religión dijo y si sus enseñanzas encajan con nuestra propia vida. El hecho de que descartemos o aceptemos una religión u otra no es más que una cuestión de fe ciega.
– Y ahora me vas a decir que tu religión es diferente, ¿a que sí? -Decker se cercioró de que en su tono no hubiese perdido ni un ápice de sarcasmo, pero Rosen siguió sin inmutarse.
– Nunca he creído en la fe ciega, señor Hawthorne. Antes de depositar mi confianza en algo, necesito que demuestre su valía.
– ¿Y te crees que tu religión lo hace? -preguntó Decker con sequedad.
– ¡Por supuesto! Verá, ahí está la diferencia clave. Todas las demás religiones se levantan o descansan sobre algo que nadie puede demostrar o refutar. Nadie puede demostrar que a Mahoma y a Joseph Smith se les aparecieran ángeles. Nadie puede saber si Siddharta Gautama alcanzó el nirvana o si Nanak visitó el cielo. Nadie puede saber si un canal New Age está fingiendo o si realmente está sirviendo de canal a un espíritu, y ya puestos, si de verdad se trata de un espíritu, ¿cómo saber si es bueno o malo? Todo depende de la fe del creyente.
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