Pero también…
No. Solo quería verla. Mirarle el rostro, sabiendo que mañana la iba a poseer. Él nunca había estado en el quinto piso, mucho menos en la habitación de ella. Pero ahora Qurong le había dado permiso. Los libros. No olvidaría preguntarle por los libros.
Trepó rápidamente, temiendo que en cualquier momento saliera la esposa de Qurong y le exigiera irse. Se haría como dijera Patricia. Un día también tendría que silenciarla. Quizás la tome como segunda esposa. Había una mujer que a él le gustaría golpear.
Pero no a la hija. Nunca a Chelise.
Se paró ante la puerta y tocó suavemente.
– Adelante.
Woref abrió la puerta. La joven se hallaba sentada sobre la cama con su sirvienta. Los ojos de ambas centellearon con sorpresa.
– Discúlpame -expresó él inclinando la cabeza-. Temo que Qurong insistió en que hablara de inmediato contigo.
– Entonces usted debió enviar a que una criada me buscara -contestó Chelise.
– Él insistió en que viniera. Es un asunto de grave importancia – declaró, y miró a la criada-. Déjenos solos.
La mujer miró a Chelise y, al no objetar ella, se retiró.
Woref cerró la puerta y miró a su novia, quien ahora estaba de pie al lado de la cama. Tenía blanca y hermosa la piel. No tan blanca como cuando llevaba puesto el morst, pero él la prefería de este modo. La fragancia de pie' sin tratar lo agitaba de una forma que solo entendería un verdadero guerrero. Los ojos de ella eran blancos, como lunas gemelas. Tenía la boca redonda y el cuerpo esbelto en la larga y suelta túnica.
Nunca había visto una criatura tan hermosa.
– ¿De qué se trata? -exigió saber la joven.
Él se acercó a ella, cuidando de no parecer muy ansioso.
– Qurong está preocupado acerca de algunos libros que han desaparecido de la biblioteca -anunció Woref-. Él cree que tú podrías ayudarnos a encontrarlos.
– ¿Cuáles libros?
– Los libros de historias en blanco.
– ¿Han desaparecido?
– Todos.
– ¿Cómo es posible eso? ¡Hay demasiados!
Woref se acercó más. Ahora podía olerle el aliento, la fragancia de almizcle del amor.
– Por favor, no se acerque más -pidió ella.
Él se detuvo, sorprendido por la petición.
– No fue mi intención ofenderte.
– De ninguna manera. Pero aún no estamos casados.
– Eres mía por compromiso matrimonial. Estaremos casados.
– Mañana.
Lo irritó el tono con que Chelise lo dijo. Era como si ella estuviera insistiendo en mañana en vez de ahora. Como si pudiera esperar disfrutar un último día separada de él. ¿No lo ansiaba ella como él la deseaba?
– Sí, desde luego -contestó él apoyándose en el otro pie.
– ¿Qué tengo que ver con esto? -preguntó ella.
Aumentó la irritación de Woref. Habló rápidamente para cubrir su bochorno.
– Parece que tu padre cree que podrías saber algo respecto de los libros. Has pasado más tiempo en la biblioteca incluso que él.
No tengo idea de qué les pudo haber pasado a esos libros. No veo por 1ue él lo envió a interrogarme acerca de sus asuntos. No se permiten hombres en este piso. Mamá no lo aprobaría.
No creo que comprendas la importancia de esto para el líder Supremo. Y no veo qué tiene que ver la opinión de tu madre sobre mi venida aquí con que te ofendas. Me fuiste dada a mí, no a ella.
– Dígale a mi padre que no sé nada respecto de los libros y yo le diré a mi madre que usted desaprueba sus reglas.
– Las reglas de ella no significarán nada mañana. Viviremos por mis reglas. Nuestras reglas.
– Usted pudo haber ganado mi mano, Woref -objetó ella sonriendo-. No lo discuto. Pero también tendrá que ganarse mi corazón, Podría empezar enterándose de que soy hija de mi madre. Ahora puede salir.
Woref no estaba seguro de haberla oído correctamente. ¿Estaba ella provocándolo? ¿Tentándolo? ¿Rogándole que la sometiera?
– La situación es más grave de lo que podrías comprender -afirmó él, decidido a probarla acercándosele más-. Qurong pospondrá nuestra boda hasta que se encuentren los libros.
Ella volvió a sonreír. Esta vez él estaba seguro de que se trató de una risa tentadora. Sintió que la mente se le mareaba de deseo. Se acercó otro paso, suficientemente cerca para tocarla.
– Posponer nuestra boda podría ser prudente. Le daría tiempo a usted de aprender a respetar los deseos de una mujer.
La visión de Woref se ensombreció. ¡Cómo se atrevía ella a conspirar con Qurong para retener lo que le pertenecía! Ella seguía burlándose de él con esta sonrisa, perfectamente a gusto rechazándolo.
Él hizo oscilar la mano sin pensar. La golpeó contra la mejilla de ella con un fuerte chasquido. Ella gimió y salió volando de espaldas sobre la cama.
– ¡Nunca! -rugió él.
***
EL ASOMBRO al ser golpeada fue mayor que el dolor. Chelise era consciente de que había estado jugando con las emociones de Woref, pero no más de lo que había hecho antes un centenar de veces con otros hombres. En realidad había descubierto que era excitante la presencia del general en su habitación. Naturalmente no tendría nada que ver con someterse bajo sus manos… ¿qué clase de señal enviaría eso? Él creería que ella no era más que una muñeca que podría arrojar a su capricho hasta que se cansara por con1epleto de ella. Mamá le había dicho exactamente lo mismo anoche. Chelise giró hacia él, horrorizada. Woref temblaba de pies a cabeza.
– ¡Nunca! -volvió a rugir.
Ella se hallaba demasiado asombrada para pensar correctamente. ¡La había golpeado!
Súbitamente se dibujó en el rostro de Woref la comprensión de lo que acababa de hacer. Regresó a mirar la puerta, y cuando volvió a mirar a la muchacha tenía los ojos embargados con temor.
– ¿Qué he hecho? -manifestó él, y alargó la mano hacia ella-. Mi preciosa…
– ¡Aléjese de mí! -gritó ella, estirando la mano hacia un lado; rodó en la cama y se puso de pie en el lado opuesto-. ¡No se me acerque!
– No, no, no quise lastimarte -rogó él caminando rápidamente alrededor de la cama, presa del pánico.
– ¡Atrás!
– Te lo ruego, ¡perdóname! -suplicó, dejándose caer sobre una rodilla.
– ¡Deje de implorar! ¡Póngase de pie! -Él se levantó.
– ¡Cómo se atreve a golpearme! ¿Espera usted que me case con un bruto? ¡Yo estaba jugueteando con usted!
La espantosa equivocación de él quedó patente de manera definitiva y terrible. Se agarró la cabeza con ambas manos y se fue hasta el pie de la cama. El repentino poder de ella sobre él no lo había abandonado. Le dolía la mandíbula. Ella no se casaría con este hombre hasta enderezar algunas cosas entre ellos, pero en general él le había dado su regalo más grande. Le había descubierto su debilidad.
– ¿Cómo me puedo casar con un hombre como usted? -inquirió ella. Cualquier cosa -expresó él, girando otra vez-. Juro que te daré cualquier cosa.
– Me dará hoy cualquier cosa, ¿y luego me quitará mañana la vida en un ataque de ira? ¿Parezco tonta?
– No, querida mía. Lo juro, nunca más. Mi honor como el más grande funeral de esta tierra está en tus manos.
– Una palabra a mi madre y usted lo perdería todo.
– Y pasar una eternidad sufriendo por el temor de perderte en un momento. No soporto la idea de demorar nuestra boda, ni siquiera un día.
Ella le había vuelto la espalda y miraba por la ventana, sorprendida p0r la satisfacción que sintió al verlo postrarse. Despojado de su rango era un simple hombre, motivado por pasión y temor. Quizás más malvado que la mayoría. Pero aún deshecho por su deseo hacia una mujer.
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