– Escoge tu espada -ordenó Ciphus.
Thomas miró a Justin. El guerrero lo observó ahora con un leve interés. ¿Tenía el hombre deseos de morir?
Thomas levantó las espadas, una en cada mano, y fue hacia Justin.
– ¿Tienes alguna preferencia?
– No.
Thomas aventó ambas espadas al aire. Estas giraron lentamente al unísono y se clavaron a cada lado de Justin.
– Insisto -expresó Thomas-. No quiero que se diga que vencí a Justin del Sur porque escogí la mejor espada.
El gentío reaccionó con un estruendo de aprobación.
Justin mantuvo su mirada en Thomas sin mirar las espadas. Dio un paso adelante, jaló la de su derecha.
– Ni yo -dijo, lanzando el arma de tal modo que su hoja perforó la tierra a los pies de Thomas.
Otro estruendo de aprobación.
– ¡Peleen! -gritó Ciphus-. ¡Peleen a muerte!
Thomas arrancó la espada y la blandió dos veces para sentirla. Era un arma normal de los guardianes, bien proporcionada y bastante pesada para cercenar una cabeza de un solo golpe.
Justin puso la mano en la espada y esperó. Basta de poses. Cuanto más pronto terminara la pelea, mejor. Conocer a un hombre en un combate de esa clase significaba observar sus ojos. Y a Thomas no le gustó lo que vio en los ojos de Justin. Estaban demasiado llenos de vida para cortarlos fácilmente de sus hombros. El hombre estaba tan lleno de cautivador dominio que lo enervó.
Brincó a su izquierda y cayó sobre la plataforma, a tres metros de Justin. Por un instante se preguntó si el hombre simplemente iba a morir sin pelear, porque apenas se movió.
Thomas embistió y giró la espada con tanta fuerza como para cortar al hombre en dos.
En el último momento, Justin levantó su espada y desvió el golpe. Un horrible sonido rechinó en la arena. Era exactamente como Thomas había esperado. En el instante en que Justin le bloqueaba el golpe, él estiró la mano izquierda y le dio un golpecito en el mentón.
Era un movimiento que él les había enseñado una vez como en broma. Mikil lo apodaba «El mentón». Lo que Thomas no esperaba era la mano de Justin que salió disparada precisamente en el mismo instante. Le dio un golpecito en el mentón.
El gentío rugió y Thomas creyó haber oído el grito de aprobación de Mikil por encima del bullicio.
Lo menos que pudo hacer fue sonreír. Bien. Muy bien. Justin sonrió con complacencia. Hizo un guiño.
En seguida se trabaron en un combate total, agarrando sus espadas con ambas manos. Choques y contra choques, pinchazos, patadas, empujones, movimientos alrededor de la plataforma… destrezas básicas para aflojar las articulaciones y tantear al oponente. Nada en la manera de pelear de Justin sorprendió a Thomas. Reaccionaba a sus ataques exactamente del modo que lo harían Mikil, William o cualquier otro de sus tenientes.
Y también estaba seguro de que nada de lo que hacía él sorprendía a Justin. Eso vendría más tarde.
Los contrincantes comenzaron a añadir algunos de los movimientos de Marduk: amagar, inclinarse, zigzaguear, rodar… de la plataforma al campo, luego por un costado de la plataforma y alrededor del perímetro. Otra vez en lo alto del tablado.
– Eres un buen hombre, Thomas -comentó Justin en voz demasiado baja para que la gente oyera-. Siempre te he admirado. Y aún te admiro, muchísimo.
Sus espadas volvieron a chocar.
– Veo que has conservado tus habilidades -expuso Thomas-. Matando de vez en cuando a algunos de tus amigos de las hordas, ¿o no?
Justin rechazó un golpe, luego se lanzaron una momentánea mirada.
– No tienes idea de en qué te estás metiendo. Ten cuidado.
Thomas dio cuatro veloces pasos. Era una manera clásica de iniciar un salto, pero no saltó. Plantó la espada como para dar una voltereta, pero en vez de ir por lo alto giró bajo.
Justin ya había levantado la espada para rechazar el pinchazo esperado que llegaría cuando Thomas se le catapultara sobre la cabeza. Pero ahora Thomas se hallaba más cerca de los tobillos de Justin. Todo acabaría aquí, cuando agarrara a Justin por los pies y continuara con la espada.
Thomas giró alrededor de su espada, los pies primero, apuntalándose para el impacto de su espinilla contra las pantorrillas de Justin.
Pero de repente las pantorrillas de Justin ya no estaban allí. En el último momento había visto el cambio y, aunque se hallaba totalmente desequilibrado se las arregló para lanzarse en una contorsión hacia atrás. Una voltereta por encima del borde de la plataforma. Girando luego en forma perfecta.
Aterrizó en el campo, con los pies extendidos y la mano en la espada; listo para cualquier cosa.
Thomas lo vio todo mientras lanzaba su inútil patada y utilizó su impulso para dar un giro completo en una voltereta hacia atrás, salir de la plataforma y dar lo que se llamaba un latigazo por detrás.
El movimiento aéreo del golpe con el brazo extendido obligó al oponente a protegerse contra un mortal taconazo en el rostro, pero luego cambió en una contorsión, una rotación completa para lanzar la espada, no el pie, con violenta velocidad.
Thomas ejecutó perfectamente el movimiento. Justin lo malinterpretó. Pero se lanzó hacia atrás a tiempo para que la hoja le diera un golpe de refilón en el pecho.
En vez de continuar con una voltereta hacia atrás, cayó de espaldas y rodó en la dirección opuesta a la que el impulso de Thomas lo llevaba.
Listo. Muy listo. Si hubiera seguido con la voltereta hacia atrás, como haría la mayor parte de guerreros, Thomas pudo haber dirigido su propio impulso hacia otro ataque directo antes de que el hombre se hubiera recuperado por completo.
La muchedumbre también lo sabía. Los gritos se habían acallado.
Justin se puso de pie en una rápida postura, los ojos le centelleaban con diversión.
– Debiste haber aceptado mi ascenso hace dos años en vez de perderte en el desierto -advirtió Thomas-. Eres mejor guerrero que los demás.
– ¿Lo soy? -preguntó Justin enderezándose, como si esa revelación lo tomara desprevenido; tiró la espada al suelo-. Entonces permíteme pelear contigo sin espada. La batalla siguiente no se ganará con la espada.
– Recoge tu espada, necio -expresó Thomas dando un paso adelante con la espada extendida.
– ¿Para qué, para matarte?
Thomas puso su hoja en el cuello de Justin. Este no hizo ningún intento por detenerlo.
– ¡Mátalo! -gritó Ciphus-. ¡Que muera!
– Él quiere que te mate.
– Si puedes -contestó Justin.
– Puedo. Pero no lo haré.
Ahora hablaban en voz baja.
– Engañaste al pueblo haciéndole creer que puede haber paz cuando en este mismísimo instante las hordas están planeando una traición -reveló Thomas.
Justin parpadeó.
– ¡Recoge tu espada! -gritó Thomas para que todos oyeran.
Justin dio lentamente un paso atrás y a la izquierda. Pero hizo caso omiso de su espada y dejó caer las manos a los costados; miró fijamente a Thomas.
Thomas le había dado suficiente libertad al hombre del sur; ahora sus Payasadas eran exasperantes. Thomas atacó. Cubrió el espacio entre ellos en tres zancadas e hizo oscilar la espada con toda la fuerza. La hoja cortaría al hombre en dos sin saber que se hubiera topado contra algo.
Pero Justin no se hallaba allí para recibir el golpe de la espada. Thomas lo vio rodar hacia atrás y la derecha, y levantar la espada, y muy tarde se dio cuenta de que se había confiado con este golpe que ya estaba a medio camino.
Sus propias palabras de entrenamiento le gritaron en la mente. ¡Nunca confiarse en combate directo!
Pero, en su enojo, lo había hecho. Pudo haber matado al hombre. Ahora el hombre lo podía matar a él.
Con un oponente más lento, no habría importado su error. Pero Justin se movía tan rápido como él. El golpe llegó por detrás, el costado de la espada golpeó de lleno a Thomas en la espalda.
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