Ted Dekker - Blanco

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Nunca rompa el círculo.
En esta tercera parte de la innovadora Serie del círculo, Thomas Hunter sólo tiene días para sobrevivir en dos mundos diferentes, llenos de peligro, engaño y destrucción. El destino de ambos mundos depende de su singular habilidad de cambiar realidades por medio de sus sueños. Ahora, guiando un pequeño grupo multiforme conocido como El Círculo, Thomas se encuentra enfrentando nuevos enemigos, desafíos interminables y el amor prohibido de una mujer de lo más insólita.
Entre a la Gran Búsqueda, donde Thomas y una pequeña banda de seguidores deben decidir rápidamente en quién pueden confiar, tanto con sus propias vidas como con el destino de millones de personas.

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Ella titubeó.

– Por favor. Es parte de la manera en que se leen los libros.

Chelise puso el dedo debajo de la primera palabra en su lado.

De pronto el salón se oscureció. Thomas levantó la mirada y vio que una nube había atenuado la luz del sol. Bajó la mirada. Titilantes llamas anaranjadas de las antorchas iluminaban la página. Chelise tenía la mano sobre el libro, esperándolo.

A esta luz la mano de ella tenía una tonalidad casi de color carne. En su mayor parte la enfermedad estaba cubierta de morst, y lo que él vio al brillo de la antorcha lo agarró totalmente desprevenido.

Esta era una mano de mujer. Delicada y suave, reposando ligeramente sobre la página con un dedo extendido como él había solicitado. Tenía las uñas pintadas de rojo, nítidamente arregladas.

El espectáculo lo paralizó. El tiempo se detuvo. Una terrible empatía le recorrió por la garganta. Así era como Justin la veía, sin su enfermedad.

– ¿Qué está usted haciendo? -objetó ella retirando la mano.

– Nada…

Él la miró a los ojos. Nunca antes había estado tan cerca de ningún encostrado. Menos de treinta centímetros le separaban el rostro del de Chelise. Ella era bastante hermosa. Los ojos parecían color avellana y las mejillas se le colorearon con un dulce color rosado. Era un truco de la luz, él lo sabía, pero por un momento la enfermedad de la joven había desaparecido ante los ojos de él.

– Solo estaba observando qué buena estudiante sería usted -opinó él.

– ¿Cómo así?

– Las herramientas de trabajo. Dedos suaves. Ojos diáfanos. Si ahora logramos trabajar en su mente, usted ya podría leer este libro.

Las nubes pasaron y el salón se hizo más brillante. Thomas volvió 2 mirar la página.

– ¿Ve usted esta palabra?

– Sí.

– Sabe… Quizás sería mejor en el escritorio -anunció él mirando hacia el mueble.

Ella lo siguió al escritorio donde él continuó con la lección, inclinándose esta vez sobre el costado de Chelise mientras ella se sentaba.

.-Esta es la palabra «el». ¿La ve?

– No. No me parece para nada a «el».

– ¿Y qué parece?

.-Líneas garabateadas.

– Pero para mí dice «el». Le puedo asegurar que esta es una e y una ele. Mis ojos lo ven tan claro como el día.

– Eso es imposible -afirmó ella mirándolo con sus grandes ojos-. ¿Insinúa usted que este desorden de líneas es inglés? ¿Por qué entonces no puedo verlo?

Thomas se enderezó. La realidad era que la enfermedad le robaba a ella toda capacidad de entender la verdad pura, y los libros de historias contenían verdad pura. Así como los ojos de ella eran grises, su mente estaba engañada. Pero si él simplemente le decía eso ahora, quizás ella no querría volver a verlo.

– No estoy seguro de que usted aún esté lista para esa lección. Tenemos que empezar aquí, con simple comprensión y confianza.

– ¿Es entonces brujería esto? ¿Lee usted con magia?

– No. Pero es un poder que hay detrás de cada uno de nosotros – declaró Thomas parándose y caminando alrededor del escritorio-. Creo que hoy deberíamos empezar con una lectura. Debemos familiarizar nuestras mentes con estas palabras, de modo que cuando yo esté listo para desenredarlas usted esté familiarizada con la manera en que se interpretan.

– ¿Leerá para mí?

– Si usted quiere que yo lea.

– Sí -respondió ella parándose ansiosamente-. Si lo tengo a usted Para que me lea, ¿por qué debería yo leer?

Porque no me tendrá para siempre. Pero mañana empezaremos la lección en serio. Ahora, si me pudiera ayudar a encontrar este libro que yo estaba buscando.

– No, por favor, este -insistió ella, levantando el libro negro en que acababan de leer.

– Yo estaba pensando en otro.

– ¿Cuál?

– No sé dónde está.

– Entonces lea este. Por favor.

De mala gana él agarró el libro y se sentó detrás del escritorio.

***

ELLA CAMINABA mientras él leía desde el escritorio. Era un excelente lector, de verdad. Leía en tono suave y con gran modulación, pero fuerte cuando la historia lo requería. Chelise miraba las sobresalientes estanterías y se embebía en la historia que él estaba leyendo. Luego otra, y otra.

– ¿Debo detenerme?

– No. Por favor. ¿Puede leer más?

– Sí.

Y él leyó.

Su voz pronto parecía casi mágica. Ella decidió que él era alguien en quien podía confiar. Un buen hombre que desafortunadamente era albino.

¿Cuántas veces Chelise había querido leer lo que ahora oía? Este era un día especial. Ella se apoyó en un librero y echó la cabeza hacia atrás. El sol caía de lleno. Mediodía. Si estas palabras fueran peldaños, sin duda ella treparía todo el camino hasta el cielo.

Chelise rió y se sentó en el piso. La lectura se detuvo por un instante, y luego comenzó otra vez. Lee, mi siervo. Sigue leyendo.

Thomas siguió leyendo.

¿Cómo podían unas simples palabras cargar tal peso? Era como si obraran su magia en este mismo instante. Metiéndosele en la mente y embarcándola en un viaje que pocos habían hecho. A tierras remotas, colmadas de misterio. A lagos y nubes, nadando, zambulléndose, volando.

Ella se subió a una ventana y se puso de lado, ensimismada en otros mundos. No parecía importar qué historia estuviera él narrando; todas eran poderosas.

La que él leía ahora trataba de una traición. Brotaron lágrimas en los ojos de la joven y el corazón le palpitó con fuerza, pero ella sabía que todo estar'2 bien, porque era al fin consciente de que nunca la defraudaría la clase ¿e poder que se hallaba en estos libros.

Sin embargo, la historia que él leía era espantosa. Un príncipe había perdido su único amor y examinó el reino solo para descubrir que a ella la habían obligado a casarse con un hombre cruel.

Chelise miró al techo y empezó a sollozar. El lector paró y, al reiniciar la lectura, ella comprendió que él también estaba llorando. Su nuevo criado lloraba mientras leía.

¿O ella solo estaba oyéndolo en la mente?

La historia cambió. La novia encontró una manera de escapar a la cruel bestia con la ayuda del príncipe.

Chelise comenzó a reír. Levantó las piernas, extendió los brazos y rió hacia el techo.

Fue solo después de algún tiempo que ella comprendió que la suya era la única voz en el salón. Se detuvo y se sentó, desorientada. ¿Qué estaba sucediendo? Thomas se hallaba en el escritorio mirándola; él tenía las mejillas manchadas de lágrimas.

Y ella estaba en el piso.

La joven se puso de pie y se sacudió el polvo de la túnica.

– ¿Qué pasa? -preguntó ella-. Yo… ¿qué sucedió?

– No puedo ver la página -contestó él.

Los dos habían estado llorando. Después de todo ella no lo había imaginado. Miró la puerta… aún cerrada. ¿Y si alguien hubiera entrado mientras ella se hallaba en este horrible estado? Nunca lo podría explicar. Ni siquiera estaba segura de lo que había ocurrido consigo misma.

– ¿Hizo eso la historia? -indagó Chelise mirándolo.

– Parece que el poder de la verdad es muy impresionante en su mente opinó él, quien parecía tan sorprendido como ella.

– ¿Mi mente? ¿No en la de usted?

Yo me he impresionado muchas veces. Intente morir ahogada y sabrá cuan impresionante es.

Ella se enderezó las mangas, súbitamente avergonzada. ¡Pero el poder! El gozo, el misterio. Lo único que se le ocurrió fue sonreír. ¿Podría hablar con alguien acerca de esto? No. Podría ser muy peligroso.

– Eso tendrá que ser todo por ahora -anunció Chelise después de carraspear y de respirar hondo.

– ¿Nos veremos mañana? -preguntó él poniéndose de pie.

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