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Ted Dekker: Blanco

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Ted Dekker Blanco

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Nunca rompa el círculo. En esta tercera parte de la innovadora Serie del círculo, Thomas Hunter sólo tiene días para sobrevivir en dos mundos diferentes, llenos de peligro, engaño y destrucción. El destino de ambos mundos depende de su singular habilidad de cambiar realidades por medio de sus sueños. Ahora, guiando un pequeño grupo multiforme conocido como El Círculo, Thomas se encuentra enfrentando nuevos enemigos, desafíos interminables y el amor prohibido de una mujer de lo más insólita. Entre a la Gran Búsqueda, donde Thomas y una pequeña banda de seguidores deben decidir rápidamente en quién pueden confiar, tanto con sus propias vidas como con el destino de millones de personas.

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Ella fue hacia Thomas y se detuvo frente a él.

– ¿Quieres saber por qué este albino me ató y me robó del castillo? ¿Por qué atravesaría por mí el desierto a pie si tuviera que hacerlo? ¿Por qué daría su vida por salvar la mía? -preguntó Chelise, luego hizo una pausa-. Porque me ama más de lo que ama su propio aliento.

Thomas sintió que la frente se le arrugaba de temor por ella.

La joven lo agarró del brazo, se puso a su lado y miró a su padre.

– Y yo lo amo de la misma manera.

Se quedaron como seis estatuas congeladas.

– Lo siento, padre. No puedo mentir al respecto.

Thomas vio que el mismo temor que sentía por la vida de ella cruzaba la mirada de Qurong.

– Te están obligando…

– No es así -objetó ella.

– ¡No es posible que digas esto! ¿Sabes qué significa?

– Significa simplemente que lo amo. Y por ese amor pagaré cualquier precio. El rostro del líder supremo enrojeció de ira. Miró a Ciphus.

– Entonces el destino de ella está sellado, mi señor -declaró el sacerdote inclinando la cabeza.

El rostro de Qurong cambió lentamente, como el sol que se desvanece. La resolución que le había servido tan bien en cien batallas se le venía encima. Miró una vez a Chelise, luego a Thomas.

– Perdóname -expresó Thomas-. Yo haría cualquier cosa…

– ¡Cállate! ¡Contra la pared! Los dos.

Thomas y Chelise fueron a la pared y presionaron las espaldas contra el librero.

– Suéltalo -le ordenó Qurong bruscamente a Chelise-. Aléjate.

Ella obedeció.

– Pues bien. El precio por la cabeza de mi mayor enemigo es la muerte de mi propia hija. Que así sea.

Les dio la espalda y miró a la pared opuesta.

– Woref, únete a ellos, por favor.

El general pareció no haber oído.

– Lo siento, mi señor, lo que…

– Únete a ellos contra la pared.

– No veo…

– ¡Ahora!

Woref se colocó al lado de Thomas.

– Ciphus.

Ciphus fue hasta donde Woref y le quitó la espada antes de que el hombre pudiera entender lo que estaba sucediendo.

– Te sentencio a muerte por traición contra la familia real -dictaminó Qurong enfrentando a Woref-. Morirás con ellos.

– No creo que usted comprenda, mi señor -objetó Woref aterrado-. ¡No he cometido ningún acto de traición!

– Me denunciaste. También tenías todas las intenciones de matar a mi hija. Te dije que si la lastimabas, yo mismo te ahogaría, y ahora lo haré.

– ¡Esto es un atropello!

– Es justo -aseveró Ciphus-. Es lo justo.

– ¡Vengan! -ordenó Qurong,

Entró un guardia seguido por una fila de otros más, que se movían rápidamente. En total llegaron veinte y los rodearon.

El líder máximo fue hasta donde Woref, agarró la banda que le atravesaba el pecho y que le daba el rango, y se la arrancó.

– ¡Amárrenlos! Serán ahogados esta noche-ordenó, lanzó la banda al suelo y se dirigió a la puerta.

– ¿Qué hay con la albina? -preguntó Ciphus-. Ella vino por voluntad propia. En beneficio tuyo.

Los ojos de Qurong estaban tristes y ya no le quedaban ánimos. Miró a Mikil.

– Suéltenla.

43

THOMAS ESTABA de pie con las piernas fuertemente encadenadas a la plataforma de madera que se extendía sobre el lago de lodo. Medio círculo como de cincuenta guerreros encapuchados, cada uno armado con espada y guadaña, permanecía detrás del muelle. Uno de cada tres portaba una antorcha ardiente que cortaba la oscuridad nocturna con titilante luz anaranjada. Ciphus esperaba a un lado con varios miembros del consejo, evitando el contacto visual con Thomas. Qurong estaba evidentemente en camino.

Nada de esto le importaba a Thomas. Solo Chelise importaba. Escudriñaba la oscuridad detrás de los guardias para tratar de verla. Aún no la habían traído a ella ni a Woref.

Emociones en conflicto habían sacudido a Thomas mientras yacía en la oscura celda. Había deseado morir; había deseado vivir.

En cualquier momento podría morir mientras yacía en la cama donde le vaciaban la sangre. Parte de él rogaba a Elyon que le evitara la agonía de ver a Chelise ahogada, permitiéndole morir ahora.

Otra parte le rogaba a Elyon que lo dejara vivir otra hora, el tiempo suficiente para ver a su amor solo una vez más. Morirían, pero estarían juntos en sus muertes. No podía soportar la idea de no volverla a mirar a los ojos.

Él no sabía lo que habían hecho con ella después de que los separaran en la biblioteca, pero su mente no había descansando imaginándoselo. ¿Estaría en el castillo, llorando sobre su cama mientras su madre suplicaría en el patio por la vida de su hija? ¿Se hallaría en el calabozo, lanzada al suelo como una muñeca usada? ¿Le estaría exigiendo a su padre que reconsiderara su sentencia, o le estaría gritando por abandonarla en provecho de esta absurda religión que él había adoptado?

Thomas miró el lago y revisó la orilla lejana apenas visible. ¿Quién observaba desde los árboles? Tal vez Mikil y Johan. Pero se hallaban impotentes sin espadas. Le asombró comprender que no tuviera miedo de este ahogamiento que lo esperaba, Justin había sufrido mucho peor.

Pero Chelise… amada Chelise, ¿cómo podía ella haberse encomendado a morir al reconocer esta descabellada admisión de amor por él? A él no le importaba la honra que eso le produjo. No le importaba que ella se hubiera plantado por principios o que hubiera hecho lo correcto. Lo único que le importaba era lo que le ocurriera a ella.

Ella moriría. No solo en esta vida, sino, si él entendía a Justin, en la vida que les esperara.

Thomas levantó los ojos a las estrellas. ¿Por qué? ¿Cómo podrías hacerle esto a un alma tan tierna? ¿No es ella hermosa para ti? ¿Te ofende su piel? ¿Por qué entonces pones en mi corazón este dolor por ella? ¿Es así como dejarás a tu novia?

Hubo una conmoción detrás de él y giró para ver si…

Thomas contuvo la respiración. Ella estaba allí. Chelise caminaba por la orilla entre cuatro caballos que la custodiaban. Estaba vestida con una bata blanca y tenía la cabeza erguida, sin mostrar señal de que ella era la víctima y no La responsable de este ahogamiento.

Thomas examinó el rostro de la muchacha para ver si lo había visto, pero ella tenía puesta la capucha y los ojos ocultos. Los guardias se separaron para recibirla.

Entonces Thomas vio a Qurong, cabalgando noblemente en su caballo con una gran guardia. Venían por la orilla a la derecha de Thomas. No había indicios de Patricia.

Qurong se detuvo a veinte metros de la orilla. Vería su propia sentencia sin ninguna demostración de debilidad. Pero aun desde aquí Thomas logró divisar el rostro demacrado del líder máximo. No le sorprendería que esas fueran marcas de uñas en el cuello propinadas por Patricia.

Ahora hacían marchar a Woref por la orilla detrás de Chelise. Pero a Thomas no le importaba Woref.

Chelise pasó a los guerreros. Las llamas le iluminaron el rostro.

Ella lo estaba mirando.

Thomas sintió que se le menguaban sus últimas fuerzas. El rostro se le arrugó de tristeza. Ella subió a la plataforma y se detuvo a tres metros de él, quien se movió hacia ella sin pensar.

– ¡Atrás!

Un puño le aporreó la cabeza a Thomas. La noche se volvió confusa, pero no perdió de vista a Chelise.

– ¡Estamos muriendo por nuestro amor! -gritó ella para que codos oyeran-. ¿Negarán incluso eso? Si van a ahogarnos, ¡déjennos entonces al menos estar juntos el último momento del amor por el que estamos muriendo!

El guardia miró a su superior.

– Deje que vaya hacia él -ordenó Qurong.

Chelise fue lentamente hacia Thomas, como un ángel. Sus cadenas, ocultas por la bata blanca suelta, cascabeleaban sobre las tablas. Lágrimas frescas le brotaron de los ojos cuando estaba a mitad de camino hacia él. Él trastabilló hacia ella, cada uno cayó en brazos del otro.

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