Ted Dekker - Blanco

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Nunca rompa el círculo.
En esta tercera parte de la innovadora Serie del círculo, Thomas Hunter sólo tiene días para sobrevivir en dos mundos diferentes, llenos de peligro, engaño y destrucción. El destino de ambos mundos depende de su singular habilidad de cambiar realidades por medio de sus sueños. Ahora, guiando un pequeño grupo multiforme conocido como El Círculo, Thomas se encuentra enfrentando nuevos enemigos, desafíos interminables y el amor prohibido de una mujer de lo más insólita.
Entre a la Gran Búsqueda, donde Thomas y una pequeña banda de seguidores deben decidir rápidamente en quién pueden confiar, tanto con sus propias vidas como con el destino de millones de personas.

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– Bueno. ¡Debemos irnos ahora! ¿Me están oyendo? Thomas está vivo y le acaba de decir a Kara cómo llegar hasta él. Lo tienen en el sótano de la biblioteca a cinco kilómetros al oriente de la ciudad de las hordas. Los demás está previsto que sean ejecutados mañana.

– ¿Te dijo todo esto Thomas? -inquirió Jamous.

– ¡No tenemos tiempo! -declaró Mikil montándose en su corcel-. Se lo explicaré en el camino.

Ella espoleó la montura y se dirigió al norte por un extenso campo, haciendo caso omiso del ruego de Jamous de que se detuviera.

Muy pronto la alcanzarían. El sol se levantaría en menos de tres horas y Mikil no tenía deseos de acercarse a la ciudad a plena luz del día.

Johan la alcanzó primero, retumbando por detrás en su enorme garañón alazán.

– ¡Sé razonable, Mikil! ¡Disminuye la velocidad! Al menos lo suficiente para que nos pongamos al tanto.

Llegaron al borde de la selva y Johan aflojó hasta trotar al lado de ella.

– ¿Te pidió que irrumpamos en esta biblioteca donde lo tienen? -preguntó él.

Mikil se agachó para evitar una rama baja. Aquí los árboles eran escasos, pero al oriente de la selva les harían más lenta la marcha. Ella instó al caballo a seguir adelante.

– Me dio algunas ideas y me dijo que tú sabrías qué hacer con ellas. Tú viviste con las hordas bastante tiempo para entenderlas mejor que la mayoría. Johan no respondió.

– Me dijo también otras cosas respecto de ti, Johan -le informo mirándolo a la tenue luz-. Necesitamos que tú también sueñes. Es evidente que estás conectado con un hombre llamado Carlos que necesita ver la luz.-Por ahora es suficiente hablar de liberar a Thomas basándonos en un sueño -opinó Johan-. ¿Cuánto tenemos de la fruta curativa?

– Dos para cada uno -contestó Jamous-. ¿Estás esperando una pelea?

– ¿Crees que Thomas nos perdonaría si sanamos a unos cuantos de ellos después de derribarlos?

– ¿Herir encostrados y luego sanarlos? No sé -preguntó Mikil mirando a Johan.

Mientras no se los mate…

– ¿Por qué no? ¿Es esa tu recomendación?

– ¿Cómo puedo recomendar algo sin saber lo que Thomas te dijo en este sueño de ustedes?

– Me dijo exactamente dónde lo mantenían. Me notificó la configuración del terreno y me avisó que había una mujer con acceso ilimitado a él. Sugirió que me hiciera pasar por esa mujer.

– ¿Y qué mujer es esta?

– Chelise, la hija de Qurong.

Los dos la miraron como si se hubiera vuelto loca.

***

– ¿CUÁNTO TIEMPO tenemos? -exigió saber Mikil.

– Date la vuelta; déjame ver la luz de la luna -pidió Johan.

– ¿Cuánto? -repitió ella.

– Menos de una hora -contestó Jamous.

– ¡Entonces tendremos que hacerlo! -exclamó Mikil mirando el muro del complejo, como a cincuenta metros a la derecha.

– No funcionará -objetó Jamous escupiendo a un lado.

– Danos entonces una idea mejor -sugirió Mikil-. ¿Cómo me veo?

No desacostumbraban ponerse túnicas tradicionales de encostrados… a denudo usaban las capas cuando se aventuraban en lo profundo del bosque. Pero Mikil nunca se había aplicado esta arcilla blanca en el rostro y las manos. Thomas le había sugerido que para la noche se convirtiera en una princesa encostrada y Johan había insistido en una gruesa capa del sustituto más cercano para el morst que pudo encontrar. Arcilla blanca.

– Como la mismísima princesa -comentó Johan.

– Excepto por los ojos y la voz.

– Todo disfraz tiene sus limitaciones. Hagan exactamente como dije. Jamous tenía razón; el plan era absurdo. Lo único peor sería intentarlo a la luz del día.

– Recuerden -mencionó Mikil-, la biblioteca está en el centro del jardín. Él habló de cuatro guardias, dos en el exterior y dos en el sótano.

– Lo recordamos -le aseguró Johan-. Danos cinco minutos antes de que los saques. Y debes levantar ligeramente el tono de tu voz. Chelise es tan… directa como tú. No trates de parecer demasiado débil. Camina erguida y…

– Mantener la cabeza en alto, lo sé. Creen que no sé cómo se ve una princesa estirada.

– Yo no diría que ella es estirada. Audaz. Refinada.

– Por favor. No es posible reconciliar las palabras «encostrada» y «refinada».

– Tú mantente alerta -insinuó Jamous-. Quizás no sean refinados, pero pueden empuñar muy bien sus espadas.

Thomas había dicho que si Mikil moría, Kara también moriría en el laboratorio del Dr. Bancroft. Extraño. Pero Mikil estaba acostumbrada al peligro.

– Vamos.

Jamous vaciló, luego sujetó los brazos de Mikil para formar el acostumbrado círculo.

– La fortaleza de Elyon.

– La fortaleza de Elyon.

Los hombres desaparecieron en medio de la noche. Mikil corrió hacia la elevada cerca de postes y trepó al árbol que habían elegido. Thomas lo había llamado el jardín real. Había media luna… ella lograba ver el contorno de los arbustos colocados con cuidado alrededor de los árboles frutales. El enorme edificio en espiral, a cien metros dentro del complejo era más despejado. La biblioteca.

En este lado del jardín no había señal de ningún guardia. Mikil agarró |0s afilados conos en dos postes adyacentes, lanzó ambas piernas sobre la cerca, y cayó a tierra tres metros abajo. La túnica era negra… si caminaba c0n el blanco rostro agachado sería bastante invisible. Atravesó corriendo el jardín, sorprendida por el cuidado que las hordas habían puesto en recortar los bordes y los setos. Por todos lados había flores. Hasta los árboles frutales habían sido podados adecuadamente.

Se ocultó detrás de un gigantesco árbol de nanka a treinta metros de la puerta principal de la biblioteca, donde dos guardias se hallaban recostados contra la pared. Era extraño que desde el ahogamiento no sintiera ira hacia ellos. No podía decir que sintiera alguna compasión por los encostrados, como sentían algunos, pero consideraba bastante misericordia a su falta de furia. El hecho de que ella hubiera sido cómplice en condenar a Justin solo la hacía enojarse con el engaño que los cegaba tan agudamente.

Mikil no se sorprendió al comprender que su enojo estaba dirigido a la enfermedad, no a las hordas. No tenía compasión por la enfermedad. La diferencia entre ella y algunos de los demás, William por ejemplo, era que al ver a dos guardias enfermos ella vio principalmente la enfermedad; William habría visto solo a los guardias.

La teniente alejó con un parpadeo sus pensamientos. Era hora de practicar un poco de su engaño. Debía suponer que Johan y Jamous se hallaban en sus puestos.

Bajó la cabeza y se dirigió directamente hacia el amplio sendero que llevaba a la biblioteca. Veinticinco metros. Apareció gravilla bajo sus pies… seguramente ya la habrían visto. Respiró profundo, se irguió todo lo que pudo con gracilidad, levantó la barbilla como podría hacerlo una princesa y caminó a grandes zancadas hacia los dos guardias.

De repente el guardia de la izquierda se irguió y tosió. El otro lo oyó, vio a Mikil, y rápidamente se enderezó. No supieron qué hacer. No muchos visitantes a esta hora de la noche, ¿no es así, sacos de escamas?

Ella se detuvo cerca del fondo de las escaleras. Abran la puerta -ordenó calmadamente. ¿Quién es usted? -preguntó el guardia de la derecha.

– No sean idiotas. ¿No pueden reconocer en la noche a la hija de Qurong?

Él titubeó y miró a su compañero.

– ¿Por qué está usted usando…?

– ¡Vengan acá! -ordenó ella señalando el suelo-. Bajen aquí, ¡los dos! ¿Cómo se atreven a cuestionar mi elección de ropa? ¡Quiero que vean mi rostro de cerca para que nunca más vuelvan a cuestionar quién les está ordenando! ¡Muévanse!

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