Ted Dekker - Blanco

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Nunca rompa el círculo.
En esta tercera parte de la innovadora Serie del círculo, Thomas Hunter sólo tiene días para sobrevivir en dos mundos diferentes, llenos de peligro, engaño y destrucción. El destino de ambos mundos depende de su singular habilidad de cambiar realidades por medio de sus sueños. Ahora, guiando un pequeño grupo multiforme conocido como El Círculo, Thomas se encuentra enfrentando nuevos enemigos, desafíos interminables y el amor prohibido de una mujer de lo más insólita.
Entre a la Gran Búsqueda, donde Thomas y una pequeña banda de seguidores deben decidir rápidamente en quién pueden confiar, tanto con sus propias vidas como con el destino de millones de personas.

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– Bueno. Déjeme pensar en cómo persuadir a Qurong de que se olvide de los libros en blanco. Si nos disculpa usted ahora, estamos en medio de una lección.

Woref miró a Thomas por unos segundos, escupió en el piso, y salió del salón sin cerrar la puerta.

– Te lo ruego, Chelise, ¡no puedes dejarlos morir! -susurró Thomas, tuteándola.

– Eso no está en mis manos -contestó ella corriendo hacia la puerta y cerrándola-. ¿Cómo se vería que yo rogara por las vidas de ellos?

Thomas caminó de un lado al otro, trastornado.

– Estamos en terreno peligroso. No solo usted, sino ahora yo. Conozco a Woref y sé que un día pagaré por lo que él acaba de ver. Tienes que ser más cuidadoso -le suplicó ella tuteándolo también-. Por favor, guarda tu distancia.

– ¡Ahora puedo soñar! -exclamó él mirándola y deteniéndose repentinamente.

– ¿De qué estás hablando?

– He estado bebiendo jugo de rambután porque Woref ha estado poniendo la vida de mis amigos en mis manos. ¡El acaba de quitar esa amenaza! Esta noche me negaré a comer la fruta y soñaré. Pero podrían tratar de obligarme. ¿Puedes detenerlos?

Chelise no contestó. Ella no sabía por qué este asunto de soñar era tan importante para él. Pero él tenía razón; Woref había desautorizado su propia amenaza.

– Por favor, te lo ruego -rogó él corriendo hacia ella y agarrándole la man0-. ¡Y no puedes decir una palabra acerca de esto! Él le besó la mano.

– Por favor, ¡ni una palabra!

– Yo… -titubeó ella; él aún le sostenía la mano-. Esto no es guardar tu distancia.

– Perdóname -expresó él soltándola y retrocediendo-. No pretendí hacerlo. Me descontrolé.

– Evidentemente.

– ¿Pero me ayudarás?

– No te puedo ayudar. Pero no veo que haya algo de malo en unos cuantos sueños -manifestó, y luego añadió algo que hasta a ella misma dejó impresionada-. Mientras prometas soñar conmigo.

19

EL HELICÓPTERO se posó en el césped de la Casa Blanca con un golpazo que casi le hace estallar la cabeza a Kara. Thomas se hallaba en ese helicóptero. Su hermano, que había ido y vuelto al infierno en las últimas tres semanas. ¿O eran ahora cuatro semanas?

Los rotores disminuyeron la velocidad. Se abrió la puerta y Thomas emergió en el sol del atardecer. Saltó al pasto, agachó la cabeza y corrió hacia ellas.

– Hola, Thomas -expresó Kara cerrando la brecha entre ellos y recibiéndolo entre la línea de agentes del servicio secreto, los cuales se habían duplicado desde que la noticia de la crisis inundara las pequeñas pantallas.

– Hola, hermanita -contestó él tomándola en los brazos y abrazándola.

– Estás vivo -expresó ella.

– Y coleando -bromeó, se volvió hacia Monique, quien esperaba con una sonrisa tímida-. Monique.

– Hola, Thomas -dijo ella agarrándole la mano y besándolo en la mejilla.

– ¿Cómo lo sentiste?

Kara creyó que él preguntaba acerca del despertar de la muerte.

– Dime tú -respondió Monique.

– Como despertar de un sueño.

– Se está haciendo mucho de eso últimamente, por lo que entiendo.

– Más de lo que me preocupa. Aunque debo decir que esta vez no creo andar bien encaminada.

Merton Gains dio un paso adelante, con la mano extendida.

– Qué bueno que hayas vuelto. El presidente te espera.

***

HABÍA MUCHA actividad en todo el salón cuando entró Thomas, seguido Je Kara y Monique. El presidente Blair lo vio y se disculpó de una conversación con el ministro de estado. Se acercó con una sonrisa cansada y extendió la mano.

– Después de todo, el gato tiene nueve vidas.

– En realidad, dos -expresó Thomas, miró alrededor del salón y bajó ja voz-. Lo que debo decir tiene que ser en privado, señor. No estoy seguro de en quién podamos confiar.

– Y no puedo trabajar en un vacío -concordó el presidente-. No a estas alturas del juego.

– Por favor, señor, solo escúcheme. Entonces usted podrá decidir quién debe saber. ¿Le dijeron que hay un espía adentro?

– Sí. Está bien, espéreme en mi despacho. Dame un minuto. Merton, llévalos por favor al despacho presidencial y déjalos allí.

– Inmediatamente, señor.

Blair llevó aparte al director de la oficina y habló en voz baja.

– Por aquí -mostró Gains.

Lo siguieron en silencio por varios corredores repletos de actividad. Entraron a la oficina ovalada.

Ellos se quedaron en la majestuosa oficina, rodeados de silencio.

– El libro atravesó conmigo, Kara.

– ¿El libro en blanco? ¿A qué te refieres con «atravesó»?

– Estaba conmigo cuando desperté sobre la camilla en el sótano del complejo de Fortier. Es el único objeto que ha cruzado entre las realidades. Habilidades, sangre y conocimiento… y ahora este libro. Y, si estoy en lo cierto, los demás libros en blanco de algún modo me pudieron haber seguido.

– Los libros son conocimiento -afirmó Kara-. El conocimiento cruza. ¡Esto es increíble!

No, esto no es increíble. Perdí el libro. Se lo llevó uno de los guardias, quien no tiene idea de lo que este puede hacer. ¿Cuánto tiempo tenemos con el virus?

– Cinco días. Tal vez menos, quizás más. Diez a lo máximo.

– Entonces creo que el libro tendrá que esperar.

La puerta se abrió de golpe y el presidente entró solo.

– Lo siento, tuve que colgar -comunicó, fue hasta su escritorio y recogió una lata de Pepsi al clima, luego los guió hasta los sofás; luego se dirigió a Thomas, tuteándolo-. Muy bien, Thomas, estás aquí.

– ¿Está limpia esta oficina?

– La limpiaron de micrófonos esta mañana.

– ¿Quién? Lo siento, no importa. No logro decidir en qué mundo me encuentro.

– Dime -expresó Blair, asintiendo.

– Está bien -dijo Thomas, respiró profundo; se sentó en el borde del sofá y correspondió al tuteo-. Sígueme atentamente. Entiendo que la crisis inmediata entre Israel y Francia se ha aplacado.

– Por ahora. Pero la situación puede empeorar en cualquier momento. En tres días perderemos nuestro arsenal nuclear.

– Vamos a necesitar a los israelíes.

– ¿Cómo? -cuestionó el presidente.

Thomas vaciló antes de hablar.

– ¿Qué dirías si te cuento que podría haber una manera de que yo introduzca a un hombre en el círculo íntimo de ellos?

– ¿Te refieres al lado de Fortier?

– Bastante cerca para olerle el aliento.

– Diría que debimos haberlo hecho hace dos semanas. ¿Quién?

– Carlos Missirian.

– Él está con ellos. No comprendo.

– Creo que podríamos entrar a la mente de Carlos. Para eso necesito a Johan. Ya antes compartieron una conexión; creo que Johan podría volver a hacerlo. Pero él tendrá que soñar estando en contacto con mi sangre.

– No estoy seguro de conocer a este Johan.

– ¿Está Johan… conectado con Carlos? -quiso saber Kara.

– ¡Sugieres que Johan despertaría como Carlos si sueña usándote como entrada! -exclamó Monique.

– Sí.

– ¡Podría funcionar!

– Discúlpenme -terció el presidente levantando una mano-. Quizás podrían ser un poco más claros.

– Es la manera en que funcionan los sueños -explicó Thomas-. Los tres hemos soñado. Conocemos a alguien en el otro mundo que podría llegar a Carlos.

– ¿De veras? Me sorprende que yo no hubiera pensado en eso.

– Por favor, Sr. Presidente, se nos acaba el tiempo.

– Bien -manifestó Blair levantando ambas manos-. Intentaré algo en este punto. ¿Cómo conseguimos a este Johan?

– Bueno, en realidad tenemos un problema. En este momento me tienen cautivo. Debemos llegar a Johan a través de mí, y aquí es donde entra Kara -expuso, y miró a su hermana-. Vuelve conmigo. Como Mikil. Tú y Johan tienen que sacarnos de la ciudad… la ejecución de los otros está programada para mañana.

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