– Como puedes comprender, no la quiero para nada… Pero sí, supongo que es una prueba que hay que conservar.
Ah, se dijo Bruna, te he pillado. Myriam había acompañado la frase con un pequeño suspiro, y su actitud firme y algo prepotente de líder mundial que está por encima de estas pequeñeces se había resquebrajado un poco, mostrando un destello de miedo. Sí, claro que estaba asustada, y con razón. Husky recordó con vaguedad otros incidentes anteriores, violentos reventadores en sus mítines e incluso unos supremacistas que intentaron pegarle un tiro, ¿o fue ponerle una bomba? Al llegar a la sede del MRR había tenido que pasar por varios controles, incluyendo un escaneo de cuerpo entero.
– Y dices que, aparte de ti, sólo hay otras dos personas autorizadas para entrar en este despacho.
– Eso es. Mi ayudante y la jefa de seguridad. Y ninguno de los dos abrió la puerta. En el registro de actividad de la cerradura no consta que entrara nadie desde que me fui de aquí la noche anterior hasta que regresé a la mañana siguiente. Y para entonces ya estaba la bola holográfica sobre mi mesa.
– Lo que significa que alguien ha manipulado ese registro… Tal vez alguien de dentro. ¿La jefa de seguridad?
– Imposible.
– Te sorprendería saber las infinitas posibilidades de lo imposible.
Myriam carraspeó.
– Es mi pareja. Vivimos juntas desde hace tres años. La conozco. Y nos queremos.
Bruna tuvo una visión fugaz de Myriam como objetivo amoroso. Esa fría seguridad en sí misma punteada por la fragilidad del miedo. Ese activismo gritón e impertinente unido a su aspecto tradicional. ¡Pero si incluso llevaba las uñas pintadas a la moda retro! Tanta contradicción aumentaba su atractivo. Por un instante, Bruna se dijo que podía entender a la jefa de seguridad. Encontrar sexy a Myriam le puso de mal humor.
– ¿Y qué me dices de tu ayudante? ¿También le quieres lo suficiente como para exculparlo? -preguntó con innecesaria grosería.
Myriam Chi no se inmutó.
– Él también está fuera de toda sospecha. Llevamos demasiados años trabajando juntos. No te equivoques, Husky. No pierdas el tiempo mirando donde no debes. Te repito que esto está relacionado con el tráfico de memorias adulteradas, estoy segura. Eso es lo que tienes que investigar y por eso te he llamado precisamente a ti: porque viste a una de las víctimas.
Sí, se lo había dicho nada más llegar con tono imperativo. La líder del MRR le había explicado que antes de Cata Caín ya había habido otros cuatro reps muertos en condiciones similares. Y que, en cuanto ella se interesó en el asunto y fue a hablar con los amigos y compañeros de las víctimas, empezó a recibir extrañas presiones: llamadas anónimas y no rastreables que le aconsejaban olvidarse de todo, mensajes en su ordenador con un creciente tono de amenaza y, por último, la bola holográfica, más intimidatoria por el hecho de haber aparecido en su despacho que por su truculento contenido. Bruna no estaba acostumbrada a que sus clientes le ordenaran lo que tenía que hacer, antes al contrario. La gente contrataba a un detective privado cuando se encontraba perdida. Cuando se sentía amenazada pero no tenía claro cuál era el peligro, o cuando necesitaba demostrar una oscura sospecha, tan oscura que no sabía ni por dónde empezar a buscar. Los clientes de un detective privado siempre estaban sumidos en la confusión, porque de otro modo hubieran acudido a la policía o a los jueces; y por experiencia Bruna sabía que cuanto más confuso estuviera quien le contrataba mejor funcionaba la relación laboral, porque más libertad dejaba el cliente a su sabueso y más le agradecía cualquier pequeño dato que encontrara. En realidad un detective privado era un conseguidor de certezas.
– ¿Por qué no has ido a la policía?
Chi sonrió burlonamente.
– ¿A la policía humana, quieres decir? ¿Quieres que vaya a preguntarles por qué hay alguien ahí matando reps? ¿Crees que van a tomarse mucho interés?
– También hay agentes tecnohumanos…
– Oh, sí. Cuatro pobres imbéciles haciendo de coartada. Vamos, Husky, tú sabes que estamos totalmente discriminados. Somos una especie subsidiaria y unos ciudadanos de tercera clase.
Sí, Bruna lo sabía. Pero pensaba que la discriminación contra los reps se englobaba en una discriminación mayor, la de los poderosos contra los pringados. Como esa pobre humana del bar de Oli, la mujer-anuncio de la Texaco-Repsol. El mundo era esencialmente injusto. Tal vez los reps tuvieran que soportar condiciones peores, pero por alguna razón a la detective le ponía enferma sentirse perteneciente a un colectivo de víctimas. Prefería pensar que la injusticia era democrática y atizaba sus formidables palos sobre todo el mundo.
– Además no me fío de la policía porque es probable que el enemigo tenga infiltrados dentro… Estoy convencida de que detrás de este asunto de las memorias adulteradas hay algo mucho más grande. Algo político…
Vaya, pensó Bruna con irritación: seguro que ahora dice que hay una conjura. Estaban entrando en la zona paranoica típica de todos estos movimientos radicales.
– Algo que puede ser incluso una conspiración.
– Bueno, Chi, permíteme que lo ponga en duda. Por lo general no soy nada partidaria de las teorías conspiratorias -exclamó Bruna sin poder evitarlo.
– Me parece muy bien, pero las conjuras existen. Mira las recientes revelaciones sobre el asesinato del presidente John Kennedy. Por fin se ha conseguido saber lo que sucedió.
– Y a estas alturas, siglo y medio después del magnicidio, la verdad no le ha interesado a nadie. No digo que no existan conspiraciones; digo que hay muchas menos de las que la gente imagina, y que suelen ser improvisadas chapuzas, no perfectas estructuras maquiavélicas… La gente cree en las conspiraciones porque es una manera de creer que, en el fondo, el horror tiene un orden y un sentido, aunque sea un sentido malvado. No soportamos el caos, pero lo cierto es que la vida es pura sinrazón. Puro ruido y furia.
Myriam la miró con cierta sorpresa.
– Shakespeare… Una cita muy culta para alguien como tú.
– ¿Y cómo soy yo?
– Una detective… Una rep de combate… Una mujer con la cabeza rapada y un tatuaje que le parte la cara.
– Ya. Pues a mí también me sorprende que una líder política reconozca las palabras de Shakespeare. Creía que los activistas como tú dedicaban su vida a la causa. No a leer y a pintarse las uñas.
Myriam sonrió esquinadamente y bajó la cabeza un instante, pensativa; cuando la volvió a levantar, su rostro mostraba de nuevo esa inesperada fragilidad que la detective había creído atisbar momentos antes.
– ¿Por qué no te gusto, Husky?
La detective se removió incómoda en el asiento. En realidad se arrepentía de haber hablado tanto. No sabía por qué se estaba comportando de esa manera tan inusual. ¿Discutir sobre el caos de la vida con un cliente? Debía de haber perdido el juicio.
– No es eso. Digamos que me fastidia el victimismo.
¡Había vuelto a hacerlo!, se asombró Bruna. Continuaba polemizando con Chi de manera irrefrenable.
– ¿Te parece victimismo que denuncie, por ejemplo, que los laboratorios no estudian la curación del TTT? Tengo datos: sólo se invierte un 0,2 del presupuesto de investigación médica en la búsqueda de un remedio para el Tumor Total Tecno, aunque los reps somos el 15 por ciento de la población y todos morimos de lo mismo…
Cuatro años, tres meses y veintitrés días, pensó Bruna sin poderlo remediar. Como tampoco pudo remediar el impulso fatal de seguir discutiendo.
– Me parece victimismo creer que el universo entero está confabulado en contra tuya. Como si uno fuera el centro de todo. El sentimiento de superioridad es un defecto que suele acompañar al victimismo… Como si uno tuviera algún mérito por ser como el azar le ha hecho ser.
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