– ¡Basta de esto! -exclamó William agarrando la capa del hombre y sacando la espada.
– ¡Déjalo ir! -gritó Thomas.
– Señor…
– ¡Suéltalo!
William lo soltó y retrocedió.
– ¡No mataré a mi propio hermano!
Sus guardianes nunca estarían de acuerdo con los términos de ninguna paz que Justin y Martyn acordaran, pero una tregua podría entretener a las hordas el tiempo suficiente para que los guardianes se prepararan si en realidad había un ejército en los valles.
Detrás de ellos, Ciphus estaba en silencio. ¿Por qué?
Thomas miró a Justin.
– Llévatelo. Haz tu paz, pero no esperes que mis hombres y yo estemos de acuerdo. Si vemos un solo encostrado a la vista de la selva, los cazaremos a ustedes dos y derramaremos sangre.
Rachelle lo agarró del brazo. Ella temblaba.
Martyn se volvió a poner la capucha y dio media vuelta. William no se movió.
– Déjalo ir, William -ordenó Thomas, luego habló más alto-. Estos dos tienen mi palabra personal de atravesar con seguridad nuestra selva. El hombre que los toque se enfrentará conmigo.
Sus hombres se hicieron a un lado.
Justin y Martyn, el poderoso general de las hordas cuyo nombre también era Johan, se introdujeron entre los árboles en lo alto de la colina y desaparecieron.
THOMAS MIRÓ al hombre que ahora sabía fue quien planeara el virus. Un francés regordete con dedos gruesos y cabello negro grasoso que parecía poder pararse frente a un huracán sin inmutarse. Este era Armand Fortier.
Monique le informó que los habían sedado. Los inyectaron a los dos una hora después de que él se desmayara. Varios hombres se pusieron a desmantelar el laboratorio. Los iban a movilizar; ella oyó decirlo a uno de ellos. Pero no supo adonde.
Luego ella se había desmayado. Ninguno de los dos sabía cuánto tiempo pasó desde entonces.
Despertaron aquí, en este cuarto de piedra sin ventanas con una mesa y una chimenea en el fondo. Ambos estaban sujetos con esposas fuertemente apretadas, sentados en sillas de madera, frente al francés y, detrás de este, Carlos. Monique aún vestía sus pantalones color azul claro y blusa, y Thomas aún usaba el uniforme de camuflaje.
Hunter había intentado deducir el sitio en que se hallaban, pero no tenía ningún recuerdo de que lo hubieran trasladado y no había nada en este salón que no se pudiera encontrar en cualquier parte del mundo. Supuso que habían pasado dos días. Si tenía razón, soñó porque no lo habían drogado durante esa hora después de que Carlos lo torturara.
Esa primera hora soñó con el careo donde terminara peleando con Justin y descubriendo que Martyn era Johan…
– Como ustedes saben, los estadounidenses intentaron rescatarlos – expuso Fortier; parecía que encontraba interesante el hecho-. Y yo sé de una fuente muy confiable que persiguen algo más que el antivirus. Los quieten a ustedes. Parece que todo el mundo quiere a Thomas Hunter y a Monique de Raison.
La mirada de Fortier se dirigió hacia Monique.
– Esta es la solución que tienes en mente. Creerías que simplemente te mataría y así eliminaría el riesgo de que te encuentren. Por suerte para ti, tengo motivos para mantenerte con vida -le informó, luego se dirigió otra vez a Thomas-. Tú, por otra parte, eres un enigma. Sabes cosas que no deberías saber. Nos diste la variedad Raison y luego sin querer nos ofreciste el antivirus, las dos caras de esta útil arma. Pero eso no termina allí. Sigues sabiendo cosas. Dónde estamos. Quizás, qué haremos a continuación. ¿Qué debería hacer contigo?
La mente de Thomas regresó al sueño del duelo con Justin.
Johan. El hombre que había dirigido a las hordas con tanta eficacia había sido Johan. Y tenía una cicatriz en la mejilla. Thomas había visto al dúo entrar al bosque para hacer la paz con Qurong, una paz que de algún modo se hallaba entrelazada con traición.
El gentío había estallado en un feroz debate. Thomas había vuelto hasta sus guardianes y el Consejo se les había unido para reprender la decisión de él de dar seguridad a Johan para que atravesara la selva. Sin embargo, ¿cómo podía él matar a Johan? Además, ¿no había ganado Justin el careo? Ellos no tenían derecho a desautorizarlo ahora.
Las festividades de esa noche fueron más desacuerdos que celebración; una extraña mezcla de entusiasmo por parte de quienes creían que Justin en realidad estaba destinado a liberarlos de las hordas con esta paz suya, y animosidad por parte de quienes se oponían con vehemencia a cualquier maquinación traicionera contra Elyon.
Thomas finalmente había caído en un sueño irregular.
– ¿En qué estás pensando? -inquirió Fortier.
Thomas se fijó en el regordete francés. No tenía duda de que este sujeto triunfaría con el virus. Los libros de historias decían que lo haría. Y, como estaba resultando, cambiar la historia no era tan fácil como había esperado. Imposible, tal vez. Todo esto, su descubrimiento del virus al principio, sus intentos por desbaratar los planes de Svensson y ahora este encuentro con Fortier, muy bien podrían estar escritos en los libros de historias. Es posible imaginar eso: El intento de Thomas Hunter por rescatar a Monique de Raison en Cíclope falló cuando el transporte en que él volaba fue derribado… ¡De haber logrado rescatar los libros de la tienda de Qurong habría leído los detalles de su propia vida! Pero parecía que la senda de la historia continuaba exactamente como se había registrado, y él conocía su destino final aunque no el curso exacto que iba a tomar.
La pregunta ahora era cuándo. ¿Cuándo lo matarían finalmente? ¿Cuándo moriría Monique? ¿Cuándo se liberaría en realidad el antivirus para los pocos escogidos? ¿Cuándo descansaría el resto a causa de su horrible dolencia de muerte?
– Ellos los buscaron con casi cien aviones cargados de suficiente equipo electrónico para mover a París por una semana -informaba Fortier-. Fue todo un espectáculo, no todo a la vez o a una región, por supuesto. En círculos y hacia aeropuertos en todo el Pacífico Sur. Bloquearon las rutas aéreas entre Indonesia y Francia. Para ser bien sinceros, apenas logramos salir.
En los labios de Armand apareció una pequeña sonrisa.
– No lo habríamos hecho de no haber previsto esta posibilidad. ¿Sabes? No eres el único que puede ver el futuro. Ah, tu visión podría ser distinta de la mía basada en este… este don, en vez de sólido razonamiento deductivo, pero te puedo prometer que he visto el futuro, y me gusta lo que veo. ¿A ti no?
– No -contestó Thomas-. No me gusta.
– Muy bien. Aún tienes tu voz. Y eres sincero, lo cual es más de lo que puedo decir de mí mismo. Se alejó.
– Necesito saber algo, Thomas. Sé que sabes la respuesta, porque tengo oídos dentro de tu gobierno. Sé que el presidente no tiene verdadera intención de entregar el armamento que ahora está entrando al Atlántico. Lo que no sé es cuán lejos llevará el presidente este fanfarroneo. Necesito saber cuándo para tomar la acción adecuada. Debes saber que ahora estamos totalmente preparados para un intercambio nuclear. Sería útil saber si atacarán y cuándo.
– No dispararemos armas nucleares -respondió Thomas.
– ¿No? Quizás no conoces a tu presidente tan bien como yo. Lo previmos. Ninguna información que me des cambiará el resultado de este juego de ajedrez; solo determinará cuántas personas morirán para facilitar ese resultado.
Fortier miró su reloj.
– Informaremos al público de Francia en tres días. Más de cien miembros menos progresistas del gobierno tendrán intempestivas reuniones entre ahora y entonces. Una delegación china está esperando reunirse con el presidente Gaetan en su despacho y me han pedido que acuda. Es evidente que se han filtrado los altercados contigo en Indonesia y que están causando revuelto. Los australianos amenazan con informar al público, y se les debe tranquilizar. Uno de nuestros comandantes está haciendo las preguntas equivocadas. Soy un hombre ocupado, Thomas. Me tengo que ir. Hablaremos mañana. Espero que tu memoria te sirva mejor entonces.
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