– Johan está esperando con Mikil y Jamous -informó Suzan frenando, con mirada vivaracha-. Debieron haber enviado a William adelante con los demás.
– ¿Dónde?
– Tienen un campamento en el cañón -señaló ella-. A poco más de tres kilómetros.
– ¡Excelente! -exclamó Thomas mirando a Chelise-. Se trata de Martyn.
– ¿Está él aquí?
– En carne y hueso -anunció Thomas haciendo girar el caballo-. ¡Cabalguemos!
Chelise se hallaba aterrada por este súbito descubrimiento… Thomas y Suzan eran una cosa, pero la posibilidad de encontrar a más de los del Círculo no le sentaba bien. ¡Además, Martyn! Después de Thomas, no había otro nombre al que ella hubiera llegado a odiar más.
La princesa cabalgó.
MIENTRAS THOMAS dormía en la Casa Blanca ante la insistencia " del presidente Blair, Kara se hallaba siguiendo una insistencia propia. No tenía deseos de dormir, no había causa para soñar. Solo quería una cosa, y era entender la erupción que le había aparecido debajo del brazo.
Los Laboratorios Genetrix se habían convertido en el hogar de Monique. Ella dormía sobre un catre en su oficina, y comía lo que quedaba de alimentos en la cafetería, aunque no habían recibido una remesa en tres días; la empresa que atendía el servicio de comida había suspendido operaciones. No importaba. Disponían de suficientes alimentos no perecederos para dar de comer a quinientos técnicos y científicos al menos por dos días. Para entonces sabrían si era hora de ir a casa y empezar a despedirse, o de dedicarse de lleno a un último y desesperado esfuerzo.
Monique examinó en silencio el brazo de Kara, quien le observaba los ojos… era demasiado malo que Thomas se hubiera encaprichado con esta otra mujer en el mundo de Mikil. Chelise. Cuanto más tiempo pasara Kara con Monique, más decidía que la refinada francesa era más débil de lo que inicialmente había supuesto. Ella y Thomas podrían hacer una buena pareja. Suponiendo que los dos sobrevivieran.
La mirada de Monique ya no se enfocaba en la cortada que le había captado la curiosidad. Revisaba el resto del brazo.
– ¿Qué pasa? -quiso saber Kara.
– ¿Has notado salpullido en alguna otra parte? ¿Quizás en el estómago o la espalda?
– ¿Ya está sucediendo? -preguntó Kara retrocediendo.
– En algunas personas, sí. ¿Ninguna otra erupción?
– No. No que yo haya notado.
Por otra parte, ahora que pensaba al respecto, la piel parecía picarle en muchas partes.
– ¿Cuánto tiempo hace que lo notaste?
– Unas pocas horas -respondió Monique.
– ¿Y tú? -le preguntó Kara volviéndose hacia ella.
– No.
– ¡Creí que teníamos otra semana! ¿Quién más?
– Ha habido una cantidad de casos reportados en Bangkok. Theresa Sumner. Todo el equipo que llegó para reunirse con Thomas unas semanas atrás. Algunos en el Lejano Oriente informan haber tenido el salpullido aun durante diez días. Suponíamos que esto solo ocurriría entre aquellos cuyos sistemas luchan activamente contra el virus. La erupción es prueba de la resistencia del cuerpo, aunque eso no significa mucho.
La revelación no fue tan espeluznante como ella creyó que sería. Es más, constituía un poco de alivio después de tanto misterio. Como saber que después de todo el cáncer que se tiene es terminal. Que se va a morir exactamente en treinta días. Que hay que vivir y prepararse para morir.
– ¿Cuántos?
– Varios miles -contestó Monique encogiendo los hombros-. Nuestros cálculos iniciales del período de latencia del virus solo eran eso: cálculos. Siempre supimos que podría venir antes. Ahora parece haber hecho exactamente eso.
Intercambiaron una prolongada mirada. ¿Qué más se podía decir?
– Estamos muertos, a menos que se lleve a cabo este intercambio con Francia y consigamos el antivirus -opinó Kara.
– Así parece.
– ¿Lo sabe el presidente?
– Todavía no. Estamos haciendo pruebas. Lo sabrá en una hora.
Kara suspiró, hurgó en el paquete que llevaba, y extrajo un frasquito de vidrio con una muestra muy pequeña de sangre. Sangre de Thomas. Su hermano había insistido antes de salir del John Hopkins. El razonamiento de ^ era simple: estaba muy seguro de que volvería a Francia, pero no quiso explicar la razón. En caso de que algo le sucediera, quería que Kara y Monique tuvieran algunas opciones.
Kara dejó el frasquito sobre el escritorio.
– ¿De Thomas? -quiso saber Monique.
– Idea de él. ¿Sabes lo que sucedería si tú y yo soñamos con esta sangre›
– Rachelle está muerta -contesto Monique mirándola-. Tú despertarías como Mikil. No sé cómo quién despertaría yo.
– No. Pero despertarías. ¿Y qué pasaría si comes la fruta de rambután mientras estés allí?
– Nada de sueños.
– ¿Y si comes el rambután todos los días por el resto de tu vida?
– ¿Importaría? Si muero aquí, muero allá. ¿No es así como funciona?
– No si tener un sueño de una noche aquí dura cuarenta años allá. Podríamos vivir toda una vida en otra realidad mientras esperamos que la muerte nos lleve aquí.
Una pequeña sonrisa cruzó por el rostro de Monique. Luego una risotada de incredulidad.
– ¿Sugirió Thomas que hiciéramos esto?
– No. Él dijo que sabríamos qué hacer con la sangre. ¿Tienes una idea mejor?
– No. Pero eso no da sensatez a tu idea.
– ¿No lo harás entonces? Él te mencionó a ti, a nadie más.
– Por supuesto que lo haré -contestó Monique, agarrando el frasquito-. ¿Por qué no?
La sonrisa se le suavizó en el rostro. Miró la muestra de sangre.
– ¿Tiene Thomas salpullido?
– Ahora que lo mencionas, así lo creo, sí -contestó Kara recordando lo que él había dicho acerca de la erupción que había adquirido en Indonesia-. Lo cual significaba que él podría estar entre los primeros.
No hubo respuesta.
***
MIKE OREAR examinó la creciente multitud, demasiadas personas ahora para contarlas; los cálculos hablaban de casi un millón. Se necesitaría mucho para redirigir los pensamientos de todos ellos hacia la indignación. & innegable la frustración en los ojos de la gente. Las palabras que él estaba a punto de lanzar al aire no harían nada menos que abrir las puertas de la ira, redirigida al mejor símbolo conocido del poder: la Casa Blanca.
Había llamado temprano a Theresa y pescó algo más respecto de la posibilidad de un antivirus, pero ella se había enfriado desde que él tomara esta posición como voz del pueblo. Era un milagro que aún se comunicara con ella. Cuando él la confrontó con la acusación de que la administración estaba engañando al pueblo al ofrecerle una esperanza aunque no la había, Theresa simplemente suspiró y le contó que no estaba trabajando en turnos Je veinticuatro horas para complacer a la administración.
Luego Theresa había colgado.
Esta supuesta esperanza de ella tenía que ser insustancial. La única esperanza real de ellos reposaba en el único hombre que poseía un antivirus que haría algún bien: Svensson. Si el presidente no quería saber nada de Francia, no había esperanza.
Orear se rascó las axilas. La picazón que le apareciera una semana antes se había calmado, pero ahora volvía a surgir. Era extraño que muy pocos tuvieran el salpullido. Suponiendo que se relacionara con el virus, él habría pensado que el salpullido se extendería ampliamente. Su madre lo tenía. Tal vez era algo genético. Quizás unos pocos mostraron síntomas antes de lo que la comunidad médica predijera.
Hizo de lado los pensamientos y se dirigió a la tienda donde las cámaras de CNN esperaban su actualización en vivo cada hora. La tienda se había colocado en una tarima a metro y medio sobre la calle, suficiente altura para darle una clara visión de la multitud. Marcy Rawlins discutía acaloradamente con uno de los camarógrafos respecto del desastre que estaban haciendo con el equipo, y él señalaba que el orden ya no podía ser señal de virtud.
Читать дальше