Ted Dekker - Blanco

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Nunca rompa el círculo.
En esta tercera parte de la innovadora Serie del círculo, Thomas Hunter sólo tiene días para sobrevivir en dos mundos diferentes, llenos de peligro, engaño y destrucción. El destino de ambos mundos depende de su singular habilidad de cambiar realidades por medio de sus sueños. Ahora, guiando un pequeño grupo multiforme conocido como El Círculo, Thomas se encuentra enfrentando nuevos enemigos, desafíos interminables y el amor prohibido de una mujer de lo más insólita.
Entre a la Gran Búsqueda, donde Thomas y una pequeña banda de seguidores deben decidir rápidamente en quién pueden confiar, tanto con sus propias vidas como con el destino de millones de personas.

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Esta noche Thomas de Hunter se casaría otra vez. Chelise, a quien ahora preparaban las mujeres mayores, pronto entraría al círculo de antorchas y se presentaría para unirse con Thomas como se acostumbraba en el bosque colorido. A los más de cuatrocientos miembros de esta tribu se les habían unido otros dos mil de esas tribus bastante cercanas que pudieron viajar para la ocasión. Estaban congregados en la cuesta lejana, más allá de las antorchas.

La mente de Thomas recordó brevemente a Rachelle. La extrañaba, siempre lo haría. Pero el dolor de la pérdida lo había suavizado su amor por Chelise. Pensó que Rachelle no solamente lo aprobaría, sino que insistiría.

Habían pasado diez días desde el ahogamiento de Chelise. En ese tiempo casi cinco mil miembros de las hordas se habían unido al Círculo, motivados por la apasionada voz de Chelise. Si había un profeta en el Círculo, ese era ella. Con la propia hija de Qurong ahora entre los albinos había desaparecido la amenaza de las hordas. Al menos por el momento. Teeleh no esperaría mucho tiempo antes de retomar su vana persecución, pero hasta entonces el decreto de Qurong protegería al Círculo de cualquier ataque no autorizado. Se rumoreaba que Ciphus se había visto obligado a tragarse su desaprobación. Él había secado el lago y lo estaba rellenando de nuevo. Pronto su religión volvería a estar en pleno desarrollo.

Suzan y Johan montaban caballos negros al lado de Thomas. Se casarían dentro de dos días en una ceremonia parecida. Mikil y Jamous se hallaban al otro lado. Todos ellos estaban locos de amor. El Gran Romance los había absorbido por completo y este regalo de amor entre matrimonios era un constante recordatorio, de lo más extravagante.

– ¿Cuánto tiempo? -preguntó Thomas.

– Paciencia -contestó Mikil-. El embellecimiento es un proceso para disfrutarse.

– ¿Y no lo es el matrimonio? No veo cómo le podrían agregar belleza a ella.

Suzan rió.

Thomas levantó la mirada y observó la puesta del sol. Esto era un paraíso, pensó. No como el bosque colorido, pero bastante cercano. Con Chelise a su lado y Elyon en el horizonte de su mente, más que un paraíso.

– ¿Todavía no has soñado? -inquirió Mikil.

Los sueños.

– Sueño cada noche -contestó él-. Pero no con las historias, no. Durante dieciséis años la única manera en que yo podía escapar de las historias era comiendo la fruta de rambután. Ahora no puedo soñar con las historias aunque lo intente.

– Pero existieron -intervino Johan-. Yo mismo estuve allí.

– ¿Existieron? Bueno, sí, las historias existieron. Pero cuando finalmente tengamos acceso a los libros en la biblioteca de Qurong…

– ¿Ha estado él de acuerdo? -indagó Suzan.

– Finalmente pondremos nuestras manos en esos libros. Estoy seguro de que nos favorecerá el hecho de que podamos leerlos. Pero no sé lo que encontraremos cuando tengamos acceso a ellos. Sucedió; estoy seguro de que sucedió. Sin embargo, ¿estará todo registrado? No lo sé. De cualquier modo, no vivo en las historias. Vivo aquí. Una sonrisa insegura se dibujó en los labios de Mikil. Thomas miró hacia la roca alrededor de la cual Chelise aparecería pronto. ¿Qué las estaba deteniendo?

– ¿No crees que sucedió, Suzan? -preguntó él-. Cuéntale, Johan. ¿Ocurrió de veras, o solo se trató de un sueño?

– Si fue un sueño, fue el sueño más increíblemente real que nunca he tenido.

– ¿Dije que no creía? -objetó Suzan-. Pero seamos sinceros, Thomas. Ni siquiera tú sabes exactamente qué creer acerca de estos sueños. Mikil tiene sus ideas respecto de cambios en el tiempo; tú hablas de cambios en dimensiones. No estoy diciendo que los sueños no sucedieran, Elyon nos libre. Pero para mí tienen tanto sentido como los estanques rojos para las hordas.

– ¡Exactamente! -exclamó Thomas, impresionado-. Para un encostrado es absurda la idea de ahogarse a fin de hallar nueva vida. Y para todos nosotros es un absurdo la idea de entrar a una dimensión diferente mediante sueños. Pero la falta de entendimiento no debilita la realidad de una y otra experiencia.

– Debo decir que la memoria se está desvaneciendo -comentó Mikil-. Ya apenas se siente real. Todo lo que era tan importante para Kara parece muy lejano. Lo que consumía a ese mundo apenas importa aquí.

– No, lo que sucedió allí ayudó a definirme -opinó Thomas.

Aunque él debía estar de acuerdo. La humanidad había enfrentado amenaza de extinción, pero el drama allá lo eclipsaba el drama aquí.

– Pero veo tu argumento, y creo que así había de ser -continuó él-. ¿Cómo se puede comparar con el Gran Romance al ascenso y la caída de naciones? Piensa en eso. Toda una civilización estaba allá en riesgo, y al principio eso me aterró en gran manera. Pero al final las luchas en esta realidad me parecieron mucho más importantes; sin duda mucho más interesantes. Las luchas de la carne y la sangre no se pueden comparar con la batalla por el corazón.

Thomas respiró hondo.

– Por otra parte, los libros en blanco han desaparecido. Eso es interesante; así como la manera en que llegaron a existir desde un principio. Y también cómo uní estas dos realidades.

– Tengo una teoría -comentó Johan, mirándolo con ojos resplandecientes-. Nunca sabremos por qué y cómo entró Thomas en un principio al bosque negro, porque perdió la memoria; ¿pero y si de pronto se hubiera caído, golpeado la cabeza, y sangrado precisamente en el mismo instante en que se golpeó la cabeza en la otra realidad? Esto pudo haber formado un nexo entre lo visible y lo invisible.

– ¿Aún existe entonces la Tierra, la otra Tierra? -preguntó Suzan.

– Podría ser -contestó Johan-. Y lo más probable es que los libros en blanco estén allá.

– A menos que estés de acuerdo con la teoría de Mikil de que Elyon usó los sueños de Thomas para enviarlo a otra época -insistió Suzan-. ¿Ves a lo que me refiero? Ambas teorías tienen sentido solo si utilizas cantidades generosas de imaginación,

– Principados y poderes -explicó Thomas distraídamente-. No luchamos contra seres humanos sino contra principados y poderes.

– ¿Qué?

– Algo que ahora recuerdo de la otra realidad. Allá no era menos obvio cómo obraban estos aspectos. Lo llamaban dimensión natural y dimensión espiritual.

– Espiritual. ¿Cómo de espíritus? -inquirió Suzan.

– Como de los shataikis aquí. No podemos verlos, pero en realidad nuestra batalla es contra ellos, no contra las hordas.

– Bueno, sabemos que los shataikis son muy reales -expresó Johan-. ¿Por qué no los sueños?

Llegó hasta ellos un distante estruendo como el sonido del trueno desde el extremo lejano de la tierra.

– ¿Oyeron eso? -preguntó Thomas ladeando la cabeza.

Todos lo oían ahora. El estruendo se hacía cada vez más fuerte. El caballo de Thomas relinchó y corcoveó nerviosamente.

– ¡La tierra está temblando! -exclamó Suzan-. ¿Un terremoto?

– Demasiado largo.

Ahora todos los caballos estaban inquietos, extraño en bestias entrenadas para permanecer tranquilas en batalla.

– ¡Polvo! -gritó Mikil, señalando hacia el desierto.

Se volvieron al unísono, exactamente cuando las primeras bestias llegaban a lo alto de las largas dunas en el desierto cercano. Luego aparecieron más, miles, que se extendían bastante hacia la izquierda y la derecha.

El primer pensamiento de Thomas fue que las hordas habían organizado un gigantesco ataque. Pero de inmediato rechazó la idea. Johan manifestó lo que tenía en mente.

– ¡Roushims! -gritó.

Mil, diez mil… no había manera de contar tan gran cantidad. Los enormes leones blancos que Thomas viera por última vez alrededor del lago en lo alto, la primera vez que se reuniera con el niño, se movían sobre las dunas como una niebla ondulante.

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