– Tenemos que hablar -dijo la líder rep sin molestarse en saludar.
– ¿Qué pasa?
– Te lo diré en persona. Ven a verme mañana a las nueve horas.
Y cortó la comunicación. Bruna se quedó contemplando la pantalla vacía mientras se detestaba a sí misma. Le amargaba tener que obedecer a una cliente como Myriam Chi, que trompeteaba sus órdenes como si ella fuera su esclava; y le ponía literalmente enferma haber perdido los papeles con el memorista. El sillón en el que la detective estaba sentada se encontraba al fondo de la sala de exposiciones y el lento flujo de los visitantes pasaba por delante de ella, cruzando de una pared a la otra e iniciando el camino de regreso hacia la puerta. Pero, curiosamente, nadie la miraba. Nadie parecía advertir a esa tecnohumana grande y llamativa: demasiada invisibilidad para ser natural. Sí, el malévolo Nopal había acertado al citarla allí: iluminada cenitalmente por la fría luz del lucernario, Bruna se sintió un Falso más. Sin duda el de menor valor de toda la muestra.
– ¡Bruna! ¡Bruna! ¡Levántate! ¡Despierta!
La rep abrió un ojo y vio una figura humana que se abalanzaba sobre ella. Dio un salto en la cama, un grito, un manotazo defensivo, y su brazo atravesó limpiamente el aire coloreado sin encontrar resistencia. Enfocó mejor la mirada y reconoció al viejo Yiannis.
– ¡Maldita sea, Yiannis, te he dicho mil veces que no me hagas esto! -gruñó con la lengua entumecida y la boca seca.
La figura holografiada del archivero flotaba por la habitación, de cuerpo entero. Era la única persona a la que Bruna había concedido autorización para realizar holollamadas.
– ¡No soporto que te metas así en mi casa! ¡Te voy a poner en la lista de los no admitidos!
– Perdona, no había manera de despertarte y Myriam Chi…
– ¡Oh, mierda, Chi!
Antes de que el viejo mencionara a la líder rep, Bruna ya había visto la hora en el techo, las 10:20, y sus neuronas maltratadas por la resaca habían comenzado a encenderse penosamente trayendo el recuerdo de una cita perdida. El día anterior se fue reconstruyendo de manera borrosa en su memoria: el encuentro con Nopal, la llamada de Chi, las demasiadas copas que se tomó en su casa al regresar. Beber sola, mejor dicho, emborracharse sola, era el penúltimo escalón del alcoholismo. Sin duda tenía un problema con la bebida, y ahora también un problema con su única clienta, a la que había dejado plantada. Bruna se levantó de un brinco de la cama, tan deprisa, de hecho, que el gelatinoso cerebro pareció chocar contra su cráneo y tuvo que agarrarse la cabeza con ambas manos y cerrar los ojos durante unos instantes. Se acabó: no iba a volver a tomar una copa en toda su vida.
– ¡Ya sé que llego tarde a la cita con Chi! ¡Ya sé que la he jodido! -gruñó, todavía con los párpados apretados.
– No. No es eso, Bruna. No llegas tarde.
La rep alzó la cara y vio que Yiannis se había vuelto de espaldas. Claro, pensó, es que estoy desnuda. Mi pobre y vetusto caballero, se dijo, sintiendo por él una especie de irritada ternura. La bata china estaba tirada en el suelo y Bruna la recogió y se la puso.
– Ya puedes mirar. ¿Qué es eso de que no llego tarde?
Yiannis, o su holografía, se giró. Su rostro estaba tenso y pálido: sin lugar a dudas era portador de malas noticias. Una oleada de adrenalina recorrió la columna vertebral de Bruna y mejoró mágicamente su jaqueca.
– ¿Qué ocurre?
– Chi ha muerto.
– ¿Qué?
– Esta mañana temprano atacó en el metro a una secretaria del Ministerio de Trabajo. Le sacó los ojos y le rompió la tráquea. Ni que decir tiene que la chica era tecno. Luego, Chi se arrojó a las vías delante de un convoy. Falleció en el acto.
– ¿Cómo lo sabes?
– Está en las noticias.
Bruna ordenó a la casa que abriera la pantalla y se encontró cara a cara con la imagen de la líder androide. Myriam en un mitin, Myriam por la calle, Myriam sonriendo, discutiendo, haciendo una entrevista. Hermosa y llena de vida. En las noticias no se decía que llevara una mema adulterada, pero eso no significaba nada, porque, que Bruna supiera, el detalle de las memorias ilegales todavía no se había hecho público en ninguna de las muertes. El comportamiento de Myriam ¿se debería también al destrozo causado por un implante letal? Y de ser así, que era lo más probable, ¿quién se la había metido por la nariz? Porque no podía creer que la líder del MRR lo hubiera hecho voluntariamente. Esto era un asesinato. Y también era el mayor fracaso de su carrera. No había conseguido mantener viva a su clienta ni dos días.
– Se lo dije, le dije que tenía que cuidarse, le dije que debíamos…
– Calla, Bruna, calla y escucha…
El holograma de Yiannis parecía estar sentado ahora en el aire y contemplaba fijamente no la pantalla de Husky, sino otro punto más hacia la derecha, probablemente la pantalla de su propia casa. Pero ambos estaban viendo lo mismo. El periodista, un desagradable y célebre individuo de lustroso pelo rubio llamado Enrique Ovejero, comentaba el asunto con ávido énfasis sensacionalista.
– … Y lo que la gente se pregunta es, ¿qué está sucediendo con los tecnos? ¿Acaso están enfermos? ¿Hay una epidemia? ¿Puede ser contagiosa para los humanos? ¿Por qué son tan violentos? Hasta ahora sólo han atacado a otros androides, pero ¿pueden suponer un peligro para la gente normal? Está con nosotros José Hericio, un hombre polémico al que sin duda muchos de vosotros conoceréis, abogado y secretario general del PSH, Partido Supremacista Humano. Buenos días, Hericio, ¿qué tal estás? En primer lugar, no sé si para ti la muerte de uno de tus mayores enemigos, la líder del MRR, puede incluso ser una buena noticia…
– No, Ovejero, por Dios, yo no me regocijo con la muerte de nadie… Además, no sólo no me parece una buena noticia, sino que creo que es muy preocupante. ¿Sabías que hay otros casos de violencia anteriores?
– Sí, claro, está el del tranvía aéreo del jueves pasado y el de la mujer que se vació un ojo… Con Chi, tres muy parecidos en menos de una semana.
– No, no, hablo de antes de eso… Antes ha habido otros cuatro casos semejantes. O sea, en total, siete. Sólo que pasaron desapercibidos porque sucedieron más espaciadamente… En los últimos seis meses. Pero los siete casos están claramente relacionados entre sí… y no sólo por esa obsesión con arrancarse o arrancar los ojos. También comparten otras circunstancias.
– ¿Qué otras circunstancias?
– Mi querido Ovejero, me vas a permitir que me reserve esa información.
En efecto, antes hubo cuatro suicidas que no atacaron a nadie, salvo a ellos mismos. Tres de ellos se sacaron los ojos, y los cuatro se habían metido una memoria adulterada. O eso había leído en los documentos que le había dado Chi. Hericio debía de estar refiriéndose a las memas cuando hablaba de lo que compartían. ¿De dónde habría sacado todos esos datos? El líder supremacista era un tipo repugnante de mejillas siliconadas, pelo injertado y boca blanda y babosa, una de esas bocas permanentemente húmedas. Bruna siempre había pensado que su extremismo fanático le convertía en una especie de payaso y que nadie podría tomar en serio sus barbaridades, pero en las últimas elecciones regionales el PSH había sacado un asombroso 3 % de los votos.
– Vaya, Hericio, y ¿cómo es que el ciudadano de a pie no sabe nada de esos otros incidentes? -preguntaba con fingido escándalo el untuoso Ovejero.
– Porque, una vez más, nuestro Gobierno, y hablo del Gobierno Regional, pero también del Planetario, nos oculta la información. La oculta o, lo que sería incluso peor, puede que no la sepa, porque estamos en manos de los políticos más incompetentes que ha tenido la Humanidad en toda su historia. Y esto es muy grave, porque en el PSH tenemos informaciones fidedignas que indican que está en marcha una conspiración rep, un plan secreto para tomar el poder contra los humanos…
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