– Tú qué crees, Bruna, ¿son unos ineptos o unos corruptos? No hay manera de poder fiarse de nadie en este maldito caso…
El hombre se acercó a Habib intentando no pisar los sesos desparramados por todas partes y escudriñó el cadáver.
– ¿Y dices que es tu pistola?
– Sí. Me la puso en la sien. Creo que quería que pareciera un suicidio. Seguramente lleva un guante de dermosilicona para no dejar huellas.
Lizard asintió.
– Es probable. ¿Y cómo pudo saber dónde estabas?
– Yo… yo le dije al abogado de oficio que le avisara.
El inspector resopló con malhumor.
– Ya. Bueno, he llamado a unos compañeros de confianza para que vengan a protegerte… Llegarán enseguida. Claro que también vendrá el juez, y la policía científica, y los encargados de llevarse a la pareja de imbéciles que he dejado esposados, y seguro que también aparecerá algún mando de la policía o algún político a protestar. Eso seguro. De manera que este lugar se va a poner de lo más concurrido. Voy a ver si encuentro otro sitio donde meterte.
Bruna le miró con la expresión transfigurada.
– Paul…
– ¿Qué ocurre?
– Estoy pensando que… ¿Por qué ese empeño en matarme? Ya han conseguido lo que querían de mí… Bueno, no solté el gas, pero han hecho que parezca culpable del asesinato de Hericio. ¿De qué les sirve quitarme ahora de en medio?
– Para que no puedas demostrar tu inocencia.
– Sí, pero… ¿por qué esa urgencia en acabar conmigo? Ahora mismo puedo dar mucho juego en los medios y serles muy útil. Saldré en todas partes como la rep asesina. Pero parece que están desesperados por liquidarme. Ayer mandaron a ese tipo y hoy ha venido el mismo Habib, que no creo que fuera una pieza menor en la conjura… Cuánto se están arriesgando para matarme. ¿Por qué?
Lizard apelotonó la carnosa frente.
– ¿Por qué crees tú?
– Mi hijo… El recuerdo de mi hijo. ¡Era tan real! Y todo ese cariño y ese dolor…
Bruna se estremeció.
– Aún escuecen por ahí dentro… Escucha: ¿y si han usado de modelo memorias reales? Algunos memoristas lo hacen… Sé que el mío lo hizo. Seguramente eso les era más fácil que inventar algo lo suficientemente intenso y creíble. ¿Y si ese niño existió de verdad? ¿Y si temen que todavía pueda recordar algo? Es decir, ¿y si temen que pueda recordarlos?
– ¿Y podrías? -preguntó Lizard con interés-. El cristal de sal ya se ha deshecho…
– Pero quedan restos… pizcas de sentido. Aunque se van borrando rápidamente. Como se borra el recuerdo de un sueño a medida que el día avanza.
– Pues entonces ponte a ello ahora mismo… Inténtalo… ¿Qué necesitas?
– Un poco de silencio… Concentrarme… Tal vez ayudaría la oscuridad…
Por fortuna los ventanales tenían estores venecianos y Lizard los bajó. La habitación quedó sumida en una penumbra fría. Se instalaron en la mesa de despacho, lo más lejos posible del cadáver. Sentada de espaldas a Habib, Bruna apoyó los codos en la mesa, enterró la cara entre sus manos e intentó recordar.
Era como bajar a un sótano entre tinieblas.
Una mano regordeta. Es lo primero que vio. Una mano acolchada de bebé con pequeños hoyos en los nudillos.
Una súbita pena le apretó la garganta. Ah, esa conmovedora, inigualablemente hermosa mano de su hijo. Ese niño por el que ella estaba dispuesta a morir y a matar.
Los recuerdos iban llegando rotos, fragmentados, como briznas de un naufragio que las olas depositan sobre la orilla. Un golpe de mar y apareció la imagen del niño corriendo detrás de una pelota, sudoroso y feliz; un burbujeo de espuma y ahora veía a Gummy en el hoyo de su camita, despertándose con los labios todavía hinchados por el sueño.
Ese niño por el que ella estaba dispuesta a morir y matar.
Un dolor daba vueltas por el fondo de su cerebro como un escualo.
Gummy cantando. Gummy lloriqueando sin ganas de llorar. Casas y escaleras, alamedas moteadas por la luz del sol, el ruido del viento. El niño sonreía desde los brazos de alguien. Ese niño sonriente estaba muy quieto. Y también permanecía quieta la persona que le tenía en el regazo. Se trataba de una foto. Y quien sostenía al niño era una mujer. Matar y morir. Bruna conocía a esa mujer. Estaba más joven y se vestía de otro modo, pero sin lugar a dudas la conocía. La rep abrió los ojos.
– Es RoyRoy.
Tras la muerte de Habib las revelaciones se habían ido sucediendo a un ritmo endiablado. Era como en esos tramos finales de la resolución de un puzle, pensó Bruna, cuando las pocas piezas restantes empezaban a encajar unas con otras vertiginosamente, como si se atrajeran, hasta cerrar el hueco que quedaba, la última tierra incógnita del rompecabezas, mostrando por fin el diseño completo.
En el despacho de Habib se había encontrado un segundo ordenador que, aunque blindado por un sofisticado sistema de seguridad, fue fácilmente reventado por los expertos, y que proporcionó una mina de datos esenciales, desde los materiales con que había sido confeccionada la holografía amenazadora recibida por Chi hasta una lista cifrada de contactos que estaba siendo analizada meticulosamente. El programa de reconocimiento anatómico demostró que el ojo reflejado en el cuchillo de carnicero era el del propio Habib. Ese ojo tan evidente como el de la nebulosa Hélix, una presencia obvia en la que, sin embargo, Bruna jamás pensó. Sin duda fue Habib quien proporcionó a Chi los datos de los primeros replicantes muertos, y quien dejó la bola amenazante en su despacho; fue Habib quien sugirió que se infiltraran en el PSH, y quien mandó la lenteja a Nabokov para que enloqueciera. Esa lenteja de datos era lo que debía de estar buscando tan furiosamente cuando registraron la casa de Chi. Siempre estuvo ahí, el maldito Habib, pero la detective no lo vio.
Uno de los primeros nombres que pudieron ser descifrados de la lista de contactos resultó ser el de un bravucón especista de medio pelo que ya había tenido algunos problemas con la justicia por agresión y escándalo público. El hombre fue detenido en su casa como un conejo en su madriguera y una hora más tarde estaba confesando todo lo que sabía, que era bastante poco, aparte de que la República Democrática del Cosmos parecía estar relacionada de algún modo con el asunto. Cosa que, por otro lado, la policía ya suponía, porque si los expertos habían podido reventar tan fácilmente el ordenador de Habib era porque ese sofisticado sistema de seguridad era usado en Cosmos y ya había sido descodificado con anterioridad por los espías terrícolas.
En cuanto a RoyRoy, Lizard mismo dirigió el operativo que había ido a buscarla a casa de Yiannis, pero cuando llegaron la mujer no estaba. Había desaparecido dejando todas sus pertenencias atrás, entre ellas el aturdido y desolado archivero. Puede que la mujer-anuncio hubiera acordado una llamada de seguridad con Habib tras cumplir éste su misión, y al no recibirla decidiera escapar. El programa central de identificación estuvo analizando durante horas algunas imágenes que Yiannis había tomado de RoyRoy y al cabo descubrió que su verdadero nombre era Olga Ainhó, una famosa química y bióloga desaparecida quince años atrás. Con la chapa civil de Ainhó había sido alquilado un apartamento en el barrio de Salamanca, y en el piso se encontró un pequeño laboratorio capaz de sintetizar sustancias neurotóxicas y un archivo documental con imágenes diversas, la mayoría grabaciones de experimentos científicos. Pero también estaba la evisceración de Hericio tomada en primer plano, con un escalofriante audio de la voz de Ainhó explicando a su paralizada víctima por qué le hacía eso.
La rep había pasado todo el día anterior y la noche del martes en el calabozo, pero la avalancha de datos terminó por exonerarla. La juez de guardia la había dejado en libertad a las 10:00 horas del miércoles. Ahora eran las 10:38 y estaba desayunando con Lizard en un café junto a los juzgados. El inspector la estaba esperando en la puerta cuando salió.
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