Ted Dekker - Blanco

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Nunca rompa el círculo.
En esta tercera parte de la innovadora Serie del círculo, Thomas Hunter sólo tiene días para sobrevivir en dos mundos diferentes, llenos de peligro, engaño y destrucción. El destino de ambos mundos depende de su singular habilidad de cambiar realidades por medio de sus sueños. Ahora, guiando un pequeño grupo multiforme conocido como El Círculo, Thomas se encuentra enfrentando nuevos enemigos, desafíos interminables y el amor prohibido de una mujer de lo más insólita.
Entre a la Gran Búsqueda, donde Thomas y una pequeña banda de seguidores deben decidir rápidamente en quién pueden confiar, tanto con sus propias vidas como con el destino de millones de personas.

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Ella no estaba segura de que se la oyera como una princesa, pero los guardias descendieron cautelosamente las escaleras.

– Pretendo dejar pasar esta indiscreción, pero si ustedes se mueven tan lentos podría cambiar de parecer.

Ellos corrieron hacia delante.

Dos sombras volaron de cada esquina del edificio, y Mikil levantó la voz para cubrir cualquier sonido que pudieran hacer.

– Ahora la realidad es que no soy la hija de Qurong, pero sé que estoy aquí en nombre de ella. Ella me dijo dónde encontrar al albino para poder rescatarlo. Está enamorada de nuestro querido Thomas, ¿saben?

Los guardias se detuvieron en el último peldaño exactamente cuándo Johan y Jamous saltaban los peldaños por detrás y los aporrearon a cada uno en la base de las nucas. Gimieron y cayeron a dúo.

A rastras alejaron a los guardias de las escaleras y los colocaron sobre el césped.

– ¿Algún daño? -inquirió Mikil.

– Sobrevivirán.

Thomas objetaría, pero finalmente vería el motivo. Y aunque estos podrían hacer peligrar el rescate, de todos modos vivirían. En sí esta era una modalidad de no violencia. Era absurda la parte acerca del amor de la princesa por Thomas… algo que más adelante provocaría risa en los guardias. Si Mikil tenía suerte, eso incluso podría meter en aprietos a la princesa.

– Vamos.

Johan y Jamous entraron en silencio a la biblioteca con Mikil detrás. La puerta hacia el hueco de la escalera se hallaba exactamente donde Thomas le había dicho que estaría.

– Por aquí. Los llamaré.

Ella esperó que Jamous y Johan se ocultaran en las sombras a cada lado ¿e Ja puerta, luego la abrió un poco. Desde abajo brilló luz de antorchas.

Ella asintió a Jamous, abrió del todo la puerta y bajó un escalón.

– ¿Hay alguien despierto aquí? ¡Necesito inmediatamente la ayuda de dos guardias!

La voz de ella resonó a sus espaldas. Allá pudo haber habido un sonido, pero ella no estaba segura.

– ¿Están ustedes dormidos? ¡No tengo toda la noche! Se hallaron los libros, ¡y Woref exige de inmediato la ayuda de ustedes!

Ahora el sonido de pisadas golpeaba las piedras planas abajo. Ella dio la vuelta exactamente cuándo se divisaba a dos guardias, ambos empuñando antorchas.

– ¡Rápido, rápido! -exclamó ella entrando al vestíbulo mientras las botas de ellos subían los escalones pisando fuerte.

Jamous y Johan agarraron a estos dos guardias incluso con menos incidentes que a los de afuera. Había sido demasiado fácil. Otra vez, la inteligencia adecuada era a menudo la clave para la victoria en cualquier batalla.

Mikil buscó las llaves en el cinturón de uno de los guardias, las encontró, le arrebató una antorcha de las manos a Jamous y descendió las escaleras tan rápido como le permitía su larga túnica. Un corredor de piedra tallada llevaba a una puerta a la izquierda.

– ¿Thomas?

– ¡Aquí! ¿Mikil? La puerta, ¡rápido!

Ella insertó la llave y desatrancó la puerta. La abrió y la antorcha iluminó a Thomas, de pie con una larga túnica negra casi idéntica a la de ella. Él le vio el rostro y se quedó paralizado. La teniente había esperado que él saltara hacia ella y tomara el control inmediato. En vez de eso pareció extrañamente asombrado por su amiga.

Tranquilo. Pese a mi apariencia fantasmal, no soy una aparición.

– ¿Mikil?

– ¿No es esto lo que esperabas? No me digas, ¿te deja anonadado mi belleza? -bromeó ella sonriendo.

– Gracias a Elyon -comentó él, sacudiéndose el temor; corrió hacia ella y le agarró los brazos-. ¿Y los otros?

– Tengo a Jamous y a Johan. Aún no hemos ido por los otros.

– ¡Entonces debemos apurarnos! -exclamó, saltando hacia las escaleras.

– Debimos usar un poco de fuerza, Thomas -debió advertirle ella.

Él entró al vestíbulo y se paró en seco. Dos cuerpos yacían amontonados. Desde allí miró a Johan, luego a Mikil quien se paró a su lado.

– Solo un golpe, Thomas. Si quieres, podríamos darles un poco de fruta -expresó Mikil.

Thomas corrió hacia la puerta y miró hacia el cielo. Un leve brillo surgía en el horizonte oriental.

– No hay tiempo.

***

THOMAS CORRIÓ detrás de ellos con la aterradora sensación de que sería demasiado tarde. No había manera de que cuatro albinos pasaran desapercibidos una vez que la ciudad comenzara a despertar.

– Rapidez, no sigilo -explicó Thomas, pasando a Mikil-. No tenemos tiempo para pasar desapercibidos. Cabalgamos con energía y los arrebatamos con rapidez.

– ¿Y hacer que cuelguen hoy a ocho en vez de cuatro? -cuestionó Johan-. Debemos pensar esto detenidamente.

– No he hecho otra cosa que pensarlo detenidamente -respondió Thomas-. No hay otra manera en el tiempo que tenemos.

– ¿Y pretendes que hagamos esto sin usar la fuerza?

– Haremos lo que tengamos que hacer.

Saltaron deprisa la cerca y montaron los caballos. Thomas cabalgó a dúo con Johan, pero necesitarían cinco corceles más si esperaban dejar atrás a las hordas.

Thomas los llevó a los establos, donde consiguieron los caballos.

– ¿Sillas? -susurró Mikil.

– Bridas solamente. Podemos montar a pelo.

Habían gastado quince minutos, y el cielo se veía gris. ¡Estaban atrasados! Entrar al galope en la ciudad sería suicidio.

Y salir era tan bueno como condenar a muerte a los otros.

Thomas saltó sobre uno de los caballos y refunfuñó de frustración. Muy Cerca. El palacio se levantaba a la derecha. Chelise dormía allí. Algo acerca de este escape le parecía como una ejecución. Nada parecía correcto. O los uparían y los ejecutarían como Johan sugiriera, o escaparían para enfrentar otro terrible destino.

– ¿Qué pasa? -exigió saber Johan.

– Nada.

– ¡Este «nada» no está en tu rostro! ¿Qué sabes que no sepamos nosotros?

– ¡Nada! Sé que podrías tener razón en cuanto a ser atrapados. Solo necesito a uno conmigo. Mikil y Jamous, reúnanse con nosotros en las cataratas en treinta minutos.

– No vine para huir -objetó Mikil-. Además, tengo el disfraz.

– Estás casada -declaró él y espoleó el caballo.

– A las cataratas -ordenó Johan-. Rápido.

– Entonces toma esto. No lo necesito.

Mikil se quitó la túnica y se la lanzó a Johan.

Thomas y Johan cabalgaron con dos caballos extra cada uno, a trote rápido, directamente hacia el lago, ahora a menos de mil metros delante de ellos. Johan se puso la túnica mientras cabalgaba.

– Ella tiene razón en una cosa -opinó Johan-. Cualquiera que vea nuestros rostros sabrá que somos albinos.

– Entonces nuestra única esperanza es atacarlos antes de darles la oportunidad de pensar que algunos albinos serían tan dementes como para aparecer en su ciudad. ¿Tienes un cuchillo?

– ¿Estás planeando usarlo?

¿Lo estaba?

– Planeando, no. No tengo un plan.

– Eso es raro en ti.

Siguieron cabalgando, ahora directo hacia las mazmorras. La suave tierra cenagosa ahogaba las pisadas de sus caballos. Un humo de madera se levantaba por el aire matutino desde una hoguera en una de las cabañas a la izquierda. Un galló cantó. El castillo aún permanecía en silencio, ahora detrás de ellos.

– Mikil me dice que necesitas que sueñe contigo -manifestó Johan en voz baja-. Algo respecto de un tal Carlos. Él casi lo había olvidado.

– ¿Es esa una razón para vivir?

– Quizás.

Por supuesto que lo era. Pero por el momento él no tenía la paciencia para pensar detenidamente en esto de soñar. Aquí, rodeados por la ciudad ¿e las hordas, algo le roía la mente, intranquilizándolo; y no lograba entender de qué se trataba.

No quieres ser liberado, Thomas .

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