Ted Dekker - Blanco

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Nunca rompa el círculo.
En esta tercera parte de la innovadora Serie del círculo, Thomas Hunter sólo tiene días para sobrevivir en dos mundos diferentes, llenos de peligro, engaño y destrucción. El destino de ambos mundos depende de su singular habilidad de cambiar realidades por medio de sus sueños. Ahora, guiando un pequeño grupo multiforme conocido como El Círculo, Thomas se encuentra enfrentando nuevos enemigos, desafíos interminables y el amor prohibido de una mujer de lo más insólita.
Entre a la Gran Búsqueda, donde Thomas y una pequeña banda de seguidores deben decidir rápidamente en quién pueden confiar, tanto con sus propias vidas como con el destino de millones de personas.

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– Estás libre del virus, Thomas.

Monique se volvió y presionó un botón de un control remoto en la mano izquierda. La pared se abrió, dejando ver gran cantidad de monitores alrededor de una enorme pantalla plana. Los monitores más pequeños estaban llenos de cuadros e información que no significaban nada para Thomas Pero la pantalla gigante en el centro era un mapa del mundo. Las veinticuatro ciudades de ingreso donde inicialmente se liberara el virus estaban marcadas con puntos rojos. Círculos verdes indicaban los cientos de laboratorios e instalaciones médicas en todo el mundo que se hallaban involucrados en la búsqueda de un antivirus. Cruces blancas marcaban los esfuerzos de recolección de sangre que se llevaban a cabo desde que se hiciera público el virus. Pequeñas cruces se extendían de las ciudades de ingreso, que indicaban centros más pequeños de recolección. Disponían de bastante sangre, él sabía eso.

Pero esto era inútil sin un antivirus para distribuirse a través de la sangre.

– En las últimas veinticuatro horas he hecho pasar tu sangre por más pruebas de las que puedo enumerar. No mostraron nada extraordinario – comunicó ella, luego lo volvió a mirar-. Francamente, no puedo decirte por qué decidí probar tu sangre contra el virus, pero lo hice.

Ella hizo una pausa.

– ¿Y?

– Y mató el virus. En cuestión de minutos.

Thomas parpadeó.

– Soy inmune -comentó distraídamente, y sintió que el brazo de Kara se deslizaba alrededor del suyo.

– No solo tú. Monique y yo hemos estado en contacto con tu sangre. Esta mató el virus en las dos.

Él miró a los demás. ¿Por qué las caras largas? Estas eran buenas noticias.

– Hay más -terció el presidente forzando una sonrisa.

Él mismo se hizo una débil sugerencia, pero la rechazó. Sin embargo, el pensamiento bastó para ruborizarle el rostro.

– Basta de este melodrama. Desembúchenlo. ¿Por qué soy inmune?

– Creo que fue el lago -contestó Kara-. Fuiste sanado en el agua de Elyon. Esta cambió tu sangre.

– Tú estuviste en ese lago.

– Como Mikil. No como Kara. No como yo y no en el lago esmeralda antes de secarse. Tú estuviste como tú mismo, en persona. Y si no fue el lago, entonces fue cuando fuiste sanado más tarde por Justin, después de que tuvieras el virus. Es lo único que tiene sentido.

Sí, lo tenía.

– Ocurriera lo que ocurriera, no hay duda de que tu sangre contiene los elementos necesarios que matan el virus -explicó Monique.

– ¿Y la de ustedes?

– No. No como la tuya.

Él no estaba seguro de que le gustara lo que estaba pasando.

– ¿Sabes qué es lo que hay en mi sangre que mata el virus?

– No del todo, pero lo suficiente para duplicarla, sí -informó ella, dirigiéndose a uno de los monitores pequeños-. Aislé varios componentes de tu sangre, glóbulos blancos, plasma, trombocitos, glóbulos rojos… el virus está reaccionando a los glóbulos rojos. Luego aislé…

– No me importa lo científico -interrumpió Thomas; la sugerencia que le había entrado a la mente se estaba reafirmando y de pronto se vio sin paciencia para esta presentación de ellas-. Resume. Necesitas mi sangre.

– Sí -contestó Monique volviéndose-. Tus glóbulos rojos.

– Algo en mis glóbulos rojos está actuando como un antivirus.

– Más como un virus, pero sí. Cuando entra en contacto con sangre normal se extiende a un ritmo increíble, matando la variedad Raison. La he apodado Variedad Thomas.

Él vaciló solo por un momento.

– Entonces usa mi sangre. ¿Tienes tiempo suficiente para distribuirla como se planificó?

– Depende -objetó ella.

– ¿De qué depende?

Ella miró a Barbara Kingsley, quien se acercó.

– Nuestro plan con la Organización Mundial de la Salud fue recoger sangre de millones de donantes cerca de las ciudades de ingreso, catalogar y almacenar esa sangre usando toda clase de refrigeración disponible y luego prepararla para inyectarle el antivirus cuando este estuviera seguro. Tenemos la sangre, aproximadamente veinte mil galones en cada ciudad de ingreso y sus alrededores.

– Sé todo esto. Por favor, ¿depende de qué?

– Perdóname -continuó Barbara-. Yo solo… que tengamos suficiente tiempo para usar tu sangre a fin de infectar de manera eficaz toda ja sangre recogida depende de cuánta sangre tuya podamos usar.

– ¿Infectar? -pregunto Thomas, tratando de pasar por alto las repercusiones-. ¿Te refieres a convertir en antivirus la sangre recogida?

– Sí. Alguien de nuestro personal compuso esta simulación -respondió ella, mientras señalaba el remoto hacia la pared y presionaba otro botón-, Los efectos de un antivirus en tu sangre se han teñido de blanco para que podamos verlos. La simulación corre a velocidad exagerada.

Thomas observó cómo la sangre roja, corriendo como un río a través de la pantalla, la alcanzaba repentinamente un ejército grisáceo claro de glóbulos blancos. Esta era la sangre de él «infectando» la sangre roja.

Parpadeó ante lo que veía. La mente se le llenó con una imagen de sus sueños. Cien mil miembros de las hordas volcándose en los cañones debajo de la Brecha Natalga. Entonces ellos habían sido la enfermedad. Ahora la sangre de él sería la cura.

– ¿Cuánta necesitas? -indagó Thomas.

– Depende de cuánta de la sangre que hemos recogido se deba infundir con…

– ¿Cuánta de la sangre que han recogido necesitas para salvar a las personas que la donaron? -exigió saber Thomas.

– Toda -contestó Barbara.

– Entonces deja de darle vueltas al asunto, ¡y dime cuánta sangre mía necesitas para cubrir todo eso!

– Doce litros -anunció finalmente ella-. Toda.

– ¿Qué estamos esperando entonces? Engánchame. Saca doce litros. Puedes hacer una transfusión de sangre o algo así, ¿correcto?

Monique titubeó y Thomas comprendió entonces que iba a morir.

– Tenemos un problema de tiempo.

– Thomas, lo que Monique está diciendo -intervino Kara, viniendo en ayuda de ella-, es que cada hora de retraso costará vidas. Están tratando de resolver eso. El modelo muestra una cantidad aproximada de diez mil por cada hora de demora, que aumentan de manera exponencial cada hora.

Necesitan tomar tanta sangre como puedan en tan poco tiempo como puedan.

– Mientras me están haciendo una transfusión…

– El problema con una transfusión es que la sangre nueva se mezclaría con tu sangre y diluiría su efectividad.

Solo un idiota no entendería lo que le estaban diciendo, y en parte a Thomas le molestaba que no desembucharan todo. Le recorrió calor por el cráneo. Dejó de mirar a los allí presentes y miró por una ventana que daba a un salón equipado con una cama de hospital y un perchero para inyecciones intravenosas. Esto que veía era su lecho de muerte.

– ¿Cómo sobrevivo a esto? -preguntó.

– Si desaceleramos el proceso y tomamos solo parte de tu sangre tenemos una posibilidad de…

– Aseguraste que el tiempo era un factor -expresó él-. Eso costaría miles, decenas de miles de vidas.

– Sí. Pero podríamos salvarte la vida.

– Thomas.

Él miró al presidente.

– Quiero que sepas que de ningún modo espero que entregues toda tu sangre. Ellos afirman que podrían salvar a más de cinco mil millones de personas y aún tener una gran posibilidad de salvarte si desaceleran el proceso y te sacan nueve pintas. Quizás puedan reproducir tus glóbulos rojos a un ritmo acelerado. La cantidad salvada podría ascender a seis mil millones.

– Así que si retrasamos varias horas, un día, para salvar mi vida, solo perderíamos mil millones. En el mejor de los casos. ¿Se trata de eso?

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