Agarró la manga del hombre y tiró con fuerza. La costura se rompió en el hombro y la larga manga quedó suelta, dejando desnudo un brazo escamoso, herido por debajo del codo. El hueso y el músculo estaban cortados.
El hombre empezó a quejarse atemorizado.
Thomas alargó la mano hacia el brazo, pero el hombre lo echó hacia atrás.
La anterior rabia lo volvió a inundar. Golpeó al hombre en la mejilla.
– ¡No sea idiota!
Él sabía que todo lo que realizaba estaba mal, que todo esto del escape había salido muy mal. Pero ahora estaba comprometido.
Thomas agarró con una mano el brazo del hombre y le exprimió la fruta en la herida. El jugo se le metió en la cortada.
Chisporroteó.
Un hilillo de humo se levantó de la carne partida. Se estaba obrando la curación.
Thomas se paró y lanzó la fruta al primer hombre que había cortado.
– ¡Úsela!
Se volvió de espaldas a las hordas. Los demás lo miraban con algo entre horror y asombro; él no estaba seguro de qué. Se dirigió a su caballo y montó.
– Monten.
Estaba seguro que las hordas se precipitarían sobre ellos, pero no lo hicieron. Miraban con horror al hombre a quién él le había dado la fruta. El brazo se hallaba ahora medio sano y aun silbando. William corrió hacia el caballo. Suzan, Caín y Stephen se montaron en los otros.
– Si ustedes creen que el poder de Qurong es digno de temer o amar, entonces recuerden lo que han visto hoy aquí -dijo Thomas-. Esta vez les di fruta para sanar sus heridas. Si nos persiguen, quizás no sean tan afortunados.
Diciendo eso hizo girar el caballo y galopó hacia la selva, asombrado, confundido, lleno de náuseas. ¿Qué había hecho?
– ¿NADA? -preguntó Qurong.
– Huyen mejor de lo que pelean -contestó Woref.
Se hallaba en el techo plano del castillo con el máximo líder, mirando al sur por sobre los árboles. Pero Woref no miraba los árboles. Ni siquiera miraba al sur. Sus ojos miraban su interior y veían la bestia siniestra que firmemente se le había abierto paso dentro del vientre en los últimos días.
Había conocido a esta bestia llamada odio, pero nunca tan íntimamente. Sospechaba que tenía algo que ver con su encuentro con Teeleh, pero había renunciado a tratar de entender la reunión. Es más, se hallaba medio convencido de que todo el asunto había ocurrido en sueños. No había un monstruo real arrastrándose por sus tripas, pero la opresión en el pecho y el calor que le recorría las venas no eran menos reales. Por sus propias razones, ahora se hallaba desesperado por Chelise, razones estas que nada tenían que ver con ninguna pesadilla de Teeleh.
La poseería a cualquier costo, para ella o para él. Si no lograba tener el amor de la hija, ¿cómo podría obtener el reino?
– Eso no contesta mi pregunta -objetó Qurong-. ¿Los logras ver o no?
– No.
El supremo dirigente apoyó las manos en la barandilla que recorría el techo. Se quedó muy quieto, vestía una túnica negra y la capucha retirada dejaba ver sus gruesos rizos.
– ¿Ejecutaste a los guardias como te ordené?
– Sí.
– ¿Al que fue sanado por la brujería de ellos?
.-Murió muy rápidamente. Un segundo guardia intentó usar la fruta, pero no funcionó.
– ¿Y qué importa esto? -inquirió Qurong; se volvió y miró directo a los ojos a Woref-. Estoy interesado en los albinos, no en unos pocos guardias que no colocaste de manera apropiada.
Ya habían tratado la responsabilidad de Woref en esta catástrofe. El hecho de que Qurong volviera a tocar el tema, ni siquiera dos horas después del hecho, mostraba la debilidad del líder.
– He aceptado la responsabilidad total. Mientras usted echa humo, ellos huyen.
Qurong gruñó y regresó a mirar la selva, quizás sorprendido del atrevimiento del general. Woref seguía mirando al sur. Cuando llegara el momento de tomar su puesto como gobernante máximo incendiaría toda esta selva y empezaría de nuevo. Ya no le atraía nada aquí.
Se tragó la ira. A excepción de Chelise, desde luego. Y en cierto modo ansiaba tanto a la madre como a la hija. Si un día no mataba a Patricia, también la haría su mujer. Pero era la posibilidad de poseerlas, no sus hermosos rostros, lo que le producía esta opresión en el estómago.
Se estremeció.
– No estoy seguro de que comprendas lo que ha sucedido aquí – declaró Qurong-. Hace dos días hice desfilar a Thomas por las calles para celebrar mi victoria sobre su insurrección. Hoy él me deja en ridículo al escapar. Si crees que sobrevivirás a Thomas, te equivocas.
– Usted le dio demasiado prestigio -se defendió Woref.
– Tardaste trece meses en traerlo, ¡y ahora se ha vuelto a escapar de tus garras!
– ;Lo hizo? Conozcamos a nuestro enemigo, solemos decir. Creo que estoy comenzando a entender a este enemigo.
Sí. Entiendo que se burla de ti a cada momento. ¿Y si yo le dijera a usted que conozco la debilidad de Thomas?
– ¡Él es un albino! -vociferó Qurong cruzando los brazos y quitando la vista de la selva-. ¡Conocemos su debilidad! Y eso no nos ayuda.
– ¿Qué precio está usted dispuesto a pagar para traerlo de vuelta? – preguntó Woref.
– ¡Estoy dispuesto a dejarte vivir!
– ¿Y qué consecuencia para la persona que ayudó a escapar al albino?
– Cualquier cosa que no sea un ahogamiento sería burlarse de mí ^ expresó Qurong.
– ¿Nada de misericordia, fuere quien fuere?
– Nada.
– ¿Y tendría misericordia de su hija?
– ¿Qué tiene que ver ella con esto? -exigió saber Qurong.
– ¡Todo! -chilló Woref; el rostro le ardía-. Ella es todo para mí, ¡y usted se la dio de comer a ese lobo!
– ¡Recuerda quién eres! -exclamó Qurong; los ojos le relampagueaban con ira-. Tu deber para conmigo como general reemplaza cualquier deseo que tengas por mi hija. ¿Cómo te atreves a hablar de ella en un momento como este?
– Él escapó con ayuda de ella -afirmó Woref; podría haber abofeteado al líder supremo.
– No seas ridículo.
– Ella dio instrucciones a los guardias de que no lo obligaran a tragarse la fruta de rambután como ordené.
– ¿Y es esto ayudar al albino? Estás ciego con los celos de un guerrero encadenado.
– Ahora no está encadenado. Ese es el punto, ¿no es verdad? Está libre porque soñó y halló una forma de usar su brujería para guiar a Martyn, exactamente como este aseguró una vez que Thomas de Hunter podría hacer. Soñó porque no comió la fruta. Chelise es cómplice, ¡se lo advertí a usted!
– Ya verás, Woref, si un solo guardia sugiere que esto es una falsedad, ¡yo mismo te ahogaré!
– Ejecutamos a los guardias hace una hora.
Qurong se fue a grandes zancadas a la puerta que llevaba abajo y la abrió de golpe.
– ¡Tráiganme a Chelise ahora mismo! -vociferó y lanzó la puerta Entonces te permitiré acusarla. ¿Cómo te atreves a acusar a mi sangre de favorecer a un albino?
– ¿Cree usted que no estoy consternado? No he dormido desde que los vi.-¡Ni una palabra más!
– Puedo probarlo.
Qurong reaccionaba como Woref mismo pudo haberlo hecho de no haber visto él mismo aquella escena. No le parecía nada razonable la idea de que alguien, mucho menos de carne y sangre real, conspirara con el enemigo. La puerta se abrió de golpe y Chelise entró.
– ¡Acabo de oír que usted dejó escapar a mi maestro! -exclamó ella bruscamente, mirando directamente a Woref-. ¿Es verdad eso?
– ¿Fui yo? -contraatacó Woref, sintiendo que el control lo abandonaba; ella lo injuriaba al pensar que él no sabía lo que sucedía bajo sus órdenes-. ¿O fuiste tú?
Chelise miró a Qurong.
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