– Cuando me acuerdo de los aspavientos que me hizo Habib pidiéndome que yo no le contara dónde estaba… Ja… Para entonces él ya sabía que yo estaba en el circo. Fue Yiannis quien me sugirió ir allí, y Yiannis estaba con RoyRoy. Qué miserable comediante… -farfulló Bruna con la boca llena de panecillos de miel.
– Últimamente todas las comunicaciones del Movimiento Radical Replicante estaban siendo grabadas. Una medida de seguridad. Supongo que al hablar contigo Habib se fabricaba una coartada… -apuntó Paul.
– ¡No sólo eso! También llamó para que su esbirro pudiera localizarme dentro del circo. El sonido y la luz de mi móvil condujeron al tipo hasta mí… Lo que no consigo comprender es por qué Habib se prestó a todo esto.
– Dinero o poder. Que viene a ser lo mismo. Ésas son siempre las razones de fondo.
– ¿Tú crees? En este caso no lo tengo tan claro. ¿Un activista rep colaborando en una conjura supremacista contra los reps? ¿Y trabajando para Cosmos, una potencia en cuyo territorio están prohibidos los tecnos? No entiendo que participara en un plan que suponía su propio exterminio.
Desde que había empezado a desenredarse el ovillo, Bruna llevaba una tormenta dentro de su cabeza. Un enjambre de datos dando vueltas y entrechocando y acoplándose los unos a los otros en busca de sentido. La rep necesitaba reinterpretar y desentrañar lo sucedido. Ahora se daba cuenta, por ejemplo, de que si el enemigo siempre parecía conocer sus movimientos era porque el archivero se lo contaba todo a RoyRoy. Es decir, a Ainhó. Sintió una punzada de resquemor contra su lenguaraz amigo, pero enseguida quedó diluida por la compasión. Pobre Yiannis. Debía de estar destrozado. Descubrir que la mujer de la que se había enamorado era un monstruo capaz de destripar fríamente a alguien tenía que ser algo aterrador. Además, de todos era sabido que las efusiones sentimentales alteraban fatalmente las neuronas. Por eso ella no quería volver a enamorarse. Echó una discreta ojeada a Lizard y le pareció más robusto que nunca. Un muro de huesos y de carne. Un hombre tan grande que le tapaba la luz. El inspector había cortado pulcramente en pequeños trozos uniformes todo su plato, la loncha entera de jamón de soja y los huevos fritos; y ahora se estaba comiendo los cuadraditos a ritmo regular y dejando las yemas de los huevos para el final. Era como un niño, un niño gigante. Una tibieza húmeda inundó el pecho de Bruna. La pegajosa blandura del afecto.
– Muchas gracias por haber venido a buscarme esta mañana. Es un detalle.
– En realidad he venido a proponerte algo medio oficial -gruñó Paul.
A Bruna se le atragantó el panecillo. Se echó hacia atrás en el asiento, sintiéndose en ridículo. Siempre que dejaba escapar las emociones acababa escocida. Cuatro años, tres meses y nueve días. Se apresuró a componer un gesto serio, profesional y un poco displicente.
– Ah, una propuesta. Muy bien. Dime.
– Acabamos de descubrir que Olga Ainhó pertenece al cuerpo diplomático de la Embajada del Cosmos. Increíble, ¿no? Nunca ha aparecido públicamente en nada relacionado con la delegación, pero está acreditada. Y pensamos que es ahí donde se ha refugiado. He levantado al embajador de la cama y se lo ha tomado bastante mal. Niega que la mujer haya cometido ningún delito, habla de pruebas falsas y campaña orquestada y dice que Ainhó tiene completa inmunidad diplomática.
– O sea que ha reconocido que está ahí…
– En realidad, no. Oficialmente, los cósmicos se niegan por completo a colaborar y el asunto se está convirtiendo en una especie de incidente internacional. En fin, el embajador es un capullo, pero parece que, por debajo, están intentando distender el ambiente… Nos han llamado para decirnos que el ministro consejero consiente en recibirnos. Una cita informal, han recalcado. En su casa. A las 12:00.
– ¿Recibirnos?
– Pensé que te gustaría venir -dijo Lizard.
Las carnosas mejillas se le apelotonaron en una sonrisa irresistible, un gesto que le llenaba la cara de luz. Nada que ver con su habitual rictus sarcástico de labios desdeñosos y apretados. El calor de ese gesto radiante ablandó de nuevo a la rep.
– Deberías sonreír más a menudo -dijo, y se le escapó un tono de voz inesperadamente ronco e íntimo.
Lizard se cerró como una planta carnívora. Tragó el último pedazo de su huevo, apuró el café y se puso en pie.
– ¿Nos vamos?
Y Bruna volvió a sentirse una completa estúpida.
Los integrantes de la delegación diplomática de Cosmos vivían en las plantas superiores de la embajada. El edificio era una gran pirámide truncada puesta del revés, de manera que la parte más ancha quedaba arriba. Además, los diez primeros pisos eran de cristal y totalmente transparentes, mientras que las cuatro plantas superiores tenían un revestimiento de grandes bloques de piedra sin ventanas. El resultado era turbador: parecía que la pesada mole pétrea iba a pulverizar en cualquier momento su base de vidrio. Si la sede de los labáricos era neogótica y arcaizante, ésta era neofuturista y subvertía los valores tradicionales, tal vez como símbolo de la subversión social que pretendían los cósmicos. En cualquier caso, ambos edificios resultaban inhumanos y opresivos. La zona revestida de piedra era la destinada a albergar las viviendas de la legación; cuanto más poderoso, más alto en la pirámide. Como el ministro consejero era el segundo en mando, tenía su domicilio en el penúltimo piso, cuya superficie compartía con otros dos altos cargos. La vasta planta superior, la más grande, la que estaba aplastantemente encaramada sobre los hombros de las demás, era la residencia del embajador. También esa implacable arquitectura jerárquica debía de tener mucho que ver con la vida en Cosmos, pensó Bruna.
Por dentro, la embajada parecía un cuartel. Hipermoderno y tecnológico, desde luego, pero un cuartel. Austero, monocromo y lleno de soldados diligentes que caminaban como si tuvieran una barra de hierro en lugar de espinazo. Una oficial de uniforme impecable les acompañó hasta la puerta de la casa del ministro. Abrió un robot que les condujo a la sala, una amplia habitación sin ventanas pero con dos muros totalmente cubiertos por imágenes tridimensionales de la Tierra Flotante. Realmente parecía que estaban en el espacio.
– Bonito, ¿no? -dijo el ministro entrando en el cuarto-. Soy Copa Square. ¿Un café, un refresco, una bebida energizante?
– No, gracias.
Square pidió al robot un concentrado de ginseng y se sentó en un sillón. Era un hombre alto, de facciones perfectas. Tan perfectas que sólo podían ser un producto del bisturí, aunque desde luego de un buen cirujano. Ni un solo rasgo de catálogo.
– Queda entendido que esto es totalmente extraoficial… Y, aun así, una muestra de nuestra buena voluntad. Pese a la campaña terrícola de calumnias e insidias.
Sonreía mientras decía esto, pero resultaba gélido. Era una de esas personas que utilizaban la amabilidad como si fuera una velada forma de amenaza. Algo bastante común entre diplomáticos.
– Creí que lo del encuentro extraoficial significaba que íbamos a poder prescindir de los tópicos habituales. Sabes que Ainhó lo hizo -dijo Lizard con tranquilidad.
Copa Square acentuó su sonrisa. Su frialdad.
– Ainhó ha salido ya de la Tierra, protegida por su condición de diplomática. Un vehículo de nuestra embajada la llevó hasta el Ascensor Orbital, y a estas horas debe de estar llegando a Cosmos. Da igual si lo hizo o no. Vosotros nunca vais a poder juzgarla y en la RDC nunca van a saber lo que ha sucedido aquí. De alguna manera, es como si todo lo que ha pasado fuera algo… inexistente.
– Sí, ya sé que en Cosmos mantenéis una censura férrea… Pero nunca pensé que alardearías de ello.
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