– ¿Los chicos de Valo?
– Los reps de combate que forman nuestro equipo de seguridad. Ya sabes que hemos sufrido numerosas agresiones. Ayer fuimos a la sede con diez de los nuestros. Por si acaso.
– ¿Desde cuándo trabajabais con Complet ?
– Cuatro o cinco meses. Te buscaré el dato exacto. Pero, en cualquier caso, la implicación de la empresa parece indicar que no se trata de un acto aislado de violencia individual, sino de un asunto mucho más complejo, más sofisticado y meticulosamente organizado… Y hay algo más. ¿Has visto a ese fanático de Hericio en las noticias?
– Sí.
– ¿No es curioso que salga justo ahora contando todo eso? ¿Y no te parece raro que esté tan informado? Sabemos que Hericio se ha visto con un rep.
– ¿Cómo lo sabéis?
Habib torció las comisuras de la boca hacia abajo en un gesto vago y agitó blandamente su mano en el aire.
– Bueno… Digamos que intentamos estar al tanto de lo que hace el enemigo. Y uno de los nuestros vio a Hericio entrevistándose con un rep en un lugar público pero discreto.
Los sillones bajo el lucernario del Museo de Arte Moderno se encendieron en la memoria de Bruna.
– ¿En qué lugar se vieron?
– En la parada de un tram. ¿Importa mucho eso?
La detective negó con la cabeza sintiéndose algo estúpida.
– El caso es que creemos que pudo ser uno de los empleados de Complet. Es una compañía íntegramente formada por androides. Siempre intentamos trabajar con los nuestros. En fin, Myriam pensaba que el PSH había conseguido comprar de alguna manera a esos miserables. Y que todo es un plan para desprestigiar a nuestro movimiento y para crear un clima de opinión antitecno que pudiera favorecer a su partido.
Bruna reflexionó unos instantes.
– Resulta plausible. Lo malo, Habib, es que no podemos descartar que no se trate de un grupo nuevo de terroristas reps.
– Pero ¿por qué iban a atacar a otros tecnohumanos?
– Para asustar a los androides, para hacerles creer que se trata de un complot de los supremacistas, como tú mismo has dicho… Para radicalizar a los reps y desatar la violencia entre las especies.
– Mmmm… sí… Quizá. En cualquier caso, urge que aclaremos lo que sucede cuanto antes. Porque es cierto que la tensión social está aumentando por momentos. Myriam era consciente de esa urgencia y por eso te llamó ayer. Sé lo que quería pedirte: que investigaras al PSH, en especial a Hericio. Y, por cierto, creo que verlo aparecer esta mañana en los informativos refuerza la teoría de Chi.
Bruna asintió lentamente.
– Está bien. Veré lo que hago.
Se pusieron de pie y Habib la escoltó hasta la puerta del despacho. Apenas dos pasos en un cuarto tan pequeño. Antes de salir, Bruna se volvió hacia él.
– Sólo una pregunta más: ¿qué le ha pasado a Nabokov en las manos?
El hombre arrugó el ceño y se quedó mirándola, como sopesando qué respuesta darle.
– Valo no está bien -dijo al fin-. Se le ha… se le ha manifestado ya el TTT. O eso creemos, porque no ha querido ir al médico. En cambio está acudiendo a una sanadora… Esas marcas son mordeduras de víbora. De una víbora africana cuyo veneno dicen que cura el cáncer rep. Bueno, ya sabes cómo son esas cosas.
Sí, Bruna lo sabía. La inevitabilidad y ferocidad del TTT hacía que muchos androides buscaran curaciones milagrosas, y en torno a los tecnos florecía un confuso y abigarrado mercado de tratamientos alternativos y terapeutas marrulleros. Como todos los androides, ella también recibía en su casa la indeseada publicidad de una horda de charlatanes que prometían acabar con los tumores por medio del magnetismo, de los rayos gamma, de terapias cromáticas o de ponzoñas animales, como en el caso de Nabokov. Pero, que ella supiera, nadie había podido salvarse aún de la temprana muerte.
La detective regresó a su casa abrumada por un profundo desaliento. Había días que parecían torcerse desde por la mañana y en los que la vida empezaba a pesar sobre los hombros como una manta mojada. El timo de las mordeduras de víbora le había recordado que llevaba varios días sin mirar el correo, de modo que abrió su buzón y se topó con una algarabía de anuncios publicitarios tridimensionales y holográficos. Estaban programados para ponerse en funcionamiento al primer rayo de luz, y ahora, recién activados, abarrotaban la pequeña caja con un agitado barullo de formas y colores, de vocecitas y músicas chirriantes. Por eso detestaba recoger las cartas, se dijo con irritación; y empezó a sacar los anuncios a manotazos y a arrojarlos al contenedor amarillo dispuesto al pie de los buzones: anuncios de vacaciones en la playa, de bicicletas solares Torres, de gimnasios, de tratamientos estéticos de lipoláser y de las consabidas y malditas curas milagrosas para el cáncer tecno. La publicidad caía chillando en el contenedor y allí, una vez recuperada la oscuridad, volvía a callarse. Qué alivio, pensó Bruna; y en su furia limpiadora estuvo a punto de tirar también un pequeño estuche de mensajería. Por fortuna lo vio a tiempo y lo abrió: era la mema que compró a la traficante; había mandado la memoria a analizar en un laboratorio y ahora le llegaban los resultados. Estaba impaciente por saber qué ponía y se puso a leer el informe allí mismo, de pie junto a los buzones. Decía que era una mema ilegal pero que no estaba adulterada, y desde luego no incitaba a la violencia ni resultaba letal. Tras el dictamen venía la descripción detallada de las escenas contenidas en la memoria: quinientas, en efecto, como había dicho Nopal. Las ojeó por encima con la misma repugnancia con la que miraría las tripas aplastadas de una cucaracha. Al final el laboratorio adjuntaba la factura por su trabajo: trescientas gaias. Lo que le faltaba. La única ventaja del asunto era que no tendría que volver a ver a la desagradable mutante de la oreja perruna: era una pista que ya no llevaba a ningún lado.
Lo primero que hizo al entrar en el apartamento fue ir a la nevera, servirse una copa de vino blanco y bebérsela de un golpe. Ordenó a la casa que levantara las persianas y que abriera las ventanas de par en par. Necesitaba aire y luz. Le obsesionaba el recuerdo de Myriam: imaginar su rapto de locura, la violencia del ataque a esa mujer, las ruedas del metro destrozando su cuerpo. Y luego le parecía volver a ver las manos de Nabokov, con sus pequeñas heridas regulares y violáceas. Se sirvió otra copa, calentó un par de hamburguesas de soja con algas y se las tomó masticando con premeditación, lenta y rítmicamente. Concentrándose en el hecho de comer para vaciar la cabeza de las imágenes persecutorias y opresivas. Cuando acabó el plato se había serenado lo suficiente como para ponerse a trabajar. Llenó otra copa de vino, se sentó ante la pantalla y comprobó que Habib ya le había mandado los documentos de la empresa de mantenimiento. Empleó un buen rato en rastrear sus datos comerciales en los diversos departamentos de la administración regional. Al final resultó que Complet había surgido de la nada una semana antes de que el MRR la contratara; que sólo tenía dos empleados fijos, los dos androides, y que el Movimiento Radical Replicante había sido su único cliente. Todo bastante peculiar.
Pensativa, Bruna buscó en el ordenador el análisis de la película del destripamiento. Hacía horas que la exploración había acabado y allí estaban los resultados, en efecto. El programa no había podido identificar el lugar, ni reconstruir las credenciales borradas, ni aportar otros indicios sobre la grabación, aunque el análisis de los fondos daba una probabilidad del 51 % a favor de que la evisceración del animal se hubiera realizado de manera privada y no en un matadero. No había nada nuevo, salvo una imagen: en un momento determinado, la hoja del cuchillo reflejaba fugazmente parte del rostro de la persona que estaba grabando el holograma: media ceja, un fragmento de pómulo, medio ojo… y una pupila vertical, de rep. La detective se ensombreció: la culpabilidad o al menos la colaboración de los tecnohumanos iba resultando cada vez más evidente. Hizo una copia de las imágenes, sacó el chip del ordenador y lo restituyó a la bola holográfica, llamó a un servicio de mensajería instantánea y, cuando el pequeño robot pitó ante su puerta veinte minutos más tarde, introdujo la esfera, la mema y la astronómica factura de sus gastos en la caja del mensajero automático y se lo envió todo a Habib.
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