Ted Dekker - Blanco

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Nunca rompa el círculo.
En esta tercera parte de la innovadora Serie del círculo, Thomas Hunter sólo tiene días para sobrevivir en dos mundos diferentes, llenos de peligro, engaño y destrucción. El destino de ambos mundos depende de su singular habilidad de cambiar realidades por medio de sus sueños. Ahora, guiando un pequeño grupo multiforme conocido como El Círculo, Thomas se encuentra enfrentando nuevos enemigos, desafíos interminables y el amor prohibido de una mujer de lo más insólita.
Entre a la Gran Búsqueda, donde Thomas y una pequeña banda de seguidores deben decidir rápidamente en quién pueden confiar, tanto con sus propias vidas como con el destino de millones de personas.

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Eso derrotaría el propósito de este juego, ¿no es así?

¿Y si él en realidad tuviera éxito? ¿Y si ella se volviera contra él llena de ira y no lo volviera a amar?

El corazón le empezó a retumbar en el pecho. Llegó al rincón y se detuvo. Los ojos se le volvieron a inundar de lágrimas e intentó alejarlas parpadeando. Cerró los ojos y suplicó que ella lo perdonara. Esto era peor que la muerte.

¿Dónde estás, Mikil? Él debía hacer creer a Woref que le estaba siguiendo su diabólico juego. Debía permanecer firme por el bien de Chelise. Silencio bañaba la biblioteca. Un profundo vacío de muerte. Una tumba sellada con…

Thomas abrió los ojos. Se oyó un sonido detrás de él. Un gemido muy quedo. No como los otros sollozos. En el quejido de ella había un inequívoco sonido de derrota.

Aterrado, regresó a ver.

Chelise yacía en el suelo, bocabajo, con las manos extendidas por encima de la cabeza, llorando. Thomas se estaba tambaleando hacia ella antes de que pudiera ordenarle a los pies que se movieran. ¡No soportaría esto! ¿Qué había hecho?

Cayó de rodillas, lanzó sus brazos por sobre la cabeza de Chelise y metió su rostro en el cabello de ella. Intentó hablar, pero no le respondió la garganta.

Trató de ser amable… echarse atrás y decirle lo que desesperadamente deseaba expresarle, acariciarle el rostro y enjugarle las lágrimas, pero lo único que atinó a hacer fue aferrarse a ella y llorarle en el cabello. Woref vendría. En cualquier momento entrarían por las puertas y lo separarían de ella. ¡Tenía que decirle!

Pero solo pudo temblar sobre ella como una hoja.

¡Basta, Thomas! ¡La estás aterrando!

Entonces levantó la cabeza, se sentó sobre las piernas y lloró hacia el techo,

– Te… te… amo.

Salió casi como un susurro.

Aspiró una bocanada de aire y a través de las lágrimas le miró la parte posterior de la cabeza. Le acarició el pelo con las yemas de los dedos.

– Te amo, Chelise, novia mía, más de lo que posiblemente podría amar a otra persona -logró expresar; el llanto de ella aún persistía-. Lo siento muchísimo… fue una mentira, todo fue mentira, para que te olvidaras de mí,

Sus palabras brotaron con alivio.

– Tuve que rechazarte para que no te mataran, pero no puedo hacerlo; no tengo la fortaleza para verte sufrir. Perdóname, perdóname, mi amor.

La espalda de Chelise subía y bajaba con la profunda respiración de ella. ¿Le creía? Le cruzó por la mente el pensamiento de que tal vez ella no le creyó. Volvió a caer sobre la princesa, aforrándosele a los hombros y llorándote en la espalda.

– Te lo ruego, ¡perdóname! No quise decir una palabra, lo juro.

¡Otra vez la estaba asfixiando!

Thomas se echó hacia atrás.

Chelise se puso de rodillas, mirando a la distancia. Thomas tembló, horrorizado por el pensamiento de que ella quizás no le creía.

Ella se volvió lentamente y él le vio la boca cerrada en un llanto silencioso. Lo miraba a través de charcos de lágrimas. ¿Se estaba ella arrepintiendo? Ella estaba…

Chelise lanzó los brazos alrededor de los hombros de Thomas y ocultó el rostro en el cuello de él.

– ¡Yo sabía que me amabas! -sollozó ella; lo besó debajo de la oreja, le pasó los dedos por la nuca y lo apretó como si se estuviera aferrando a la vida.

– ¡Te amo, cariño mío! Te amaré siempre.

Thomas se descontroló. La apretó con fuerza, dándole solamente suficiente espacio para que respirara.

– ¡Cásate conmigo! -gritó; era absurdo, pero a él no le importaba; él quería que ella lo oyera-. ¡Cásate conmigo!

– Lo haré -contestó ella titubeando solo por un instante; lloraba sobre el hombro de Thomas-. Me casaré contigo.

De repente la puerta se abrió y se cerró detrás de Thomas. Sobre el suelo resonaron botas. Un puño lo agarró del cabello y lo lanzó hacia atrás con tanta fuerza que él creyó que le podían haber roto el cuello.

Cayó de espaldas y Chelise con él.

Woref la agarró del pelo y bruscamente la separó de Thomas. Ella gritó.

– ¡Suéltala! -vociferó Thomas tratando de levantarse-. ¡Déjala…!

La bota de Woref lo golpeó en la sien y él cayó de bruces.

Intentó levantarse. Debía detener a Woref. Tenía que matar al tipo. De todos modos los dos estaban muertos. Thomas se levantó. El salón le daba vueltas. Parpadeó y juntó fuerzas. Se le ocurrió que nadie más había entrado al salón. Cualquier cosa que Woref planeara, culparía a Thomas.

– Qurong… -jadeó Thomas-. Qurong no te dejará…

Woref empujó a Chelise contra la pared y la agarró por el cuello, estirando la mano para golpearla.

– Ahora te mataré -amenazó; levantó la voz-. ¿Me oyes, perra inmunda? Te aporrearé hasta que mueras.

Ahora gritaba furioso.

– ¡Nadie me desafía! ¡Ni la hija de Qurong ni el mismo Qurong!

Hizo oscilar la mano.

– ¡Detente!

La puerta voló hacia adentro.

Woref estaba comprometido… su mano abierta se estrelló contra la mejilla de Chelise con el sonido del chasquido de un látigo. La cabeza de ella se movió bruscamente a los lados. Pero Woref había detenido todas sus fuerzas en el último momento. Ella miró hacia la entrada con ojos desorbitados.

Thomas le siguió la mirada. Allí estaba Qurong. Y Ciphus, Y detrás de ellos, Mikil, con las manos atadas.

***

El, SUPREMO líder estaba con las dos manos empuñadas y la cabeza descubierta. La vena en la sien le sobresalía debajo de sus largos y gruesos rizos.

– Suéltala.

Woref retiró la mano del cuello de Chelise. Se echó hacia atrás un mechón de cabello que le había caído en el rostro.

– Esta mujer ha cometido traición al amar a un albino -declaró-. Por eso debe morir.

Qurong entró al salón. Thomas se puso de pie y miró a Mikil, quien lo observaba.

– ¿Qué está ella haciendo aquí? -exigió saber Qurong.

– La traje para salvarle la vida -respondió Woref-. Ciphus lo sabe.

– Solo sé que ordenaste traerla aquí -se defendió el sumo sacerdote-. No sé nada más.

– ¡Mientes!

– Yo decidiré quién miente -resolvió Qurong; miró a su hija, con los labios apretados en una delgada línea-. ¿Cómo le salvarías la vida trayéndola aquí? ¡Ella nunca fue condenada!

– Se condenó a sí misma amando a un albino -objetó Woref escupiendo al piso-. Yo lo sabía y exigí al albino que se retractara de su amor para que ella reaccionara. Era lo menos que podía hacer por usted.

– Eres un tonto -manifestó Qurong amargamente-. Ves cosas que no existen. ¿Quién eres tú para juzgar el amor de mi hija? Mi esposa tiene razón; tienes un instinto asesino hacia ella.

– Le puedo asegurar…

– ¡Silencio! -gritó el líder supremo caminando iracundo de un lado a otro-. No me importa lo que digas, tu palabra ya no es confiable.

– Quizás tu hija debería hablar por ella misma -opinó Ciphus.

Todos enfocaron la mirada en Chelise, cuyos ojos miraron alrededor. Miraron a Thomas. Luego se fijaron en su padre.

– Entonces habla -pidió Qurong-. Pero te advierto que tenemos una ley que nos ata.

Thomas sintió que el alma se le iba a los pies. ¡Ella tenía que negar su amor! Si solamente lo negara, Qurong le daría el beneficio de la duda y la dejaría vivir. La conspiración de Woref estaba al descubierto; ella estaría a salvo.

Chelise miró a su padre por un tiempo prolongado. Miró a Thomas, quien movió ligeramente la cabeza, para que nadie más que ella viera. Por favor, amor mío. Yo sé la verdad. Sálvate.

Ella le sostuvo la mirada y se alejó de la pared.

– ¿Quieres saber la verdad, padre? ¿Quieres saber por qué esta bestia a la que has encargado tus ejércitos está tan indignada?

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