Rosa Montero - Lágrimas en la lluvia

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Estados Unidos de la Tierra, Madrid, 2109, aumenta el número de muertes de replicantes que enloquecen de repente. La detective Bruna Husky es contratada para descubrir qué hay detrás de esta ola de locura colectiva en un entorno social cada vez más inestable. Mientras, una mano anónima transforma el archivo central de documentación de la Tierra para modificar la Historia de la humanidad.
Agresiva, sola e inadaptada, la detective Bruna Husky se ve inmersa en una trama de alcance mundial mientras se enfrenta a la constante sospecha de traición de quienes se declaran susaliados con la sola compañía de una serie de seres marginales capaces de conservar la razón y la ternura en medio del vértigo de la persecución.
Una novela de supervivencia, sobre la moral política y la ética individual; sobre el amor, y la necesidad del otro, sobre la memoria y la identidad. Rosa Montero narra una búsqueda en un futuro imaginario, coherente y poderoso, y lo hace con pasión, acción vertiginosa y humor, herramienta esencial para comprender el mundo.

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– El azar y la ingeniería genética de los humanos, en nuestro caso… -susurró Myriam.

Las dos mujeres se quedaron calladas y los segundos pasaron con embarazosa lentitud.

– Te conozco, Bruna -dijo al fin la líder del MRR con voz suave.

Tan suave que el repentino uso del nombre propio pareció algo necesario y natural.

– Conozco a la gente como tú. Estás tan llena de rabia y de pena que no puedes poner palabras a lo que sientes. Si admites tu dolor temes terminar siendo tan sólo una víctima; y si admites tu furia temes acabar siendo un verdugo. La cuestión es que detestas ser un rep, pero no lo quieres reconocer.

– No me digas…

– Por eso te inquieto y te intrigo tanto… -prosiguió Myriam inmutable-. Porque represento todo lo que temes. Esa naturaleza rep que odias. Relájate: en realidad se trata de un problema muy común. Mira a los de la Plataforma Trans… Ya sabes, esa asociación que engloba a todos los que quieren ser lo que no son… Mujeres que quieren ser hombres, hombres que quieren ser mujeres, humanos que quieren ser reps, reps que quieren ser humanos, negros que quieren ser blancos, blancos que quieren ser negros… Por ahora parece que no ha habido bichos que quieran ser terrícolas y viceversa, pero todo se andará, todavía llevamos poco tiempo de contacto con los alienígenas. Creo que tanto los humanos como los reps somos criaturas enfermas, siempre nos parece que nuestra realidad es insuficiente. Por eso consumimos drogas y nos metemos memorias artificiales: queremos escapar del encierro de nuestras vidas. Pero te aseguro que la única manera de solucionar el conflicto es aprender a aceptarte y encontrar tu propio lugar en el mundo. Y eso es lo que hacemos en el MRR. Por eso nuestro movimiento es importante, porque…

A su pesar, Bruna había seguido con cierta atención las palabras de Chi, pero cuando la mujer citó el MRR, una burbuja de irrefrenable y liberador sarcasmo subió a la boca de la detective.

– Elocuente homilía, Chi. Un mitin estupendo. Deberías holografiarlo y venderlo en vuestra tienda de recuerdos. Pero ¿qué te parece si volvemos a lo nuestro?

Myriam sonrió. Una pequeña mueca apretada y fría.

– Por supuesto, Husky. No sé en qué estaba pensando. Olvidé que te acabo de contratar y que cobras por horas. Mi ayudante te dará la documentación que hemos reunido sobre los casos anteriores y tratará contigo el tema de tus honorarios. Puedes pedirle que añada unas cuantas gaias por el tiempo que has empleado en escuchar el mitin.

Bruna sintió el escozor de la pequeña humillación. Era como haber sido abofeteada. Y, de alguna manera, con razón.

– Perdona si antes te he parecido grosera, Chi, pero…

Myriam la ignoró olímpicamente y siguió hablando. O más bien ordenando:

– Sólo una cosa más: quiero que vayas a ver a Pablo Nopal.

– ¿A quién?

– A Nopal. El memorista. ¿No sabes quién es? Pues deberías. Para su desgracia, es bastante conocido…

El nombre de Pablo Nopal despertó en efecto vagas resonancias dentro de la cabeza de la detective. ¿No era uno que había sido acusado de asesinato?

– Tuvo problemas con la justicia, ¿no?

– Exacto.

– No recuerdo bien. No me gustan los memoristas.

– Peor para ti, porque me parece que en este caso vas a tener que hablar con unos cuantos. Vete a ver a Nopal enseguida. Puede que él sepa quién ha redactado las memorias adulteradas. A ver qué le sacas. Eso, lo primero. Y luego ven a contármelo. Quiero que los informes me los des sólo a mí. Esto es todo por ahora, Bruna Husky. Espero tener noticias pronto.

– Un momento, no hemos hablado de tu seguridad… Creo que deberías cambiar tus costumbres y tomar ciertas medidas suplementarias, tal vez tendríamos que…

– No es la primera vez que me amenazan de muerte y sé muy bien cómo defenderme. Además, dispongo de una excelente jefa de seguridad, como te he dicho. Y ahora, si no te importa, tengo una mañana muy complicada…

Bruna se puso en pie y estrechó la mano de la mujer. Una mano de consistencia dura y áspera, pese a las uñas pintadas en un delicado tono azul pastel. En la pared, detrás de la silla de Myriam, había un retrato enmarcado del inevitable Gabriel Morlay, el mítico reformador rep. Qué joven parecía. Demasiado joven para su fama. Chi, en cambio, mostraba pequeñas arrugas en las comisuras de la boca y cierta falta de frescura general. Debía de estar ya cerca de su TTT, aunque seguía siendo una mujer hermosa. El atractivo de Myriam volvió a llegar a Bruna como una ráfaga de aire. La detective se sintió insatisfecha e incómoda. Sospechaba que se había comportado como una idiota. Expulsó ese molesto pensamiento de su cabeza e intentó concentrarse en su nuevo trabajo. Tendría que hablar con esa jefa de seguridad tan excelente, se dijo. El hecho de que fuera la pareja sentimental de Myriam Chi no sólo no la exculpaba, sino que la convertía en sospechosa. Estadísticamente estaba comprobado que el dinero y el amor eran las causas principales de los delitos violentos.

Tras la entrevista con Chi, la detective regresó a casa en el tranvía aéreo y, antes de subir a su piso, pasó por el supermercado de la esquina y compró provisiones y una nueva tarjeta de agua purificada. En las temporadas en las que no tenía trabajo la androide nunca encontraba el momento de atender las necesidades cotidianas, pese a disponer supuestamente de todo su tiempo. La despensa se vaciaba, las superficies se iban cubriendo de capas de polvo y las sábanas se eternizaban en la cama hasta adquirir un olor casi sólido. Sin embargo, cuando recibía un encargo Bruna necesitaba poner orden en su entorno para poder sentir ordenada la cabeza. Tener la mente a punto era un requisito esencial en su oficio, porque el buen detective no era el que mejor investigaba, sino el que mejor pensaba. De manera que, tras guardar la compra en la cocina e insertar la tarjeta de agua en el contador, Bruna dedicó un par de horas a limpiar y ordenar la casa, lavar la ropa sucia y tirar las botellas vacías que se alineaban como bolos junto a la puerta.

Luego se sirvió una copa de vino blanco, se sentó frente a la pantalla principal y, durante un par de minutos, disfrutó de la pulcra calma de su apartamento. Se puso a pensar en su nuevo caso y sobre la manera de enfocarlo. Los primeros movimientos de una investigación eran importantes; si te equivocabas, a veces podías terminar perdiendo mucho tiempo y añadiendo confusión a lo confuso. Cogió su tablilla electrónica, porque tomar notas manuales parecía ayudarle a reflexionar, y comenzó a apuntar las ideas que le rondaban la cabeza. Aunque no se trataba de una lista de prioridades, un resabio rebelde le hizo dejar para más tarde al memorista, desoyendo las palabras de la líder rep, que le había conminado a empezar por ahí. Pero escribió en la tablilla: «¿Por qué Chi interesada en Nopal?» Debajo fue añadiendo otras frases con el punzón: «Holograma», «Amenazas a Chi», «Registro cerradura: MRR», «Traficantes», «Documentar cuatro casos anteriores», «Las víctimas, ¿azar o elección?». Tras dudar un poco, añadió: «Pablo Nopal.» Se dijo que colocarlo en el octavo lugar ya era desobediencia suficiente al mandato de Myriam.

Abrió la bola holográfica y sacó el chip. Lo metió en el ordenador y comenzó a desmenuzar la imagen con un programa de análisis. Era el mismo programa que usaba la policía, una poderosa herramienta que enseguida rehízo el fragmento inicial de Myriam y mostró las credenciales de la imagen, que por supuesto correspondían al MRR. En cuanto al añadido truculento, el sistema no consiguió encontrar en la Red la secuencia original, de manera que la reconstruyó de manera hipotética. Se trataba del destripamiento de un cerdo y tal vez proviniera de un matadero legal, porque el animal parecía haber sido ejecutado previamente con el método reglamentario de anestesia y electropunción. Las credenciales habían sido cuidadosamente borradas, así como todo rastro electrónico, lo que hacía que el lugar fuera prácticamente imposible de localizar. Aunque había disminuido mucho el número de mataderos, en parte por la creciente sensibilidad animalista y en parte porque, para reducir las emisiones de CO 2, el Gobierno obligaba a sacar una carísima licencia para comer carne, aún quedaban cientos de ellos en funcionamiento en todo el planeta, y además la grabación podría haber sido hecha en cualquier momento durante los tres últimos años, que era, según el programa, la vejez máxima del soporte. En cuanto al chip en sí y la bola holográfica, eran unos productos básicos y totalmente vulgares, los mismos que podría comprar un escolar en la todotienda de la esquina para preparar un holograma para su clase. Iba a ser muy difícil poder extraer algún dato de utilidad de todo ello. No obstante, inició un análisis exhaustivo de la secuencia del cerdo y lo dejó trabajando en segundo plano. Tardaría horas en completarse.

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