– Mi muerte es el regalo de bodas de Woref para usted. ¿No creería usted que la vida del hombre que puede leerle estos libros sería de más provecho que su muerte?
Ella pestañeó.
– ¡No tendré parte en esto! -exclamó Ciphus-. No dijiste nada…
– Está bien, Ciphus -tranquilizó Chelise-. Creo que puedo hablar por mí misma. La vida de usted es insignificante para mí. Aunque pudiera leer este libro, lo cual no me ha demostrado, usted no me serviría para nada. No puedo soportar estar en el mismo cuarto con usted suficiente tiempo como para oírle leer o aprender a leer. Años de curiosidad me trajeron aquí esta noche, pero esta será la única vez.
Pareció que hubieran succionado el aire del salón. Thomas no estaba seguro por qué le afectaron las palabras de la muchacha, solo que así fue. Él había enfrentado antes la muerte. Aunque esas palabras fueran la sentencia de muerte ante este estúpido plan, el dolor que sintió no era por su propia muerte sino por el rechazo de ella hacia él.
Ciphus me prometió vivir -anunció él.
Dije que presentaría tu caso. Será Qurong quien determine tu desloo, no Chelise. Eres un necio al pensar otra cosa.
Era al menos una esperanza, pero las palabras sonaron insubstanciales.
Thomas asintió y rodeó el escritorio.
***
CHELISE SE dio cuenta de que sus palabras lo habían herido, y lo encontró un poco sorprendente. ¿Qué pudo él haber esperado? Él sabía que era un albino. Sabía que al desafiar a Qurong se había ganado una sentencia de muerte y sin embargo persistía en desafiar.
Si Ciphus no hubiera estado presente, ella podría haber dicho lo mismo con un poco menos de mordacidad. Aunque era verdad, la puso nerviosa el pensamiento de estar sola por mucho tiempo con un albino. Incluso asqueada.
Ella lo vio rodear el escritorio, alicaído. Pensar que este hombre había desafiado una vez al gran Martyn y hasta a Woref. Ahora no parecía ningún guerrero. Los brazos de él eran fuertes y su pecho musculoso, pero sus ojos eran verdes y su piel…
¿Cómo sería rozar una piel tan suave?
La joven rechazó el pensamiento y se hizo a un lado para que él pasara. Él podría haber agarrado muy fácilmente el libro desde el otro lado del escritorio. En vez de eso se le acercó a ella.
Chelise estaba siendo demasiado sensible. Era indudable que él la odiaba más de lo que ella a él. Y si no era así, él era un necio por malinterpretar la repugnancia de ella hacia la enfermedad de él.
Thomas estiró la mano hacia la página y siguió las palabras en lo alto. El escrito era extraño para ella, pero él leyó en voz alta como si hubiera estado leyendo este lenguaje toda la vida.
– Kevin bajó lentamente por la vía, atraído hacia el enorme roble al final de la calle. Estaba completamente seguro de que se le partía el alma, y saber que su madre no tendría que volver a trabajar no le ayudaba a sanar la herida.
Thomas levantó la mano, pero sus ojos siguieron examinando, leyendo.
– ¿Qué significa eso? -preguntó Chelise.
– Es una historia acerca de un muchacho llamado Kevin.
– ¿No de las historias?
– Sí. Sí, es la historia de la vida de Kevin, escrita en forma de relato.
– ¿En forma de relato? -dijo Ciphus-. No escribimos historias en forma de relato. Esto es infantil.
– Quizás entonces deberías pensar como un niño para entender – expres0 Thomas-. El muchacho acaba de perder a su padre y el seguro de vida no tiene sentido para él.
Chelise no sabía qué quiso él decir con seguro de vida, pero la historia la conmovió. Tal vez algo acerca de la simplicidad, la emoción, hasta de la manera en que el albino leyera la había electrizado.
– ¿Cómo es el resto?
– ¿El resto? -indagó Thomas, que se hallaba hojeando-. Me llevaría horas leerle el resto.
– ¿Cómo sabemos que no estás simplemente inventando esta historia? -cuestionó Ciphus.
– Tendrás que aprender a leer por ti mismo. O usted, Chelise. ¿Y si le enseñara?
– ¿Cómo?
– Convirtiéndome en su siervo. Podría enseñarle a leerlas. Todas ellas. ¿Qué más grande humillación podría Qurong echar sobre mí, su más grande enemigo, que encadenarme a un escritorio y obligarme a traducir los libros? Matarme es demasiado fácil.
– ¡Basta! -exclamó bruscamente Ciphus-. Ya planteaste eso y es inútil. Por favor, si a usted no le importa, insisto en que nos deje. Ya no dejaré que este hombre siga soltando sus mentiras. Qurong no lo aprobaría.
Chelise calmó un temblor en sus manos e inclinó la cabeza.
– Entonces saldré.
– Pero antes de hacerlo -asintió Ciphus tranquilizando la voz-, ¿me Podría mostrar amablemente dónde han ido a parar los libros en blanco? No están en la estantería donde los vi la última vez.
Desde luego -asintió ella, yendo hacia el librero donde se hallaban 'os volúmenes; los había visto solo tres días antes.
Por aquí. No sé para qué quiere usted libros que han… Ella se detuvo a medio camino a través del salón. El librero estaba vacío, desde el piso al techo, donde cientos de libros habían reposado una vez recogiendo polvo, solo quedaban estantes vacíos.
– Han… -balbuceó ella mirando rápidamente alrededor-. Han desaparecido.
– ¿Qué quiere decir con que han desaparecido? No pueden desaparecer.
– Entonces los cambiaron de sitio. Pero los vi solo unos días atrás. No creo que alguien haya estado aquí desde entonces.
– ¿Cuántos había? -preguntó Thomas; parecía afligido.
– Cientos. Tal vez mil.
– ¿Y sencillamente han… desaparecido?
– ¿Dónde podría alguien ocultar tantos libros? -objetó Ciphus. Los dos estaban reaccionando de manera extraña. ¿De qué se trataba esto de los libros en blanco?
– ¿Qué significa esto? -preguntó Ciphus a Thomas.
– Sin los libros, el asunto no significa nada -contestó el albino.
– Entonces morirás en tres días -declaró el sacerdote, mirándolo.
EN REALIDAD no me importa si solo tenemos cuatro horas , Sra. Sumner. En este momento no nos tomamos las cosas con calma – manifestó él dirigiéndose a ella por el altavoz del teléfono.
– Entiendo, Sr. Presidente.
El presidente le había permitido a Kara quedarse en la Casa Blanca, donde ella había observado el caos tan cerca cómo se atrevió, lo cual era principalmente en los pasillos y en el perímetro. A menos que el avión de Thomas llegara en unas cuantas horas, ella estaba fuera de lugar.
El presidente le había pedido que viniera con Monique una hora antes mientras trataban por centésima vez con el asunto del antivirus. Habían estado al teléfono durante los últimos diez minutos con Theresa Sumner. No había nada bueno en lo que ella estaba informando. Lo habitual: ninguna de las noticias que Kara había oído en las últimas veinticuatro horas, desde la llamada telefónica de Thomas, había sido buena. Defensa, inteligencia, salud, interior, seguridad nacional, de todo… todos andaban a ciegas.
Para empeorar el asunto, el líder de la mayoría del Senado Dwight Olsen habría estado detrás de una protesta fuera de la Casa Blanca. Según el último informe, más de cincuenta mil manifestantes habían jurado esperar hasta que la Casa Blanca saliera de su silenciosa vigilia. Esto se había convertido en una reunión espiritual de la clase más extraña. Una cantidad de lúgubres rostros, cabezas rapadas y túnicas, y aquellos que querían tener cabezas rapadas y túnicas.
La víspera habían encendido velas y cantado en voz baja. La creciente multitud era flanqueada por varios cientos de reporteros que se las habían ^reglado para hacer de lado el clamor normal por esta espera silenciosa de s autoridades. Denos algunas noticias, Sr. Presidente. Díganos la verdad.
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